El dragón en la espada (3 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El dragón en la espada
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Estaba confundido, como si el Caballero Negro y Amarillo me hubiera aportado una forma de esperanza, poniendo punto final a mi locura. Después de todo, no me iba a suicidar, aunque tampoco me apetecía viajar en el Bajel Negro. En lugar de ello, me tendería en mi trineo marino mientras las garzas me conducían a donde se les antojara (tal vez de vuelta al Fiordo Escarlata, pues pronto llegarían al límite de sus fuerzas, o quizá se acomodarían junto a mí en el trineo antes de continuar su viaje al otro lado del océano; sabía que tarde o temprano emprenderían el regreso al hogar). Me habría gustado preguntarle su nombre al Caballero. A veces, los nombres reavivaban recuerdos, revelaban indicios sobre mi futuro, incidentes de mi pasado.

Me dormí y los sueños retornaron. Oí voces distantes y supe que eran los guerreros quienes cantaban; los Guerreros en los Confines del Tiempo.


¿Quiénes sois?
—inquirí.

Me estaba cansando de mis propias preguntas. Había demasiados misterios. Entonces, el cántico de los guerreros cambió de tono, hasta que capté un solo nombre:


¡SHARADIM! ¡SHARADIM!

La palabra carecía de significado para mí. Sabía que no era mi nombre. Nunca lo había sido. Ni lo sería. ¿Acaso era víctima de algún pavoroso error cósmico?


¡SHARADIM! ¡SHARADIM! ¡EL DRAGÓN ESTÁ EN LA ESPADA!
¡SHARADIM! ¡SHARADIM! ¡SHARADIM!
¡VEN, TE LO SUPLICAMOS! ¡SHARADIM! ¡SHARADIM! ¿HAY QUE LIBERAR AL DRAGÓN!


Pero yo no soy Sharadim
—dije en voz alta—.
No puedo ayudaros.


¡PRINCESA SHARADIM, NO NOS RECHACES!


Ni soy una princesa ni vuestra Sharadim. Es cierto que espero una llamada, pero vosotros necesitáis a otra persona...

Me pregunté si se trataría de otra pobre alma agobiada por la maldición que recaía sobre mí. ¿Habría muchas en mi misma situación?


¡UN DRAGÓN EN LIBERTAD EQUIVALE A UNA RAZA EN LIBERTAD! ¡NO PERMITAS QUE CONTINUEMOS EN EL EXILIO, SHARADIM! ESCUCHA, EL DRAGÓN RUGE EN LA ESPADA. TAMBIÉN QUIERE REUNIRSE CON SU REY. ¡DÉJANOS EN LIBERTAD A TODOS, SHARADIM! ¡DÉJANOS EN LIBERTAD! ¡SÓLO LOS DE TU LINAJE PUEDEN EMPUÑAR LA ESPADA Y HACER LO QUE SE DEBE!

La cantinela me resultaba familiar, pero sabía sin lugar a dudas que yo no era Sharadim. Como habría razonado John Daker, era como un sintonizador que recibiera mensajes por una onda equivocada. Y eso resultaba tanto más irónico cuanto que en aquel instante deseaba ser arrancado de mi cuerpo e introducido en otro, preferentemente en el de Erekosë, reunido con su Ermizhad.

Aun así, no podía deshacerme de ellos. El cántico aumentó de intensidad y creí ver figuras borrosas (figuras femeninas) formando un círculo en torno a mí. Sin embargo, yo seguía en el trineo. Pese a todo, el círculo continuó moviéndose lentamente a mi alrededor, primero en el sentido de las agujas del reloj, y después al revés. Concéntrico con éste, y más cerca de mí, otro círculo me rodeaba, compuesto de pálidas llamas que casi me cegaban.


¡No puedo ir! ¡No soy el que buscáis! ¡Debéis indagar en otra parte! Me necesitan en un lugar distinto...


¡LIBERA AL DRAGÓN! ¡LIBERA AL DRAGÓN!
¡SHARADIM! ¡SHARADIM! ¡LIBÉRALE, SHARADIM!


