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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El dragón en la espada (29 page)

BOOK: El dragón en la espada
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Salí poco a poco de las columnas en compañía de mis amigos, y desembocamos en un claro de montículos herbosos, cubiertos de margaritas y ranúnculos. El bosque se componía en su mayor parte de robles jóvenes de tronco grueso. Un riachuelo plateado atravesaba el calvero, y su música se sumaba a la de las aves de exótico plumaje que volaban en el pacífico cielo o se posaban en las ramas cercanas.

Paseamos la vista a nuestro alrededor, sintiéndonos como niños maravillados. Una sonrisa se insinuó en el rostro de Alisaard. Me contenté con aspirar el dulce perfume de las flores y la hierba.

Nos sentamos junto al riachuelo e intercambiamos una sonrisa de complicidad. Era la materialización de nuestros sueños más inocentes.

—¡Caramba, amigos míos! —exclamó Von Bek, embelesado—. ¡Esto no es el Infierno, sino el Paraíso en estado puro!

Yo empezaba a sospechar. Cuando miré hacia atrás, comprobé que los pilares sanguinolentos habían desaparecido. Contemplé un paisaje muy parecido al nuestro. Volví sobre mis pasos, buscando el portal. Mis sospechas aumentaron. Había algo extraño en la atmósfera de aquel lugar, algo anormal. Guiado por un instinto extendí la mano. Tropezó con un muro duro y suave: ¡un muro que reflejaba como un espejo aquel paraíso, pero no así nuestras imágenes!

Llamé a mis amigos. Reían y charlaban, absortos en sus obsesiones íntimas. Me impacienté con ellos. Pensé que no era el momento más adecuado para que mis aliados se convirtieran en amantes.

—¡Lady Alisaard, Von Bek, id con cuidado!

—¿Qué pasa, hombre? —preguntó al fin el conde, irritado por mi interrupción.

—Este lugar no sólo es una ilusión —expliqué—, sino una ilusión que oculta algo mucho menos agradable. Venid a ver.

A regañadientes, corrieron cogidos de la mano hacia mí, hollando la suave e idílica hierba.

Me acerqué más al muro y creí distinguir al otro lado sombras borrosas, espantosos rostros que suplicaban o amenazaban, manos deformes extendidas hacia mí.

—Ésos son los auténticos habitantes del reino —dije.

Pero mis amigos no vieron nada.

—Su mente le muestra aquello que más teme —afirmó Von Bek—, y que es tan ilusorio como esto. Admito que este lugar es imposible, sin duda artificial. Sin embargo, resulta muy agradable. No todo el Caos se compondrá de terror y fealdad.

—De ninguna manera —corroboré—, y eso forma parte de su atracción. El Caos puede crear bellezas maravillosas de cualquier tipo, pero nada en él es una sola cosa, todo resulta ambiguo, un espejismo que disfraza otro espejismo. No hay auténtica simplicidad en el Caos, sólo apariencia de simplicidad. —Saqué la Actorios de mi bolsa y la sostuve en alto para que sus extraños y oscuros rayos se proyectaran en todas direcciones—. ¿Veis?

Dirigí la gema hacia el muro reflectante y, casi al instante, la ilusión se desvaneció, mostrando lo que se ocultaba detrás de la barrera.

Von Bek y Alisaard, los ojos abiertos de par en par, se demudaron y retrocedieron involuntariamente un paso.

Seres que no eran ni humanos ni animales arrastraban los pies entre cabañas inmundas que parecían hechas de pedernal fundido. Algunos apretaban sus rostros grotescos contra el muro, en actitudes de desesperada melancolía. Los otros se limitaban a deambular por el pueblo, realizando diferentes tareas. No había ni uno que no cojeara o tuviera algún miembro deforme.

—¿Cómo se llama esta raza? —murmuró Von Bek, horrorizado—. Me recuerda las pinturas medievales. ¿Quiénes son, Herr Daker?

