El cartógrafo y el misterio del Al-kemal (41 page)

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Authors: Frank G. Slaughter

Tags: #Historico

BOOK: El cartógrafo y el misterio del Al-kemal
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El príncipe Enrique jugueteó un momento con el medallón de una cadena que llevaba al cuello.

—Si tengo que decir la verdad, os creo —dijo finalmente—. Por este motivo os he llamado hoy a la reunión. Aparte de vosotros, ¿quién más de la tripulación se dio cuenta de que puede que hubierais descubierto un nuevo continente o, por lo menos, una extensa cadena de islas?

—Ninguno de ellos —dijo Andrea enseguida—. Leo… Doña Leonor y yo obtuvimos esta información de Selvaggio y nos encargamos de que nadie más lo supiera para que no se preocuparan.

—Entonces, ¿nosotros seis somos los únicos que lo sabemos?

—Así es —le aseguró Andrea—. O, al menos, eso creo.

—Y decís que este grupo de islas, o este continente, o lo que sea… ¿es muy fértil?

—Más que los otros lugares que conozco de las islas Canarias o de la costa de África, excluyendo, tal vez, Guinea —le aseguró Andrea—. Sería un sitio maravilloso donde se podrían establecer muchos de los pobres que hay en esta parte del mundo.

—Siempre he pensado en África para esto —dijo el príncipe Enrique—, pero esta tierra de la que habláis también puede ser idónea para ello. Después de establecernos en las Azores, podríamos hacerlo en la Antilia y toda aquella parte —se volvió hacia Andrea—. Tengo que pediros una cosa, señor Andrea, y también a todos los demás que estáis aquí hoy, aunque os pueda parecer extraño.

—Vuestra voluntad es nuestra ley —le aseguró don Bartholomeu, a quien se unió Andrea.

—Por razones que el maestre Jacomé y yo consideramos válidas —dijo el príncipe Enrique—, voy a pediros que guardéis silencio sobre vuestro descubrimiento.

IX

Andrea miró fijamente al Infante, sin poder creer lo que acababa de oír.

—¿Podría preguntar por qué, Excelencia? —dijo finalmente—, ¿o sería una presunción por mi parte?

—Tenéis todo el derecho a saberlo.

El príncipe Enrique se levantó y fue hacia la ventana. Desde ella se veían las aguas azules del mar del oeste y, más allá, la sombra oscura de la costa africana. Durante unos momentos, pareció que la estuviese estudiando antes de volverse a los que estaban en la habitación.

—Como todos sabéis, he pasado gran parte de mi vida luchando contra los moros del sur —dijo—. La campaña de Ceuta fue un gran éxito; las demás, grandes fracasos. Puede que por mi propia falta de habilidad en la (batalla o de coraje, no lo sé), a mi querido hermano lo mataran los moros cuando nos obligaron a dejarlo en sus manos como rehén.

—Yo estuve con vos en aquella batalla, Excelencia —dijo amablemente don Bartholomeu—. ¡Vos no tuvisteis la culpa de aquella derrota! Nadie hubiera podido luchar con tanto valor como vos.

—Gracias, amigo mío —dijo el Infante con toda sinceridad—, pero creo que el error estuvo antes, en la propia decisión de atacar. Nunca he dejado que nada frene mi declarado propósito de combatir las fuerzas del Islam. En algún lugar del este de África está el reino del Preste Juan, un príncipe cristiano. Si el próximo río que descubrimos después de Sanaga, o el de después, es el Nilo occidental, podremos llegar hasta su territorio y unir nuestras fuerzas en este sentido. O, si nuestros barcos consiguen circunnavegar África y llegar a las Indias, las riquezas que podremos obtener con ello nos servirán para luchar por nuestra Fe contra los musulmanes.

Hizo una pausa, y después prosiguió.

—En cualquier caso, considero de vital importancia que no haya nada que entorpezca esta labor, a la que he dedicado toda mi vida. Incluso en estos precisos instantes un barco a las órdenes del señor Denis Diaz está buscando el río Sanaga para llegar al Nilo occidental. Espero que consigan llegar hasta la punta sur de África y que encuentren un camino por el que llegar hasta el reino del Preste Juan. Cuando esto suceda, habremos puesto un anillo de acero en torno a la mayor parte del Islam y habremos conseguido evitar que sigan comerciando con las tierras ricas de los negros de Guinea. Nada puede interferir esta posibilidad, y por ello os estoy pidiendo que mantengáis silencio sobre vuestro descubrimiento, al menos por el momento.

Andrea entendía, y casi simpatizaba, con el razonamiento del príncipe Enrique, sabiendo cómo se sentía por la lucha contra el Islam. Sin embargo, todavía no lograba entender del todo por qué tenían que esconder un descubrimiento de estas magnitudes, que lo podría convertir rápidamente en el cartógrafo y geógrafo más famoso del planeta.

—Soy consciente de que os estoy pidiendo demasiado —continuó el príncipe Enrique—. Especialmente al señor Bianco, que podría ganar muchísimo al revelar su secreto. No obstante, el anunciar la presencia de unas nuevas tierras hacia el oeste como posible fuente de oro y esclavos, lo único que puede hacer es desanimar a los que actualmente están buscando un camino por mar alrededor de África hacia las Indias y el reino del Preste Juan, y estoy decidido a no permitir que esto ocurra.

