—¡Rhalina! ¡Rhalina! —La casa apagaba sus gritos por fuertes que los emitiera.
—¡Rhalina!
Corrió por la sombría vivienda hasta que oyó una voz llorosa que reconoció. ¡Shool!
—¡Shool! ¿Dónde estás?
—«Príncipe»
Shool. Debes darme el título apropiado. Te burlas de mí ahora que mis enemigos me han vencido.
Córum entró en una habitación y en ella se encontraba Shool. Córum reconoció sólo los ojos. El resto era una cosa decrépita y arrugada que yacía en un diván incapaz de moverse.
Shool sollozó.
—Tú también vienes a atormentarme ahora que estoy derrotado. Así es siempre con los hombres poderosos que caen en desgracia.
—Sólo tuviste poder porque convenía al sentido del humor de Arioch permitírtelo.
—¡Silencio! No me engañarás. Arioch se ha vengado de mí porque yo era más poderoso que él.
—Tomaste prestada, sin saberlo, una fracción de su poder. Arioch se ha ido de los Cinco Planos, Shool. Pusiste en marcha acontecimientos que condujeron a su desaparición. Querías su corazón para poderle convertir en tu esclavo. Enviaste a muchos Mabdén para robarlo. Y todos fallaron. No debiste enviarme a mí, Shool, pues yo no fallé y la consecuencia fue tu ruina.
Shool sollozó y sacudió la ojerosa cabeza.
—¿Dónde está Rhalina, Shool? Si ha sufrido daño...
—¿Daño? —Una risa hueca salió de los labios marchitos—. ¿Yo, hacerle daño? Es ella quien me puso aquí. Apártala de mí. Sé que quiere envenenarme.
—¿Dónde está?
—Te di regalos. La nueva mano, el nuevo ojo. Aún estarías tullido si no hubiera sido amable contigo. Pero sé que no recordarás mi generosidad. Tú...
—¡Tus «regalos», Shool, casi mutilaron mi alma! ¿Dónde está Rhalina?
—¿Me prometes que no me harás daño si te lo digo?
—¿Por qué iba yo a querer dañar a algo tan patético como tú, Shool? Vamos, dímelo.
—Al final del pasillo hay una escalera. En lo alto de ella hay una habitación. Se ha encerrado allí. La habría hecho mi esposa, sabes. Habría sido magnífica como esposa de un dios. De un inmortal. Pero ella...
—¿Así que planeabas traicionarme?
—Un dios puede hacer lo que desee.
Córum dejó la habitación, corrió por el pasillo y por el corto tramo de escaleras, y golpeó en la puerta con el pomo de la espada.
—¡Rhalina!
—Así que has recuperado tu poder, Shool —salió una voz cansada de detrás de la puerta—. No me volverás a engañar tomando el aspecto de Córum. Aunque esté muerto, no me daré a ningún otro, y menos a...
—¡Rhalina! Soy verdaderamente Córum. Shool no puede hacer nada. El Caballero de las Espadas se ha ido de este Plano y con él se acabó la brujería de Shool.
—¿Es cierto?
—Abre la puerta, Rhalina.
Los cerrojos fueron descorridos con cuidado y ante él apareció Rhalina. Estaba cansada y, evidentemente, había sufrido mucho, pero aún era maravillosa. Miró profundamente a los ojos de Córum y su rostro se iluminó de alivio y amor. Se desmayó.
Córum la levantó y comenzó a llevarla, bajando la escalera y a lo largo del pasillo.
Se detuvo en la habitación de Shool.
El que fuera hechicero no estaba en ella.
Temiendo una trampa, Córum corrió hacia la puerta principal.
Bajo la lluvia, a lo largo de un camino entre las plantas que se balanceaban, corría Shool, cuyas piernas de anciano apenas eran capaces de transportarle.
Lanzó una mirada a sus espaldas, hacia Córum, y, chillando de miedo, se hundió entre los arbustos.
Se oyó un ruido de succión. Un silbido. Una queja.
La bilis subió por la garganta de Córum. Las plantas de Shool se estaban alimentando por última vez.
Cansadamente, llevó a Rhalina a lo largo del camino, apartando de sí los zarcillos y flores que intentaban sujetarle y besarle, y por fin alcanzó la playa.
Había atada una barca, un pequeño esquife que, conducido con cuidado, podría llevarles de vuelta al castillo Moidel.
El mar estaba en calma bajo la lluvia gris que caía sobre él.
En el horizonte, el cielo empezaba a iluminarse.
Córum colocó con suavidad a Rhalina en el bote y puso proa al Monte Moidel.
Se despertó horas más tarde, le vio, sonrió dulcemente, y volvió a dormirse.
A la caída de la noche, según el bote navegaba incansablemente hacia el hogar, Rhalina se acercó y se sentó junto a él. Córum la abrigó con su túnica escarlata y no dijo nada.
Al alzarse la luna, la dama se inclinó y le besó en la mejilla.
—No había esperado... —comenzó. Y entonces lloró durante un rato, y él la consoló.
—Córum —dijo al fin—, ¿cómo mejoró tanto tu suerte?
Y él empezó a contarle sus aventuras. Le habló de los Ragha-da-Kheta, de la cometa mágica, de las Tierras de la Llama, de Arioch y de Arkyn.
Le dijo todo excepto dos cosas.
No le contó cómo —o él o la Mano de Kwll —había asesinado al rey Temgol-Lep, aunque intentase envenenarle, ni a Hánafax, que había intentado ayudarle.
Cuando hubo terminado, la frente de Rhalina no estaba nublada y suspiraba de felicidad.
—Así que, al fin, tenemos paz. El conflicto ha terminado.
—Paz, con suerte, durante un tiempo. —El sol había empezado a levantarse. Ajustó el rumbo.
—¿No dejarás otra vez, verdad? La ley gobierna ahora el mundo, sin duda, y...
—La Ley gobierna sólo en este Plano. Los Señores del Caos no se sentirán satisfechos con lo que ha ocurrido aquí. Las últimas palabras que me dirigió Arioch se referían a que me había ganado la maldición de los Señores de las Espadas. Y el Señor Arkyn sabe que falta mucho por hacer antes de que la Ley esté segura de nuevo en los Quince Planos. Y volverá a oírse el nombre de Glandyth-a-Krae.
—¿Aún quieres vengarte de él?
—No. Era un simple instrumento de Arioch. Pero no olvidará su odio hacia mí, Rhalina.
El cielo se aclaró y era azul y dorado. Sopló una brisa cálida.
—¿Nunca tendremos paz, Córum?
—Tendremos alguna, creo. Pero será simplemente una pausa en la contienda, Rhalina. Disfrutemos esa pausa mientras podamos. Por lo menos, nos hemos ganado eso.
—Sí. —Su acento se hizo feliz—. ¡Y la paz y el amor que se ganan con esfuerzo se aprecian más que si son heredados sencillamente!
La abrazó.
El sol brillaba con fuerza en el cielo. Sus rayos se reflejaban en una mano y un ojo enjoyados y los hacía brillar segadoramente y relucir como fuego.
Pero Rhalina no los veía arder, pues volvía a dormir en brazos de Córum.
El Monte Moidel se hizo visible. Sus verdes laderas aparecieron bañadas por un plácido mar azul y el sol brillaba en el castillo de piedra blanca. La marea era alta y cubría el istmo.
Córum bajó la vista hacia el rostro dormido de Rhalina. Sonrió y le acarició el cabello suavemente.
Vio el bosque del continente. Nada le amenazaba.
Miró al cielo sin nubes.
Esperó que la pausa fuera larga.
Aquí concluye el Primer Libro de Córum