A veces sentía en las ventanas de la nariz el cosquilleo de un soplo de aire, un recordatorio del mundo exterior. Me movía más deprisa siempre que notaba ese aire, temiendo perder mi coraje si dejara de respirarlo.
Estaba descendiendo, adentrándome en lo más profundo del sistema de alcantarillado y los túneles. Me preguntaba cuánta gente habría bajado hasta aquí en el transcurso de los años. No mucha. Podría ser el primer ser humano (
semi-humano
) que hubiera pisado en décadas algunos de los conductos más antiguos. Si hubiera tenido tiempo, me habría parado a grabar mis iniciales en las paredes.
—¡Evra! ¿Puedes oírme? ¡Evra! —repetía.
Seguía sin obtener respuesta. En realidad no esperaba ninguna. Si tropezaba con la guarida de Murlough, lo más seguro es que tuviera a Evra amordazado. El vampanez no me parecía el tipo de persona que pasaría por alto un pequeño detalle como ése.
—¡
Evra
! —grazné, con mi voz empezando a quebrarse por el esfuerzo—. ¿Estás ahí? ¿Puedes...?
De repente, sin previo aviso, una mano cayó con fuerza sobre mi espalda y me hizo estrellarme contra el suelo. Proferí un grito de dolor y me di la vuelta, mirando ciegamente al fondo, oscuro como la boca de un lobo.
—¿Quién anda ahí? —pregunté, temblando. Una risita seca me respondió—. ¿Quién está ahí? —insistí, con la voz entrecortada—. ¿Mr. Crepsley? ¿Es usted? ¿Me ha seguido hasta aquí abajo? ¿Es...?
—No —susurró Murlough en mi oreja—. No es él. —Y con un veloz movimiento enfocó una linterna directamente ante mis ojos.
La luz me cegó. Jadeé y cerré los ojos, olvidando cualquier idea de defenderme. Eso era lo que el vampanez había estado esperando. Antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó sobre mí, abrió la boca y me echó su aliento... el aliento de la inconsciencia... el gas que dejaba a la gente fuera de combate.
Intenté retroceder, pero era demasiado tarde. El gas ya actuaba sobre mí. Se introdujo en mi nariz y bajó hasta mi garganta, inundando mis pulmones, obligándome a doblarme, a toser espasmódicamente.
Lo último que recordé mientras me desplomaba fueron los desnudos pies púrpura de Murlough haciéndose cada vez mayores a medida que caía hacia ellos.
Y luego... nada. Sólo negrura.
Cuando volví en mí, me encontré cara a cara con una calavera. No una calavera vieja... Aún había restos de carne pegados a ella, y de una de sus cuencas colgaba un ojo.
Grité y traté de apartarme, pero no pude. Miré hacia arriba (¿hacia
arriba
? ¿Por qué no miraba hacia
abajo
?), a lo largo de mi cuerpo, y me di cuenta de que me encontraba fuertemente atado con unas cuerdas. Tras unos segundos de aterrada perplejidad, noté que otra cuerda se anudaba alrededor de mis tobillos, y caí en la cuenta de que estaba colgando cabeza abajo.
—Apuesto a que el mundo se ve diferente desde ahí, ¿hmmm? —dijo Murlough.
Me di la vuelta (no podía mover ni un músculo, pero podía girarme) y le vi sentado a pocos pasos de la calavera, mordisqueándose una uña. Se levantó y comenzó a balancear la calavera con un pie.
—Saluda a Evra —dijo, riendo entre dientes.
—¡
No
! —chillé, impulsándome hacia delante, enseñando los dientes, tratando de clavárselos en las piernas. Desgraciadamente, la cuerda no me dejaba llegar lo bastante lejos—. ¡Me prometió que no lo mataría antes de Navidad! —grité, rompiendo a llorar.
—¿Acaso no es Navidad? —preguntó Murlough con aire inocente—. ¡Ups! Lo siento. Me parece que he metido un poquito la pata, ¿hmmm?
—¡Le mataré! —sentencié—. ¡Voy a...!