¡NO! ¡Es a mí a quien debéis liberar! ¡Por favor, creedme, seáis quienes seáis! ¡No soy el que buscáis! ¡Dejadme marchar! ¡Dejadme marchar!


¡SHARADIM! ¡SHARADIM! ¡LIBERA AL DRAGÓN!

Las voces parecían casi tan desesperadas como la mía, pero por más que gritaba no conseguía sofocar su clamor. Me sentí solidario con ellas. Me habría gustado hablarles y proporcionarles la escasa información de que disponía, pero mi voz continuaba ahogada.

Como consecuencia, creí recordar una conversación de otros tiempos. ¿Me habían hablado alguna vez de un dragón en una espada? ¿Fue una conversación con el Caballero Negro y Amarillo, o con Jermays el Encorvado? ¿Fue el capitán quien me habló de que había sido elegido para buscar la espada, y por eso decidí abandonar el barco? No me acordaba. Todos los sueños se mezclaban en mi cabeza, del mismo modo que mis anteriores encarnaciones; acudían a mi mente como pecios que ascendiesen a la superficie de un lago y volvieran a hundirse de la misma forma misteriosa.

Una voz gritó
¡ELRIC!,
otra
¡ASQUIOL!
Otro grupo llamaba a Corum. Unos cuantos querían a Hawkmoon, Rashono, Malan´ni. Les pedí a gritos que se callaran. Nadie llamaba a Erekosë. ¡Nadie me llamaba! Aun así, sabía que yo era todos ellos. Todos ellos y muchos, muchos más.

Pero no Sharadim.

Huí de aquellas voces. Supliqué que me dejaran en paz. Sólo deseaba a Ermizhad. Mis pies se hundieron un poco en la costra salina del océano. Pensé que, después de todo, me iba a ahogar, pues había abandonado el barco. El agua me llegaba hasta los muslos; yo sostenía la espada sobre mi cabeza. Ante mí, recortada su sombra oscura contra la bruma, se erguía un barco de gran envergadura con altos castillos a proa y popa, un grueso palo mayor provisto de una enorme vela, molduras minuciosamente talladas, una sólida proa curva y grandes timones en las dos cubiertas superiores.


¡Capitán! ¡Capitán!
—grité—.
¡Soy yo! ¡Erekosë regresa! ¡He venido para cumplir mi misión! ¡Haré lo que deseáis!


Bien, señor Campeón. Esperaba encontraros aquí. Subid a bordo, subid a bordo y sed bienvenido. De momento no llevamos más pasajeros. De todos modos, os espera una ingente tarea...

Supe que el capitán estaba hablando conmigo y que había dejado atrás para siempre el mundo de Rowernarc, el Hielo Austral y el Fiordo Escarlata. Pensarían que me había perdido en el océano, topándome con un ciervo marino o ahogándome. Sólo lamentaba la manera de despedirme de Bladrak Morningspear, que había sido un buen camarada.


¿Será largo mi viaje, capitán?

Subí por la escalerilla que habían descolgado y me di cuenta de que vestía únicamente una falda de piel suave, sandalias y un ancho tahalí sobre el pecho. Miré a los ojos del sonriente capitán, que extendió una mano musculosa y me ayudó a saltar por la borda. Iba ataviado con la misma sencillez de antes, incluyendo su chaquetón de piel de becerro.


No, señor Campeón. Creo que esta parte en concreto os resultará muy corta. Existe cierto problema entre la Ley y el Caos y las ambiciones del archiduque Balarizaaf, sea quien sea.


¿Ignoráis adonde nos dirigimos?

Le seguí a su pequeño camarote, situado bajo el alcázar, en el que nos esperaba la comida preparada para ambos. Olía muy bien. Me indicó con un gesto que tomara asiento frente a él.


Podría ser Maaschanheem
—dijo—.
¿Conocéis ese reino?


No.


Pues pronto os familiarizaréis con él. De todos modos, será mejor que no hable. A veces soy como una brújula errática. En cualquier caso, el lugar al que nos dirigimos es el menos importante de nuestros problemas. Comed, porque pronto volveréis a desembarcar. La comida os dará fuerzas para realizar vuestra tarea.

