El Imperio Romano (16 page)

Read El Imperio Romano Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: El Imperio Romano
5.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

También la ciencia estaba decayendo. Sólo dos nombres merecen ser mencionados en relación con la época de los Antoninos. Uno de ellos era un astrónomo griego (o quizás egipcio), que vivió en Egipto durante los reinados de Adriano y Antonino, Claudius Ptolemaeus, más conocido en español sencillamente como Tolomeo. Comprendió la obra de los astrónomos griegos en un libro enciclopédico que sobrevivió en la Edad Media, cuando habían desaparecido las obras de los astrónomos anteriores en los cuales se basó. Fue el libro de consulta por excelencia de la astronomía durante quince siglos. Puesto que el cuadro del Universo que esbozaba Tolomeo colocaba a la Tierra en el centro, este modelo es llamado frecuentemente el «sistema tolemaico».

Un poco más joven que Tolomeo era Galeno, médico griego nacido en Asia Menor alrededor de 130. En 164 se estableció en Roma y fue, por un tiempo, médico de la corte de Marco Aurelio. Escribió voluminosos libros de medicina, y sus obras también sobrevivieron a través de la Edad Media, conservando toda su autoridad y su fuerza hasta tiempos modernos.

Las cargas del Imperio iban en aumento, mientras disminuía el número de hombros dispuestos a soportarlas. Con el tiempo, esas cargas iban a aplastar al Imperio.

Pero la fatiga también es relativa, y no todas las empresas se vieron afectadas por ella. En una época en que la importancia del otro mundo estaba creciendo en el espíritu de los hombres, las discusiones sobre la naturaleza de este mundo y su relación con el hombre se hicieron más intensas. En verdad, puede argüirse que una de las razones de la decadencia de la ciencia, el arte y la literatura fue el creciente interés de los mejores espíritus por un nuevo tipo de empresa intelectual: la teología.

No sólo disputaban sobre el dogma judíos y cristianos; no sólo trataban unos y otros de defender sus creencias contra los paganos, sino que entre los mismos cristianos surgieron diversas creencias rivales. (Cuando predominaba una particular variedad de creencia, se convertía en «ortodoxia» —que significa «pensamiento recto» en griego—, mientras que las otras eran «herejías», de una palabra griega que significar «elegir por uno mismo»).

En los dos primeros siglos de la era cristiana, por ejemplo, hubo una serie de grupos de cristianos confesos que adoptaron un sistema de pensamiento habitualmente rotulado con el nombre de «gnosticismo»; fue una de las más importantes de las primeras herejías. «Gnosticismo» proviene de una palabra griega que significa «conocimiento», pues los gnósticos sostenían que la salvación sólo podía alcanzarse mediante el conocimiento del sistema verdadero del mundo, conocimiento que se obtenía por revelación y por experiencia.

En realidad, el gnosticismo existía ya antes del cristianismo y contenía muchos elementos de la religión persa, particularmente en la creencia en un principio del bien y otro del mal, y en la continua guerra entre ambos. Con el advenimiento del cristianismo, muchos gnósticos absorbieron rápidamente algunos aspectos del cristianismo.

Algunos gnósticos cristianos pensaban que Dios era el principio del bien, pero consideraban a este Dios tan remoto que estaba más allá de la comprensión del hombre. Era el principio del mal el que realmente creó el mundo, y ese principio es el Jehová del Antiguo Testamento. Según esta línea de pensamiento Jesús, el hijo del Dios lejano, vino a la Tierra para rescatarla de Jehová. Como es natural, los gnósticos eran vigorosamente antisemitas.

Por otro lado, aquellos a quienes ahora consideramos como los cristianos ortodoxos aceptaban la autoridad divina del Antiguo Testamento y creían que Jehová es Dios. Se horrorizaban ante un sistema de pensamiento que hacía de Jehová el Diablo. Esta fue la primera (pero en modo alguno la última) de las luchas teológicas que enfrentaron a cristianos contra cristianos más fieramente aún de lo que los cristianos se enfrentaban contra los no cristianos.

Algunos maestros cristianos también pretendían tener revelaciones o conocimientos especiales y predicar el arrepentimiento y la santidad, como había hecho el mismo Cristo. Así, cierto Montano, que atrajo por primera vez la atención durante el reinado de Antonino Pío, se declaró especialmente inspirado por Dios para predicar el inminente fin del mundo y el segundo advenimiento de Cristo. Era otra versión del mesianismo. Los judíos habían esperado al advenimiento del Mesías de generación en generación, y cada tanto algunos maestros judíos predicaban que el advenimiento era inminente y algunos de quienes los escuchaban les creían. Después de que Jesús fuese aceptado como el Mesías por algunos judíos y por una cantidad creciente de no judíos, comenzaron nuevos períodos de espera del segundo advenimiento de Jesús, de generación en generación. Nuevamente, no faltó en cada generación alguno que predicase la inminencia del segundo advenimiento ni otros que lo creyesen. (La secta de los «Testigos de Jehová» es la representante contemporánea de quienes creen en la inminencia del segundo advenimiento.)

