De regreso a la residencia, recogí los mensajes y los tiré a la basura. Luego postergué la inevitable llamada a casa con los rituales del fin de semana: hervir un huevo, preparar el té, recoger la ropa lavada, ordenar los papeles que cubrían cualquier superficie libre. Una vez transcurrida la mayor parte de la mañana, me quedé sin nada que hacer excepto llamar a Nueva York. Todavía era temprano allí, pero no había ninguna posibilidad de que estuvieran en la cama.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo, Diana? —exclamó Sarah en lugar del «hola» habitual.
—Buenos días, Sarah. —Me arrellané en el sillón junto a la apagada chimenea y crucé mis pies sobre una estantería cercana. Aquello iba a durar un buen rato.
—Nada de buenos días —replicó Sarah ásperamente—. Hemos estado muy preocupadas. ¿Qué está ocurriendo?
Em cogió el supletorio.
—Hola, Em —saludé y volví a cruzar las piernas. Esto iba a ser mucho más largo de lo que pensaba.
—¿Ese vampiro te está molestando? —preguntó Em con preocupación.
—No exactamente.
—Sabemos que has estado con vampiros y daimones —intervino impaciente mi tía—. ¿Te has vuelto loca o te ocurre algo muy grave?
—No me he vuelto loca y no me ocurre nada grave. —Esto último era mentira, pero crucé los dedos, deseando convencerlas.
—¿Crees realmente que vas a engañarnos? ¡No puedes mentirle a una bruja igual que tú! — exclamó Sarah—. Cuéntanoslo todo, Diana.
Hasta ahí llegaron mis planes.
—Déjala hablar, Sarah —pidió Em—. Confiamos en que Diana tomara las decisiones correctas, ¿recuerdas?
El silencio que siguió me hizo pensar que habían discutido bastante aquel tema.
Sarah respiró hondo, pero Em la interrumpió.
—¿Dónde estuviste anoche?
—Yoga. —No había ninguna manera de eludir el interrogatorio, pero me beneficiaba responder de forma breve y precisa.
—¿Yoga? —preguntó Sarah, incrédula—. ¿Por qué estás haciendo yoga con esas criaturas? Tú sabes que es peligroso relacionarse con daimones y vampiros.
—¡La profesora era una bruja! —reaccioné indignada, mientras recordaba la cara serena y encantadora de Amira ante mí.
—¿Esa clase de yoga fue idea de él? —quiso saber Em.
—Sí. Fue en la casa de Clairmont.
Sarah emitió un ruido de disgusto.
—Te dije que era él —le susurró Em entre dientes a mi tía, y luego se dirigió a mí—: Veo un vampiro que se alza entre tú y… algo. No estoy segura de qué es, exactamente.
—Te repito una vez más, Emily Mather, que eso es una tontería. Los vampiros no protegen a las brujas. —La voz de Sarah era clara y llena de certeza.
—Éste lo hace —dije yo.
—¿Qué? —preguntaron Em y Sarah al unísono.
—Lo ha estado haciendo durante días. —Me mordí el labio, sin saber muy bien de qué manera contar lo ocurrido; luego, me dispuse a explicarlo todo—. Algo ocurrió en la biblioteca. Pedí un manuscrito, y estaba hechizado.
Se produjo un silencio.
—Un libro hechizado. —En el tono de Sarah se notaba un gran interés—. ¿Era un grimorio? — Ella era experta en grimorios, y su pertenencia más preciada era el volumen antiguo de hechizos que había pasado de generación en generación en la familia Bishop.
—No lo creo —respondí—. Lo único visible eran ilustraciones de alquimia.
—¿Qué más? —Mi tía sabía que lo visible era apenas el principio cuando se trataba de libros hechizados.
—Alguien ha puesto un hechizo en el texto del manuscrito. Había líneas débiles de escritura…, unas capas sobre otras… moviéndose por debajo de la superficie de las páginas.