Nos pusimos a comer. Los platos eran abundantes y de calidad, y en cuanto al vino, me agradó sobremanera. Fuerte y con cuerpo, me inyectó resolución y energía.


¿Podéis contarme algo de Maaschanheem, capitán?


Es un mundo no muy apartado del que conocisteis como John Daker. Mucho más cercano, de hecho, que cualquiera al que hayáis viajado hasta el momento. La gente del mundo de Daker que entiende de estas cosas dice que es un reino de sus Marcas Intermedias, pues su mundo se cruza a menudo con él, aunque tan sólo ciertos adeptos pueden pasar de un lugar a otro. No obstante, esa Tierra no forma parte en verdad del sistema al que Maaschanheem pertenece. El sistema contiene seis reinos, y sus habitantes los llaman los Reinos de la Rueda.


¿Seis planetas?


No, señor Campeón. Seis reinos. Seis planos cósmicos que se mueven alrededor de un punto central, girando de forma independiente y oscilando sobre un eje; presentan diferentes facetas unos a otros en distintos puntos de su movimiento, mientras, al mismo tiempo, cada uno gira alrededor de un sol más conocido, como el que solíais ver en vuestro cielo. El cielo de John Daker. Todos los orbes del Millón de Esferas son aspectos de un solo planeta, que Daker llamaba la Tierra, al igual que vos sois un único aspecto de una infinidad de héroes. Algunos llaman a esto el multiverso, como ya sabéis. Esferas dentro de esferas, superficies deslizándose dentro de superficies, reinos dentro de reinos, que a veces se encuentran y forman portales entre sí, pero otras nunca coinciden. Por tanto, es difícil cruzar, a menos que naveguéis entre los reinos con un barco como el nuestro.


Pintáis un cuadro sombrío, señor capitán, para alguien que, como yo, busca un objeto en esta multiplicidad de existencias.


Deberíais estar alegre, Campeón. De no ser por esta variedad, no estaríais vivo. Si sólo existiera un aspecto de vuestra Tierra, un aspecto de vos, un aspecto de la Ley y otro del Caos, todo habría desaparecido casi al instante de ser creado. El Millón de Esferas ofrecen una infinidad de variedades y posibilidades.


¿Que la Ley quiere limitar?


Sí, o en las que el Caos no interfiere en absoluto. Por eso lucháis por la Balanza Cósmica, para mantener un verdadero equilibrio entre ambos y para que la humanidad desarrolle y explore todo su potencial. Vuestra responsabilidad es grande, señor Campeón, sea cual sea la personalidad que adoptéis.


¿Cuál será la próxima? ¿Puede que la de una mujer, una tal princesa Sharadim?

El capitán meneó la cabeza.


No lo creo. No tardaréis en saber vuestro nombre. Si salís triunfante de esta aventura, debéis prometerme que acudiréis cuando os venga a buscar. ¿Lo prometéis?


¿Por qué?


Porque sin duda os será de utilidad, creedme.


¿Y si no acudo?


No os puedo asegurar nada.


Entonces, no haré la promesa. Tengo el propósito de exigir respuestas más específicas a mis preguntas en este momento, señor capitán. Sólo puedo deciros que, muy probablemente, volveré a buscar vuestro barco.


¿Buscar? Sería más fácil encontrar Tanelorn sin ayuda.
—El capitán parecía divertido—.
A nosotros no se nos busca. Nosotros encontramos.
—Su rostro adquirió una expresión de franca preocupación y movió la cabeza de un lado a otro. Puso un educado pero brusco final a la conversación—.
Se ha hecho tarde. Debéis dormir y recuperar vuestras fuerzas.

Me guió hasta uno de los camarotes más grandes, en la popa del barco. Cabían más personas, pero sólo lo ocupé yo. Elegí una litera, me lavé con el agua que me habían proporcionado y me tendí en la cama. Reflexioné irónicamente en que bien podía estar durmiendo en un sueño, dentro de otro sueño, englobado a su vez en un tercero. ¿Cuántos planos de realidad percibía de ordinario, sin contar los que el capitán había mencionado?

