—¿De qué estáis hablando? —quiso saber Sarah.
—¿Puedes darme la camisa de Diana, por favor?
—No creo que las cicatrices vayan a ser demasiado terribles —dijo mi tía un tanto a la defensiva.
—La camisa. —La voz de Matthew era gélida.
Em se la arrojó. Matthew puso las mangas suavemente sobre mis brazos, arrastrando los bordes para unirlos delante. Escondía los ojos, pero la vena en su frente latía con fuerza.
—Lo siento mucho —murmuré.
—No tienes por qué sentir nada. —Tomó mi cara en sus manos—. Cualquier vampiro sabría que tú eres mía…, con esta marca en la espalda o sin ella. Satu quería asegurarse de que cualquier otra criatura supiera también de quién eres. Cuando renací, solían cortarles el pelo a las mujeres que habían entregado su cuerpo al enemigo. Era una manera brutal de exponer a los traidores. Esto no es diferente. —Apartó la mirada—. ¿Ysabeau te lo dijo?
—No. Estaba buscando papel y encontré el cajón.
—¿Qué diablos está ocurriendo? —espetó Sarah.
—Invadí tu privacidad. No debí hacerlo —susurré, aferrándome a sus brazos.
Se apartó y me miró con gesto de incredulidad, luego me apretó sobre el pecho sin preocuparse por mis lesiones. Afortunadamente, la brujería de Sarah había conseguido que hubiera muy poco dolor.
—Por Dios, Diana, Satu te dijo lo que yo hice. Te seguí a tu casa y entré por la fuerza en tus habitaciones. Además, ¿cómo puedo culparte por descubrir por tu cuenta lo que debía haberte contado yo mismo?
Un trueno resonó en la cocina, haciendo sonar las ollas y las cacerolas.
Cuando el sonido se desvaneció para dejar paso al silencio, Sarah habló:
—Si alguien no nos dice qué está ocurriendo inmediatamente, un buen infierno va a desatarse.
—Un hechizo llegó a sus labios.
Las puntas de mis dedos hormigueaban y los vientos envolvían mis pies.
—Retrocede, Sarah. —El viento bramó por mis venas y me interpuse entre Sarah y Matthew.
Mi tía siguió hablando entre dientes, y yo entrecerré los ojos.
Em puso su mano sobre el brazo de Sarah, alarmada.
—No la presiones. No lo está controlando.
Podía ver un arco en mi mano izquierda, una flecha en la derecha. Los sentía pesados, sin embargo me resultaban extrañamente familiares. Algunos pasos más adelante, Sarah estaba en mis visiones. Sin vacilar, levanté mis brazos y los separé listos para disparar.
Mi tía dejó de hablar entre dientes en medio de un hechizo.
—¡Mierda sagrada! —susurró, mirando a Em asombrada.
—Querida, apaga el fuego. —Em hizo un gesto de rendición.
Confundida, volví a examinar mis manos. No había fuego en ellas.
—Dentro no. Si quieres desencadenar el fuego de brujos, vamos afuera —invitó Em.
—Cálmate, Diana. —Matthew me sujetó los codos a los lados de mi cuerpo y la pesadez que tenía que ver con el arco y las flechas desapareció.
—No me gusta cuando ella te amenaza. —Mi voz resonaba cavernosa y extraña.
—Sarah no me estaba amenazando. Sólo quería saber de qué estábamos hablando. Tenemos que decírselo.
—Pero es un secreto —dije confundida. Teníamos que mantener nuestros secretos ocultos de todos, tanto aquellos que se referían a mis habilidades como los de los caballeros de Matthew.
—¡Basta de secretos! —exclamó él con firmeza, respirando sobre mi cuello—. No son buenos para ninguno de los dos. —Cuando los vientos amainaron, me abrazó con fuerza.
—¿Siempre se pone así Diana? ¿Salvaje y fuera de control? —quiso saber Sarah.
—Tu sobrina ha actuado de manera brillante —replicó Matthew, sin dejar de abrazarme.
Sarah y Matthew se enfrentaron con la mirada desde un extremo al otro de la cocina.
—Supongo que sí —admitió ella poco convencida cuando su batalla silenciosa hubo terminado—, aunque podrías habernos dicho que controlas el fuego de brujos, Diana. No es precisamente una habilidad común.
—No puedo controlar nada. —Repentinamente me sentí exhausta y ya no quería seguir de pie. Mis piernas empezaron a doblarse.
—Arriba —dijo él en un tono que no admitía discusión—. Terminaremos esta conversación arriba.
En la habitación de mis padres, después de darme otra dosis de calmantes y antibióticos, Matthew me metió en la cama. Luego les contó a mis tías más cosas sobre la marca de Satu.
Tabitha
se dignó sentarse sobre mis pies mientras tanto, para estar más cerca del sonido de la voz de Matthew.
—La marca que Satu dejó en la espalda de Diana pertenece a una… organización que mi familia creó hace muchos años. La mayoría de las personas se han olvidado de ella hace mucho tiempo, y quienes no la han olvidado creen que ya no existe. Nos gusta mantener esa ilusión. Con la estrella y la luna en la espalda, Satu marcó a tu sobrina como de mi propiedad e hizo saber que las brujas conocían el secreto de mi familia.
