El caballero del rubí (34 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El caballero del rubí
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—Eso complica un poco las cosas —admitió el conde Ghasek—. Si supiera dónde había desembarcado, sabría las regiones que podría haber atravesado. ¿Consta en la tradición thalesiana alguna descripción del rey?

—No muy específica —respondió Ulath—, solamente que tenía más de dos metros de estatura.

—Es un dato útil. Seguramente el vulgo ignoraba su nombre, pero recordarían a un personaje tan alto. —Comenzó a hojear el manuscrito—. ¿Podría haber tomado tierra en la costa norte de Deira? —inquirió.

—Es posible, aunque poco probable —opinó Ulath—. Las relaciones entre Deira y Thalesia eran algo tensas por aquel entonces. No creo que Sarak se haya expuesto a que lo capturasen.

—Centrémonos pues en el puerto de Apalia para comenzar. La ruta más corta hacia la orilla oriental del lago Randera partiría de allí. —Fue pasando páginas ante él. Frunció el entrecejo—. No parece que haya ningún dato de interés aquí —apuntó—. ¿Era numerosa la comitiva del rey?

—No era un grupo muy nutrido —repuso Ulath con voz cavernosa—. Sarak partió apresuradamente de Emsat y sólo se llevó a un reducido séquito.

—Todas las referencias que reuní sobre Apalia mencionan grandes formaciones de tropas thalesianas. Claro que podría haber sucedido lo que vos habéis sugerido, sir Ulath. El rey Sarak habría podido desembarcar en alguna playa solitaria, pasando de largo Apalia. Probemos el puerto de Nadera antes de examinar playas y aislados pueblos de pescadores. —Consultó un mapa y luego hojeó las páginas centrales—. ¡Creo que hemos encontrado algo! —exclamó con el entusiasmo de un especialista—. Un campesino de la zona de Nadera me habló de un barco thalesiano que pasó de noche frente a la ciudad, al comienzo de la campaña, y remontó varias leguas el río antes de echar anclas. Desembarcaron unos cuantos guerreros, uno de los cuales sobrepasaba más de un palmo en estatura al resto. ¿Tenía algo fuera de lo común la corona de Sarak?

—Estaba rematada con una joya azul —informó Ulath con gesto expectante.

—Entonces era él —dedujo, exultante, el conde—. Aquí se hace mención especial de esa joya. Dicen que era grande como un puño.

Sparhawk exhaló el aliento que había estado conteniendo.

—Al menos el navío de Sarak no se hundió en el mar —constató con alivio.

El conde mojó la pluma en el tintero y efectuó unas cuantas anotaciones.

—Muy bien —dijo con voz animada—. Suponiendo que el rey Sarak tomara el camino mas corto entre Nadera y el campo de batalla, habría pasado por las regiones incluidas en esta lista, en todas las cuales he investigado. Estamos acercándonos, caballeros. Seguiremos la pista de ese monarca. —Comenzó a pasar hojas con presteza—. No hay ninguna mención aquí —murmuró medio para sí—, pero no hubo ningún enfrentamiento en esta zona. —Siguió leyendo con los labios fruncidos—. ¡Aquí! —exclamó con el rostro iluminado por una sonrisa triunfal—. Un grupo de thalesianos pasó a caballo por un pueblo situado a veinte leguas al norte del lago Venne. Su cabecilla era un hombre muy alto que llevaba una corona. Estamos limitando las posibilidades.

Sparhawk cayó en la cuenta de que contenía la respiración. Había llevado a cabo muchas misiones en su vida, pero aquella búsqueda de un rastro en el papel le producía una extraña excitación. Comenzó a comprender los motivos que inducían a un hombre a consagrar su vida a la investigación y a hallar su gratificación en ello.

—¡Y aquí está! —exclamó alborozado el conde—. Lo hemos encontrado.

—¿Dónde? —preguntó ansiosamente Sparhawk.