Mientras me zambullía en la inconsciencia volví a oír el mismo cántico, las voces de las mismas mujeres, e intenté repetirles que trataban de invocar a la persona equivocada. Lo sabía sin lugar a dudas. El propio capitán me lo había confirmado.


¡No soy vuestra princesa Sharadim!


¡SHARADIM! ¡LIBERA AL DRAGÓN! ¡SHARADIM! ¡COGE LA ESPADA! ¡SHARADIM, EL DRAGÓN DUERME PRISIONERO EN EL ACERO FORJADO POR EL CAOS! ¡SHARADIM, REÚNETE CON NOSOTROS! PRINCESA SHARADIM, SÓLO TÚ PUEDES EMPUÑAR LA ESPADA. ¿VEN, PRINCESA SHARADIM! ¡TE ESPERAREMOS ALLÍ!


¡No soy Sharadim!

Las voces se desvanecieron poco a poco, y su canto fue reemplazado por otro.


Somos los exhaustos, los melancólicos, los cegados. Somos los Guerreros en los Confines del Tiempo. Estamos cansados, muy cansados. Estamos cansados de hacer el amor...

Distinguí fugazmente a los guerreros que aguardaban en el borde. Traté de hablar con ellos, pero ya habían desaparecido. Estaba gritando. Desperté y vi al capitán inclinado sobre mí.


John Daker, ha llegado la hora de que nos dejes de nuevo.

Afuera estaba oscuro y brumoso como siempre. La vela aparecía hinchada como el estómago de un niño hambriento. Después, de súbito, se desinfló y se agitó contra el mástil. Tuve la sensación de que el barco había echado el ancla.

El capitán señaló la barandilla y seguí su mirada. Percibí a otro hombre, un hombre idéntico al capitán, salvo que no podía ver. Me indicó con un gesto que bajara por la escalerilla y me reuniera con él en la barca. En aquel momento yo no llevaba falda ni espada. Estaba completamente desnudo.


Dejadme buscar ropas y un arma.

El capitán, a mi lado, denegó con la cabeza.


Todo lo que necesitas te está esperando, John Daker. Un cuerpo, un nombre, un arma... Recuerda una cosa: será mejor para ti que acudas cuando vengamos a buscarte.


Me inclino a pretender, al menos de momento, que poseo cierto dominio sobre mi destino—
le contesté.

Y mientras bajaba por la escalerilla y entraba en la chalupa, creí oír la suave risa del capitán. No se burlaba de mí. No era sardónica. Pero se erigía en comentario de mi afirmación final.

Salimos de la bruma y nos internamos en una fría aurora. Una luz gris iluminaba franjas de nubes grises. Grandes aves blancas sobrevolaban lo que aparentaba ser una vasta extensión pantanosa; de las centelleantes aguas grises surgían haces de cañas también grises. Cerca, sobre una elevación del terreno, se erguía una figura. Era como una estatua, de tan rígida e inmóvil. Sin embargo, adiviné al instante que no estaba hecha de piedra o de hierro. Supe que la figura era de carne. Sus rasgos resultaban visibles en parte...

No tardé en distinguir que su atavío era de piel oscura y ajustada, complementado con una gruesa capa, asimismo de piel, que colgaba de sus hombros y un sólido casco cónico sobre la cabeza. Parecía apoyarse en una lanza de mango largo que sujetaba en una mano, y llevaba otras armas cuyos detalles costaba más apreciar.

Al tiempo que nuestra chalupa se acercaba a la figura inmóvil, vi otra en la lejanía. Era un hombre vestido de una forma muy poco adecuada para el mundo por el que viajaba. Algo en su aspecto fatigado sugería que le estaban persiguiendo. Llevaba lo que parecían ser los restos de un traje del siglo xx. De tez curtida por la intemperie, sus ojos azul claro destacaban en un rostro estragado por algo más que el viento y el sol, y enmarcado por lacios cabellos rubios. No tendría más de treinta y cinco años. Parecía alto y corpulento, aunque un poco delgado. Cuando gesticuló en dirección a la estatua y gritó algo que no pude oír, tuve la sensación de que iba a desmayarse. Siguió avanzando penosamente, gracias a un evidente esfuerzo de voluntad, por los fríos marjales.

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