Cuentos de mi tía Panchita (14 page)

BOOK: Cuentos de mi tía Panchita
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— ¿Y dónde está? –le preguntó tío Coyote.

—Pues ande y vamos.

Y echaron a andar, tío Coyote sin soltar a tío Conejo.

Llegaron a un gran charco y en el fondo de él se reflejaba la luna llena.

Tío Conejo dijo:

—Mire, tío Coyote, repare qué queso. Yo creo que hay para un año. Y diga si no se le ve chorrear la mantequilla.

Y el otro Juan Vainas contestó: —De veras, tío Conejo.

¡Qué hermosura! ¿Y cómo hacemos para cogerlo?

—Muy sencillo. Pongámonos a bebernos el suero. No es mucho y ahorita lo acabamos.

Y dicho y hecho, se puso a hacer que bebía. Tío Coyote sí, se puso muy en ello a beber y beber, a beber hasta que por fin ya no le cabía.

— ¡Ay, tío Conejo de Dios! Ya no aguanto.

Tío Conejo respondió: —Aturrúsele, tío Coyote, ya entre poco acabamos.

Allá al rato, jadeando y con la panza como una tambora, volvió a decir tío Coyote: —Ja... ja... ja... ¡Ay, ya no aguanto!

— ¿Sabe lo que vamos a hacer? –dijo el indino de tío Conejo. Pues mire, tío Coyote, vamos a pegar una carrera en esa cuesta, para que se nos baje el suero, y enseguida volvemos a acabar con lo que falta.

El otro convino, tío Conejo lo cogió de una mano y salió con él cuesta abajo.

Tío Coyote no pudo ni gritar y en media cuesta se oyó como cuando revienta una vejiga de res inflada. ¡Pues qué era! Pues el pobre tío Coyote, que llevaba la panza como una timba, había reventado en la carrera.

Y tío Conejo que por dos veces se había visto a palitos para no ir a parar a la panza de tío Coyote, pudo ya andar tranquilo para arriba y para abajo.

XV

Por qué tío Conejo tiene las orejas tan largas

P
ues señor, un día se le va antojando a tío Conejo tener una estatura mayor, y le habló a un zopilote para que lo llevara a las nubes adonde Tatica Dios.

Tío Conejo llegó a la presencia de Nuestro Señor, que por dicha ese día estaba de buenas, y le dijo que él deseaba ser más grande, que era una gran vaina ser tan chiquillo porque todos se lo querían comer, y que por aquí y por allá. Tatica Dios le contestó: —Bueno, hombré, pero eso sí, traeme un pellejo de león, otro de tigre y otro de lagarto, y con la condición de que vos mismo los has de matar.

Tío Conejo no esperó segundas razones y sin decir adiós a Nuestro Señor, se encajó en el zopilote y volvió a la Tierra.

Lo primero que hizo fue atisbar a tío Tigre y en un mediodía que estaba echando una siesta, llegó quebrándose y gritando como loco: — ¡La Santísima Trinidad! ¡Ave María, Gracia Plena! ¡Los Tres Dulcísimos Nombres!

A la bulla se recordó tío Tigre y lleno de miedo, le gritó:

— ¿Qué es la cosa, hombre?

— ¡Tío Tigre de Dios, ni me pregunte! ¿Qué le parece que ai no masito viene un huracán? Por vida suya, amárreme con estos bejuquitos para que no me lleve –y daba vueltas de aquí y corría de allá.

A tío Tigre se le fue el cuajo a los talones.

— ¡No diga eso, tío Conejo! ¿Y ahora qué hago yo? ¿No habrá por ai con qué amarrarme a mí también?

Tío Conejo tenía ya unos bejucos muy resistentes listos debajo de las hojas, y dijo haciéndose de las nuevas:

—Pues aquí hay unos bejuquillos, si quiere... La cosa es que quién sabe para qué pueda amarrarlo, porque tengo las manos en un temblor.

Tío Tigre le dijo: —Tantee, tío Conejo, tantee.

Y tío Conejo que era nonis para hacer nudos, lo dejó bien reatado a un palo y cuando lo tuvo así, comenzó a tirarle pedradas; luego que lo vio más del otro lado que de este, se acercó con un palo y acabó de salir de él. Ya muerto lo desamarró y con su cuchillo le quitó la piel, que dejó al sol para que se oreara.

Luego se puso a cavilar cómo conseguir la piel del león.

Él sabía que había un pumita que estaba haciendo tonterías en una hacienda de ganado.

Entonces se fue adonde el dueño y le dijo: —Mire, ñor hombre, ¿quiere que hagamos un trato?

—Vamos a ver, ¿qué es la cosa? –le contestó el otro.

—Vea, ¿quiere que salgamos de mano leoncito?

