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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (50 page)

BOOK: El Mago
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Morrigan sabía que la Hechicera se encontraba en alguno de los túneles del interior de la torre hidráulica. La otra entrada se realizaba a través de un túnel por el que sólo se podía acceder cuando la marea estaba baja. Y, aunque la marea no repuntaría en horas, las rocas y el acantilado estaban cubiertos por cuervos con picos como cuchillas de afeitar.

Morrigan abrió las aletas de la nariz.

Además del inconfundible aroma a sal y yodo del

océano, el hedor metálico del óxido y la putrefacción y el olor rancio de innumerables pájaros, la Diosa Cuervo percibió otra esencia... una esencia que no pertenecía a este lugar ni a este siglo. Algo ancestral y amargo.

El viento cambió y la niebla siguió su paso. Unas gotas de humedad salada empezaron a brillar repentinamente a lo largo de un hilo de una red plateada. Morrigan parpadeó su mirada negro azabache. Otro hilo empezó a ondear en el aire, después otro, y más tarde otro, entrecruzándose entre sí para formar una colección de círculos. Parecían telarañas.

Eran telarañas.

Se estaba poniendo en pie cuando, de forma inesperada, una monstruosa araña emergió del agujero que había bajo sus pies y aterrizó sobre la torre metálica, clavando sus patas recubiertas de púas en el metal. Se escabulló hacia la Diosa Cuervo.

La multitud de pájaros rodearon la torre hidráulica, cacareando estridentemente... cuando se quedaron atrapados entre la gigantesca telaraña plateada. No pudieron evitar desplomarse sobre su oscura dueña, enredándola en un conjunto de plumas e hilos de telaraña pegajosos. Morrigan desgarró la telaraña con sus uñas afiladas, recogió su capa oscura y se dispuso a alzar el vuelo cuando la gigantesca araña se encaramó a la torre hidráulica y le frenó el despegue inmovilizándola con una de sus patas.

Perenelle Flamel, sentada a horcajadas sobre la espalda de la araña y con una lanza en la mano, se encorvó ligeramente y sonrió a Morrigan.

—Supongo que me estabas buscando.

52

ophie corrió.

Ya no sentía miedo; las náuseas y debilidad que se habían apoderado de ella habían desaparecido. Sencillamente, tenía que encontrar a su hermano. Josh estaba directamente delante de ella, en un aposento al final del túnel. Incluso podía distinguir el resplandor dorado de su aura iluminando la oscuridad y percibir su apetitosa esencia a naranjas.

Empujando a Nicolas, a Juana y al conde e ignorando sus advertencias y súplicas para que se detuviera, Sophie corrió hacia la entrada arqueada. Siempre había sido buena atleta e incluso había participado en varias carreras de cien metros lisos en las diferentes escuelas a las que había asistido. Sin embargo, ahora parecía volar por el pasillo. Con cada zancada, su aura, impulsada por la ira y la decisión, brillaba con más intensidad, destellando y crepitando. Sus agudizados sentidos se pusieron en marcha; sus pupilas se encogieron hasta transformarse en puntos y después se expandieron hasta tomar la forma de discos plateados. Instantáneamente, las sombras se desvanecieron y Sophie pudo vislumbrar la penumbrosa catacumba con todo detalle. Su sentido del olfato se vio abrumado por la explosión de aromas diferentes: serpiente y azufre, putrefacción y moho; sin embargo, la esencia más intensa era, sin duda alguna, la que desprendía el aura de su hermano, el perfume a naranjas.

Entonces supo que ya era demasiado tarde: Josh había sido Despertado.

Haciendo caso omiso del hombre agazapado en el suelo que se hallaba fuera de la habitación, Sophie no vaciló en cruzar el umbral de la entrada. De inmediato, su aura se endureció convirtiéndose en un caparazón metálico mientras unas serpentinas de llamas doradas que rebotaban por las paredes la rociaban con chispas. Aferrándose al marco de la puerta, Sophie intentaba evitar ser propulsada hacia el exterior de la habitación.

—Josh —murmuró. La joven estaba atónita por lo que había visto.

Josh estaba arrodillado en el suelo ante algo que sólo podía ser Marte. El gigantesco Inmemorial estaba empuñando una espada descomunal en su mano izquierda, con el extremo rozando la bóveda y con la mano derecha colocada sobre la cabeza de su hermano. El aura de Josh ardía en llamas y daba la sensación de que aquellas llamaradas le protegían en un capullo de luz dorada. El fuego amarillo se enroscaba alrededor de su cuerpo, destellando esferas y zarcillos de energía. Las serpentinas salpicaban las paredes y la bóveda, rasgando pedazos de hueso, dejando al descubierto un muro blanco.