Ésta era una parte del Infante que Andrea no había visto nunca: la del gobernante severo convencido de la justicia de su causa. Sin embargo, conociendo al príncipe Enrique y su celo por la propagación de la fe católica, entendía el punto de vista del príncipe portugués.

—Os ofrezco voluntariamente voto de silencio, Excelencia —dijo humildemente, y los demás se unieron a él.

Entonces el príncipe Enrique sonrió y volvió a ser el de siempre.

—Estaba seguro de que estaríais de acuerdo conmigo cuando supierais las razones de mi decisión —dijo con amabilidad—. Creedme, señor Andrea, nunca os arrepentiréis de vuestra colaboración.

—Hay otra razón por la que el descubrimiento de una gran masa de tierra que separa Europa de las Indias debe mantenerse en secreto —añadió el maestre Jacomé—. Cierto físico de Florencia, llamado Paolo Toscanelli, asegura públicamente que las Indias quedan a 5.000 millas al oeste. Sé, por buenas fuentes, que la familia de los Medici está muy interesada en este viaje, y como vos sabéis, Andrea, los Medici han estado siempre alerta a cualquier posibilidad de nuevas fuentes de comercio y de beneficio.

—El señor Toscanelli está equivocado —dijo Andrea muy seguro—. Nuestro viaje es prueba de ello. Si el país del que hablaba Selvaggio hubiera sido la India o China, lo habría reconocido por su descripción y, sin embargo, ninguno de los salvajes que vimos se parecen a los habitantes de China o de la India.

—Y, ¿Cipangu? —preguntó el príncipe Enrique.

—Juraría que son de una raza completamente distinta.

El maestre Jacomé sonrió.

—El caso es, que
nosotros
queremos que el señor Toscanelli y los Medici sigan adelante por el camino equivocado. Si supieran que hay una barrera que separa Europa de la India, o que la distancia es mucho más de 5.000 millas, puede que ellos también intentaran rodear África buscando el camino a las Indias y China.

—Y puede que consiguieran llegar antes que vosotros —señaló Andrea.

—Exacto —dijo el maestre Jacomé—. Así que, ¿por qué deberíamos corregir los errores de Toscanelli y de los florentinos?

—Entiendo —admitió Andrea, aunque de mala gana.

—¿No estáis de acuerdo? —preguntó el príncipe Enrique.

Andrea miró hacia arriba, para encontrar la mirada pensativa del Infante.

—No pretendo estar o no de acuerdo con vuestras decisiones, Excelencia —dijo—. Por supuesto, me siento frustrado por no poder hacer público el descubrimiento, ya que estoy seguro de que lo que puede ofrecer esta nueva tierra puede significar mucho para la población de Europa, que está viviendo en unas condiciones terribles.

—Habéis descubierto la Antilia, y por lo tanto recibiréis el mérito que os corresponde —le aseguró el príncipe Enrique—. En vuestro próximo mapa podréis diseñarla exactamente como la habéis descubierto, con Satanazes y todas las demás islas que recordéis y, en cuanto hayamos descubierto el camino a las Indias por África, os prometo que vuestro descubrimiento de que debe de haber todo un nuevo mundo en Occidente, se hará público.

—Mientras tanto —dijo el maestre Jacomé con gran satisfacción—, los florentinos perderán el tiempo intentando llegar a China y la India por el oeste. No es más que lo que se merecen por aceptar el pequeño mundo de Ptolomeo sin molestarse en medirlo por ellos mismos.

La reunión terminó aquí. Mientras los otros se estaban yendo, el maestre Jacomé cogió a Andrea del brazo.

—Hay otro asunto que tengo que tratar con vos —dijo—, si podéis quedaros aquí un poco más.

—¿Noticias de Venecia?

—Sí. Recibí una carta de allí mientras estabais de viaje. Vuestro hermanastro, Mattei, desapareció ante los dueños de la galera en la que os capturaron antes de que pudieran llevarlo ajuicio.

—Entonces, ¿no se le arrestó?

—Según la información que tengo, no. Quienquiera que os escribiera puede que lo estuviera esperando, pero tuvieron que haber escrito la carta antes de que lo hicieran.

—Fue su esposa, la señora Angelita.

—¿Ah, sí? Entonces ése tiene que ser el motivo por el que ha venido a Lisboa.

—¡Angelita en Lisboa! —Andrea no podía creer lo que estaba oyendo.

—Así me han dicho. Vino con la nave capitaneada por el señor Cadamosto.

Éstas sí que eran noticias sorprendentes. Cuando estaba en Venecia le daba la impresión de que Angelita estaba muy lejos y que no era más que una sombra en su memoria desde que le declaró su amor a Leonor. Había conseguido fácilmente persuadirse a sí mismo para retrasar su viaje para ir a verla, pero ahora en Lisboa estaba a sólo dos días de camino y no podía seguir retrasando el momento de ir a verla y aclarar todo el asunto de su relación con ella.