Un gemido me hizo interrumpir bruscamente mis amenazas. Al girarme en su dirección, me di cuenta de que no estaba solo. Había alguien más colgando boca abajo, a pocos pasos.
—¿Quién es...? —pregunté, con la certeza de que sería Mr. Crepsley—. ¿Quién está ahí?
—¿D-D-D-Darren? —gimió una vocecilla.
—¿
Evra
? —jadeé, sin poder creerlo.
Murlough se echó a reír y encendió una luz brillante. Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a ella. Cuando lo hicieron, pude distinguir la familiar silueta y los rasgos del niño-serpiente. Parecía hambriento, exhausto y aterrado... pero estaba vivo.
¡Evra estaba vivo!
—Te he engañado, ¿eh? —dijo Murlough, riendo estúpidamente, mientras se acercaba arrastrando los pies.
—¿Qué haces aquí, Darren? —gimió Evra. Tenía el rostro lleno de cortes y cardenales, y alcancé a ver unos huecos rosáceos en su hombro y su brazo derechos, allí donde las escamas habían sido brutalmente arrancadas—. ¿Cómo te...?
—¡Ya es suficiente, reptil! —bramó Murlough. Le lanzó una patada a Evra, que le hizo oscilar bruscamente en su cuerda.
—¡No haga eso! —rugí.
—Impídemelo —rió Murlough—. Y tú, calladito —le advirtió a Evra—. Si vuelves a hablar sin mi permiso, serán tus últimas palabras, ¿entendido? —Evra asintió débilmente. Había abandonado toda idea de resistencia, y ofrecía un aspecto lamentable. Pero al menos estaba vivo. Eso era lo importante.
Comencé a percibir más cosas de mi entorno. Nos encontrábamos en una gran caverna. Estaba demasiado oscuro para decir si era natural o artificial. Evra y yo colgábamos de una barra de acero. El suelo estaba cubierto de esqueletos. Podía oír el goteo del agua en alguna parte, y divisé una tosca cama en un rincón.
—¿Por qué me ha traído aquí? —pregunté.
—
Culebrilla
estaba solo —respondió Murlough—. Se me ocurrió que serías una estupenda compañía para él, ¿no te parece, hmmm?
—¿Cómo me encontró?
—No fue difícil —dijo Murlough—. No fue difícil. Se os oía llegar a ti y al vampiro a millas de distancia. Os seguí. Murlough conoce estos túneles como la palma de su mano, sí, señor. El joven Murlough es inteligente. Ha vivido aquí abajo demasiado tiempo, y no se chupa el dedo.
—¿Por qué no nos atacó? —pregunté—. Pensaba que quería matar a Mr. Crepsley.
—Ya lo haré —dijo Murlough—. Me estaba tomando mi tiempo, esperando el momento adecuado. Y entonces llegaste tú, como un vendaval, y me lo pusiste todo más fácil. El joven Murlough no podía rechazar semejante regalo. Atraparé al vampiro más tarde. De momento te tengo a ti. A ti y a
Culebrilla
.
—Mr. Crepsley estaba solo —le provoqué—. Ni siquiera tenía una linterna. Estaba completamente a oscuras. Y sin embargo usted decidió venir a por
mí
. Es un cobarde. Le da miedo enfrentarse a alguien de su talla. No es usted mejor que...
El puño de Murlough se estrelló en mi mandíbula, y vi las estrellas.
—Vuelve a decir eso —siseó—, y te corto una oreja.
Clavé una mirada llena de odio en el vampanez, pero contuve mi lengua.
—¡Murlough no le tiene miedo a nada! —dijo—. Y mucho menos a un viejo vampiro tan débil como Crepsley. ¿Qué clase de vampiro se junta con niños, hmmm? No merece la pena preocuparse por él. Lo liquidaré más tarde. Tú tienes más agallas. Tu sangre es más ardiente. —Murlough se inclinó y me pellizcó las mejillas—. Me gusta la sangre ardiente —dijo suavemente.
—No puede beber de mí —repuse—. Soy un semi-vampiro. Estoy fuera de sus límites.
—Quizá yo ya no tenga límites. Voy por libre. No respondo ante nadie. Las leyes de los vampanezes no me preocupan aquí abajo. Hago lo que me place.
