El libro de los portales (68 page)

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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: El libro de los portales
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—Me ha costado mucho moler el mineral y obtener la cantidad necesaria de pigmento, porque no tenía los instrumentos apropiados —les explicó—, pero por fin he conseguido un fluido estable en las proporciones adecuadas. ¡Nos vamos a casa!

Animados por aquella buena noticia, dejaron a Yiekele inmersa en su propio portal y siguieron a maese Belban hasta la caverna de los hongos, donde los aguardaban Tash y Rodak. El guardián, aunque seguía bastante pálido, tenía mejor aspecto. Tash también parecía más relajada.

Maese Belban había escogido una superficie más o menos lisa en una de las paredes de la cueva.

—¿Tenéis pinceles? —les preguntó a los estudiantes mientras se recogía el cabello blanco en una trenza.

Tabit se apresuró a buscar en su zurrón y sacó dos más, uno para Cali y otro para él.

—Bien —prosiguió maese Belban—. Vamos a dibujar un portal básico, ¿de acuerdo? Lo más sencillo será un polígono, de modo que inscribiremos un triángulo en el círculo y cada uno de nosotros pintará en su lado lo que le parezca… siempre que no sea nada demasiado recargado, claro; andamos un poco escasos de pintura por aquí.

—¿Así, sin diseño previo ni nada por el estilo? —se sorprendió Tabit.

—Eso he dicho. Esto no es un examen, estudiante Tabit; no se trata de que el portal quede bonito, sino de que funcione. Y, como no vamos a pintar un portal gemelo en otra parte, tampoco pasa nada si no registras el diseño final.

Tabit asintió.

—De acuerdo —dijo—. Empecemos, pues.

Maese Belban mojó su pincel en la pintura violeta y trazó una circunferencia en la pared con mano experta. Tabit observó con sorpresa que, pese a no haber utilizado compás, el portal era casi perfectamente redondo. Después, el anciano dibujó un triángulo en su interior. Tabit y Cali, con sus pinceles empapados de pintura violeta y sus cabellos ya trenzados, ocuparon la posición que les correspondía.

—¿Podrás pintar con ese brazo lesionado, estudiante Caliandra? —preguntó entonces maese Belban, frunciendo el ceño.

—Soy zurda, maese —respondió ella alegremente, alzando la mano izquierda, con la que sostenía el pincel.

Maese Belban movió la cabeza, sorprendido.

—Bien, bien… tienes una mano izquierda hábil, guardas bodarita azul en los bolsillos… ¿qué más sorpresas nos reservas? Eres una joya en bruto, estudiante Caliandra.

Cali miró de reojo a Tabit, temiendo que las palabras del profesor lo hubiesen molestado. Pero los ojos de él, cuando la miró, irradiaban tanta ternura que la joven se sintió conmovida.

Los tres trabajaron en el portal violeta, cada uno en su zona, durante buena parte de la jornada. Descansaron un momento para comer y contemplaron su obra. Los trazos de maese Belban eran espiralados, claros, firmes y seguros. Cali, por su parte, había desarrollado un entramado floral, delicado y complejo, de gran belleza estética y, aun así, llevaba pintada más superficie que Tabit, que estaba plasmando un diseño geométrico, sencillo, simétrico y metódico.

—Es el portal más estrafalario que he visto en mi vida —comentó Rodak—. Sin ánimo de ofender.

—¿Verdad que sí? —dijo maese Belban—. Y ahora, basta de setas, estudiantes: hay que volver al trabajo.

Apenas unas horas más tarde, el portal estaba acabado. Era estrafalario, tal y como había observado Rodak, porque cada parte seguía un patrón diferente. Sin embargo, el círculo estaba ahí, y también el triángulo inscrito en él era perfectamente reconocible.

Maese Belban se limpió las manos en su viejo hábito y abrió su libro de apuntes.

—Yo escribiré las coordenadas —anunció—. Que alguien me pase un medidor.

Tabit le tendió el que guardaba en su zurrón. Maese Belban tomó nota de las coordenadas y las escribió en la circunferencia interior del portal. Después dibujó, en un anillo más amplio, unos símbolos que los estudiantes reconocieron al instante: las coordenadas de la Academia, incluyendo el valor temporal del presente al que pertenecían.

Por último, maese Belban trazó una tercera circunferencia en torno al portal y fue copiando en ella, uno por uno, una serie de símbolos apuntados en una de las páginas de su libro.

Tabit lo contemplaba con interés.

—Siento curiosidad, maese Belban —dijo entonces—. ¿Cómo sabéis que esas coordenadas corresponden a nuestro mundo, y no a cualquier otro?

Él le dirigió una mirada penetrante y cerró el libro de golpe.

—Está todo aquí, muchacho —replicó, señalándolo con el dedo índice—, pero probablemente aún no estés preparado para comprenderlo.