—Os leeré la totalidad del pasaje —respondió el conde—. Comprenderéis, claro está, que yo he transcrito la información en un lenguaje más elegante del que usaba la persona que me la transmitió. —Sonrió—. El habla de los campesinos y siervos es colorista, pero poco apropiada para una obra de erudición. —Lanzó una ojeada a la página—. Oh, sí. Ahora lo recuerdo. Ese hombre era un siervo. Su amo me dijo que era aficionado a las viejas historias. Lo encontré destripando terrones con un azadón en un campo cerca de la orilla este del lago Venne. Esto es lo que me dijo:

«Era durante la fase inicial de la campaña, y los zemoquianos habían invadido bajo las órdenes de Otha los confines orientales de Lamorkand y devastaban cuanto hallaban a su paso. Los reinos elenios occidentales se apresuraron a salir a su encuentro y grandes formaciones de tropas cruzaron la frontera occidental de Lamorkand, pero casi todas se encontraban mucho más al sur del lago Venne. Las fuerzas que bajaban del norte eran en su mayoría thalesianas. Incluso antes de que el ejército thalesiano tomara tierra, una avanzadilla procedente de ese país pasó cabalgando por el lago Venne en dirección sur. Otha, como es bien sabido, había enviado tiradores y patrullas que se adelantaban al grueso de sus fuerzas. Fue una de esas patrullas la que interceptó el grupo de thalesianos que he mencionado antes, en un lugar llamado el Túmulo del Gigante».

—¿Le dieron ese nombre antes o después de la batalla? —preguntó Ulath.

—Sin duda fue después —repuso el conde—. Los kelosianos nunca erigen túmulos. Esa es una costumbre thalesiana, ¿no es cierto?

—En efecto, y la palabra «gigante» describe de forma bastante ajustada a Sarak, ¿no os parece?

—Es exactamente lo que pensaba. Pero aún hay más. —El conde continuó leyendo:

«El enfrentamiento entre los thalesianos y zemoquianos fue breve y muy violento. Los zemoquianos superaban en número apabullante a la reducida banda de guerreros norteños y pronto los redujeron. Uno de los últimos en caer fue el cabecilla, un hombre de enormes proporciones. Uno de sus hombres, aun gravemente herido, tomó algo del cuerpo del dirigente caído y con ello huyó hacia el lago. No se sabe a ciencia cierta qué fue lo que se llevó ni qué hizo con ello. El thalesiano, sometido a una persecución sin tregua por parte de los zemoquianos, murió a causa de sus heridas en la orilla del lago. Entonces pasó por fortuna por allí, de camino al lago Randera, una columna de caballeros alciones que habían regresado a su castillo principal de Deira para recobrarse de las lesiones recibidas en la campaña de Rendor, los cuales exterminaron a todos los componentes de la patrulla de zemoquianos. Enterraron al fiel compañero y prosiguieron la marcha, sin avistar por azar el campo donde había tenido lugar la escaramuza. El caso fue que un nutrido grupo de thalesianos venía siguiendo al primer grupo a menos de una jornada de camino y, cuando los campesinos de la zona les informaron de lo acontecido, enterraron a sus paisanos y erigieron el túmulo sobre sus sepulturas. Esta segunda fuerza thalesiana no llegó al lago Randera, ya que dos días después sufrieron una emboscada en la que perecieron todos».

—Eso explica por qué nadie tuvo noticias de lo acaecido a Sarak —comentó Ulath—. No quedó nadie vivo para contarlo.

—¿Podría ser la corona del rey lo que se llevó ese hombre? —se interrogó Bevier.

—Es posible —concedió Ulath—. Aunque lo más probable es que se tratara de su espada. Los thalesianos otorgan gran valor a las espadas reales.

—No será difícil averiguarlo —opinó Sparhawk—. Iremos al Túmulo del Gigante y allí Tynian podrá invocar el espectro de Sarak. Él nos dirá qué fue de su espada… y de su corona.