—¿Esa organización secreta tiene nombre? —preguntó Sarah.
—No tienes por qué contarles todo, Matthew. —Busqué su mano. Era peligroso revelar demasiado acerca de los caballeros de Lázaro. Podía sentir ese peligro como una nube oscura a mi alrededor, y no quería que ésta envolviera también a Sarah y a Em.
—Los caballeros de Lázaro de Betania —afirmó, como si tuviera miedo de arrepentirse de su decisión—. Es una antigua orden de caballería.
Sarah resopló.
—Nunca había oído hablar de ellos. ¿Son como los caballeros de Colón? Tienen una congregación en el condado de Oneida.
—No exactamente. —A Matthew le temblaron los labios—: Los caballeros de Lázaro se remontan a las cruzadas.
—¿No vimos un programa de televisión sobre las cruzadas en el que se hablaba de una orden de caballería? —le preguntó Em a Sarah.
—Los templarios. Pero todas esas teorías conspirativas son tonterías. Los templarios ya no existen —dijo Sarah decididamente.
—Se supone que las brujas y los vampiros tampoco existen, Sarah —señalé.
Matthew me cogió la muñeca, con sus dedos fríos sobre mi pulso.
—Damos por concluida esta conversación de momento —dijo con firmeza—. Tenemos mucho tiempo para hablar sobre si los caballeros de Lázaro existen o no.
Matthew acompañó fuera a unas reticentes Em y Sarah. En cuanto mis tías estuvieron en el pasillo, la casa tomó cartas en el asunto y cerró la puerta. La cerradura chirrió en el marco.
—¡No tengo llave para esa habitación! —le gritó Sarah a Matthew.
Sin hacer caso, Matthew subió a la cama, arrastrándome hasta la curva de su brazo para que mi cabeza se apoyara sobre su corazón. Cada vez que trataba de hablar, él me hacía callar.
—Después —repitió una y otra vez.
Su corazón latió una vez y luego, varios minutos después, lo hizo de nuevo.
Antes de que latiera por tercera vez, yo estaba profundamente dormida.
33
U
na mezcla de agotamiento, medicamentos y la seguridad del hogar me retuvo en la cama unas cuantas horas. Desperté acostada boca abajo, con una rodilla doblada y el brazo extendido, buscando en vano a Matthew.
Demasiado débil para incorporarme, giré mi cabeza hacia la puerta. Había una llave grande en la cerradura y voces que hablaban bajo al otro lado. Cuando el estado de confusión dio paso a una mayor claridad de conciencia, el murmullo se hizo más comprensible.
—Es atroz —reaccionó Matthew—. ¿Cómo pudiste dejar que continuara de esta manera?
—Ignorábamos el alcance de sus poderes…, no teníamos ni la menor idea —explicó Sarah en un tono igualmente furioso—. Sin duda iba a ser diferente, dado los padres que tuvo. Pero nunca esperé el fuego de brujos.
—¿Cómo reconociste que estaba tratando de invocarlo, Emily? —dijo Matthew suavizando su voz.
—Una bruja en Cape Cod lo convocó cuando yo era niña. Ella debía de tener unos setenta años —respondió Em—. Nunca olvidaré su aspecto ni lo que sentí estando cerca de esa clase de poder.
—El fuego de brujos es letal. No hay hechizo que pueda proteger de él ni apagarlo, y ninguna brujería puede curar sus quemaduras. Mi madre me enseñó a reconocer las señales de su cercanía para mi propia protección…: el olor a azufre, el modo en que se mueven los brazos de una bruja — explicó Sarah—. Me dijo que la diosa estaba presente cuando el fuego de brujos es convocado. Pensaba que me iba a ir a la tumba sin presenciarlo, y ciertamente nunca esperé que mi sobrina lo desencadenara contra mí en mi propia cocina. Fuego de brujos… y manantial de brujos también?
—Tenía la esperanza de que el fuego de brujos fuera un gen recesivo —confesó Matthew—. Háblame de Stephen Proctor. —Hasta hacía poco, el tono de autoridad que adoptaba en momentos como éste me había parecido un vestigio de su vida anterior como soldado. Pero cuando me enteré de la existencia de los caballeros de Lázaro, comprendí que formaba parte de su presente también.
Sin embargo Sarah no estaba acostumbrada a que nadie usara ese tono con ella, y se encolerizó.
—Stephen era muy discreto, no exhibía su poder.
—Entonces no resulta sorprendente que las brujas buscaran tan profundamente para descubrirlo.
Cerré los ojos con fuerza para tapar la visión del cuerpo de mi padre abierto desde la garganta hasta la ingle para que otras brujas pudieran comprender su magia. Su destino casi había sido el mío también.
Matthew, con su enorme tamaño, se movió en el pasillo, y la casa protestó por el inusual peso.
—Era un mago experimentado, pero no podía enfrentarse a ellas. Diana podría haber heredado sus habilidades… y las de Rebecca también. Que Dios la ayude! Pero no tiene los conocimientos que tenían ellos, y sin eso, está indefensa. Es como si tuviera una diana pintada encima.
