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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Histórico, Intriga, Policiaco

El líbro del destino (52 page)

BOOK: El líbro del destino
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Nico se levantó y volvió a examinar toda la zona. Farola por farola, callejón por callejón, estudió cada detalle, incluyendo los arbustos de casi tres metros que rodeaban completamente el recinto… No, no completamente. Estirando la cabeza, Nico parpadeó un par de veces para asegurarse de que sus ojos no lo engañaban.

Era fácil pasarla por alto. Encajada entre los coches y cubierta con más arbustos, la estrecha abertura casi no se veía. Afortunadamente para Nico, él tenía muchas horas de entrenamiento.

«Nico, ¿has encontrado algo?»

Nico sacó el arma que llevaba en la cintura y dio unos golpecitos con el cañón contra las cuentas de madera del rosario que colgaba de su cuello. Pero cuando atravesó la abertura y llegó a la zona de paseo de los perros, lo único que encontró fueron un montón de pisadas en el barro y zonas de hierba aplastada. A primera vista parecía como si allí hubiese habido una pelea, pero con la lluvia y el agua procedente del aparcamiento podría haber sido cualquier cosa.

Nico, impertérrito, examinó las ramas (cuántas cruces), los arbustos, los troncos de cada árbol. Dios lo había traído hasta aquí. El Señor proveerá. Se arrodilló, mirando debajo de los arbustos, metiendo la mano en los charcos. Debajo de unas ramas había pisadas y huellas de perros, pero la mayor parte del terreno ya estaba demasiado enfangado para encontrar algo.

Avanzando sobre la hierba mojada, Nico sintió que la humedad empapaba las rodilleras de sus vaqueros. El corazón lo golpeaba dentro del pecho. No lo entendía. Dios tenía… Se suponía que Dios proveía. Pero mientras Nico buscaba afanosamente en todas partes, mientras continuaba arrastrándose como un perro, avanzando por el barro: la prueba… adonde había ido Wes… todo había desaparecido.

—Por favor, por favor, que deje de llover —imploró Nico, alzando la vista hacia el cielo oscuro.

La llovizna continuó cayendo como una neblina desde lo alto.

—¡Por favor, por favor, que deje de llover! —explotó Nico, lanzando al aire un puñado de hierba y barro.

La llovizna no cesó.

A cuatro patas en el barro, Nico bajó la cabeza y contempló el rosario de cuentas de madera que se balanceaba en su cuello. ¿Cómo podía…? ¿Por qué lo había traído Dios hasta aquí? Mientras la lluvia mojaba su rostro, Nico se levantó y echó a andar, de regreso al aparcamiento.

Aún llevaba la cabeza gacha cuando se acercó al Pontiac. Aferró el rosario e intentó elevar una plegaria, pero las palabras no salieron de su boca. Volvió a intentarlo cerrando los ojos, pero lo único que pudo visualizar fueron el barro, la hierba empapada y las ramas caídas que cubrían todas las huellas. Su puño se cerró alrededor del rosario, tirando de él cada vez con más fuerza. Dios lo había prometido. «Él… Él lo juró, ¡juró! que la puerta del diablo permanecería cerrada, que vengar la muerte de mi madre traería consigo la redención. Y ahora me abandona como a un…»

Con un sonido seco, el rosario se rompió y las cuentas de madera cayeron como si fuesen canicas sobre el asfalto del aparcamiento.

—No… Dios… ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —exclamó Nico histéricamente, agachándose para recoger las cuentas mientras éstas rebotaban, rodaban y se alejaban en todas direcciones. Nico persiguió una cuenta rezagada como si fuese un niño de cinco años tratando de coger un grillo. Pero cuando se dejó caer sobre sus rodillas ahora empapadas, cuando la cuenta de madera saltó, rebotó y rodó debajo del Pontiac Nico vio el papel empapado y sucio pegado al suelo. Justo delante del neumático delantero derecho.