Tabit iba a responder, pero en aquel momento Tash dio un salto y se alejó un par de pasos, observando con suspicacia a Yiekele, que se acercaba a ellos con paso tranquilo.

—Ah, amiga mía —sonrió maese Belban al verla—. ¿Te has tomado otro descanso?

Ella no dio muestras de haberlo entendido. Observaba el portal violeta con evidente interés.

—¿
Suki da nuni
? —preguntó. Naturalmente, nadie le respondió. Sonrió, divertida, y tocó la trenza de Cali, comparándola con la suya propia, de un color rojo encendido. Después abrió sus cuatro brazos, tratando de abarcar el portal, como si así pudiera calcular su tamaño. Dejó tres de los brazos extendidos, pero acercó la cuarta mano a la pared de roca para rozar uno de los trazos con la yema del dedo.

—¡
Tane-tane bu
! —exclamó, encantada, al descubrir que se le había manchado de pintura violeta.

Se sentó, recogiendo su larga cola en torno a sus piernas, junto aTash y Rodak, como una espectadora más. Tash se apartó de ella, pero se tomó la molestia de hacerlo con cierta discreción.

—Quiere ver cómo pintamos el portal —susurró Cali, todavía impresionada por la presencia de Yiekele.

—Me parece justo —opinó Tabit—. Nosotros hemos pasado horas enteras viéndola trabajar en el suyo.

—Bien; entonces, no vamos a decepcionarla, ¿verdad? —gruñó maese Belban.

Completó el tercer círculo de coordenadas y, cuando la última voluta enlazó con la primera espiral, súbitamente el portal se activó.

Tabit lanzó una exclamación de alegría. Cali batió palmas. Rodak sonrió, y Tash se limitó a observar el resplandor violeta con desconfianza, aunque con un cierto brillo de esperanza latiendo en sus ojos verdes.

Yiekele, por el contrario, contemplaba el portal, fascinada. Se puso en pie y, con pasos ágiles y elegantes, avanzó hacia el círculo de luz.

Su gesto los cogió a todos por sorpresa. Solo Cali reaccionó al comprender lo que se proponía.

—¡Yiekele, no! —la llamó—. ¡Espera!

Trató de detenerla, pero era demasiado tarde. Yiekele se agachó al atravesar el portal, y el resplandor violeta se la tragó.

—¿Qué…? ¿Por qué…? —balbuceó Tabit, desconcertado.

Maese Belban sacudió la cabeza.

—Ella piensa de manera diferente a nosotros, muchacho —respondió—. Pero no nos ha dejado alternativa: hay que seguirla antes de que el portal se cierre.

—¿Y eso por qué? —quiso saber Tash.

Cali ya había cruzado al otro lado, decidida, y Tabit se disponía a ir tras ella.

—Porque, si he acertado con las coordenadas y este portal nos lleva de vuelta a casa, se formará un gran revuelo cuando la gente la vea pasearse por la Academia —explicó maese Belban.

—¿Y si no?

Tabit atravesó el portal. El profesor se encogió de hombros.

—No lo sabremos hasta que no estemos al otro lado, picapiedras —dijo—. Y te recomiendo que, a no ser que pretendas pasarte el resto de tu vida comiendo setas, no tardes mucho en decidirte, porque los portales no replicados permanecen activos solo por tiempo limitado —añadió, antes de que su figura se difuminara también en medio de una luz de color violeta.

—Lo que ha querido decir —tradujo Rodak, levantándose con esfuerzo— es que este portal solo está pintado aquí y no al otro lado, así que no tardará en cerrarse. ¿Quieres quedarte atrapada en este lugar? —le preguntó a Tash.

Ella negó con la cabeza. Rodak le tendió la mano, y ambos respiraron hondo y cruzaron el portal.

A sus espaldas, en el exterior de la cueva, se desató una nueva perturbación, pero ellos ya no estaban allí para apreciarla.

Caliandra emergió del portal. Miró a su alrededor, desorientada, y respiró, aliviada, al reconocer el estudio de maese Belban en la Academia. La pared frente a ella exhibía los dos portales azules inactivos. En medio de la estancia se encontraba Yiekele, observándolo todo con fascinada curiosidad.

Tabit casi tropezó con Cali al salir del portal.

—Apartémonos de aquí —sugirió la joven, y dejaron sitio frente al fantasmal resplandor violeta de la pared.

Inmediatamente después aparecieron maese Belban, Tash y Rodak. Los cinco humanos contemplaron en silencio cómo se desvanecía la huella luminosa del portal hasta desaparecer por completo.

Tash exhaló un profundo suspiro de alivio.

—Por fin —comentó—. Qué pesadilla. Me alegro de que hayamos escapado de ese sitio tan raro; me ponía los pelos de punta.

—Pero ¿y Yiekele? —preguntó Cali, volviéndose hacia ella—. ¿Qué va a hacer? Ha dejado su portal a medias en la caverna…

Yiekele no parecía en absoluto preocupada por ello. Se limitaba a mirar a su alrededor con interés. Los dedos de sus cuatro manos tocaban los objetos de la alacena como si jamás hubiese visto nada similar.

