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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (6 page)

BOOK: Destino
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Lo miro a los ojos y soy incapaz de impedir que el rubor invada mis mejillas cuando digo:

—¿Qué te parece Londres?

Me pongo colorada sin poder evitarlo. Por muy frívola y superficial que pudiera ser, me encanta la vida que viví como la hermosa, morena y consentida hija de un terrateniente inglés. Supongo que se debe a que disfrutaba de una vida despreocupada y tranquila. Mi muerte prematura a manos de Drina fue la única nube negra en todo ese horizonte.

Damen entorna los ojos con los dedos preparados sobre los botones del mando a distancia.

—¿Estás segura? ¿Londres? ¿No quieres ir a Amsterdam? —pregunta, mirándome con una irresistible expresión de cachorro.

Mis labios sonríen en respuesta. Sé muy bien por qué Damen quiere siempre regresar a Amsterdam. Pese a que afirma que es porque puede pintar (el arte es su segundo amor, después de mí), yo conozco la verdad. Sé que es porque puede pintarme como una musa pelirroja, ligera de ropa, muy coqueta y completamente impúdica.

Le doy mi consentimiento; es lo mínimo que puedo hacer después de todo el tiempo que se ha pasado muerto de aburrimiento por mi culpa en los Grandes Templos del Conocimiento. En cuestión de segundos la pantalla destella ante nosotros. Él me coge de la mano, se levanta del sofá y me conduce deprisa hasta ella.

Sin embargo, tal como suelo hacer, me detengo justo delante. Desde donde yo estoy parece una losa dura, pesada y ominosa, de esas que estarían encantadas de recompensarte con una buena conmoción cerebral por haber tenido la insensatez de tratar de fundirte con ellas. No ofrece ningún signo visible de ir a ceder lo suficiente para que puedas deslizarte en su interior.

Y, tal como él suele hacer, Damen me mira y dice:

—Cree.

Eso hago. Inspiro hondo y cierro los ojos como si me dispusiera a sumergirme en una piscina muy profunda. Aprieto el cuerpo contra la pantalla y continúo empujando hasta que estamos en el otro lado, hasta que nos fusionamos con la escena.

Lo primero que hago es introducir las manos en mi cabello. Paso los dedos entre los mechones y sonrío al notar su tacto sedoso. Me encanta este cabello. Sé que es una muestra de vanidad, pero no puedo evitarlo. Es una melena de un precioso rojo fuego, como una puesta de sol desmedida con una pizca de oro. Y cuando miro mi vestido o, para ser más exactos, la escueta tela de seda de color carne que me envuelve y me rodea, sujeta precariamente mediante un nudo flojo atado en la nuca, bueno, siempre me quedo asombrada al pensar en la cantidad de seguridad en una misma que hace falta para llevar algo así. Cuando estoy aquí, vestida como ella, no me siento nada tímida.

Pero entonces ya no soy la Ever de diecisiete años; esta ha sido sustituida por Fleur, una hermosa muchacha holandesa de diecinueve que no duda de su belleza, que no duda de sí misma.

No duda del amor inagotable que brilla en los ojos del artista moreno y guapo que está de pie ante su caballete y la pinta.

Me muevo con gracia y soltura por el campo de tulipanes, disfrutando del contacto de los suaves y sedosos pétalos y de los tallos que me rozan. Me detengo en el punto adecuado y me vuelvo hacia él, adoptando la pose que me ha pedido.

Mi mirada se mueve entre las flores y se eleva hacia el cielo surcado de nubes. Finjo estar absorta, cautivada por la exuberante naturaleza que me rodea, cuando en realidad solo estoy esperando el momento inevitable en que él abandonará la pintura para estar conmigo.

Clavo mis ojos en los suyos y solo me permito la sombra de una sonrisa al ver cómo le tiembla el pincel, una señal clara de que en cuestión de segundos renunciará al placer de reflejarme en la tela a cambio del placer de apresarme entre sus brazos. Veo las ansias, la llama encendida de deseo que estalla en su mirada.