—Aquí hay algo curioso —dijo el conde—. Recuerdo que estuve a punto de no transcribirlo porque había ocurrido después de la batalla. Los siervos vienen viendo desde hace siglos una figura monstruosamente deforme en las zonas pantanosas que rodean el lago Venne.

—¿Alguna criatura de los pantanos? —sugirió Bevier—. ¿Un oso tal vez?

—Creo que los siervos reconocerían la forma de un oso —objetó el conde.

—Un alce quizás —apuntó Ulath—. La primera vez que vi uno, no podía creer que hubiera animales tan grandes, y los alces no son precisamente bien parecidos.

—Recuerdo que los siervos dijeron que ese ser camina sobre las patas traseras.

—¿No podría ser un troll? —inquirió Sparhawk—. ¿El mismo que gruñía cerca de nuestro campamento allá junto al lago?

—Es peludo, ciertamente, pero ellos afirman que es más bien bajo y que tiene los miembros retorcidos.

Ulath frunció el entrecejo.

—Eso no se corresponde con ninguna descripción de troll de la que yo tenga constancia… a menos que… —Los ojos se le desorbitaron de improviso—. ¡Ghwerig! —gritó, haciendo chasquear los dedos—. Ha de ser Ghwerig. Eso corrobora la información anterior, Sparhawk. Ghwerig está buscando el Bhelliom y sabe dónde se encuentra.

—Creo que será mejor que regresemos al lago Venne —propuso Sparhawk— y con la mayor celeridad posible. No querría que Ghwerig encontrara el Bhelliom antes que yo y que tuviera que arrebatárselo de las manos.

Capítulo 17

—Estaré en deuda permanente con vosotros, amigos míos —les dijo Ghasek en el patio del castillo a la mañana siguiente cuando se disponían a partir.

—Y nosotros con vos, mi señor —le aseguró Sparhawk—. Sin vuestra ayuda, no teníamos posibilidad alguna de hallar lo que buscamos.

—Que Dios propicie vuestro camino, sir Sparhawk —le deseó Ghasek, estrechando con afecto la mano del fornido pandion.

Sparhawk salió a la cabeza y emprendió la marcha por el angosto sendero que conducía al pie del risco.

—Me pregunto qué será de él —comentó entristecido Talen mientras se alejaban del castillo.

—No tiene elección —contestó Sephrenia—. Ha de quedarse aquí hasta que fallezca su hermana. Aunque ya no representa un peligro, hay que vigilarla y cuidarla.

—Me temo que va a pasar muy solo el resto de sus días —dijo Kalten con un suspiro.

—Tiene sus libros y sus crónicas —disintió Sparhawk—. Ésa es toda la compañía que necesita un erudito.

Ulath murmuraba para sus adentros.

—¿Algún problema? —le preguntó Tynian.

—Debí pensar que había alguna causa concreta para que aquel troll se encontrara en el lago Venne —respondió Ulath—. Habríamos ganado tiempo si hubiera realizado pesquisas.

—¿Habríais reconocido a Ghwerig en caso de haberlo visto?

Ulath asintió con la cabeza.

—Es uno de los escasísimos trolls enanos que existen, pues las hembras suelen devorar a los cachorros que nacen con malformaciones.

—Una práctica brutal.

—Los trolls no son precisamente famosos por su gentileza. Ni siquiera mantienen relaciones amistosas entre ellos la mayoría de las veces.

El sol relucía con fuerza aquella mañana y los pájaros trinaban en la maleza cercana al pueblo abandonado situado en el centro del campo sobre el que se alzaba el castillo del conde Ghasek. Talen se desvió para cabalgar hacia la aldea.

—No habrá nada que robar allí —le advirtió Kurik.

—Sólo siento curiosidad —respondió el chiquillo—. Os alcanzaré dentro de un par de minutos.

—¿Queréis que vaya a buscarlo? —inquirió Bevier.

—Dejad que dé un vistazo —aconsejó Sparhawk—. De lo contrario, se pasará el día quejándose.

