El diario de Mamá (3 page)

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Authors: Alfonso Ussia

Tags: #humor

BOOK: El diario de Mamá
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Preciosa Reñones Lemos

Lugar de nacimiento:
Algeciras.

Fecha:
19 de mayo de 1975.

Nueva doncella y ponebaños de la marquesa viuda, que decide llamarla María por considerar indecente que su hijo la llame «Preciosa».

Capítulo 1

—Tomás, ¿sabes dónde está mi mujer?

—En la piscina tomando el sol, señor. Y a propósito, muy desnudita.

—Te he dicho mil veces que si la señora marquesa toma el sol en la piscina, no se la puede mirar ni de reojito.

—La he mirado porque me ha llamado, señor. Quería un zumo de limón.

—¿Y se lo has llevado tú?

—Correcto.

—¿No se te ha ocurrido decirle a María que se lo llevara?

—En ese momento no se me ha pasado por la cabeza.

—¿Y qué entiendes tú por «desnudita»?

—Sólo tenía el tanga.

—Y cuando le servías el zumo de limón, ¿ha habido charlita?

—La normal, señor marqués. Que si el tiempo, que si la Feria, que si las buganvillas, que si Obama…

—Es decir, que te has puesto las botas.

—Señor, para mí la señora marquesa no tiene sexo.

—Para otros, sí.

—No es mi caso. Mientras sea su mujer, mi mirada será un templo del respeto.

—Pues ya que la has visto, la vuelves a ver y le dices que venga al despacho un momento. Pero que se ponga algo, no vaya a cruzarse con don Crispín.

—Ahora mismo le doy su recado.

—Y lo prometido, Tomás. Tus miradas, templos del respeto.

—No tenga la menor duda.

Cuando el Presidente Zapatero habla de la Alianza de Civilizaciones me da la risa. ¿Cómo puede pretender que los cristianos y los musulmanes que viven con ocho siglos de diferencia se entiendan, si Marsa y yo, que apenas nos llevamos treinta años de nada, no lo hemos conseguido? Mamá, que en paz descanse, tenía infinidad de defectos, pero esa manía de tomar el sol en porretas de Marsa empieza a mosquearme. Y más en estas fechas, con la Feria a punto de caramelo.

No lo sé. Las galopadas de Marsa con el torero fracasado, el alcalde rojeras y el mayoral Jerónimo, todas ellas perdonadas, me han dejado una resolana de inquietud, que se duerme y se aviva a su discreción y albedrío. Y me huelo lo peor. Cuando Marsa se preocupa tanto de su cuerpo es que tiene fichaje a la vista.

Aquí está. Viene con un pareo casi transparente, que es como venir sin nada. Si don Crispín la ha visto, ya se habrá puesto el cilicio en el muslo izquierdo, que le duele más que en el derecho, porque, para evitar los latigazos de un callo que le ha salido en el meñique del pie derecho, carga los andares con la zocata, y el cilicio le hiere de atipa.

Me ha contado que en Londres hay una tienda de objetos dolorosos con unos cilicios irlandeses que molestan lo justito, y le voy a encargar una docena de ellos.

—¿Quieres algo, mi amor?

—Que te vistas.

—Pensaba tomar el sol hasta la hora de la comida.

—¿Y por qué lo tomas sin lo de arriba?

—Ya sabes lo que me molestan las marcas.

—Y a mí que te vea en pelotas todo el mundo.

—Tomás no es «todo el mundo». Estás cambiando mucho, mi amor.

—Con los años me pesan más los cuernos.

—Pues aféitatelos.

—Te noto altanera.

—Lo estoy. Si he tomado el sol desnuda con tu madre en casa, lo voy a seguir tomando con tu madre en el Purgatorio, te guste o no te guste.

—Se acerca la Feria.

—Y ahí hay que estar guapa.

—Lo eres de nacimiento.

—Pero me gusta mejorarme.

—¿Sinceridad?

—Total.

—¿Alguien a la vista?

—Alguien.