—En un tiempo fueron humanos —dijo en voz baja Alisaard—, pero al entregar su lealtad al Caos, aceptaron la lógica de éste. El Caos no soporta la constancia. No cesa de fluctuar. Y lo que veis es el cambio que ha infligido a la humanidad. Esto es lo que Sharadim ofrece a los Seis Reinos. Bien, es posible que algunos disfruten de un poder enorme durante cierto tiempo, pero al final se convierten en esto.

—¡Pobres diablos! —murmuró Von Bek.

—Pobres diablos —dije— es una descripción bastante exacta de lo que son...

—¿Nos atacarían si el muro no se lo impidiera? —preguntó mi amigo.

—Sólo si nos considerasen más débiles que ellos. No son como los guerreros que manda Sharadim. Se pusieron al servicio del Caos porque pensaban obtener algún beneficio.

Alisaard se dio la vuelta. Respiró hondo y exhaló el aire de repente, como si se hubiera dado cuenta de que estaba emponzoñado.

—Esto es una locura —musitó—, una locura enorme. Nos dijeron que buscáramos el centro y que en él encontraríamos la espada, pero estamos en el Caos. Como nada es constante, no hay forma de saber en qué dirección hemos de viajar.

Von Bek la consoló. Retrocedí, viéndome obligado de nuevo a reprimir mis emociones, torturado por los celos.

—Podemos considerarnos afortunados, pues el archiduque Balarizaaf todavía no ha advertido nuestra presencia. Hay que apresurarse. Hemos de alejarnos de aquí lo máximo posible, internándonos en ese bosque.

—Pero si Balarizaaf es el soberano de este lugar, nos localizará en cuanto decida emprender la búsqueda —observó Alisaard.

—No necesariamente —negué—. Es casi omnipotente, pero no omnisciente. Tenemos una pequeña posibilidad de lograr nuestro objetivo antes de que salga en pos de nosotros.

—¡Eso es lo que yo llamo auténtico optimismo!

Von Bek me palmeó la espalda y rió, evitando mirar el borroso poblado. En cuanto empezamos a movemos, el reflejo se reprodujo.

—Opino que debemos andar con pies de plomo por ese bosque —comentó—, pero supongo que no nos queda otra elección. Es espeso, ¿eh? Se parece a los viejos bosques de las leyendas alemanas. Me pregunto si tendremos la suerte de encontrar un leñador que nos indique el camino y, tal vez, nos conceda tres deseos.

Alisaard sonrió, recobrando el ánimo. Enlazó su brazo con el del conde.

—Habláis de una forma muy extraña, conde Von Bek, pero vuestras insensateces poseen una música que me agrada.

Por mi parte, consideraba superficiales sus extravagancias.

Al entrar en el robledal tuve la sensación de que llevaba allí más de mil años. Vimos conejos y ardillas amparados en las frías y verdes sombras, y reinaba una tranquilidad maravillosa en el paraje. Aun así, sin necesidad de recurrir a mi Actorios, supe que era muy diferente de lo que parecía. Al fin y al cabo, eso constituía una de las escasas normas del Caos.

Apenas nos habíamos adentrado uno o dos metros en el bosque, cuando vi, de pie tras un haz polvoriento de luz solar, una alta silueta cubierta con una armadura de metal negro y amarillo.

Al principio, me tranquilizó saber que Sepiriz se hallaba con nosotros, pero luego pensé que tal vez se tratase de una ilusión. Me detuve. Mis amigos me imitaron.

—¿Eres tú, señor Caballero Negro y Amarillo? —pregunté, estrechando la Actorios en mi mano—. ¿Cómo has llegado al Caos? ¿O es que tú también le sirves?

El hombre se situó bajo la luz. Su brillante atavío parecía desprender un resplandor propio. Levantó la visera y vi las impresionantes facciones, negras como el ébano, que sólo podían pertenecer a Sepiriz, el siervo de la Balanza. Mis sospechas le divirtieron, pero no las descartó como improcedentes.

