El Arca de la Redención (100 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Arca de la Redención
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—Ya habéis ayudado —le dijo Clavain—. Sin vosotros es muy probable que, para empezar, no hubiéramos capturado esta nave. Por no mencionar el hecho de que me ayudarais a desertar.

—Eso fue entonces. Ahora estamos hablando de ayudar durante el ataque.

—Ah. —Clavain se rascó la barba—. ¿Os referís a ayudar de verdad, en un sentido militar?

—El casco del Ave de Tormenta puede acoger más armas —dijo Antoinette—. Y es una nave rápida y maniobrable. Tenía que serlo, para poder sacar beneficios en casa.

—Y además está blindada —dijo Xavier—. Ya viste el daño que provocó cuando salimos pitando del Carrusel Nueva Copenhague. Y hay mucho espacio en su interior. Es probable que pudiera llevar a la mitad del ejército de Escorpio y sobraría espacio.

—No lo dudo.

—Entonces, ¿qué objeción tienes? —preguntó Antoinette.

—Esta no es vuestra guerra. Me ayudasteis y os lo agradezco. Pero si conozco a los ultras, y creo que sí, no van a renunciar a nada sin crear problemas. Ya ha habido suficiente derramamiento de sangre, Antoinette. Déjame a mí encargarme del resto.

Los dos jóvenes, y se preguntó si de verdad le habían parecido antes tan jóvenes, intercambiaron miradas codificadas. Clavain tuvo la sensación de que estaban al tanto de un guión que a él no le habían enseñado.

—Estarías cometiendo un error, Clavain —dijo Xavier.

Clavain lo miró a los ojos.

—Te lo has pensado bien, ¿verdad, Xavier?

—Pues claro...

—Pues yo creo que no, la verdad. —Clavain volvió a fijarse en la imagen de la abrazadora lumínica que planeaba en la pantalla—. Ahora, si no os importa... estoy un poco ocupado.

33

—Ilia. Despierta.

Khouri se encontraba a la cabecera de Ilia, vigilaba los diagnósticos neuronales en busca de alguna señal que indicase que Volyova estaba recuperando la conciencia. La posibilidad de que pudiera haber muerto no se podía descartar, desde luego había muy pocas indicaciones visuales de que estuviera viva, pero los diagnósticos se parecían mucho a los que había visto antes de que Khouri hubiera hecho la excursión a la cámara del alijo.

—¿Puedo ayudarla en algo?

Khouri se giró de golpe, sorprendida y avergonzada al mismo tiempo. El servidor esquelético le acababa de hablar otra vez.

—Clavain... —dijo—. No creía que siguieras conectado.

—No lo estaba hasta hace un momento. —El servidor avanzó para salir de las sombras y se detuvo al otro lado de la cama, enfrente de Khouri. Se dirigió a uno de los trozos achaparrados de maquinaria que atendían la cama e hizo una serie de ajustes en los controles.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Khouri.

—Elevando su nivel de conciencia. ¿No es eso lo que querías?

—Yo... no estoy muy segura de si debería confiar en ti o destrozarte —le dijo ella.

El servidor se apartó de lo que hacía.

—Desde luego que no deberías confiar en mí, Ana. Mi objetivo principal es convencerte para que entregues las armas. No puedo utilizar la fuerza, pero sí la persuasión y la desinformación. —Luego metió un miembro debajo de la cama y le tiró algo con un gesto ágil.

Khouri atrapó un par de anteojos equipados con un auricular. Parecían los que se utilizaban a bordo de la nave, completamente normales, rozados y descoloridos. Se los puso y vio que la forma humana de Clavain revestía el marco básico del servidor. Oyó su voz por el auricular con un timbre y una inflexión humanas.

—Eso está mejor —dijo él.

—¿Quién te dirige, Clavain?

—Ilia me habló un poco de vuestro capitán —dijo el servidor—. No lo he visto ni oído, pero creo que debe de estar usándome. Me conectó cuando Ilia resultó herida y así pude ayudarla. Pero no soy más que una simulación de nivel beta. Tengo la pericia de Clavain y Clavain tiene una preparación médica detallada, claro que me imagino que el capitán debe de ser capaz de recurrir a muchas otras fuentes para ese tipo de cosas, incluidos sus propios recuerdos. Mi única conclusión es que el capitán no desea intervenir de forma directa, así que ha decidido utilizarme a mí como intermediario. Soy su marioneta, más o menos.

Khouri sintió la necesidad de discutir con él, pero no había nada en el comportamiento de Clavain que sugiriera que estaba mintiendo o que fuera consciente de una explicación más plausible. El capitán solo había salido de su aislamiento para orquestar su suicidio, pero ahora que el intento había fracasado y que Ilia había quedado herida en el proceso, él se había abandonado a una psicosis más oscura. Khouri se preguntó si eso convertía a Clavain en la marioneta del capitán o en su arma.

—¿Puedo confiar en que hagas algo, en ese caso? —Khouri desvió los ojos de Clavain para mirar a Volyova—. ¿Podrías matarla?