Poco después Talen regresó al galope con el rostro mortalmente pálido y los ojos desencajados y, al llegar junto a ellos, cayó del caballo y quedó tendido en el suelo vomitando, incapaz de hablar.

—Será mejor que vayamos a echar una ojeada —propuso Sparhawk a Kalten—. Los demás aguardad aquí.

Los dos caballeros cabalgaron precavidamente hacia el pueblo desierto con las lanzas en ristre.

—Ha ido por aquí —anunció en voz baja Kalten, señalando con la punta de la lanza las huellas dejadas por la montura de Talen en la enfangada calle.

Siguieron el rastro hasta llegar a una casa de dimensiones algo mayores que las de las restantes. Allí desmontaron, desenvainaron las espadas y entraron.

Las habitaciones del interior estaban polvorientas y despojadas de todo mobiliario.

—No hay nada aquí —observó Kalten—. ¿Qué puede haberlo asustado tanto?

Sparhawk abrió la puerta de una estancia y miró adentro.

—Ve a buscar a Sephrenia —indicó con voz lúgubre.

—¿Qué es?

—Un niño. Lleva mucho tiempo muerto.

—¿Estás seguro?

—Míralo tú mismo.

Kalten se asomó a la habitación y dobló el cuerpo a causa de las náuseas.

—¿Quieres que ella vea esto? —preguntó.

—Debemos saber qué ocurrió aquí.

—Iré en su busca.

Salieron a la calle y Kalten volvió a montar y se dirigió al lugar donde esperaban los otros, mientras Sparhawk permanecía cerca de la puerta de la casa. El rubio caballero regresó al cabo de unos minutos con Sephrenia.

—Le he recomendado que dejara a Flauta con Kurik —informó Kalten—. No es conveniente que vea lo que hay ahí.

—No —coincidió sombríamente Sparhawk—. Pequeña madre —se disculpó—, esto no os resultará agradable.

—Son pocas las cosas que lo son —respondió la mujer con resolución.

Ya en la habitación, la estiria lanzó una ojeada y se volvió.

—Kalten —dijo—, id a cavar una tumba.

—No tengo pala —objetó el caballero.

—¡Entonces utilizad las manos! —Su tono era severo, casi salvaje.

—Sí, Sephrenia —replicó antes de salir el caballero, casi amedrentado por la insólita vehemencia de la mujer.

—Oh, pobre criatura —se lamentó Sephrenia, inclinándose sobre el cuerpecillo disecado.

El cadáver del niño estaba reseco, con la piel grisácea y los hundidos ojos abiertos.

—¿Bellina de nuevo? —inquirió Sparhawk con voz que se le antojó excesivamente alta.

—No —respondió la mujer—. Esto es obra del Buscador. Así es como se alimenta. Mirad aquí —señaló un punto en el cuerpo del pequeño—, y aquí, aquí y aquí. Éstas son las marcas que deja el Buscador. Absorbe los fluidos vitales y no deja más que un pellejo seco.

—No volverá a hacerlo —afirmó Sparhawk, apretando el puño en torno al asta de la lanza de Aldreas—. La próxima vez que nos encontremos, morirá.

—¿Podéis permitiros eso, querido?

—No puedo consentir lo contrario. Vengaré a este niño… enfrentándome al Buscador, a Azash o al propio infierno.

—Estáis furioso, Sparhawk.

—Sí, a fe que lo estoy.

Sparhawk desenvainó de improviso la espada y destruyó con ella una inofensiva pared, en un acto inútil y carente de sentido que, sin embargo, lo hizo sentirse mejor.

Los demás llegaron silenciosamente al pueblo y se pararon en la tumba que Kalten había cavado con las manos. Sephrenia salió de la casa llevando en brazos el cuerpo desecado del pequeño. Flauta se acercó a ella con una ligera tela de lino y ambas envolvieron cuidadosamente con ella el cadáver, el cual depositaron después en la tosca sepultura.

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