Todo lo que verdaderamente significaban las noticias que le estaba dando el maestre Jacomé lo estaba entendiendo en ese momento. Si era verdad que Mattei había escapado de la
polizia
antes de que lo arrestaran, dejando atrás a Angelita como parecía que había hecho, ella podría obtener fácilmente la nulidad del matrimonio, quedando libre para casarse con quien deseara.

—Siento traerle malas noticias —continuó el maestre Jacomé—. Según la información que he recibido, vuestro hermano consiguió vender la compañía naviera a los Medici antes de escapar, por una gran suma que se llevó íntegramente con él.

—Pero, ¿dejando atrás a Angelita?

El maestre Jacomé se encogió de hombros.

—Ella está en Lisboa. Por lo que respecta a Mattei Bianco, ha debido de establecerse en Trebisonda o Constantinopla. Muchos mercaderes venecianos tienen relaciones comerciales con aquellas tierras, así que estará familiarizado con la región.

Mattei es como un gato que cae siempre de pie, pensó Andrea. No le molestaba tanto el haber perdido el dinero, que, en realidad, siempre lo había considerado difícil de recuperar, sino la idea de que Mattei lo hubiera estafado y hubiera conseguido huir impune… además del hecho de que mientras estuviera con vida, correría peligro.

—Ahora ya nunca podré recuperar mi buen nombre en Venecia —dijo Andrea tristemente.

—Sobre esto tengo el placer de anunciaros que ya está todo resuelto —le aseguró el maestre Jacomé—. La reacción de vuestro hermano ha sido una confesión de culpabilidad en sí misma. Cuando el Infante Enrique se declaró perdido, el príncipe Enrique presentó al Papa una petición en vuestro favor para limpiar vuestra memoria como tributo hacia vos. Mandó todas las pruebas que tenía a sus representantes en Venecia, con la petición que había aprobado Su Santidad. Esto, además de las pruebas que habían conseguido mis amigos, establecieron enseguida vuestra inocencia ante la corte de Venecia. El Consejo de los Diez restableció vuestro nombre y podríais haber reclamado las propiedades que os corresponden, pero vuestro hermano ha desaparecido con el dinero.

—¿Y el
Palazzo
Bianco?

—Por lo que sé, la corte os lo ha adjudicado a vos, ya que la venta no se ha completado —el maestre Jacomé le lanzó una mirada aguda—. No parecéis muy feliz por vuestra fortuna.

—Abrumado es la palabra —le aseguró Andrea—. ¿Cómo podría agradeceros lo que habéis hecho por mí?

El viejo cartógrafo sonrió.

—Antes que nada podéis casaros con doña Leonor. Después, os podréis establecer aquí, en Villa do Infante, y diseñar mapas para nuestros capitanes y ayudarnos a buscar un método para medir la longitud. Quizá incluso podríais capitanear el barco que nos llevará finalmente a las Indias.

—No creo que haya nada mejor que pudiera hacer —le aseguró Andrea con toda sinceridad.

—¿Vuestro método de navegación ha resultado satisfactorio?

—Completamente. He podido comprobar que la Antilia se encuentra en el mismo paralelo de latitud que el Cabo Blanco de la costa africana. El río en el que carenamos en las costas de Satanazes está prácticamente en el mismo paralelo que el Cabo Bojador.

—Y, ¿estáis seguro de que, usándolo, podréis volver a estos lugares?

—Sería tan fácil como ir de Lagos a Villa do Infante —le aseguró Andrea—. Nunca antes había estado en las Azores, pero como sabía que las islas estaban en un círculo de latitud que cae entre las costas de Lisboa y Sagres, pude navegar directamente hacia ellas desde Satanazes.

—Me imagino lo decepcionado que tenéis que estar por no poder anunciar vuestro descubrimiento —dijo el maestre Jacomé mientras se iban—, pero el Infante tiene buenas razones para ello. Además, vuestro instrumento de navegación os proporcionará grandes riquezas y fama.

Andrea negó con la cabeza.

—El haber estado tan cerca de la muerte durante tanto tiempo como lo hemos estado en este viaje, me ha llevado a pensar mucho sobre ello y la posibilidad de darlo a todos los navegantes que estén lejos. Si vendo el instrumento seguirá habiendo navegantes que no lo tengan, así que se perdería. Cuando termine de arreglar ciertos asuntos, doña Leonor y yo tenemos la intención de casarnos. Sé su opinión sobre el Al… sobre el instrumento y tengo pensado dárselo como regalo de bodas. Después, revelaremos el secreto como nuestro regalo a todos los navegadores.

—Nadie tendría el derecho de pediros una cosa así.

—Por este motivo Leonor y yo lo haremos juntos —le explicó Andrea—. Sólo ella, fray Mauro y yo conocemos el secreto, y el buen fraile no lo revelará a nadie hasta que lo libere del voto que ha hecho. Una vez hice un sacrificio, cuando liberé a los esclavos, y como recompensa he obtenido el amor de Leonor y la oportunidad de hacer el viaje a la Antilia y Satanazes.

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