El hombre se rió y dijo:

—Idiay, ¿y cómo vas a hacer, vos tan chiquitillo?

—Ai verá. Deme su palabra de que me ayudará así que esté muerto en lo que yo le pida, y le prometo que de aquí a diez días no tendrá ese tequio encima.

Tío Conejo se lo llevó a un sitio donde había un hoyo en forma de embudo, bastante hondo, arenoso y con las paredes lisas. El que caía allí tenía que perder las esperanzas de salir si no había quién le ayudara. Tío Conejo hizo al hombre cortar ramazones y tapar la abertura del hueco y darle la apariencia del suelo cubierto de hojas. Después le aconsejó que en la pura orilla atara un ternero bien gordo y él corrió en busca del león.

Cuando dio con él, le gritó: —Mano León de Dios, andaba en busca suya. ¡Viera qué almuercillo más ñeque le tengo!

Póngaseme atrás y verá.

Mano León de veras lo siguió y tío Conejo hizo que llegaran al lugar de modo que el otro tuviera que pasar por el hueco. Por supuesto que poner los pies sobre las ramazones y salir rodando, fue uno. A los ocho días el pobre mano León murió de hambre. Tío Conejo corrió en busca de ñor hombre para que le ayudara a sacarlo, y cuando lo tuvo fuera, le arrancó la piel con su cuchillo, la extendió al sol y la dejó oreándose al lado de la del tigre.

Le faltaba la del lagarto.

Sabía que este era muy parrandero y en una noche de luna cogió su guitarra y se fue a cantar a la orilla del río y a echar güipipías.

Mano Lagarto fue saliendo y le preguntó:

—Hombré, ¿por qué estás tan alegre?

Tío Conejo le contestó: — ¡Cómo quiere que no esté alegre, si voy a un baile donde hay cuatro muchachas!... (Tío Conejo se llevó la mano a la boca y se besó la punta de los dedos).

—No digás, hombré, no digás. ¿Y eso dónde es?

—Por ai, por ai... –y tío Conejo hizo que seguía adelante.

Mano Lagarto le dijo: — ¿Por qué no me llevás, compadrito?

—A mí no me gusta andar con aretes –le respondió tío Conejo.

—Sí, hombré, llevame, no te hagás de rogar.

—Bueno, ¡qué caray! ¡Pero, eso sí, cuidado con la cuenta!

¡Cuidado con ir a hacer una que no sirve!

El otro le hizo mil juramentos y se pusieron en camino.

Pero tío Conejo se hizo el renco y mano Lagarto le propuso que se le subiera encima. Tío Conejo se encaramó sobre mano Lagarto, y a poco andar le dio con toda alma un garrotazo con un guayacancito que traía escondido. Pero no tuvo buena puntería y apenas lo dejó atarantado. Tío Conejo se las mandó cambiar y mano Lagarto pasó varios días sin poder ver el sol claro.

Tío Conejo no hacía más que tratarse mal él mismo: — ¡Ah, gran chambón! ¡Achará! ¡Lo que es otra como esta no se te presenta!

Pero no se dio por vencido y se fue a buscar una lora que vivía cerca del río donde habitaba mano Lagarto. Se aconsejó con ella para que a la tardecita, cuando él pasara, le hiciera ciertas preguntas. De veras, a la tarde pasó tío Conejo por allí y la lora le gritó a todo galillo:

—Hombré, tío Conejo, ¿para dónde camina?

—Pues para el matrimonio de la hija del rey. ¡Viera que festarrín! Haga el ánimo y nos vamos.

Al oírlos se asomó mano Lagarto y al ver a tío Conejo, se puso muy caliente.

— ¿Conque ai andás, gran tal por cual? Ahorita te contaré...

El otro se puso fuera de su alcance y preguntó a la lora:

— ¿Quién es ese joven tan elegante? Yo no lo conozco. Si es la primera vez que lo veo y no sé por qué está tan bravo conmigo.

— ¡Venime a mí con esas! ¿Crees que fue poco el garrotazo que me zampaste el otro día?

—Ajá, ya caigo –dijo tío Conejo–. Este me confunde con mi hermano, que es un sinvergüenzón de siete suelas. Cabalmente ahora lo tienen en la cárcel por una que hizo. ¡Vieran los chascos que yo me he llevado por ese! ¡Es que somos igualitos!

Mano Lagarto se la compró:

— ¡Ah! ¿Conque no eres vos? ¡Ve! Pues ai dispensame. ¿Y para dónde la llevás?

—Pues al matrimonio de la hija del rey. Es que voy a ser padrino. Aquello va a estar de vuelta y media. ¡Un parrandón!

Bueno, me las caiteo. Hasta lueguito.

Mano Lagarto estaba que se las pelaba de ganas de ir.