—Obras acertadamente poniendo todo en tela de juicio en este reino —dijo. Bostezó y se estiró dentro de su prisión metálica—. Perdóname, me dormí mientras te esperaba. Me alegro de que encontraras la entrada, y de que reunieras el coraje necesario para venir, pero todavía has de hacer un mayor acopio de valentía. Aquí, en el Reino Diabólico, padecerás horribles tormentos o salvarás a los Seis Reinos..., ¡y aún más! Sin embargo, el Caos guarda muchas armas en su arsenal, no todas ellas normales. En este momento, Sharadim prepara a su engendro para que acoja tu alma, Campeón. ¿Comprendes las implicaciones de tal hecho?

Adivinó que no era así.

Tras unos instantes de vacilación, prosiguió.

—El cadáver que ha reanimado podrá apoderarse de la Espada del Dragón..., siempre que posea tu materia vital, John Daker. Sharadim controla a su seudo Flamadin, que se convertirá en su instrumento. Así corre un riesgo mucho menor que si se apoderase de la hoja personalmente.

—¿Insinúas que trata de engañar a su aliado, el archiduque Balarizaaf, quien cree que ella le entregará la espada?

—No le importa cuál de vosotros se apodere de ella, mientras la utilicéis en su provecho. Te prefiere como aliado antes que como enemigo, Campeón. Será mejor que lo recuerdes. Y ten presente también que no se debe temer a la muerte en el Reino Diabólico. Ésta apenas existe aquí, pero ser inmortal es lo peor de todo. Tampoco has de olvidar que cuentas con aliados. Una liebre te guiará hasta una copa, que a su vez te conducirá a un caballo con cuernos, y éste hasta un muro. En el muro encontrarás la espada.

—¿Cómo es posible que existan esos aliados en un mundo dominado por la tiranía del Caos? —preguntó lady Alisaard.

Sepiriz la miró y le dedicó una sonrisa bondadosa.

—Incluso aquí hay seres cuya pureza e integridad son tan absolutas que nada de lo que les rodea puede corromperlos. Ocurre con frecuencia que los más capaces de oponerle resistencia eligen morar en el corazón del Caos. Es una paradoja que complace a los propios Señores del Caos, una ironía que divierte incluso a los más serios Señores de la Ley.

—¿Y el que poseáis esta pureza es la razón de que podáis ir y venir por las Marcas Diabólicas, lord Sepiriz? —preguntó Von Bek.

—Una pregunta muy precisa, conde Von Bek. No, mi tiempo en este reino es limitado. De no serlo, yo mismo me dedicaría a la búsqueda de la Espada del Dragón. —Volvió a sonreír—. Como emisario de la Balanza, gozo de mayor libertad de movimientos que los demás seres, pero esta libertad no carece de restricciones. Ha llegado el momento de irme. No quiero atraer a Balarizaaf hacia vosotros. ¡Todavía no!

—¿Encontrará Sharadim una forma de comunicar al Señor del Caos que nos hallamos en sus dominios? —pregunté.

—No se comunica con su aliado cuando le place —contestó Sepiriz—, pero podría decidirse a penetrar en las Marcas Diabólicas, y entonces os acecharía un peligro mayor.

—Por lo tanto, no es probable que encontremos aliados aquí —concluyó Von Bek.

—Únicamente a los Guerreros Olvidados, los que esperan en los Confines del Tiempo. Y podréis pedirles ayuda una vez nada más, si no os queda otro recurso. Esos guerreros sólo pueden combatir en un ciclo del multiverso. Cuando desenvainan sus espadas se producen consecuencias inevitables. Pero eso ya lo sabes, ¿verdad, señor Campeón?

—He oído a los Guerreros Olvidados —dije—. Me han hablado en sueños. Sin embargo, apenas recuerdo nada.

—¿Cómo podemos llamar a esos guerreros? —preguntó Von Bek.