Por su aspecto —la mitad superior perfectamente alisada, la mitad inferior arrugada y empapada por la lluvia— el papel había sido pisado. Pero incluso a la escasa luz de la luna, incluso con un trozo desgarrado, Nico pudo leer el nombre del restaurante chino escrito en grandes letras rojas. Y, más importante aún, la nota manuscrita que había en la parte inferior: «Es necesario que sepas qué más hizo. A las 19 h en Woodlawn. Ron.»

«Ron.»

Nico leyó el nombre otra vez. Y otra. La Bestia.

«Ron.»

Las letras se volvían borrosas ante sus ojos. Al recoger con cuidado el papel del asfalto, apenas si podía impedir que sus manos temblasen… que temblasen igual que la cabeza de su madre. La mitad del papel quedó pegada en el asfalto. No le importó. Llevándose el papel al pecho, Nico alzó la vista al cielo y besó el puñado de cuentas que llevaba en la otra mano.

—Lo entiendo, Dios. Wes y Boyle, los traidores, están juntos. Una prueba final… el último capítulo —susurró Nico habiéndole al cielo. Comenzó a rezar—. No te fallaré, mamá.

93

La puerta de metal cubierta de arañazos del viejo apartamento se abrió lentamente y el olor rancio a tabaco de pipa envolvió a Lisbeth.

—La periodista, ¿verdad? —preguntó un hombre bajo y grueso con gafas de cristales tintados, camisa de manga corta y una nariz puntiaguda en forma de luna creciente.

No había cambiado desde la última vez que lo había visto, excepto por la frente, donde un óvalo de piel había sido recortado desde la línea de nacimiento del pelo hasta las cejas, dejando en su lugar una marca rosada.

—Cáncer de piel —dijo—. No es agradable, lo sé, pero al menos no ha llegado al cráneo —añadió con una sonrisa y un encogimiento de hombros.

Eve le había advertido. Al igual que los tíos que dibujaban las tiras cómicas y los que se dedicaban a redactar las necrológicas, a todos los creadores de crucigramas les vendrían bien unas lecciones de urbanidad.

Cuando Lisbeth entró en el apartamento, Martin Kassal la siguió muy de cerca, tratando de disimular una leve cojera mientras se dirigían hacia la sala de estar, donde unas estanterías atestadas cubrían todas las paredes. Incluso en la parte superior de las estanterías había periódicos, revistas y diccionarios apilados hasta el techo, y la
Enciclopedia Británica
, en las ediciones de 1959 y 1972. En una habitación contigua a la sala de estar, un pequeño salón contenía un escritorio de fórmica desteñido por el sol, un canapé color beis sepultado bajo recortes de periódico y una pizarra con al menos cincuenta carteles de la serie «Bebé a bordo»: «Alumno en prácticas a bordo», «Gemelos a bordo», «Fan de los Marlins a bordo», «Dueño de pistola a bordo», «Suegra en el maletero», «Papá de Michigan a bordo», «Nadie a bordo», un «Princesa a bordo» de color rosa brillante, y, por supuesto, un «Amante de los crucigramas a bordo» en blanco y negro, y donde las «a» de «crucigrama» y «amante» se cruzaban.

—Junio de 1992 —dijo Kassal con expresión radiante, alzando su nariz en forma de luna creciente—. Hicimos una búsqueda para la sección del fin de semana. Reunimos un material imposible: una vieja lengüeta de la tapa de una lata de refresco, un cromo de béisbol con un jugador que no llevase gorra y todo esto —dijo, al tiempo que señalaba la colección de «Bebé a bordo»—. Encontramos de todo, menos un «BEBÉ a bordo.»

Asintiendo cortésmente, Lisbeth miró más allá de los famosos carteles y se fijó en la pizarra, donde habían dibujado una cuadrícula gigante. La mitad superior de la cuadrícula estaba llena de palabras y casillas oscurecidas; la mitad inferior estaba casi completamente en blanco.

