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Authors: Daniel Glattauer

Contra el viento del Norte (2 page)

BOOK: Contra el viento del Norte
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Un cariñoso saludo,

Emmi

45 minutos después

Fw:

Escribe usted como si tuviese 30. Pero ronda los 40, digamos... 42. ¿Que qué me lo hace pensar? Pues que una treintañera no suele leer Like. La edad promedio de una suscriptora de Like es de unos 50 años. Pero usted es más joven, porque se dedica a diseñar páginas web, así que bien podría tener 30, o incluso bastante menos. Sin embargo, ninguna mujer de menos de 30 envía un correo colectivo a sus clientes para desearles «feliz Navidad y un próspero año nuevo». Por último: se llama usted Emmi, o sea, Emma. Conozco a tres Emmas, y todas tienen más de 40. Una mujer de 30 años no se llama Emma. También se llaman Emma las que tienen menos de 20, pero usted no tiene menos de 20. De lo contrario, emplearía palabras como «mola», «súper», «guay», «chachi», «fuerte» y cosas por el estilo. Además, no pondría mayúsculas ni escribiría frases completas. Y, sobre todo, tendría cosas mejores que hacer: no andaría conversando con un supuesto profesor sin sentido del humor, ni interesándose por cuántos años de más o de menos le echa. Algo más sobre «Emmi»: si una mujer se llama Emma y escribe como si fuera más joven (por ejemplo, porque se siente bastante más joven de lo que es) no se hace llamar Emma, sino Emmi. En resumen, querida Emmi Rothner: escribe usted como si tuviera 30, pero tiene 42, ¿no? Calza un 36. Es bajita, menuda y vivaz. Es morena y lleva el pelo corto. Y habla a borbotones, ¿verdad?

Buenas noches,

Leo Leike

Al día siguiente

Asunto: ???

Querida señora Rothner:

¿Se ha ofendido? Verá usted, yo no la conozco de nada. ¿Cómo podría saber qué edad tiene? Quizá tenga veinte años o sesenta. A lo mejor mide 1,90 y pesa 100 kilos. Tal vez calza un 46..., por eso tiene sólo tres pares de zapatos hechos a medida. Y para poder costearse un cuarto par ha tenido que anular su suscripción a
Like
y seguir la corriente a sus clientes con saludos navideños. Así que no se enfade, por favor. Me resultó divertido hacer cálculos, tengo una vaga imagen de usted e intenté comunicársela con exagerada precisión. No quise ofenderla, de veras.

Saludos afectuosos,

Leo Leike

Dos horas después

Re:

Querido «profesor»:

Me gusta su humor, pero dista apenas un semitono de la seriedad crónica, por eso suena particularmente estrafalario. Le escribo mañana. Espero con ilusión ese momento.

Emmi

Siete minutos después

Fw:

¡Gracias! Ya puedo dormirme tranquilo.

Leo

Al día siguiente

Asunto: Ofensa

Querido Leo:

Ya no pondré más el «Leike». Usted a su vez puede olvidarse de «Rothner». Disfruté mucho con sus mensajes de ayer, los he leído varias veces. Quiero hacerle un cumplido. Me fascina que pueda interesarse tanto por una persona que no conoce de nada, que no ha visto nunca y probablemente no vea jamás, y de la que tampoco tiene nada más que esperar, ya que no puede saber si va a corresponderle. Es algo muy insólito en los hombres, y lo aprecio. Quería decirle esto antes que nada. Bien, ahora, respecto a algunos puntos:

1) Tiene una grave psicosis con los correos colectivos y los saludos navideños. ¿Dónde la ha pescado? Por lo visto, le ofende mucho que le digan «feliz Navidad y un próspero año nuevo». Está bien, le prometo que nunca jamás volveré a decirlo. Por lo demás, me asombra que pretenda inferir la edad de una persona a partir de la frase «feliz Navidad y un próspero año nuevo». Si hubiese dicho «feliz Navidad y buen año», ¿habría tenido diez años menos?