—Hombré, ¿por qué no me llevás?

—Con mucho gusto. Véngase.

Y se fueron.

Allá al mucho andar, tío Conejo hizo como que se daba un tropezón y cayó dando quejidos: — ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Yo creo que me lisié un pie. Ahora sí que estoy galán. Mejor será que se devuelva, mano Lagarto, y me deje aquí. Yo no puedo dar un paso.

— ¿Cómo va a ser eso? ¡Adió! Encájateme encima y vamos al matrimonio. Allí no faltará quien te sobe. ¿Qué diría el rey si no llegaras?

—No me atrevo. Es mucha grosería. ¿Qué parecía, que tras que me ha hecho usté el favor de acompañarme, también vaya a tener que cargar conmigo?

— ¡Adió! ¿Y eso qué tiene? Montate y dejate de ruidos.

"Lo que el sapo quería", pensó tío Conejo. Y con mil y tantos trabajos se puso sobre mano Lagarto.

Tío Conejo iba en un quejido y el otro por distraerle, le metió conversación:

—Hombré, tu hermano sí que fue tonto. En vez de darme por la nariz, me dio por la nuca.

No había acabado de decirlo, cuando tío Conejo le dejó ir un garrotazo por la nariz que lo dejó tieso allí no más.

Sacó su cuchillo, y le cortó la piel y lo dejó que se oreara.

Cuando lo estuvo, llamó al zopilote y le habló para que lo llevara con todo y pieles adonde Tatica Dios. Así que llegaron ante Su Divina Majestad, tío Conejo, sin andarse con muchas aquellas, le tiró a los pies los pellejos:

— ¡Aquí tiene...!

Ese día Nuestro Señor no estaba de muy buenas pulgas.

—Bueno, ¿y qué hay con eso? –le preguntó de mal modo.

—Nada, pues que usté me dijo que le trajera una piel de tigre, otra de león y otra de lagarto, muertos por mí, y aquí están. Y que si se las traía me haría más grande.

Nuestro Señor exclamó: — ¡Ah, gran indino! ¡Se me puso que te ibas a salir con las tuyas! ¡Ya me parece las que has hecho en la Tierra!

Entonces lo cogió de las orejas y les dio tan gran jalonazo que se las estiró tamaño poco. (Ha de saberse que antes, antes, tío Conejo tenía las orejas chirrisquitillas). Después le dijo:

— ¡Y te me quitás de aquí, zángano!

Tío Conejo salió a pito y caja, sobándose las orejas y Tatica Dios al verlo por detrás, no pudo dejar de echarse una carcajada y con esto se le fue el mal humor.

XVI

Cómo tío Conejo les jugó sucio a tía Ballena y a tío Elefante

P
ues, señor, allá una vez tío Conejo se fue a cambiar de clima a la orilla del mar.

Un día que andaba dando brincos por la playa se va encontrando con tía Ballena y tío Elefante que estaban en gran conversona.

Tío Conejo se escondió entre unos charrales y paró la oreja para ver en qué estaban.

Y en lo que estaban era en que el uno al otro no hallaban dónde ponerse:

—Que, tía Ballena, a usté sí que no hay quién le gane en fuerzas y eso de que ya se tomara usté tener las mías, es hablar por hueso de la nuca.

—Que, adió tío Elefante, no me salga con eso. Usté sí que es ñeque. Sí, sí, donde se llora está el muerto...

Y que esto, y que lo otro, y que por aquí y que por allá.

Bueno, para no cansarlos con el cuento, llegaron a convenir en que los dos tenían fuerza y que lo mejor que podían hacer era unirse para gobernar toda la Tierra.

Pero a tío Conejo no le hicieron naditica de gracia aquellos planes y se puso a pensar: "Pues lo que soy yo les voy a dar una buena chamarreada a ese par de monumentos. ¡Ay! ¡Y

la enredada de pita que les voy a dar!". Y no fue cuento sino que enseguida se puso en funcia: se fue a buscar una coyunda muy fuerte, muy fuerte y muy larga, muy larga; después yo no sé de dónde se hizo de un tambor que escondió entre uno matorrales y corrió a buscar a tía Ballena. Por fin dio con ella.

—Tía Ballenita de Dios. ¡Qué a tiempo me la encuentro!

¡Viera qué caballada me ha pasado! ¿Pues no se me metió la única vaquita que tengo entre un barrial como a media legua de aquí?

—No diga esa niño, ¿y eso cómo?

— ¡Sepa Judas! El caso es que allí me la tiene en ese atolladero y como es tan poquita, está llora y llora, con el barro hasta el pescuezo. Por vida suyita, tía Ballena, sáqueme de este apuro, usté que es la más fuerte de todos los animales y además tan noble.

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