—No. —El hombre sacudió la cabeza con vigor—. Tu nave, o tu capitán, no me permitirían hacerlo. De eso estoy seguro. Y a mí tampoco se me ocurriría hacerlo, en cualquier caso. Yo no asesino a sangre fría, Ana.

—No eres más que un programa —dijo ella—. Y un programa es capaz de cualquier cosa.

—No la voy a matar, te lo aseguro. Quiero esas armas porque creo en la humanidad. Nunca he creído que los fines justifiquen los medios. Ni en esta guerra ni en ninguna otra puñetera guerra en la que haya servido. Si tengo que matar para conseguir lo que quiero, lo haré. Pero no antes de haber hecho todo lo que puedo para evitarlo. De otro modo no soy mejor que los demás combinados.

Sin previo aviso Ilia Volyova habló desde la cama.

—¿Por qué las quieres, Clavain?

—Yo podría hacerte la misma pregunta.

—Son mis puñeteras armas.

Khouri estudió la figura de Volyova, pero no parecía más despierta que cinco minutos antes.

—Lo cierto es que no te pertenecen —dijo Clavain—. Siguen siendo propiedad combinada.

—Os ha llevado un huevo de tiempo reclamarlas, ¿no?

—No soy yo el que las está reclamando, Ilia. Yo soy el hombre majo que ha venido a quitártelas de las manos antes de que lleguen las personas desagradables de verdad. Entonces serán problema mío, no tuyo. Y cuando digo desagradables, hablo en serio. Trata conmigo y estarás tratando con alguien razonable. Pero los combinados ni siquiera se van a molestar en negociar. Se limitarán a coger las armas sin preguntar.

—La historia de la deserción sigue pareciéndome un poco difícil de creer, Clavain.

—Ilia... —Khouri se inclinó un poco más sobre la cama—. Ilia, por ahora Clavain da igual. Hay algo que necesito saber. ¿Qué has hecho con las armas del alijo? Solo he encontrado trece en la cámara.

Volyova lanzó una risita antes de responder. Khouri pensó que parecía divertirle su propia astucia.

—Las dispersé. He matado dos pájaros de un tiro. Las he puesto fuera del alcance de la mano de Clavain, desperdigadas por el sistema. También dejé que se pusieran en modo autónomo de disparo contra la maquinaria inhibidora. ¿Cómo les va a mis preciosidades, Khouri? ¿Los fuegos artificiales son impresionantes esta noche?

—Hay fuegos artificiales, Ilia, pero no tengo ni puta idea de quién está ganando.

—Al menos la batalla todavía continúa. Eso tiene que ser una buena señal, ¿no? —La mujer no hizo nada visible, pero un globo aplastado surgió de golpe sobre su cabeza. Se parecía muchísimo a una de esas burbujas de pensamiento de los dibujos. Aunque el ataque del arma del alijo la había dejado ciega, ahora llevaba unos esbeltos anteojos grises que se comunicaban con los implantes que el proxy de Clavain le había instalado en la cabeza. En algunos aspectos, ahora tenía una visión mejor que antes, pensó Khouri. Podía ver en todas las longitudes de onda y bandas no electromagnéticas que ofrecían los anteojos, y podía aprovechar los campos generados por las máquinas con mucha más claridad de lo que le había sido posible hasta ahora. Pero a pesar de todo eso, y aunque no decía nada, debía de sentirse asqueada por la presencia de aquellas máquinas ajenas en su cráneo. Ese tipo de cosas siempre le habían repugnado, y ahora solo las aceptaba por necesidad.

El globo proyectado era más una alucinación mutua que un holograma. Estaba cuadriculado con las líneas verdes de un sistema ecuatorial coordinado, más abombado en el ecuador y más estrecho por los polos. La eclíptica del sistema era un disco lechoso que abarcaba la burbuja de lado a lado, salpicado de muchos símbolos anotados. En el medio estaba el duro ojo naranja de la estrella, Delta Pavonis. Una mancha de color bermellón formaba el cadáver destrozado de Roe, con un núcleo de color rojo más duro y destacado que indicaba la inmensidad con forma de corneta del arma inhibidora, inmovilizada ahora en fase rotativa con la estrella. La estrella en sí estaba cuadriculada con brillantes líneas de contorno de color lila. Se veía que el punto de la superficie de la estrella que estaba justo debajo del arma estaba abombándose hacia dentro a lo largo de una octava parte del diámetro de la estrella, a una cuarta parte de distancia de la médula en la que ardía la energía nuclear. De la depresión surgían furiosos anillos de color violeta blanquecino de materia en su punto de fusión, congelados como las ondas de un lago, pero esos puntos calientes de fusión eran simples chispas comparadas con la central eléctrica del núcleo en sí. Y sin embargo, por inquietantes que fuesen estas transformaciones, la estrella no era el centro inmediato de atención. Khouri contó veinte triángulos negros en el mismo cuadrante aproximado de la eclíptica en el que estaba el arma inhibidora, y supuso que esas eran las armas del alijo.

—Este es el estado del juego —dijo Volyova—. Una imagen de la batalla en tiempo real. ¿No tienes celos de mis juguetes, Clavain?

—No tienes ni idea de lo importantes que son esas armas —dijo el servidor.