—¡Josh! —exclamó Sophie.

La deidad giró la cabeza lentamente hacia Sophie y le clavó su mirada escarlata.

—Márchate —ordenó Marte. Sophie negó con la cabeza.

—No me iré sin mi hermano —replicó a la vez que rechinaba los clientes. No estaba dispuesta a abandonar a su hermano; jamás lo había hecho.

—El ya no es tu hermano mellizo —añadió Marte—. Ahora, sois diferentes.

—Josh siempre será mi hermano mellizo —respondió Sophie.

Adentrándose otra vez en el aposento, la joven lanzó una oleada de neblina gélida que emergió de su cuerpo y que cubrió a su hermano y al célebre Inmemorial. La neblina siseó y chisporroteó al rozar el aura de Josh, de forma que una humareda sucia empezó a ascender a la bóveda de la habitación. La niebla se congeló alrededor de la piel de Marte y la joven logró vislumbrar diminutos cristales que brillaban en la luz ámbar.

El dios bajó lentamente la espada.

—¿Tienes la menor idea de quién soy? —preguntó con un tono de voz suave, casi amable—. Si lo supieras, me temerías.

—Eres Marte Vengador —respondió Sophie lentamente. La sabiduría de la Bruja de Endor le facilitaba la información. Y continuó—: Y antes de que los romanos te veneraran como tal, los griegos te conocían bajo el nombre de Ares e incluso antes, en la época de Babilonia, tu nombre era Nergal.

—¿Quién eres?

El Inmemorial apartó la mano de la cabeza de Josh y, de inmediato, el aura del joven se desvaneció y las llamas se extinguieron.

Josh se tambaleó y Sophie se lanzó al suelo para impedir que su hermano se desplomara contra él. En el momento en que tocó a Josh, su propia aura desapareció, dejándola así completamente vulnerable. Atora, aquella sensación de miedo se había esfumado; no sentía nada, excepto alivio por haberse reunido otra vez con su hermano mellizo. Agachada en el suelo, acunando a su hermano entre los brazos, Sophie alzó la mirada para contemplar al dios guerrero.

—Y antes de recibir el nombre de Nergal, eras el defensor de la raza humana: eras Huitzilopochtli. Tú fuiste quien condujiste a los esclavos humanos a un lugar seguro cuando Danu Talis se sumergió entre las olas.

El dios se tambaleó y retrocedió varios pasos. Con la parte trasera de las rodillas se tropezó con el pedestal y, de repente, se sentó. El peso de su cuerpo hizo crujir la piedra.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con un tono de voz que mostraba algo de miedo.

—Porque tú conociste a la Bruja de Endor.

Sophie se enderezó, se puso en pie e intentó erguir a su hermano. Josh tenía los ojos abiertos, pero tenía la cabeza inclinada hacia atrás, de forma que sólo el blanco resultaba visible.

—La Bruja de Endor me ha entregado todos sus recuerdos —continuó Sophie—. Sé lo que hiciste... y por qué ella te maldijo.

Alargando el brazo, la joven acarició la piel de piedra del dios. Se encendió una chispa.

—Sé por qué le hizo esto a tu aura.

Colocando el brazo de su hermano alrededor de sus hombros, se volvió dándole la espalda a la deidad. Flamel, Saint-Germain y Juana estaban reunidos en la puerta arqueada de la entrada.

La espada de Juana apuntaba directamente a Dee, quien permanecía inmóvil en el suelo. Ninguno de ellos musitó palabra.

—Si en tu interior yace la sabiduría de la Bruja — añadió rápidamente Marte casi en tono de súplica—, entonces conocerás sus encantamientos y hechizos. Sabrás cómo liberarme de esta maldición.

Nicolas se abalanzó sobre Sophie para ayudarla a sujetar a Josh, pero la joven no permitió que nadie se lo arrebatara de los brazos. Echando un vistazo por encima del hombro, se dirigió al dios en tono bajo.

—Tienes razón, sé cómo liberarte.

—Entonces, hazlo —mandó Marte—. Hazlo y te daré lo que más desees. ¡Puedo otorgarte cualquier cosa, lo que quieras!

Sophie se tomó unos instantes para considerar la oferta.

—¿Puedes despojarnos de nuestros sentidos Despertados? ¿Puedes hacer que mi hermano y yo volvamos a ser personas normales y corrientes ?

Se produjo un largo silencio antes de que la deidad volviera a pronunciarse.

—No. Eso no puedo hacerlo.

—Entonces no hay nada que puedas hacer por nosotros.

Sophie se dio la vuelta y, con la ayuda de Saint-Germain, arrastró a su hermano hacia el pasillo. Juana también se escabulló del aposento, dirigiéndose hacia el túnel, de forma que el único que permanecía ante la entrada era Nicolas Flamel.

