Read El juego de los Vor Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (19 page)

BOOK: El juego de los Vor
8.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Diablos, ¿qué muerte? ¿Qué tenía él que ver con los Dendarii o con los oseranos, después de todo? Oser tenía razón, él los había engañado, y lo único extraño era que hubiese tardado tanto en descubrirlo. Miles no veía ningún motivo para volver a complicarse con los Dendarii. En realidad, bien podía evitarse esa peligrosa vergüenza política. Que Oser se quedase con ellos, ya que de todos modos habían sido suyos desde un principio.

Tengo tres personas que me han jurado lealtad en esa flota. Mi propio partido político
.

Qué
fácil
había sido volver a interpretar el papel de Naismith…

De todos modos, poner en escena a Naismith no era decisión de Miles. Era del capitán Ungari.

Ungari fue el primero en señalarlo cuando regresó, y Overholt lo puso al tanto de lo ocurrido. Como era un hombre controlado, su furia sólo se notó por señales sutiles: un endurecimiento de la voz, líneas más tensas alrededor de los ojos y la boca.

—Ha violado nuestra pantalla. Eso es algo que
nunca
debe hacer. Es la primera regla de supervivencia en este negocio,

—Señor, con todo respeto, permítame decirle que yo no me delaté —respondió Miles con calma—. Fue Chodak. Él también pareció comprenderlo, no es estúpido. Se disculpó lo mejor que pudo. —Chodak podía ser más sutil de lo que parecía a simple vista, ya que en ese momento estaba bien con ambas partes en la escisión producida en el comando Dendarii, y una de las dos acabaría venciendo. ¿Era algo calculado o casual? Chodak podía ser astuto o afortunado, pero en todo caso sería una persona muy útil para el bando de Miles…

¿Qué bando, eh? Ungari no me permitirá acercarme a los Dendarii después de esto
.

Ungari frunció el ceño ante la pantalla de vídeo, donde acababa de rebobinar la grabación de la entrevista entre Miles y el mercenario.

—Cada vez estoy más convencido de que puede resultar demasiado peligroso representar a Naismith. Si el pequeño golpe palaciego de ese Oser tiene algún parecido con lo que este sujeto dice, la fantasía de Illyan sobre que usted no tiene más que ordenarles a los Dendarii que se vayan, me resulta absurda. Ya me parecía que sonaba demasiado sencillo. —Ungari caminó por el comedor, golpeándose la palma izquierda con el puño derecho—, Bueno, es posible que Victor Rotha todavía nos sirva de algo. Por más que me gustaría confinarlo en sus habitaciones…

Qué extraño, ¿cuántos de sus superiores habían dicho lo mismo?

—… Liga quiere volver a ver a Rotha esta tarde. Tal vez para hacer un pedido sobre nuestra carga ficticia. Quiero que lo haga a un lado y llegue al siguiente nivel de su organización. Su jefe, o el Jefe de su jefe.

—¿Quién cree que le paga a Liga?

Ungari dejó de caminar y le enseñó las palmas de las manos.

—¿Los cetagandanos? ¿Los del Conjunto de Jackson? ¿Algún otro? Seguridad Imperial está trabajando duro por aquí. Pero si se probara que la organización criminal de Liga es una marioneta de Cetaganda, podría valer la pena enviar a un agente que se infiltrase en sus filas. ¡Así que averígüelo! Sugiera que guarda más cosas atractivas en su bolso. Acepte sobornos. Llegue hasta ellos y descubra lo que necesitamos saber. Yo casi he terminado aquí, e Illyan está muy interesado en saber cuándo la Estación Aslund se encontrará en condiciones de operar como base defensiva.

Miles hizo sonar la campanilla de la habitación del hotel. Su mentón se alzó en un tic nervioso. Se aclaró la garganta y enderezó los hombros.

Overholt observaba el corredor vacío de arriba abajo.

La puerta se abrió con un susurro. Miles parpadeó sorprendido.