Y no tarda en dejar el pincel a un lado y avanzar hacia mí. Su paso es lento y controlado, pero cargado de intención. El fuego de sus ojos genera tanto calor que puedo percibirlo desde donde estoy. Finjo estar tan absorta en la pose que aún no he notado su proximidad, el hormigueo cálido que recorre todo mi cuerpo. Un juego de coquetería que a ambos nos encanta.

Sin embargo, en lugar de tomarme entre sus brazos, el pintor se detiene delante de mí con una expresión incierta en el rostro. Sus dedos se estremecen al buscar en el bolsillo el frasquito de plata, el que contiene el extraño líquido opalescente que bebe a menudo. Sus ojos continúan ardiendo contra los míos, aunque tras la necesidad habitual acecha algo nuevo, tan imposible de interpretar como de negar.

Sus dedos tiemblan al agarrar el frasco y ofrecérmelo. Su cuerpo me insta a cogerlo, a probarlo, mientras su mirada atormentada me cuenta otra historia, revelando una batalla secreta que se libra en su interior. Por fin, dominada por un temor mudo, su expresión se transforma y muestra una brutal y amarga resolución. Devuelve el frasco a su lugar y alarga las manos hacia mí.

Sus brazos me rodean, me estrechan contra su pecho. Su cuerpo desprende tanto amor, tanta adoración, que cierro los ojos y me sumerjo en él. Me sumerjo en la sensación de su contacto, de sus labios que se aprietan contra los míos, perdida en la maravillosa, etérea e ingrávida emoción de estar con él. Como navegando entre nubes, flotando sobre el arcoíris, desafiamos a la gravedad y a todos los límites. Damen y yo nos fundimos en un beso largo, tentador y emotivo que ya no podemos experimentar en nuestro hogar, en el plano terrestre.

Y aunque nuestro beso resulta mucho mejor que los besos que podemos compartir en nuestro hogar, también acusa las restricciones de los acontecimientos anteriores.

Sus dedos se deslizan hacia arriba hasta introducirse en el frágil nudo de seda de mi cuello. Está a punto de deshacerlo y liberarme, cuando yo (¡ella!) emito un ruidito de protesta y lo aparto de mí. Y, bueno, en ese momento, no puedo evitar maldecirla.

Estúpida Fleur.

Qué muchacha tan estúpida fui.

En fin, si ella estaba tan segura de sí misma, si era tan despreocupada, ¿por qué lo detuvo justo al llegar a lo mejor, justo cuando se disponían a…?

Mi enfado se transforma en indignación cuando comprendo que las decisiones que tomé entonces me persiguen a todas partes, determinando lo que se nos permite hacer y hasta dónde podemos llegar. Mi frustración crece de tal manera que de repente me veo arrojada fuera de la escena.

Fuera del personaje.

Fuera de Fleur. Vuelvo a ser yo, Ever.

Me quedo allí, jadeando con los ojos abiertos de par en par. Me asombra ver que continúo formando parte de la escena, que soy capaz de observar todo lo que sucede ante mí, aunque he dejado de interpretar uno de los papeles protagonistas.

No tenía ni la menor idea de que pudiese hacer esto, de que pudiese convertirme deliberadamente en espectadora. Ni siquiera tenía ni la menor idea de que fuese posible algo semejante.

Pero mientras me quedo aquí, admirando boquiabierta este prodigio, Damen permanece del todo ajeno a lo que está pasando. Demasiado ensimismado para darse cuenta. Demasiado inmerso en el momento para apercibirse de que la muchacha a la que se esfuerza por despojar de su ropa está ahora, bueno, «desocupada», a falta de una palabra mejor.

—Damen —susurro, aunque él no se vuelve, no se da cuenta de que ella es solo una cáscara vacía y sin alma—. Damen —repito, esta vez con un tono un poco más áspero. Basta, ya es suficiente. Es como ver a tu novio enrollarse con otra, aunque esa otra fueses tú en otro tiempo. Pero, aun así, es demasiado raro. Me está entrando la neura.