—¿Ah, no?

—Suponen la diferencia entre la extinción y la supervivencia de toda la especie humana. Nosotros también sabemos algo de los inhibidores, Ilia, y sabemos lo que pueden hacer. Lo hemos visto en mensajes del futuro; la raza humana al borde de la extinción, casi aniquilada por completo por las máquinas de los inhibidores. Nosotros los llamábamos los lobos, pero no cabe duda de que estamos hablando del mismo enemigo. Por eso no puedes derrochar aquí las armas.

—¿Derrocharlas? Yo no las estoy derrochando. —Parecía haber sufrido una ofensa mortal—. Las estoy utilizando de forma táctica para retrasar el proceso inhibidor y ganar un tiempo muy valioso para Resurgam.

La voz de Clavain se hizo más aguda.

—¿Cuántas armas has perdido desde que comenzaste la campaña? —Ninguna, para ser precisos. El servidor se arqueó sobre ella.

—Ilia..., escúchame con mucha atención. ¿Cuántas armas has perdido?

—¿Qué quieres decir con «perdido»? Tres armas funcionaron mal. Para que veas lo que es la ingeniería combinada, en tal caso. Otras dos fueron diseñadas para que se utilizaran solo una vez. Yo a eso no lo llamo «pérdidas», Clavain.

—¿Así que los disparos con los que han respondido los inhibidores no han destruido ningún arma?

—Dos armas han sufrido algunos daños.

—Quedaron destruidas por completo, ¿no es cierto?

—Sigo recibiendo telemetría de sus arneses. No sabré el alcance de los daños hasta que examine la escena de la batalla.

La imagen de Clavain se apartó de la cama. Se había puesto, si eso era posible, un poco más pálido que antes. Cerró los ojos y murmuró algo por lo bajo, algo que casi podría haber sido una plegaria.

—Para empezar tenías cuarenta armas. Ya has perdido nueve de ellas según mis cálculos. ¿Cuántas más, Ilia?

—Todas las que hagan falta.

—No puedes salvar Resurgam. Te estás enfrentando a fuerzas que están por encima de tu comprensión. Lo único que estás haciendo es desperdiciar armas. Tenemos que conservarlas hasta que podamos utilizarlas como debe ser, de una forma que de verdad suponga una diferencia. Esta es solo una avanzadilla de los lobos, pero habrá muchos más. Sin embargo, si podemos examinar las armas, quizá podamos hacer más como ellas, miles.

Volyova volvió a sonreír, Khouri estaba segura de haberla visto.

—Y todas esas bonitas palabras de hace un momento, Clavain, eso de que los fines no justifican los medios, ¿te has creído una sola palabra de eso?

—Todo lo que sé es que si desperdicias las armas, todos en Resurgam morirán de todos modos. La única diferencia es que morirán más tarde y sus muertes quedarán ocultas por las de millones más. Pero entrega ahora las armas y todavía habrá tiempo para marcar la diferencia.

—¿Y dejar que mueran doscientas mil personas para que millones puedan vivir en el futuro?

—Millones no, Ilia. Miles de millones.

—Por un momento me habías convencido, Clavain. Casi empezaba a creer que quizá fueras alguien con quien yo podría hacer un trato. —Sonrió, como si fuera la última vez que fuera a sonreír en su vida—. Me equivoqué, ¿no es cierto?

—No soy un mal hombre, Ilia. Solo soy alguien que sabe con toda exactitud lo que hay que hacer.

—Como tú has dicho, ese es siempre el tipo más peligroso.

—Por favor, no me subestimes. Me voy a llevar esas armas.

—Estás a semanas de aquí, Clavain. Para cuando llegues, estaré más que lista para ti.

La figura de Clavain no dijo nada. Khouri no tenía ni idea de qué debía leer en esa falta de respuesta, pero la inquietó mucho.

La nave se cernía sobre ella, apenas contenida por su prisión de andamios. Las luces internas del Ave de Tormenta estaban encendidas, y en la fila superior de las ventanas de la cubierta de vuelo Antoinette vio la silueta de Xavier inmersa en el trabajo. Tenía un compad en una mano y un puntero agarrado entre los dientes, y estaba encendiendo antiguos conmutadores de palanca que tenía por encima de su cabeza mientras tomaba sus típicas y diligentes notas. Todo un contable, pensó la joven.

Antoinette colocó con suavidad su exoesqueleto en posición vertical. De vez en cuando, Clavain permitía que la tripulación disfrutara de unas cuantas horas en condiciones de gravedad e inercia normales, pero este no era uno de esos períodos. El exoesqueleto le producía a Antoinette decenas de ampollas permanentes allí donde las almohadillas de apoyo y los sensores de movimiento háptico le tocaban la piel. De una forma perversa, casi estaba deseando llegar alrededor de Delta Pavonis para poder desembarazarse por fin de los esqueletos.

Le echó un buen vistazo al Ave de Tormenta. No la había visto desde aquella vez que se había ido y se había negado a entrar en lo que ya no le parecía su territorio. Tenía la sensación de que habían transcurrido meses, y parte de la ira, aunque no toda, había remitido.

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