—Ah, señor Rotha. —La voz suave pertenecía a la rubia que había visto en la plaza esa mañana. Ahora llevaba un atuendo de seda roja ceñido a la piel, con pronunciado escote, una gola rojo brillante que se elevaba sobre su nuca enmarcando su cabeza escultural, y botas de gamuza roja con tacones altos. La mujer le obsequió con una sonrisa de alto voltaje.

—Lo siento —dijo Miles automáticamente—. Debo haberme equivocado de puerta.

—De ningún modo. —Una mano delgada lo invitó a pasar—, Llega Justo a tiempo.

—Tenía una cita con el señor Liga.

—Así es, y yo me he hecho cargo de la cita. Por favor, entre. Mi nombre es Livia Nu.

Bueno, ella no tenía posibilidad de ocultar ningún arma en su ropa. Miles entró y no se sorprendió al ver al guardaespaldas en un rincón de la habitación. El hombre saludó con un movimiento de cabeza a Overholt, quien a su vez le respondió del mismo modo, los dos tan cautelosos como gatos. ¿Y dónde estaba el tercer hombre? No allí, evidentemente. Ella se acomodó en un sofá relleno con líquido.

—¿Es usted, eh… la supervisora del señor Liga? —preguntó Miles. No, Liga le había dicho que no sabía quién era ella. La mujer vaciló unos segundos.

—En cierto sentido, sí.

Uno de los dos estaba mintiendo…, o tal vez no —Si ella tenía un alto cargo en la organización de Liga, él no la hubiera identificado ante él. Maldición.

—Pero puede considerarme una agente comercial. Dios. En Pol Seis no faltaban los espías, por cierto.

—¿Para quién?

—¡Ah! —Ella sonrió—. Una de las ventajas de tratar con pequeños proveedores es su política de no formular preguntas. Una de las
pocas
ventajas.

—«No se formulan preguntas» es el lema de la Casa Fell, según creo. Ellos tienen la ventaja de contar con una base fija y segura. Yo he aprendido a ser cauteloso cuando vendo armas a personas que podrían dispararme a mí en un futuro cercano.

Sus ojos azules se abrieron de par en par.

—¿Quién querría dispararle a usted?

—Sujetos mal aconsejados —replicó Miles. Por Dios. Aquella conversación estaba escapando de su control. Intercambió una mirada de desesperación con Overholt, quien era observado atentamente por su contraparte.

—Debemos hablar. —Ella dio unos golpecitos a su lado en el sillón—. Siéntese, Victor. Ah… —agregó, volviéndose hacia su guardaespaldas—, ¿por qué no aguarda fuera?

Miles se sentó en el borde del sofá y trató de adivinar la edad de la mujer. Su tez era tersa y blanca. Sólo la piel de sus párpados era blanda y algo arrugada. Miles recordó las órdenes de Ungari:
Acepte sobornos, llegue hasta ellos

—Tal vez usted también deba esperar fuera —le dijo a Overholt.

Overholt pareció vacilar, pero era evidente que entre los dos prefería vigilar a ese fornido hombre armado. Asintió con la cabeza y siguió fuera al sujeto.

Miles sonrió tratando de parecer amigable. Ella se veía muy seductora. Miles se reclinó con cautela entre los cojines y trató de verse dispuesto a ser seducido. Un verdadero encuentro romántico entre espías, de esos que, según Ungari, nunca se producían. Tal vez nunca le ocurrían a Ungari, ¿eh?

Vaya, qué dientes tan afilados tiene, señorita
.

La mujer introdujo la mano entre los senos y extrajo un diminuto disco de vídeo muy familiar. Entonces se inclinó para insertarlo en el reproductor de vídeo que se hallaba frente a ellos en la mesita baja. Miles necesitó unos momentos para desviar su atención hacia la imagen. Allí estaba otra vez el pequeño soldado resplandeciente con sus estilizados movimientos. Aja. Así que era la supervisora de Liga. Muy bien, ahora sí que estaba llegando a alguna parte.