—¡Pero es veneno! —exclamé sofocadamente—. ¡La sangre de vampiro es veneno para los vampanezes!
—¿Lo es?
—Sí. Y la sangre de serpiente, también. No puede beber de ninguno de nosotros.
Murlough hizo una mueca.
—Tienes razón sobre la sangre de serpiente —rezongó—. Probé un poco de la suya... sólo probar, ¿entiendes?, sólo probar... y me puse a vomitar al cabo de unas horas.
—¡Se lo dije! —exclamé triunfalmente—. No le servimos. Nuestra sangre no tiene ningún valor. No se puede beber.
—Tienes razón —murmuró Murlough—, pero se puede
derramar
. Puedo mataros y devoraros a los dos, aunque no pueda beber de vosotros —y comenzó a empujarnos, haciéndonos oscilar locamente. Me sentí enfermo.
Entonces Murlough fue a buscar algo. Cuando volvió, traía dos enormes cuchillos. Evra empezó a sollozar suavemente al ver las hojas.
—¡Ah!
Culebrilla
recuerda para qué son —dijo Murlough, riendo malignamente. Deslizó los cuchillos hoja contra hoja, produciendo un sonido agudo y chirriante que me hizo temblar—. Nos divertimos mucho con esto, ¿verdad, reptil?
—Lo siento, Darren —sollozó Evra—. Me obligó a decirle dónde estabais. No pude evitarlo. Me arrancó las escamas y... y...
—Está bien —dije tranquilamente—. No fue culpa tuya. Yo también habría hablado. Además, no fue así como me cogió. Dejamos el hotel antes de que nos encontrara.
—Y al parecer, también te dejaste el cerebro —dijo Murlough—. ¿De verdad pensabas que podrías bajar aquí, a mi guarida, rescatar al niño-serpiente y marcharte como un alegre corderito? ¿Nunca se te ocurrió que aquí abajo soy el amo, y haría todo lo posible para impedírtelo?
—Sí que se me ocurrió —dije en voz baja.
—¿Y aún así, viniste?
—Evra es mi amigo —respondí simplemente—. Haría cualquier cosa por él.
Murlough meneó la cabeza y resopló:
—Ahí está tu lado humano. Si fueras un vampiro completo, te lo habrías pensado mejor. Me sorprende que Crepsley haya llegado tan lejos contigo antes de deshacerse de ti.
—¡Él no ha hecho tal cosa! —grité.
—¡Sí que lo ha hecho, lo ha hecho! —rió Murlough—. Le seguí hasta la salida. Por eso no te cacé de inmediato, ¿sabes, hmmm? Huyó de aquí como si le persiguiera el mismo Sol.
—Está mintiendo —dije—. Él nunca huiría. Nunca me abandonaría.
—¿No? —sonrió el vampanez—. No lo conoces tan bien como crees, chico. Se ha ido. Abandonó el juego. Probablemente ya esté a medio camino de a dondequiera que haya ido, huyendo con el rabo entre las patas.
Murlough se inclinó hacia mí de repente empuñando los dos cuchillos contra mi rostro, uno por cada lado. Grité y cerré los ojos, esperando sentir correr la sangre. Pero se detuvo a sólo a cuatro pulgadas de mi piel, me dio unos golpecitos con ellos en las orejas, y luego se apartó.
—Sólo era una prueba —dijo—. Quería ver cuánta fibra tienes. No mucha, ¿hmmm? No mucha.
Culebrilla
no gritó hasta el cuarto o quinto asalto. Creo que no vas a ser tan divertido como pensaba. Puede que ni siquiera me moleste en torturarte. Tal vez te mate enseguida. ¿Preferirías eso, semi-vampiro? Sería lo mejor: sin dolor, sin sufrimiento, sin pesadillas... Cuéntale tus pesadillas, reptil. Cuéntale cómo te despiertas bruscamente, gritando y sollozando como un bebé.
Evra apretó los labios y no dijo nada.
—¡Oh, ja, ja! —Murlough sonrió con satisfacción—. Haciéndote el valiente delante de tu amiguito, ¿eh? ¿Redescubriendo tu valor, hmmm? Bueno, no importa... No tardarás mucho en volver a perderlo.