En Nueva York, Sarah dejó su taza de café haciendo un ruido perfectamente audible.
—¿Eso fue antes o después de que apareciera Matthew Clairmont?
—Antes —susurré.
—¿Y no te pareció que todo esto era digno de mencionarse cuando nos dijiste que habías conocido a un vampiro? —Sarah no hizo nada para ocultar su irritación—. Por la diosa, Diana, llegas a ser tan imprudente… ¿Cómo estaba hechizado ese libro? Y no me digas que no lo sabes.
—Tenía un olor raro. Daba la sensación de que algo estaba… mal. Al principio, no pude levantar la tapa. Puse mi palma sobre ella. —Retorcí la mano sobre mi regazo, recordando la sensación de reconocimiento inmediato entre el manuscrito y yo, casi esperando ver el brillo trémulo que Matthew había mencionado.
—¿Y? —preguntó Sarah.
—Sentí un hormigueo en la mano, luego suspiró y… se relajó. Pude sentirlo a través del cuero y las tablas de madera.
—¿Cómo te las arreglaste para deshacer ese hechizo? ¿Dijiste alguna palabra? ¿En qué estabas pensando? —La curiosidad de Sarah ya era imparable.
—No hubo nada de brujería en ello, Sarah. Tenía que examinar el libro para mi investigación, y puse la palma de mi mano abierta sobre él. Eso fue todo. —Respiré hondo—. Una vez que estuvo abierto, tomé algunas notas, lo cerré y devolví el manuscrito.
—¿Lo devolviste? —Se produjo un fuerte ruido cuando el teléfono de Sarah chocó contra el suelo. Hice una mueca de desagrado y sostuve el auricular lejos de mi cabeza, pero su lenguaje subido de tono seguía siendo audible.
—¿Diana? —dijo Em débilmente—. ¿Estás ahí?
—Aquí estoy —dije con cierta brusquedad.
—Diana Bishop, sabes que eso no ha estado bien —me recriminó Sarah—. ¿Cómo pudiste devolver un objeto mágico que tú no podías comprender del todo?
Mi tía me había enseñado a reconocer objetos encantados y hechizados… y qué hacer con ellos. Uno debía evitar tocarlos o moverlos hasta saber cómo funcionaba su magia. Los hechizos podían ser delicados, y muchos tenían mecanismos protectores incorporados dentro de ellos.
—¿Y qué podía hacer yo, Sarah? —Yo misma me di cuenta de mi actitud defensiva—. ¿Negarme a abandonar la biblioteca hasta que tú pudieras examinarlo? Era viernes a última hora. Quería irme a casa.
—¿Qué ocurrió cuando lo devolviste? —preguntó Sarah con voz tensa.
—Tal vez el aire se puso un poco raro —admití—. Y me dio la impresión de que la biblioteca, sólo un instante, parecía haber encogido.
—Enviaste el manuscrito de vuelta y el hechizo se reactivó —informó Sarah, soltando otra retahíla de imprecaciones—. Pocas brujas son lo suficientemente expertas como para hacer un hechizo que vuelve a activarse de forma automática cuando se ha roto. No estamos tratando con ninguna aficionada.
—Ésa es la energía que los atrajo a Oxford —dije al comprender de repente—. No fue el hecho de que yo abriera el manuscrito. Fue la reactivación del hechizo. Las criaturas no están sólo en la clase de yoga, Sarah. Estoy rodeada de vampiros y daimones en la Bodleiana. Clairmont vino a la biblioteca el lunes por la noche, esperando poder ver aunque fuera de lejos el manuscrito después de oír hablar de él a dos brujas. El martes la biblioteca ya estaba llena de ellos.
—Y volvemos a lo importante —exclamó Sarah con un suspiro—: antes de que termine el mes, los daimones aparecerán en Madison, buscándote.