—¿Sigue diseñando sus crucigramas a mano? —preguntó.

—¿En lugar de utilizar qué, algún programa informático que haría el trabajo por mí? No quiero ofenderla, pero… bueno… ya estoy bastante obsoleto. Lo último que necesito es agitar la bandera blanca y enterrarme, si es que eso tiene algún sentido.

—Totalmente —convino Lisbeth, mirando los dos crucigramas que tenía en la mano.

—¿Y qué hay de esos rompecabezas de los que me ha hablado? —preguntó Kassal, alzando la nariz y atisbando a través de la mitad superior de sus gafas de lentes tintadas. Cuando Lisbeth le dio los crucigramas, estudió la parte superior durante un momento—. La cincuenta y seis horizontal debería ser «mareas», no «tareas».

—El problema no es la resolución del crucigrama —señaló Lisbeth—. Son los símbolos que han apuntado al lado.

Siguiendo el dedo de Lisbeth hasta el margen del crucigrama, Kassal estudió cada símbolo manuscrito:

—¿Está segura de que no son simples garabatos?

—Nosotros pensamos lo mismo, hasta que encontramos esto —explicó Lisbeth, mostrándole el crucigrama que le dio Violet.

—Aja —dijo Kassal con su risita tímida—. Son listos estos cabrones. Su propio mensaje.

—Verá, ésa es la cuestión. No creo que ellos lo hayan inventado…

Ya sumido en la descodificación, Kassal susurró para sí.

—Si los cuatro puntos representan la «D» como la cuarta letra, y los dos puntos representan la «B»… No, no, no se trata de un criptograma, no hay símbolos suficientes para las letras.

Y tampoco es un anagrama. —Mirando a Lisbeth por encima de las gafas, añadió—: Podrían ser símbolos del tiempo… quizá signos de los indios navajos. ¿Quién ha dicho que los hizo?

—Un amigo.

—Pero ¿se trata de un amigo inteligente, un amigo tonto, un…?

—Inteligente. Realmente inteligente. El primero de la clase.

—¿Y para qué necesita esto?

—Sólo… ya sabe… por diversión.

Kassal la miró fijamente, estudiándola como si se tratara de un crucigrama.

—Esto no me meterá en problemas, ¿verdad?

—Señor, en el periódico me dijeron que usted es el mejor para descifrar esta clase de cosas.

—Ahora está tratando de adularme, querida.

—No, eso no es…

—Está bien. En estos días no es frecuente que me adulen pelirrojas jóvenes y bonitas. Lo echo de menos.

Kassal se acercó a la mesa de fórmica, sacó un cuaderno y comenzó a copiar los símbolos uno por uno.

—¿Me ayudará entonces? —preguntó Lisbeth.

—Menos conversación y más trabajo —dijo Kassal, concentrándose nuevamente en el problema.

Lisbeth se movía detrás de él apenas conteniendo la excitación.

—Comencemos por el símbolo de los cuatro puntos que tenemos aquí —dijo señalando los
Si trazamos una línea vertical por el medio, de esta manera:

—…y una línea horizontal así:

—…el símbolo es el mismo a ambos lados de la línea, lo que significa que es un signo simétrico de ejes múltiples.

—¿Y eso importa? —preguntó Lisbeth.

—¿Alguna vez ha tratado de buscar un símbolo en un diccionario? «Cuatro puntos en un cuadrado» no está en la «C». Pero de la misma manera que todos los rompecabezas tienen solución, cada símbolo posee su propia clasificación, que se divide en cuatro subgrupos diferentes: primero, si es simétrico o no; segundo, si es cerrado como un triángulo o abierto como los cuatro puntos que tenemos aquí; tercero, ¿sus líneas son rectas o curvas?; y cuarto, ¿el símbolo tiene líneas que se cruzan? Lo que abre toda una nueva lista de posibilidades.

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