—Esto es realmente notable, Victor. ¿Cómo lo consiguió?

—Un afortunado accidente.

—¿Cuántos puede suministrar?

—Una cantidad estrictamente limitada. Digamos unos cincuenta. No soy un fabricante. ¿Liga le mencionó el precio?

—Me pareció alto.

—Si logra encontrar otro proveedor que se los ofrezca por menos, estaré encantado de igualar su precio y descontarle un diez por ciento. —Miles logró hacer una pequeña reverencia estando sentado.

Ella emitió un sonido risueño.

—La cantidad ofrecida es demasiado escasa.

—Incluso así, usted podría obtener ganancias de diversas maneras si se apresura. Por ejemplo, podría vender el modelo a gobiernos que se muestren interesados. Yo me propongo obtener mi parte en esas ganancias, antes de que el mercado esté saturado y el precio más bajo. Usted podría hacer lo mismo.

—¿Y por qué no se los vende directamente a esos gobiernos?

—¿Qué la lleva a pensar que no lo he hecho? —Miles sonrió—. Pero… considere mis rutas en esta zona. He pasado por Barrayar y por Pol para llegar hasta aquí. Deberé salir por el Conjunto Jackson o por el Imperio de Cetaganda. Desgraciadamente, en ambos casos corro grandes riesgos de perder mi carga sin obtener compensación alguna. —En cuanto a eso, ¿de dónde había sacado Barrayar el modelo del traje protector? ¿Existía un verdadero Victor Rotha, y en ese caso dónde estaba ahora? ¿Dónde había obtenido Illyan la nave?

—¿Entonces los trae con usted?

—Yo no he dicho eso.

—Mm… —Ella sonrió—. ¿Puede entregar uno esta noche?

—¿De qué tamaño?

—Pequeño. —Deslizó un dedo por su cuerpo, desde el pecho hasta los muslos, para indicar cuan pequeño lo quería. Miles suspiró con pesar.

—Por desgracia, dispongo de tallas medianas y grandes para soldados de combate. Su reforma requiere complicados recursos técnicos, los cuales todavía están siendo ensayados para mí.

—Cuánta atención de parte del fabricante.

—Estoy completamente de acuerdo, ciudadana Nu.

Ella lo miró con más atención. ¿Su sonrisa se había tornado algo más franca?

—De todos modos, prefiero venderlos al por mayor. Si su organización no posee la capacidad financiera como para acceder a ello…

—Todavía podemos llegar a un acuerdo.

—Espero que sea pronto. Tendré que partir dentro de poco tiempo.

Ella murmuró con aire ausente:

—Tal vez no… —Entonces lo miró con el ceño fruncido—. ¿Cuál es su siguiente parada?

Ungari debía presentar un plan de vuelo de todos modos.

—Aslund.

—Mm… sí, debemos alcanzar alguna clase de acuerdo. Sin lugar a duda.

¿Esos destellos azules eran lo que la gente llamaba «ojos de alcoba»? El efecto era como un arrullo, casi hipnótico.

Al fin he encontrado a una mujer que es apenas más alta que yo, y ni siquiera sé de qué lado está
. Él menos que nadie debía confundir la baja estatura con debilidad o desamparo.

—¿Puedo conocer a su jefe?

—¿A quién? —Ella frunció el ceño.

—Al hombre que vi con ustedes esta mañana.

—¡Oh…! Así que ya lo ha visto.

—Arregle una cita con nosotros. Hagamos un negocio serio. Dólares betaneses, recuérdelo.

—El placer está antes que el negocio, sin duda. —Su aliento le rozó la oreja, un ligero velo aromático.

¿Ella trataba de ablandarlo? ¿Para qué? Ungari le había dicho que no se delatase. Seguramente la personalidad de Victor Rotha lo llevaría a obtener todo lo que pudiese. Más un diez por ciento.

—No tiene que hacer esto —logró decir con voz ahogada. El corazón le latía demasiado rápido.

—No
todo
lo que hago es por razones comerciales —susurró ella.