No hay manera de luchar con ella. ¡Alguien, alguien! Tengo que averiguar de quién se trata. No se puede andar de un lado a otro con el cornerío que me decora la frente. Y no es ése el mayor problema. Me han puesto en la Junta una multa de órdago por defraudar a la Seguridad Social. Y además he aparecido en la prensa como si fuera un monstruo. El titular del periódico me ha dejado sin respiración. «El marqués de Sotoancho vendimia con enanos.»

—¿Has leído el periódico, mi amor?

—Sí. Y he visto que sale lo de los enanos.

—Con muy mala idea. Yo lo hice por caridad.

—Pero lo que dicen de la Seguridad Social es cierto.

—Ahí me engañó Alcoceba, el administrador. Me dijo que los había dado de alta a todos. Me lo voy a cargar.

—Tú nunca has despedido a nadie. Eso es lo que te distingue del resto de la humanidad. Sanciónalo, pero no lo despidas.

—Lo pensaré. Si no lo despido como se merece, a cambio me dices quién es ese «alguien».

—Alguien, mi amor. Lo sabrás. Yo no te oculto nada.

—¿Y vas a por todas, mi vida?

—A por todísimas. Así te quiero más.

Desfallecimiento. Se acumulan los problemas. La noticia del periódico no es del todo una mentira. Es verdad que en la pasada vendimia contraté a un grupo de enanos. La idea no fue mía. Me la proporcionó un estupendo médico que conocí en Valencia, durante una regata de la Copa América, a la que fuimos porque a Marsa los barcos le encantan. En pleno mareo, se acercó un señor muy amable para atenderme, y lo hizo con tanta efectividad que le invité a tomar una copa en el hotel por la tarde. Un tipo formidable, divertido, con un gran sentido del humor. Es dentista, pero no me dolía ninguna muela, y por ahí todo fue bien.

Me habló de una viña que tiene en Requena. Y que el pasado año, para hacerse el sencillo y solidario, como se dice ahora, se sumó a la cuadrilla de vendimiadores que había contratado. Con sus conocimientos científicos y médicos, reparó en una realidad incuestionable. Para vendimiar hay que permanecer curvado durante horas, y el dolor de espalda se hace insoportable. Él mismo no pudo levantarse de la cama al día siguiente de su experimento. Me hizo ver que era mucho más justo, social y caritativo contratar a un grupo de enanos, los cuales, por su altura, no precisan del escorzo permanente para aligerar de racimos los viñedos. La idea se me antojó estupenda, y la consulté con don Crispín, que me animó a llevarla a cabo. Hablé con Alcoceba.

—Alcoceba, para septiembre, contrate sólo a enanos.

—¿Enanos?

—Lo que usted ha oído. No sufren vendimiando.

—Lo intentaré. Pero no hay muchos.

—Todo se encuentra si se busca con ahínco, Alcoceba. Eso es lo que le falta a usted. Ahínco.

—Haré lo posible, señor marqués.

 

El hecho es que consiguió treinta enanos, que aceptaron encantados el trabajo. Muy bien pagados y con todas las comodidades a su disposición. Pero los administradores, además de robar a su amo, tienen la obsesión de defraudar a la Hacienda Pública. Y Alcoceba, de los treinta enanos, sólo dio de alta a la Seguridad Social a quince. Según él, que, de llegar un inspector de Trabajo de la Junta o del Gobierno, los enanos se esconden mejor detrás de los viñedos que los que no lo son. Y alguien dio el chivatazo. Y cuando se hallaban en plena faena llegaron dos inspectores y descubrieron el tomate. No les dio tiempo de esconderse a los ilegales, y me han multado de manera desconsiderada. Para colmo, si no se explican bien las cosas, resulta muy sencillo envenenarlas con demagogia, y eso de que un marqués latifundista contrate enanos para la vendimia, bien aprovechado por un periodista forajido, suena fatal.

Anteayer, al salir del Aero, una señora me gritó «¡Enanicida!», y se armó un barullo muy desagradable. Llegué al Alfonso XIII con una debilidad de muslos que apenas me permitía sostenerme. No soy persona que se deje avasallar, pero tampoco me gusta ser el centro de atención de la masa callejera, tan dada al linchamiento por el menor motivo. Mi gente del Alfonso, como siempre amabilísima, me atendió y después del susto pasé a la euforia. Ventajas del alcoholismo.