Montano creó la secta de los «montanistas», los cuales creían que, puesto que Jesús estaba a punto de volver, los hombres debían prepararse para ello, dejando de lado las cosas mundanas, evitando el pecado y viviendo en una rígida virtud. Montano predicó lo que hoy llamaríamos un modo de vida «puritano».

Así ocurrió que un número creciente de hombres dedicó sus energías a discutir sobre la naturaleza del otro mundo, y no el desarrollo de éste, y despreció cada vez más este mundo como algo que, en el mejor de los casos, no tenía valor, y, en el peor, era malo.

Cómodo

Pero no todo habría ido tan mal como fue sí Marco Aurelio hubiese seguido el precedente sentado por los cuatro emperadores anteriores y hubiese adoptado algún sucesor digno, probado tanto en el servicio civil como en el militar. Pero no lo hizo, y este mal servicio al Imperio anuló todo el bien que había hecho él y sus predecesores.

Marco Aurelio tenía, por desgracia, un hijo, y lo convirtió en su sucesor. En 177, hizo de él (que por entonces era un muchacho de dieciséis años) su co-emperador.

El peligro es que un hijo nacido en el trono casi con seguridad se echa a perder. Recibe demasiados halagos y demasiado poder, y confunde el accidente del nacimiento con las realizaciones de valor. Había sucedido con Calígula y Nerón, y ahora iba a ocurrir nuevamente.

El hijo de Marco Aurelio era Cómodo (Marcus Lucius Aelius Aurelius Commodus Antoninus), quien tenía diecinueve años cuando se convirtió en emperador.

Cómodo no era un guerrero. Hizo una rápida paz con los marcomanos y se dedicó a una vida de placer. Dejó las cargas del gobierno a sus funcionarios. Esto es peligroso, en cierto modo. La gente no es propensa a acusar al emperador mismo por los infortunios, pues se le enseña a reverenciar al emperador (o al rey o al presidente). Pero es fácil acusar a los «malvados favoritos» (o funcionarios o burócratas). Cómodo no tuvo el valor de defender a sus funcionarios, sino que los sacrificó a la multitud siempre que le pareció la salida más fácil.

Como la mayoría de los gobernantes débiles, temía ser asesinado, y pensaba que quienes más probablemente conspirarían contra él eran los senadores. Esto supuso el fin del largo período en el que los senadores actuaron en cooperación con los emperadores. Nuevamente se impuso un reinado del terror, en el que el informe sobre una palabra descuidada o la repentina sospecha irracional bastaban para dar lugar al exilio o la ejecución.

Por supuesto, el Senado no era ahora lo que había sido antaño, ni siquiera en la época de Augusto, para no hablar de los grandes días de la República. Ya no representaba a la antigua aristocracia romana. Gran parte de ella había sido barrida en las guerras civiles que precedieron al establecimiento del Imperio. Los miembros restantes de ella fueron muertos por Calígula, Nerón y Domiciano. Bajo los Antoninos, el Senado fue constituido por una nueva clase de funcionarios, y su prestigio decayó aún más a causa de ello.

Como Nerón, Cómodo parece haber sido monstruosamente vanidoso y llevado esta vanidad a extremos todavía más vergonzosos. Nerón al menos gozaba con fiestas del intelecto, con su poesía, su actuación escénica y su canto. Cómodo, al parecer, tenía el alma de un gladiador en el cuerpo de un emperador. Su placer era matar animales en el anfiteatro (desde una posición segura) y se cree que hasta intervino en combates de gladiadores. Si bien los romanos gozaban del brutal espectáculo que ofrecían hombres armados luchando hasta la muerte, pensaban que los combatientes ocupaban una posición social degradada. Por ello, que un emperador desempeñase el papel de un gladiador era vergonzoso.

Una vez más, la extravagancia imperial estaba vaciando el tesoro y una seria crisis económica asolaba el Imperio.

El fin de este nuevo Nerón fue precisamente el mismo que el del antiguo. Los más cercanos a él eran quienes más temían sus impulsos arbitrarios y ansiaban asegurar su propia vida eliminándolo. En 192 (945 A. U. C.), su amante, Marcia, y algunos funcionarios de la corte conspiraron contra él y lo hicieron estrangular por un luchador profesional; así, en cierto modo, murió como un gladiador. Como Nerón, tenía treinta y un años en el momento de su muerte.

Cómodo fue el último del linaje (por adopción y descendencia) de Nerva. Este linaje duró casi exactamente un siglo y dio siete emperadores a la historia romana, si contamos al co-emperador Lucio Vero.

5. El linaje de Severo
Septimio Severo

Antes de ese momento, dos dinastías importantes habían llegado a su fin, una con Nerón y otra con Domiciano. La primera vez, el Senado, cogido de improviso, tuvo que hacer frente a una breve guerra civil, con un final, afortunadamente, feliz. La segunda vez el Senado estaba preparado y las cosas salieron bien desde el principio.

El Senado trató ahora de seguir exactamente el segundo precedente. A Domiciano le siguió el anciano y respetado Nerva, y ahora dispusieron que Cómodo fuese seguido por el anciano y respetado Pertinax (Publius Helvius Pertinax).