2) Lo siento, querido psicólogo del lenguaje, pero que una mujer no pueda tener menos de 20 años porque no dice «mola», «guay» y «fuerte» me suena un poco de profesor, y apartado de la realidad. No es que yo me desespere por escribir de modo tal que pueda creer que tengo menos de 20. Aunque nunca se sabe.

3) Dice, pues, que escribo como si tuviera 30. Pero que una mujer de 30 no lee Like. Pues, verá, la suscripción de la revista Like era para mi madre. ¿Qué me dice ahora? ¿Al final resulta que soy más joven de lo que parece por cómo escribo?

4) Con esta pregunta fundamental debo dejarle. Por desgracia tengo un compromiso. (¿Curso de confirmación? ¿Clases de baile? ¿Manicura? ¿Tertulia de señoras? Escoja sin miedo.)

¡Que tenga un buen día, Leo!

Emmi

Tres minutos después

Re:

¡Ah! Hay algo más que quiero decirle, Leo: con el número del calzado no andaba tan errado. Calzo un 37. (Pero no hace falta que me regale zapatos, tengo de todo.)

Tres días después

Asunto: Falta algo

Querido Leo:

Cuando pasan tres días sin que me escriba, siento dos cosas: 1) me extraña mucho, 2) echo en falta algo. Ambas cosas son desagradables. ¡Póngales remedio!

Emmi

Al día siguiente

Asunto: ¡Por fin lo he enviado!

Querida Emmi:

En mi defensa alego que te he escrito a diario, pero no he enviado ninguno de los mensajes, los he borrado todos. Es que he llegado a un punto delicado en nuestro diálogo. Esa tal Emmi que calza un 37 empieza a interesarme más de lo que corresponde al contexto en el que converso con ella. Y cuando esa tal Emmi que calza un 37 afirma de antemano: «Es probable que no nos veamos nunca», desde luego tiene toda la razón y comparto su opinión. Me parece muy pero que muy sensato partir de la base de que no se producirá ningún encuentro entre nosotros. Es que no quiero que la conversación que mantenemos aquí descienda al nivel de los escarceos propios de los anuncios de contactos y de las salas de
chat
.

Bien, ahora enviaré de una vez este mensaje, para que ella, esa tal Emmi que calza un 37, tenga cuando menos algo de mí en el buzón. (Este texto no es fascinante, lo sé, pero es sólo un fragmento de lo que quería escribirte.)

Un saludo cariñoso,

Leo

23 minutos después

Re:

¡Vaya! ¡Conque ese tal Leo, que es psicólogo del lenguaje, no quiere saber qué aspecto tiene esa tal Emmi, que calza un 37! ¡Pues no te creo, Leo! Cualquier hombre quiere saber qué aspecto tiene cualquier mujer con la que habla sin saber qué aspecto tiene. Y quiere saberlo cuanto antes. Así sabrá si quiere seguir hablando o no con ella. ¿O me equivoco?

Un afectuoso saludo,

La tal Emmi del 37

Ocho minutos después

Fw:

Ese mensaje ha sido más hiperventilado que escrito, ¿verdad? No necesito saber qué aspecto tienes si me das semejantes respuestas, Emmi. Ya te imagino. Y para eso ni siquiera hace falta dedicarse a la psicología del lenguaje.

Leo

21 minutos después

Re:

Se equivoca, señor Leo. Lo he escrito con toda calma. Tendrías que verme cuando hiperventilo de verdad. Por lo demás, no eres propenso a contestar a mis preguntas, ¿verdad? (Me pregunto qué aspecto tendrás tú si dices «¿verdad?».) Pero volviendo a tu por fin enviado correo electrónico de esta mañana, nada encaja. He comprobado que:

1) Me escribes mensajes y no los envías.

2) Empiezas a interesarte por mí más de lo que corresponde al «contexto de nuestra conversación». ¿Qué significa eso? ¿Acaso el contexto de nuestra conversación no se limita a nuestro mutuo interés por una persona absolutamente desconocida?

3) Te parece muy sensato —más aún, te parece «muy pero que muy sensato»— que no nos veamos nunca. ¡Qué envidia me da tu apasionada vuelta a la sensatez!

