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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

El diablo de los números (12 page)

BOOK: El diablo de los números
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Siguió trastabillando hasta alcanzar la primera palmera. Entonces oyó una voz: «¡Hola, Robert!». En mitad de la palmera estaba el diablo de los números, abanicándose con las hojas.

Tiene que ser un espejismo, pensó, o un oasis.

Siguió trastabillando hasta alcanzar la primera palmera. Entonces oyó una voz que le resultó familiar.

—¡Hola, Robert!

Alzó la vista. ¡Sí! En mitad de la palmera estaba sentado el diablo de los números, abanicándose con las hojas.

—Tengo una sed espantosa —exclamó Robert.

—Sube —dijo el anciano.

Con sus últimas fuerzas, Robert trepó hasta donde estaba su amigo. Éste sostenía en la mano un coco: sacó su navaja e hizo un agujero en la corteza.

El zumo del coco tenía un sabor maravilloso.

—Hacía mucho que no te veía —dijo Robert—. ¿Dónde te has metido en todo este tiempo?

—Ya lo ves, estoy de vacaciones.

—¿Y qué vamos a hacer hoy?

—Estarás agotado después de tu caminata por el desierto.

—No es para tanto —dijo Robert—. Ya me encuentro mejor. ¿Qué pasa? ¿Es que ya no se te ocurre nada?

—A mí siempre se me ocurre algo —respondió el anciano.

—Números, nada más que números.

—¿Y qué si no? No hay nada que sea más emocionante. ¡Mira! Cógelo.

Puso el coco vacío en la mano de Robert.

—¡Tíralo!

—¿Dónde?

—Simplemente abajo.

Robert tiró el coco a la arena. Desde arriba, se veía pequeño como un puntito.

—Otro más. Y luego otro. Y otro —ordenó el diablo de los números.

—¿Y qué hacemos con ellos?

—Ahora lo verás.

Robert cogió tres cocos frescos y los tiró al suelo.

Esto fue lo que vio en la arena:

—¡Sigue! —exclamó el anciano.

Robert tiró y tiró y tiró.

—¿Qué ves ahora?

—Triángulos —dijo Robert.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó el diablo de los números.

Cogieron y arrojaron, cogieron y arrojaron, hasta que abajo no se veían más que triángulos, así:

—Es curioso que los cocos caigan tan ordenados —se asombró Robert—. Yo no apunté, y aunque lo hubiera hecho no soy capaz de acertar así.

—Sí —dijo el anciano sonriendo—, con tanta precisión sólo se apunta en los sueños... y en las Matemáticas. En la vida normal nada cuadra, pero en las Matemáticas cuadra todo. Por lo demás, también hubiéramos podido hacerlo sin cocos. Hubiéramos podido tirar pelotas de tenis, botones o trufas de chocolate. Pero ahora, cuenta cuántos cocos tienen los triángulos de ahí abajo.

—En realidad, el primer triángulo no es un triángulo. Es un punto.

—O un triángulo —dijo el diablo de los números— que se ha encogido hasta ser tan diminuto que sólo se ve un punto. ¿Entonces?

—Entonces hemos vuelto al uno —dijo Robert—. El segundo triángulo tiene tres cocos, el tercero seis, el cuarto diez, y el quinto... no sé, tendría que contarlos.

—No te hace falta. Puedes adivinarlo por ti mismo.

—No puedo —dijo Robert.

—Sí puedes —afirmó el diablo de los números—. El primer triángulo, que no es un verdadero triángulo, tiene un coco. El segundo tiene dos cocos más, los dos de abajo, así que:

»El tercero tiene exactamente tres más, la fila de abajo, así que:

»El cuarto tiene una fila más con otros cuatro cocos, así que:

»¿Cuántos tiene entonces el quinto?

Robert volvía a saber de qué iba. Gritó:

—Ya no necesitamos tirar más cocos —dijo—. Ya sé cómo sigue. El siguiente triángulo tendría veintiún cocos: los quince del triángulo número cinco y otros seis suman veintiuno.

—Bien —dijo el diablo de los números—. Entonces podemos bajar y ponernos cómodos.

El descenso fue sorprendentemente fácil, y cuando llegaron abajo Robert no daba crédito a sus ojos: les esperaban dos tumbonas a rayas blancas y azules, chapoteaba una fuente, y en una mesita junto a una gran piscina estaban preparados dos vasos con zumo de naranja heladito. No me extraña que el viejo haya elegido este oasis, pensó Robert. Aquí se pueden pasar unas vacaciones de fábula.

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