Continué escuchando a escondidas desvergonzadamente.
—No es una radio, Matthew —dijo Sarah a la defensiva—. Diana no nos llegó con pilas y un manual de instrucciones. Hicimos lo que pudimos. Se convirtió en una niña diferente desde que Rebecca y Stephen fueron asesinados; se retiró tan lejos que nadie podía llegar a ella. ¿Qué teníamos que haber hecho? ¿Obligarla a enfrentarse a lo que ella estaba tan decidida a negar?
—No lo sé. —La exasperación de Matthew era evidente—. Pero no debiste haberla dejado de esta manera. Esa bruja la mantuvo cautiva durante más de doce horas.
—Le enseñaremos lo que tiene que saber.
—Por su bien, será mejor que no tardes demasiado.
—¡Tardará toda la vida! —espetó Sarah—. La magia no es macramé, requiere tiempo.
—No tenemos tiempo —siseó Matthew. El crujido de las tablas del suelo me indicó que Sarah había dado instintivamente un paso atrás—. La Congregación ha estado jugando al gato y al ratón, pero la marca en la espalda de Diana indica que esa fase ha terminado.
—¿Cómo te atreves a decir que es un juego lo que le pasó a mi sobrina? —dijo Sarah elevando la voz.
—¡Baja la voz! —chistó Em—. La vas a despertar.
—Emily, ¿qué podría ayudarnos a comprender cuál es el encantamiento de Diana? —Matthew estaba cuchicheando en ese momento—. ¿Puedes recordar algo sobre los días anteriores a la partida de Rebecca y Stephen hacia África…, pequeños detalles, cosas que les preocupaban?
«Encantamiento».
La palabra resonó en mi mente mientras me incorporaba lentamente. Los encantamientos estaban reservados para las circunstancias extremas…: peligro de muerte, locura, el mal puro e incontrolable. El simple hecho de amenazar con ello le valía a cualquiera la censura de las demás brujas.
«¿Encantamiento?».
Cuando me puse de pie, Matthew estaba a mi lado. Tenía el ceño fruncido.
—¿Qué necesitas?
—Quiero hablar con Em. —Mis dedos estaban haciendo ruidos y volviéndose de color azul. Al igual que los dedos de mis pies, que sobresalían por entre las vendas que me protegían el tobillo. La gasa de mi pie me protegió de un viejo clavo que asomaba entre las tablas de pino del suelo empujándolo a un lado cuando avancé.
Sarah y Em estaban esperando junto a la escalera, con expresiones de inquietud en sus rostros.
—¿Qué pasa conmigo? —quise saber.
Emily metió la mano en la curva del brazo de Sarah.
—No pasa nada contigo.
—Acabas de decir que yo tenía un encantamiento. Que mi propia madre lo hizo. —Yo era una especie de monstruo. Ésa era la única explicación posible.
Emily escuchó mis pensamientos como si los hubiera pronunciado en voz alta.
—No eres un monstruo, querida. Rebecca lo hizo porque tenía miedo por ti.
—Tenía miedo
de mí,
querrás decir. —Mis dedos azules proporcionaban una muy buena razón para que alguien se aterrorizara. Traté de esconderlos, pero no quería chamuscar la camisa de Matthew, y apoyarlos en la vieja barandilla de madera de la escalera significaba arriesgarse a incendiar toda la casa.
«¡Cuidado con la alfombra, niña!». El alto fantasma de sexo femenino de la sala de estar estaba espiando desde la puerta de Sarah y Em y señalaba insistentemente al suelo. Levanté un poco los dedos del pie.
—Nadie tiene miedo de ti. —Matthew me miraba con fría intensidad la espalda, deseando que lo mirara a la cara.
—Ellas tienen miedo. —Señalé con un dedo chispeante a mis tías, clavando mis ojos resueltamente en ellas.
«Yo también», confesó otro Bishop muerto. Éste era un muchacho adolescente con dientes prominentes. Llevaba una cesta con bayas y vestía un par de pantalones cortos, deshilachados.
Mis tías dieron un paso atrás mientras yo seguía mirándolas fijamente.
—Tienes todo el derecho a sentirte frustrada. —Matthew se movió para quedar de pie justo detrás de mí. El viento aumentó, y los toques de nieve de su mirada me helaron los muslos también—. Ahora el viento de brujos viene porque te sientes atrapada. —Se acercó más y el aire alrededor de la parte baja de mis piernas aumentó ligeramente—. ¿Lo ves?
Sí, esa sensación repulsiva podría ser frustración en vez de cólera. Distraída por el asunto del encantamiento, me volví hacia él para preguntarle más sobre sus teorías. El color en mis dedos ya estaba desvaneciéndose y el crujido ya había desaparecido.
—Debes tratar de comprender —rogó Em—. Rebecca y Stephen fueron a África para protegerte. Te hechizaron por la misma razón. Lo único que querían era que estuvieras a salvo.
La casa gimió a través de sus maderos y contuvo la respiración mientras sus viejas vigas de madera chirriaban.