Él se aparta de mala gana, a regañadientes, y se vuelve hacia mí con una expresión de total y absoluta confusión. Un intenso color carmesí le asciende del cuello a las mejillas cuando se da cuenta de que acaba de pasar los últimos segundos dedicado al equivalente en Summerland de una chica preadolescente que aprende a besar con una almohada.

La mirada de Damen salta de una a otra, de mi versión real, que se mueve, vive y respira delante de él, a la versión desocupada y un tanto translúcida de Fleur, a su lado. Y aunque ella sigue siendo igual de atractiva, al ver su actual estado de animación suspendida, sus ojos entornados, sus labios fruncidos y su cabello alborotado, bueno, no puedo evitar reírme. Cuando Damen no se ríe, me doy cuenta de que él no lo ve igual que yo.

—¿Qué pasa? —pregunta con el ceño fruncido, arreglándose la camisa holgada de algodón que llevaba en esa época.

—Lo siento. Es que… —Miro a mi alrededor y me esfuerzo por sofocar la risa, a sabiendas de que él ya se siente bastante avergonzado—. Supongo que… —Me encojo de hombros y vuelvo a empezar—: En fin, no estoy muy segura de lo que ha ocurrido. Estaba haciendo todos los movimientos y de pronto me he sentido tan frustrada al ver que Fleur te apartaba que mi frustración me ha propulsado fuera de la escena, fuera de ella.

—¿Y cuánto hace de eso? ¿Cuánto rato llevas ahí mirando? —me pregunta, cuando lo que en realidad quisiera saber es hasta qué punto debería sentirse avergonzado.

—No mucho, de verdad —contesto asintiendo vigorosamente, con la esperanza de que me crea.

Él también asiente aliviado. Recupera el color y alarga los brazos hacia mí.

—Lo siento, Ever. De verdad que lo siento. Todo lo que he intentado hasta ahora ha fallado. No puedo descubrir el antídoto de Roman por más que lo intente. —Me mira con expresión de derrota—. Y hasta que se me ocurra otra opción, algo que aún no haya intentado, me temo que esto es lo mejor que podremos conseguir. Pero si se está convirtiendo en una fuente de frustración, tal vez deberíamos dejar de venir aquí, al menos durante un tiempo.

—¡No! —Lo miro negando con la cabeza. Eso no es en absoluto lo que yo pretendía, ni mucho menos—. No, no, es que… —Me apresuro a descartar la sugerencia con un gesto—. Yo también estaba absorta en el momento. Disfrutaba de su juego de coquetería tanto como tú. Y, créeme, estoy tan sorprendida como tú de que haya sucedido esto. Me refiero a que, si bien he tenido algún pensamiento que parecía poco propio de ella, esta es la primera vez que uno de esos pensamientos me expulsa del personaje. Ni siquiera sabía que eso fuese posible, ¿y tú?

Se encoge de hombros, siempre demasiado absorto en el momento como para molestarse siquiera en pensar en ello.

—Pero, aun así, ahora que estamos aquí… —Me pregunto si realmente debería seguir, y decido que no tengo nada que perder—. Bueno, quiero hacer una puntualización que se me ha ocurrido hace poco.

Él espera, espera a que deje los preámbulos y vaya al grano.

Aprieto los labios y miro a mi alrededor tratando de organizar mis pensamientos, de encontrar las palabras adecuadas. En realidad no tenía previsto sacar el tema, no tenía intención de hablar de ello, y sin embargo eso no basta para impedir que me vuelva hacia él y que las palabras salgan a toda prisa de mi boca:

—He estado pensando. No sé cómo decirlo, pero, bueno, ya sabes que cada vez que venimos aquí escogemos entre mis vidas, ¿verdad?

Damen asiente con paciencia, aunque su expresión indica que en realidad se está impacientando.

—Pues hay una parte de mí que no puede evitar pensar en lo extraño que resulta que tengamos que escoger siempre entre mis vidas. ¿Y si Damen Augustus Notte Esposito no fue tu primera vida?