—Debe de haber brujas en las que puedas confiar para que te ayuden. —Em estaba haciendo un esfuerzo para mantener la tranquilidad, pero yo podía darme cuenta de que su voz estaba teñida de preocupación.
—Hay brujas —dije vacilante—, pero no son de mucha ayuda. Un mago con un abrigo de
tweed
marrón trató de abrirse camino en mi cabeza. Él también habría tenido éxito, si no hubiera sido por Matthew.
—¿El vampiro se interpuso entre tú y otro brujo? —Em estaba horrorizada—. Eso no se hace. Uno nunca se entromete en los intercambios entre brujos si no es uno de nosotros.
—¡Deberías estarle agradecida! —Una cosa era que yo no quisiera que Clairmont me sermoneara ni desayunar con él otra vez, pero el vampiro se merecía algo de crédito—. Si él no hubiera estado ahí, no sé qué habría ocurrido. Ningún ser mágico ha sido jamás tan… invasor conmigo antes.
—Tal vez deberías salir de Oxford durante una temporada —sugirió Em.
—No voy a irme porque haya un mago sin modales en la ciudad.
Em y Sarah susurraron algo entre ellas, tapando con sus manos los auriculares.
—Esto no me gusta nada —dijo mi tía finalmente en un tono que daba la impresión de que el mundo se estaba desmoronando—. ¿Libros hechizados? ¿Daimones que te siguen? ¿Vampiros que te llevan a clase de yoga? ¿Brujos y brujas que amenazan a una Bishop? Se supone que las brujas tienen que evitar hacerse notar, Diana. Hasta los humanos se enterarán de que algo está ocurriendo.
—Si te quedas en Oxford, tendrás que ser más discreta —coincidió Em—. No hay nada malo en volver a casa durante un tiempo y dejar que la situación se enfríe, si las cosas se hacen intolerables. Tú ya no tienes el manuscrito. Tal vez pierdan interés.
Ninguna de nosotras creía que eso fuera probable.
—No pienso huir.
—No es huir —protestó Em.
—Sería una huida. —Y yo no iba a dar la menor muestra de cobardía mientras Matthew Clairmont estuviera cerca.
—Él no puede estar contigo en cada momento del día, querida —explicó Em con tristeza, escuchando mis pensamientos no pronunciados.
—Yo soy de la misma opinión —dijo Sarah sombríamente.
—No necesito la ayuda de Matthew Clairmont. Puedo cuidar de mí misma —repliqué.
—Diana, ese vampiro no te está protegiendo porque tenga buen corazón —señaló Em—. Tú tienes algo que él quiere. Has de descubrir de qué se trata.
—Tal vez está realmente interesado en la alquimia. O quizás simplemente está aburrido.
—Los vampiros no se aburren —aseguró Sarah con firmeza—. Y menos cuando hay sangre de bruja cerca.
No se podía luchar en contra de los prejuicios de mi tía. Estuve tentada de hablarle de la clase de yoga, donde durante más de una hora había estado magníficamente libre de cualquier temor a otras criaturas. Pero no tenía mucho sentido.
—Basta —la detuve con firmeza—. Matthew Clairmont no se acercará más a mí y vosotras no tenéis por qué preocuparos de que yo pueda leer otros manuscritos hechizados. Pero no pienso irme de Oxford, y no hay más que hablar.
—Muy bien —aceptó Sarah—. Pero desde aquí no podemos hacer mucho si las cosas se ponen feas.
—Lo sé, Sarah.
—Y la próxima vez que algo mágico caiga en tus manos, lo esperes o no, actúa como la bruja que eres, no como un estúpido humano. No lo ignores ni pienses que estás imaginando cosas. —La ignorancia deliberada y el desprecio por lo sobrenatural estaban al principio de la lista hecha por Sarah de las tonterías preferidas por los humanos—. Trátalo con respeto, y si no sabes qué hacer, pide ayuda.
—Lo prometo —dije rápidamente, deseando colgar ya el teléfono. Pero Sarah todavía no había terminado.