Volvió a rozar los cuchillos uno contra otro y se situó a nuestra espalda, donde no pudiéramos verle.
—¿Con cuál de vosotros debería empezar? —reflexionó, dando saltitos detrás de nosotros—. Creo... que te escogeré...
Se quedó muy quieto. Sentí cómo se me erizaba el cabello en la nuca.
—...¡
a ti
! —rugió de repente, y se abalanzó...
sobre mí
.
Murlough me echó hacia atrás la cabeza. Sentí la hoja del cuchillo punzar la tierna carne de mi garganta. Todo mi cuerpo se tensó anticipándose al corte. Quería gritar, pero la hoja me lo impedía.
Ya está
, pensé.
Esto es el fin
. Qué horrible e inútil modo de morir.
Pero el vampanez sólo estaba jugando conmigo. Apartó lentamente el cuchillo y se echó a reír perversamente. Disponía de todo el tiempo del mundo, y no tenía motivos para apresurarse. Deseaba jugar con nosotros durante un rato.
—No debiste venir —murmuró Evra—. Fue una estupidez. —Hizo una pausa—. Pero de todos modos, gracias —añadió.
—¿Acaso
tú
me habrías abandonado? —pregunté.
—Sí —respondió, pero yo sabía que estaba mintiendo.
—No te preocupes —le dije—. Encontraremos una forma de salir de ésta.
—¿
Una forma de salir
? —rugió Murlough—. ¡No digas tonterías! ¿Cómo crees que vais a escapar? ¿Mordiendo las cuerdas? Quizá podrías si lograras alcanzarlas con los dientes, pero no puedes. ¿Rompiéndolas con tu súper fuerza de vampiro? Nanay. Son lo suficientemente fuertes. Me aseguré de ello, ¿sabes, hmmm? ¡Afróntalo, Darren Shan! ¡Estáis perdidos! Nadie vendrá a rescataros. Nadie os encontrará aquí abajo. Voy a tomarme mi tiempo, cortándoos en trocitos pequeñitos, y luego os desperdigaré por toda la ciudad... como si fuerais confeti... ¡y no hay nada que puedas hacer para evitarlo, así que
afróntalo
!
—¡Al menos deje que Evra se vaya! —supliqué—. ¡Ya me tiene a mí! ¡A él no lo necesita! Piense en lo horrible que sería para él que usted le dejara ir: tendría que vivir sabiendo que morí en su lugar. ¡Sería una carga espantosa, mucho peor que la muerte!
—Tal vez —gruñó Murlough—. Pero soy un hombre sencillo, y me gustan los placeres sencillos. Es una buena idea, pero prefiero descuartizarle lenta y dolorosamente, lo mismo que a ti. Es menos complicado.
—Por favor —sollocé—. Déjele ir. Haré todo lo que quiera. Le... le... ¡le entregaré a Mr. Crepsley!
Murlough se echó a reír.
—Es inútil. Ya te di la oportunidad de que lo hicieras, y la desperdiciaste. Además, ya no puedes llevarme hasta él. Se habrá visto obligado a cambiar de hotel otra vez. Incluso puede que ya haya huido de la ciudad.
—¡Pero tiene que haber algo que yo pueda darle! —grité desesperadamente—. ¡Debe haber alguna forma de...! —me detuve.
Prácticamente pude escuchar cómo aguzó Murlough el oído.
—¿De qué? —inquirió, tras unos segundos de silencio—. ¿Qué es lo que quieres decir?
—¡Espere un minuto! —dije bruscamente—. ¡Déjeme pensar! —Sentí la mirada de Evra clavada en mí, medio esperanzada, medio resignada al destino del que pensaba que ninguno de los dos podría escapar.
—¡Deprisa! —me incitó Murlough, reanimándose ante mí. Su rostro purpúreo no se apreciaba claramente en la difusa luz de la caverna, y sus ojos y labios semejaban tres globos rojos flotantes, mientras que su descolorido cabello sugería alguna extraña clase de murciélago—. No tengo toda la noche —dijo—. Habla mientras puedas.