—Sospecho que ella podrá regresar a su mundo cuando quiera y desde donde quiera —suspiró maese Belban—. No necesita nada más que entrar en trance y que la dejen pintar su portal en paz. Lo único que me intriga es por qué se molestaría en dibujar ese portal gigantesco cuando podría haber hecho uno más sencillo en mucho menos tiempo. Pero quizá nunca lo sabremos.

—¿Y qué hacemos ahora con ella? —preguntó Tabit, preocupado—. ¿Se la presentamos a los maeses del Consejo, sin más?

—Estarían encantados —gruñó maese Belban—. Pero sigo sin fiarme un pelo de ellos. No me trago que un simple estudiante haya podido montar toda esa trama él solo, por listo que sea.

—¿Podéis hablar de todo esto más tarde? —los apremió Tash—. Rodak aún necesita que lo vea un médico de verdad.

—Vamos a la enfermería —resolvió Cali—. Rodak es un guardián; supongo que podrán atenderlo allí porque, en cierto modo, forma parte de la Academia.

—¡Por fin! —exclamó Tash con sorna.

—Marchaos —los invitó maese Belban—. Yo me encargaré de buscar un escondite para Yiekele.

—Llevadla al desván del círculo exterior —sugirió Tabit antes de salir de la habitación tras sus amigos—. Está en el último piso del ala de los criados, y allí no sube nunca nadie. Pero recordad cubrirla con un hábito grande o algo parecido para el trayecto, o llamará demasiado la atención.

—Bien pensado, estudiante Tabit —aprobó el profesor—. Nos encontraremos allí, entonces.

Tabit asintió y se reunió con los demás en el pasillo. Cali aspiraba profundamente.

—¡Huele a Academia! —canturreó, alegre—. ¡Hábitos granates, libros, pinceles, cuadernos de notas…! Nunca pensé que la echaría tanto de menos.

Tabit no respondió. Ayudaba a Tash a cargar con Rodak, pero había algo más en su expresión que indicó a Cali que su mente se hallaba lejos de allí.

—¿Tabit? —lo llamó ella—. ¿En qué estás pensando?

—En lo que ha dicho maese Belban —respondió él. Miró a su alrededor cuando llegaron hasta la escalera para asegurarse de que ningún estudiante podía oírlo y prosiguió, en voz más baja—. Eso de que Kelan no podría haberlo organizado todo él solo.

—¿Ese chico? —Rodak negó con la cabeza—. Es demasiado bocazas y descuidado. No habría sido capaz de llegar tan lejos sin ayuda.

—Tú calla y no hagas esfuerzos —lo riñó Tash. Rodak sonrió.

—De hecho —prosiguió, sin hacerle caso—, en el barco a Belesia dijo que recibía órdenes de alguien.

—Tiene que ser un profesor de la Academia —aclaró Tabit de pronto—. Probablemente maese Maltun, que siempre lo sabe todo.

—O maese Kalsen —aportó Cali—. Entiende de mineralogía y dicen que últimamente ha faltado mucho a clase, porque se ausenta de la Academia a menudo y… —calló un momento—. ¡No! ¡Es maese Orkin, seguro! Viaja por todas las minas y controla el suministro de bodarita. El Invisible no puede quedarse sentado en la Academia, Tabit. Aunque tuviera esbirros como Kelan y Brot para hacerle el trabajo sucio, seguro que hay cosas que no puede delegar en otros, y su grupo actúa por toda Darusia.

—Si es por eso, maese Rambel también viaja mucho. Y es el que toma nota de los encargos y sabe muy bien qué peticiones son aceptadas por el Consejo y cuáles denegadas. Tiene los datos de todos los clientes, así que podría ponerse en contacto con ellos de nuevo para ofrecerles los servicios del Invisible.

Los dos cruzaron una mirada.

—Tienes razón, tiene que ser él —dijo Cali—. Eso no explica por qué le tiene ojeriza a maese Belban pero, después de todo, la antipatía es el estado natural de maese Rambel.

—Y, de todos modos, si maese Belban iba a descubrir la forma de viajar a la época prebodariana y solucionar los problemas con el suministro de bodarita, eso podría poner en peligro el negocio del Invisible. Quizá fuera razón suficiente para enviar a Kelan a matarlo.

Cali sacudió la cabeza.

—Esto es demasiado complicado —dijo—. Y, ya que mencionas a Kelan, recuerda que la última vez que lo vimos trató de matarnos a nosotros también. Probablemente ahora mismo esté montando guardia ante el portal violeta de Belesia, por si regresamos por allí, pero no quiero arriesgarme a tropezarme con él en la Academia. Me voy a la Casa de Alguaciles a contar todo lo que sé sobre él. Solo con eso ya tendrá problemas para el resto de su vida.

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