4) No quieres un escarceo de sala de
chat
. ¿Entonces qué? ¿De qué hablamos para que no empieces a interesarte por mí más de lo que corresponde al «contexto»?

5) Y en el nada improbable caso de que no respondas a ninguna de las preguntas que acabo de plantearte: has dicho que era sólo un fragmento de lo que querías escribirme. Escríbeme el resto con confianza. ¡Me alegraré de leer cada línea! Es que me gusta leerte, querido Leo.

Emmi

Cinco minutos después

Fw:

Querida Emmi:

Si no puedes escribir 1), 2), 3), etc., no eres tú, ¿verdad?

Mañana sigo.

Buenas noches,

Leo

Al día siguiente

Sin asunto

Querida Emmi:

¿Has notado que no sabemos absolutamente nada el uno del otro? Creamos personajes virtuales, confeccionamos irreales retratos robot el uno del otro. Formulamos preguntas cuyo atractivo reside en que quedan sin respuesta. Pues sí, nos dedicamos a despertar la curiosidad del otro y a seguir alimentándola al no satisfacerla de manera definitiva. Intentamos leer entre líneas, entre palabras, y pronto entre letras tal vez. Hacemos grandes esfuerzos por juzgar bien al otro. Y al mismo tiempo nos preocupamos de no desvelar nada importante de nosotros mismos.¿Qué quiere decir «nada importante»? Nada de nada, aún no hemos contado nada de nuestras vidas, nada de lo que constituye la vida cotidiana, de lo que podría ser importante para alguno de los dos.

Nos comunicamos en el vacío. Hemos tenido la gentileza de confesar a qué actividad profesional nos dedicamos. Tú en teoría me harías una bonita página web y yo, a cambio y en la práctica, la someto a (malos) psicogramas lingüísticos. Eso es todo. Sabemos por una deplorable revista que vivimos en la misma gran ciudad. ¿Y qué más? Nada. No hay ninguna otra persona a nuestro alrededor. No vivimos en ninguna parte. No tenemos edad. No tenemos rostro. No hacemos distinción entre el día y la noche. No vivimos en ninguna época. Lo único que tenemos son nuestras dos pantallas, cada cual de manera estricta y secreta por su cuenta, y compartimos una afición: nos interesamos por una persona absolutamente desconocida.¡Bravo!

Por lo que a mí respecta —y aquí llego a mi confesión—, me interesas muchísimo, querida Emmi. La verdad no sé por qué, pero sí sé que se debe a algún motivo especial. Y también sé lo absurdo que es este interés. No resistiría un encuentro, no importa tu aspecto, tu edad, cuánto del considerable encanto de tus mensajes pudiera traerse a una posible cita, y cuánta de la gracia con la que escribes tengas también en las cuerdas vocales, en las comisuras de la boca y en las aletas de la nariz. Sospecho que este «tremendo interés» se alimenta única y exclusivamente de la bandeja de entrada. Es probable que todo intento de dejarlo salir de allí fracase de modo lastimoso.

Ahora mi pregunta clave, querida Emmi: ¿sigues queriendo que te escriba mensajes? (Esta vez me harías un gran favor si me dieses una respuesta clara.)

Muchos, muchos saludos,

Leo

21 minutos después

Re:

Querido Leo:

¡Ha sido mucho de una vez! Hoy debes de tener el día libre. ¿O es que esto cuenta como trabajo? ¿Te dan más tiempo libre en compensación? ¿Puedes deducirlo de los impuestos? Sé que tengo una lengua muy afilada. Pero sólo por escrito. Y sólo cuando me siento insegura. Tú haces que me sienta insegura, Leo. Lo único seguro es que sí, que quiero que sigas escribiéndome mensajes, si no te importa. Por si no ha quedado suficientemente claro, probaré otra vez: ¡¡¡Sí QUIERO!!! ¡QUIERO MENSAJES DE LEO! ¡MENSAJES DE LEO! MENSAJES DE LEO, ¡POR FAVOR! ¡ESTOY ANSIOSA POR RECIBIR MENSAJES DE LEO!