No se asombra, no se queda boquiabierto, no da un respingo, no mueve los pies ni las manos, no habla entre dientes ni hace ninguna de las pequeñas maniobras nerviosas destinadas a ganar tiempo que yo esperaba que hiciera.

No, continúa quieto. Su rostro se muestra inexpresivo, vacío, como si no opinase nada de la idea que acabo de plantear. Como si yo acabase de hablar en uno de los pocos idiomas que no domina.

—Justo antes de que llegases aquí, he utilizado el mando a distancia para pulsar los números, ya sabes, ocho, ocho, uno, tres, cero, ocho. Pensaba que podía ser una fecha importante o algo así, una época en la que ambos vivimos. Y aunque no ha ocurrido nada, no puedo dejar de pensar que es una posibilidad muy real. En el fondo, ambos sabemos que viví como una criada parisina llamada Evaline, ¿verdad? Y como la hija de un puritano llamada Abigail; también como una chica consentida de la alta sociedad londinense, Chloe; y como la musa del artista, Fleur. —La señalo a ella—. Y la joven esclava, Emala. Pero ¿y si tú no has sido siempre Damen? ¿Y si fuiste una vez, hace tiempo, hace mucho tiempo, otra persona muy distinta?

«¿Y si también te reencarnaste?»

Dejo la última frase sin pronunciar, pero sabiendo que la ha oído de todos modos. No podemos ignorar las palabras que acabo de decir, si bien queda claro enseguida que Damen sí tiene intención de hacerlo.

Sus hombros rígidos y su mirada oscura contrastan con mi rostro encendido y mi cuerpo vibrante. Y por más que intento atemperar mi entusiasmo, es inútil. La ilusión de esta nueva idea, de esta posibilidad tal vez sin descubrir, me domina de tal manera que prácticamente siento la energía brillando a mi alrededor. Y si yo tuviese aura, pese a que ningún inmortal la tiene, estoy segura de que resplandecería y sería del más hermoso púrpura, con montones de centelleantes motas doradas, porque es así como me siento.

Es así como sé que estoy en lo cierto.

Pero al parecer soy la única que lo siente, porque contemplo atónita y desanimada cómo Damen se da la vuelta y me deja sola en un campo de tulipanes rojos sin una palabra de despedida.

Salgo de Summerland y reaparezco en la casa, donde encuentro a Damen desplomándose en el sofá, visiblemente desalentado.

Veo que mi ligerísima ropa de seda es sustituida al instante por el jersey azul y los vaqueros, al tiempo que la ropa que Damen ha elegido esta mañana reemplaza la camisa blanca y los pantalones negros.

Pero, aunque su ropa se transforma, su humor, por desgracia, no lo hace. Y cuando busco en su rostro un atisbo de amabilidad, de alguna oportunidad, solo obtengo una mirada glacial. Así que me dirijo a una pared cercana y me instalo allí, jurando permanecer apoyada contra ella hasta que él haga el siguiente movimiento. No sé qué le molesta más, si mi huida de la escena o la idea de que él pueda haber vivido antes. Sea lo que sea, está claro que una de las dos cosas ha desatado alguna clase de demonio en su interior.

—Creía que habíamos dejado eso atrás —dice por fin; su mirada se posa durante unos instantes en la mía y vuelve a caminar de un lado al otro—. Creía que estabas dispuesta a olvidarlo y pasarlo bien. Creía que te habías dado cuenta de que no estabas llegando a ninguna parte, de que te equivocabas acerca de Summerland, de su lado oscuro y sombrío, de la anciana y todo lo demás. Creía que solo querías hacer una parada en el cenador para que pudiésemos divertirnos un poco en una de nuestras vidas anteriores antes de marcharnos de vacaciones. Sin embargo, cuando por fin empezamos a pasarlo bien, vas y cambias de opinión. ¿Qué puedo decir? La verdad, Ever, me siento un poco decepcionado.

BOOK: Destino
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