—Haciendo añicos la Actorios —explicó Sepiriz.

—Eso es imposible, porque la piedra es virtualmente indestructible —clamó Alisaard, escandalizada—. ¡No nos vengáis con triquiñuelas, lord Sepiriz!

—Es posible romper la piedra, golpeándola con la Espada del Dragón. Es todo lo que sé.

Sepiriz se bajó la visera.

Von Bek lanzó una carcajada de desesperación.

—Está claro que nos encontramos en el Caos. ¡Menuda paradoja! Sólo podremos pedir ayuda a nuestros aliados cuando la espada esté en nuestro poder. ¡Cuando ya no la necesitemos!

—Tomaréis la decisión en el momento oportuno —repuso Sepiriz con voz hueca y distante, igual que si se estuviera desvaneciendo, aunque su armadura se veía tan sólida como siempre—. Recordad: vuestras armas más poderosas son el valor y la inteligencia. Atravesad este bosque a toda prisa. La Actorios os descubrirá un sendero. Seguidlo Como todos los senderos del Caos, conduce a un lugar llamado El Principio del Mundo...

La armadura empezó a desdibujarse, a difuminarse, mezclándose con las motas de polvo que bailaban en los rayos del sol.


Deprisa, deprisa El Caos gana terreno a cada hora que pasa, y con él, a multitud de almas que le juran fidelidad Vuestros mundos no tardarán en ser poco más que un recuerdo, a menos que encontréis la Espada del Dragón.

La armadura se desvaneció por completo. Del Caballero Negro y Amarillo sólo quedó el eco de un susurro, que enmudeció al cabo de un momento.

Cogí la Actorios y la sostuve ante mí, dándole vueltas en todas direcciones.

Luego, tranquilizado, me detuve. El débil fantasma tembloroso de un sendero se extendía ante nuestros pies, siquiera por unos pocos metros.

Habíamos encontrado el camino que conducía a la Espada del Dragón.

Libro tercero

Aquí, aquí, ven si lo deseas,

instruye o sé instruido

corre por el bosque cual savia de primavera,

gritando ¡luz yo te saludo!

Pero ten cuidado

La trampa puede estar en tu interior

sus caricias tienen precio

Aquí encontrarás a la luz invocada,

aquí el secreto nunca es ocultado

Los esbirros del monstruo podrán hacerte dudar

de cuanto en su giro no se incluya,

¿eres de la raza seca y estéril

que maldice lo que no comprende?

El odio sombra del grano,

gobierna aquí con sus sierras y garrotes

Te has perdido en Westermain

el buitre del sol se lanza sobre la tierra,

carroñero nocturno que ha encontrado su presa,

las copas rebosantes de veneno

gritan brindis a Aquel cuyos ojos están por todas partes;

las flores que cubren el suelo traicionero

gotean beleño y heléboro

La Belleza despojada de sus trenzas,

aúlla como si fuese la loca de la naturaleza

El horror se tambalea ladrando tras sus huellas,

avanzando sobre cascos y pezuñas

La flaca Sabiduría, perdido su porte de reina,

hace muecas y tropieza

La Alegoría golpea la mesa con su jarra,

la Impiedad da saltos y volteretas

Trasgo que bailas trasgo que vuelas

trasgo de la muchacha que se convertirá en demonio

¡Locura de las locuras! Gira con el trasgo de los abismos

dando vueltas a tu alrededor, gira con todos ellos

hasta llegar al manantial pestilente

que brota de Aquel cuyos ojos están por todas partes.

Multitudes incontables

entregadas a la maldad y ¡as perversiones

y
tú preguntas cuál es el nombre de este lugar,

cómo se llama esta sucia madriguera

donde mora la estirpe del ogro y se pudren los huesos:

y su grito te da la respuesta

Entra, si te atreves,

en estos bosques encantados

GEORGE MEREDITH

El bosque de Westermain

BOOK: El dragón en la espada
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