Ahora debes decirme sin falta por qué no tenías ninguna razón, aunque sí un «motivo especial» para interesarte por mí. Es que no lo comprendo, pero suena interesante.

Muchos, muchos saludos, y otro «muchos» más,

Emmi

P. D.: ¡Tu mensaje anterior ha sido estupendo! ¡Sin nada de humor, pero realmente estupendo!

Dos días después

Asunto: Feliz Navidad

¿Sabes lo que te digo, querida Emmi? Que hoy alteraré nuestras costumbres y te contaré algo de mi vida. Ella se llamaba Marlene. Hasta hace tres meses habría escrito: se llama Marlene. Hoy, se llamaba. Después de cinco años de presente sin futuro, por fin me he resignado al pretérito imperfecto. Te ahorraré los detalles de nuestra relación. Lo mejor de todo siempre era volver a empezar. Como a los dos nos apasionaba tanto volver a empezar, lo hacíamos cada dos meses. Cada uno era para el otro «el gran amor de su vida», pero nunca cuando estábamos juntos, sólo mientras nos esforzábamos por volver a estarlo.

Hasta que en otoño las cosas pasaron de castaño oscuro. Había encontrado a otro, uno con el que podía imaginarse conviviendo, y no solamente volviendo a empezar (a pesar de que él era piloto de una aerolínea española, pero, claro, eso no importaba). Cuando me enteré, me sentí de pronto más seguro que nunca de que Marlene era «la mujer de mi vida» y de que debía hacer todo lo posible por no perderla para siempre.

Durante semanas hice todo lo posible y un poco más. (Será mejor que esos detalles también te los ahorre.) Ella realmente estuvo a punto de darme y de darnos una última oportunidad: Navidad en París. Mi intención —ríete si quieres, Emmi— era hacerle allí una propuesta de matrimonio. ¡Qué imbécil! Antes de que nos fuéramos, quiso esperar a que volviera el «español» para decirle la verdad sobre mí y sobre París. Se lo debía, dijo. Yo tenía un mal presentimiento, qué digo un mal presentimiento, se me atragantaba un Airbus español cuando pensaba en Marlene y en ese piloto. Eso fue el 19 de diciembre.

Por la tarde recibí un e—mail, ni siquiera una llamada, un catastrófico e—mail suyo que decía: «Leo, es imposible, no puedo, París no sería más que una nueva mentira. Perdóname, por favor». O algo por el estilo. (No, algo por el estilo no, ponía eso textualmente.) Le contesté en el acto: «Marlene, quiero casarme contigo. Estoy completamente decidido. Quiero estar siempre a tu lado. Ahora sé que puedo. Somos tal para cual. Confía en mí una última vez. Hablemos de todo en París. Di que sí a París, por favor». Luego esperé su respuesta. Una hora, dos horas, tres horas. Entretanto hablaba cada veinte minutos con su buzón de voz sordomudo, releía viejas cartas de amor guardadas en el ordenador, miraba nuestras fotos de amor digitales, todas ellas tomadas durante nuestros incontables viajes de reconciliación. Y después volvía a clavar los ojos en la pantalla como un poseído. De ese breve y cruel sonido que avisa cuando llega un mensaje nuevo, de ese irrisorio sobrecito de la barra de tareas, dependía mi vida con Marlene: desde mi punto de vista de entonces, mi futuro.

Me fijé como plazo máximo para sufrir las nueve de la noche. Si a esa hora Marlene aún no había dado señales de vida, París y, por ende, la que tal vez sería nuestra última oportunidad se habrían extinguido. Eran las 20.57. De repente: un sonido, un sobrecito (una descarga de corriente, un ataque al corazón), un mensaje. Cierro los ojos unos segundos, reúno los miserables despojos de mi pensamiento positivo, me concentro en el mensaje anhelado, en la respuesta afirmativa de Marlene, en París de a dos, en una vida para siempre con ella. Abro los ojos, abro el mensaje. ¿Y qué leo?: «Feliz Navidad y un próspero año nuevo les desea Emmi Rothner».

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