—Jamás pensé que vería el día en que una Bishop tuviera que ser protegida por un vampiro y no por sus propios poderes —dijo—. Mi madre debe de estar revolviéndose en su tumba. Esto te pasa por evitar ser lo que eres, Diana. Estás metida en un buen lío y todo porque creíste que podías ignorar tu herencia. Las cosas no funcionan así.
La amargura de Sarah siguió impregnando la atmósfera de mi habitación mucho después de haber colgado el teléfono.
A la mañana siguiente hice mis estiramientos con algunas posturas de yoga durante media hora y luego preparé el té en una tetera. Su aroma floral y avainillado resultó reconfortante, y tenía precisamente la cantidad de teína suficiente como para impedirme dormitar durante la tarde sin mantenerme despierta por la noche. Cuando las hojas estuvieron bien empapadas, envolví la tetera de porcelana blanca en un paño para mantener el calor y la llevé al sillón junto a la chimenea, reservado para sumergirme en mis pensamientos.
Tranquilizada por el familiar olor del té, doblé las rodillas hasta la barbilla y me puse a examinar cómo había sido la semana. Pero daba igual por dónde empezara, siempre acababa volviendo a mi última conversación con Matthew Clairmont. ¿Acaso mis esfuerzos para impedir que la magia se filtrara en mi vida y en mi trabajo no habían servido para nada?
Cada vez que me estancaba con mi investigación, imaginaba una mesa blanca, brillante y vacía, con los elementos de un rompecabezas que debía ser resuelto. Eso me quitaba la presión y lo vivía como un juego.
En esta ocasión coloqué sobre la mesa imaginaria todo lo de la semana anterior: el Ashmole 782, Matthew Clairmont, la atención de Agatha Wilson, el mago con chaqueta de
tweed,
mi tendencia a caminar con los ojos cerrados, las criaturas en la Bodleiana, la forma en que saqué la revista
Notas e Investigaciones
de la estantería, la clase de yoga con Amira. Moví de un lado a otro las brillantes piezas de distintas formas, uniendo algunas, tratando de formar una imagen, pero había demasiados agujeros sin cubrir y no apareció ninguna figura clara.
A veces, coger una pieza cualquiera del rompecabezas me ayudaba a distinguir lo que era más importante. Puse mi dedo imaginario sobre la mesa, saqué una de las piezas esperando ver el Ashmole 782.
Los ojos oscuros de Matthew Clairmont se concentraron en los míos.
¿Por qué era tan importante ese vampiro?
Las piezas de mi rompecabezas empezaron a moverse por su propia cuenta, girando y haciendo dibujos que eran demasiado rápidos como para seguirlos. Golpeé con mis manos imaginarias la mesa y las piezas detuvieron su danza. El hormigueo en las palmas de mis manos indicaba un reconocimiento.
Esto ya no parecía un juego, sino algo de magia. Y si lo era, entonces la había estado usando en mi trabajo escolar, en mis cursos de la universidad y ahora en mi trabajo académico. Pero no había sitio en mi vida para la magia, y mi mente se cerró decididamente contra la posibilidad de que hubiera estado infringiendo mi propia regla sin saberlo.
Al día siguiente llegué al guardarropa de la biblioteca a mi hora habitual, subí por las escaleras, doblé la esquina junto al mostrador de préstamos y me preparé para verlo.
Clairmont no estaba allí.
—¿Necesita algo? —preguntó Miriam con voz irritada, arrastrando con ruido su silla al ponerse de pie.
—¿Dónde está el profesor Clairmont?
—Está cazando —respondió Miriam con una mirada llena de desprecio—. En Escocia.
«Cazando», repetí para mis adentros. Tragué saliva con fuerza.
—Ah. ¿Cuándo regresará?
—Realmente, no lo sé, doctora Bishop. —Miriam cruzó los brazos y estiró su diminuto pie.