¿Por qué se molestaba en seducir a un deforme traficante de armas? ¿Qué placer encontraba en ello? ¿Qué podía obtener,
aparte
del placer?

Tal vez yo le guste
. Miles hizo una mueca, imaginando las explicaciones que debería presentarle a Ungari. La mujer le había rodeado el cuello con su brazo.

Sin proponérselo, él alzó la mano para acariciar sus cabellos suaves. Una sublime experiencia estética-táctil, tal como lo había imaginado…

Ella lo apretó con más fuerza. Por puro reflejo nervioso, Miles se levantó de un salto.

Y permaneció allí, sintiéndose como un idiota. Había sido una caricia, no el inicio de una estrangulación.

Ella se dejó caer contra el respaldo del sofá, y su brazo delgado permaneció extendido sobre los cojines.

—¡Victor! —Su voz sonaba risueña—. No iba a morderte el cuello.

Miles sentía el rostro acalorado.

—Debo irme ahora. —Se aclaró la garganta para que su voz recuperase el registro más grave y se inclinó para sacar el disco de la máquina. Ella movió la mano rápidamente para impedírselo, pero luego volvió a dejarse caer con languidez, fingiendo desinterés. Miles apretó el intercomunicador de la puerta.

Overholt estuvo allí de inmediato, ante la puerta corrediza. Miles experimentó un gran alivio. Si su guardaespaldas no hubiese estado allí, habría sido evidente que se trataba de una trampa. Y habría sido demasiado tarde, por supuesto.

—Tal vez después —balbuceó Miles—, Cuando haya recibido la entrega. Podríamos reunimos. —¿La entrega de una carga que no existía? ¿Qué estaba diciendo?

Ella sacudió la cabeza con incredulidad. Su risa lo siguió por el corredor. Sonaba algo irritada.

Miles despertó sobresaltado cuando se encendieron las luces de su cabina. Ungari se encontraba ante la puerta, completamente vestido. Detrás de él se encontraba el piloto. El hombre estaba medio dormido, en ropa interior, y parecía nervioso.

—Vístase después —le gruñó Ungari—. Salgamos de aquí y superemos el límite de los diez mil kilómetros. Lo ayudaré a establecer el curso en unos minutos. —Entonces agregó como para sí mismo—: En cuanto sepa adónde diablos nos dirigimos.
Muévase
.

El piloto se marchó rápidamente. Ungari se acercó a la cama de Miles.

—Vorkosigan, ¿qué diablos ocurrió en esa habitación de hotel?

Miles entrecerró los ojos para protegerse tanto de la luz como de Ungari, y contuvo el impulso de ocultarse bajo las mantas.

—¿Eh? —Tenía la boca seca.

—Acabo de recibir una advertencia, con apenas unos minutos de anticipación. Seguridad Civil de Pol Seis ha emitido una orden de arresto en contra de Victor Rotha.

—¡Pero yo jamás toqué a esa señora! —protestó Miles, aturdido.

—Liga fue encontrado muerto en esa habitación.

—¿Qué?

—El laboratorio de seguridad acaba de terminar sus exámenes… Ocurrió aproximadamente a la hora en que se encontraron. En que debían encontrarse. La orden de arresto será difundida por la red en pocos minutos, y quedaremos atrapados aquí.

—Pero yo ni siquiera vi a Liga. Estuve con su jefa, Livia Nu. De todos modos, si hubiese hecho algo semejante, ¡se lo habría informado de inmediato, señor!

—Gracias —dijo Ungari con frialdad—. Me alegra saberlo. —Su voz se tornó más dura—. Lo acusan a usted, por supuesto.

BOOK: El juego de los Vor
8.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

So I Tamed a Texan by Lowe, Kimberly
If Books Could Kill by Carlisle, Kate
Consumed by Crane, Julia
Kissing Arizona by Elizabeth Gunn
Holy Fire by Bruce Sterling
The Queen Bee of Bridgeton by DuBois, Leslie
Crushing Crystal by Evan Marshall