Pertinax había nacido en un hogar humilde en 126, durante el reinado de Adriano. Ascendió laboriosamente en el servicio público hasta ser, en la época de la muerte de Cómodo, lo que hoy llamaríamos el alcalde de la ciudad de Roma.

Como Nerva, Pertinax se sintió demasiado viejo para asumir la pesada tarea de un emperador y se resistió. Pero la guardia pretoriana, que había sido convencida de que aceptase a Pertinax por su jefe (uno de los conspiradores contra Cómodo), insistió. Pertinax aceptó muy a su pesar.

Cuando Pertinax trató de restablecer la economía gubernamental después de los excesos de Cómodo, la guardia pretoriana rápidamente cambió de opinión. Precisamente fue esto lo que Galba trató de hacer después de Nerón, y el resultado ahora fue el mismo. La guardia pretoriana se rebeló, y cuando Pertinax se presentó ante ellos para calmarlos, lo mataron. Había reinado tres meses.

Luego siguieron sucesos que demostraron cuán bajo había caído Roma, hasta qué punto ejercían los soldados un gobierno total y cuán poco éstos (y, al parecer, nadie) se preocupaban por el bien abstracto del Imperio.

La guardia pretoriana puso el Imperio en subasta. Hoscamente conscientes de que Pertinax había tratado de reducir su paga, decidieron impedir que el próximo emperador hiciera lo mismo. Ofrecieron proclamar emperador a quienquiera que les pagase la suma más elevada.

Al oír esto, un rico senador, Marco Didio Juliano, decidió participar en la puja (quizá sólo como broma, al principio). Ganó al ofrecer el equivalente, en dinero moderno, de 1.250 dólares por hombre, e inmediatamente fue proclamado emperador.

Antes y después, se compraron y vendieron cargos, pero nunca un cargo tan alto y nunca tan abiertamente.

Pero Didio Juliano sólo compró su propia muerte, y a un precio muy caro. Después del asesinato de Nerón, las legiones convergieron sobre Roma, mientras cada general reclamaba el trono, y lo mismo sucedió ahora. Las legiones de Britania, de Siria y del Danubio se disputaron el premio.

El general del Danubio fue el más rápido. Se trataba de Lucio Septimio Severo. Como Trajano, era un provinciano: había nacido en África en 146. Quizá ni siquiera fuera de ascendencia italiana, pues aprendió latín relativamente tarde en su vida y siempre lo habló con acento africano.

Marchó hacia Roma apresuradamente y tan pronto como entró en Italia, en junio de 193, la guardia pretoriana se declaró de su parte (después de todo, tenía a su mando unas rudas legiones). El Senado se apresuró a hacer lo mismo, y el pobre tonto de Juliano fue ejecutado después de un reinado de dos meses. Mientras lo arrastraban al cadalso, gritaba: «Pero, ¿a quién he hecho daño?, ¿a quién he hecho daño?». A nadie, por supuesto, pero cuando alguien aspira a premios elevados debe estar dispuesto a correr grandes riesgos.

Severo, como emperador, tuvo que ajustar cuentas con los generales rivales. Una vez que se ha ofrecido la corona a un general y éste la ha aceptado, no hay modo de retroceder. Un candidato triunfante no puede permitir que otro derrotado permanezca vivo, pues una vez que el ansia de ser emperador se ha apoderado de un hombre, nunca se puede volver a confiar en él. Más aún, el candidato derrotado, sabiendo que nunca más se confiará en él, debe seguir luchando. Como resultado de esto, después del ascenso de Severo al trono, se produjo la primera guerra civil romana en doscientos años.

La guerra civil posterior a la muerte de Nerón sólo duró un año y la lucha no tuvo mucha importancia. Pero la guerra civil que siguió a la muerte de Cómodo duró cuatro años y en ella hubo grandes batallas. La
Pax Romana
fue seriamente quebrantada.

Severo marchó, primero, al Este, para combatir con Níger (Gaius Pescennius Niger Justus), jefe de las legiones de Siria. Níger era un viejo conocido de Severo y antaño ambos habían desempeñado juntos el consulado. Pero Níger era ahora el más popular de los generales rivales, y su posición en el Este le permitía ocupar Egipto y apoderarse del granero romano. Severo tenía que impedirlo, y una vieja amistad no lo haría desistir.

La popularidad de Níger fue su perdición, pues las provincias orientales se declararon a su favor y no se sintió urgido a hacer nada. Permaneció en Siria en una falsa seguridad y dejó que el enérgico Severo fuese hacia él. Severo lo hizo y ganó varias batallas en Asia Menor. Níger fue capturado en 194, mientras trataba de huir a Partia, y fue ejecutado en el acto.

Other books

Jim Morgan and the King of Thieves by James Matlack Raney
The Leading Indicators by Gregg Easterbrook
Everybody Scream! by Jeffrey Thomas
Miami Jackson Gets It Straight by Patricia McKissack
Masquerade of Lies by Wendy Hinbest
Five Bells by Gail Jones