Tengo la casa vuelta del revés. Los niños no se separan de Elena. Quiero llevarlos —ya tienen cuatro años— a un internado en Inglaterra, para que hablen en el futuro como si hubieran nacido en Londres. Elena se resiste. Es duro, pero ellos no van a tener las ventajas de las que he disfrutado yo, y me lo agradecerán.

Decía que tengo la casa vuelta del revés. Bueno, una parte. He decidido convertir los aposentos de Mamá en un precioso salón con billar. Mucha madera, luces bajas y una mesa de billar de tronío. Mamá, la verdad, no tenía excesivas pertenencias. Su librería alberga un centenar de libros de santos sacrificados por los romanos. Le encantaba aquella época, y mantenía que aquellos santos devorados por los leones son los únicos de verdad. Los solideos papales se los he mandado a las monjitas, las Beatrices Calzadas, y están como locas con el regalo. El presupuesto de conversión de la zona de Mamá en sala de billar es altísimo, pero me sobra el dinero. No me afecta la crisis. Siento reconocerlo, pero es así.

Ingresa Tomás en mi despacho. Algo trae.

—Señor, en la librería de su madre, escondidos detrás de los libros, han aparecido estos cuadernos.

Siete cuadernos de hule negro, muy de la guerra y posguerra.

—Serán cuentas y apuntes sin importancia.

—No, señor marqués. He leído algún párrafo, y se trata de un documento manuscrito de valor excepcional. El diario de la señora marquesa viuda, que Santa Gloria Haya.

—¿Diario?

—Desde que usted nació hasta la Expo de Sevilla.

—¿Y se le entiende la letra?

—Perfectamente. Es un poco picuda, muy del Sagrado Corazón y la Asunción, pero se lee muy bien y hay ingenio. Oiga lo que dice de usted cuando se lo presentaron recién nacido: «Al verlo, tan horroroso, tan blanco y tan escurrido, me he puesto a llorar.»

—¿Cuando me vio por primera vez?

—Correcto.

—Tomás, me repatea que hayas retomado esa costumbre de asentir de ese modo. Se responde «sí», no «correcto».

—Haré lo posible por liberarme de ella.

—¿Alguien más ha visto los cuadernos?

—María, la doncella de la señora marquesa viuda, es decir, de la escritora.

—Que no comente nada a nadie, Tomás. Sigilo y máximo secreto. Tu silencio, como tu mirada, está obligado a ser otro templo del respeto.

—Lo será.

—Y a María le dices que, si mueve la húmeda, la despellejo.

—Correcto.

—Ahora sí, Tomás. Aquí el «correcto» pega divinamente.

Me crecen los enanos, y nunca mejor dicho. Lo último que esperaba de Mamá es su afición a escribir. Leo su primer apunte. He nacido.

 

12 de febrero de 1938

Se ha establecido el nuevo Escudo Nacional. Me enloquece el Águila de San Juan. El general Queipo de Llano ha llamado a mi marido para interesarse por mi estado. El parto, rápido y sin excesivos dolores, como si estuviera dando a luz a una angula. Me lo ha presentado la comadrona, y al verlo, tan horroroso, tan blanco y tan escurrido, me he puesto a llorar. De acuerdo con mi marido, hemos elegido para él los nombres de Cristian Ildefonso Laus Deo María de la Regla. No tengo ilusión alguna. Para mí, que este niño no llega a los tres meses.

Durísimo párrafo si el que lo lee es un huérfano y quien lo ha escrito es su madre. Siempre creí que mi llegada a este mundo supuso para Mamá la mayor alegría de su vida. Me dio un plazo de tres meses de vida. Pues nada, ea, nada de eso, Mamá, estés donde estés.

Setenta años he cumplido y todavía se me encabrita el bálano. Que te zurzan los guardas del Purgatorio.

El segundo apunte tiene de fecha el 16 de mayo. Tres meses cumplidos.

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