—¡Espera!

La voz de la deidad emergió de entre las sombras y el aposento tembló. Phobos y Deimos se movieron sigilosamente entre la oscuridad y treparon por el pedestal mientras parloteaban ruidosamente.

—Invertirás esta maldición o... —empezó el dios.

Nicolas dio un paso hacia delante. —¿O qué?

—Ninguno de vosotros abandonará estas catacumbas con vida —ladró Marte—. No lo permitiré. ¡Yo soy Marte Vengador!

La mirada oculta de la deidad se encendió del color de la sangre y dio un paso hacia delante mientras balanceaba su gigantesca espada ante él.

—¿Quién eres tú para contrariarme?

—Soy Nicolas Flamel. Y tú eres un Inmemorial —añadió— que cometió el error de creerse un dios.

Chasqueó los dedos y unas motas de polvo de color esmeralda empezaron a pulular por el suelo de hueso. Se deslizaban por un suelo resbaladizo y pulido, dejando tras de sí pequeñas estelas verdes.

—Soy el Alquimista... y permíteme que te presente el secreto mejor guardado de la alquimia: la transmutación.

Y entonces se volvió hacia el túnel y desapareció entre las sombras.

—¡No!

Marte dio un paso hacia delante y, de inmediato, se hundió en el suelo que, de repente, se había tornado suave y gelatinoso. La deidad dio otro paso tembloroso y su pie se sumergió otra vez en el hueso derretido. Se desplomó, golpeando el suelo con tal fuerza que incluso pedazos de esos huesos que ahora parecían de mantequilla quedaron esparcidos por las paredes.

Momentos antes, con su espada había desconchado un pedazo de un muro. Marte empezó a moverse con dificultad para recuperar el equilibrio, pero el suelo se había transformado en un cenagal de hueso pegajoso. Apoyando las manos sobre las rodillas, la deidad se incorporó y clavó

la mirada en el doctor John Dee, quien intentaba alejarse a gatas del líquido.

—¡Esto es por tu culpa, Mago! —aulló salvajemente. El aposento vibró al mismo son que su rabia. Polvo de hueso y pedazos de piedra ancestral empezaron a rociar el suelo. Después, añadió—: Tú eres el responsable.

Dee se incorporó y se asomó por el marco de la entrada, sacudiéndose la viscosa gelatina de las manos e intentando quitársela de los pantalones.

—Tráeme al chicho y a la chica —ordenó Marte—, y te perdonaré. Tráeme a los mellizos. O atente a las consecuencias.

—¿A las consecuencias? —repitió Dee incrédulo.

—Te destruiré: ni siquiera tu maestro Inmemorial será capaz de protegerte de mi cólera.

—¡No oses amenazarme! —exclamó Dee con un terrible gruñido—. Y no necesito que mi Inmemorial me proteja.

—Témeme, Mago. Te has convertido en mi enemigo.

—¿Sabes lo que hago con aquellos que me asustan? —preguntó el Mago—. ¡ Los destruyo!

De repente, el aposento se cubrió del inconfundible hedor del azufre y las paredes de hueso empezaron a derretirse y a fundirse como si fueran helado.

—Flamel no es el único alquimista que conoce el secreto de la transmutación —anunció mientras la bóveda de la cámara se tornaba blanda y líquida. Unas enormes gotas rociaban el suelo, cubriendo así a la deidad de un manto amarillento y gelatinoso.

—¡Destruidle! —aulló Marte. Phobos y Deimos saltaron del pedestal hacia la espalda del Inmemorial, mostrando sus afilados colmillos y clavando la mirada en Dee.

El Mago pronunció una única palabra de poder y chasqueó los dedos: de inmediato, el líquido se endureció.

Nicolás Maquiavelo apareció en la entrada. Se cruzó de brazos y observó el aposento. En el centro, como si intentara emerger del suelo y con los dos sátiros sobre su espalda, se hallaba la figura de Marte Vengador, atrapado en hueso.

—Ahora, las catacumbas de París tienen otra estatua misteriosa de hueso —dijo el italiano. Dee se volvió, ignorándolo. Pero Maquiavelo continuó—: Primero asesinaste a Hécate y ahora, a Marte. Yo tenía entendido que estabas de nuestro lado. Supongo que sabes que somos hombres muertos. Hemos fracasado en el intento de capturar a Flamel y a los mellizos. Nuestros maestros no nos perdonarán.

—Todavía no hemos fracasado —respondió Dee, que se había desplazado al fondo del túnel—. Sé adónde conduce este túnel. Sé cómo podemos capturarles —informó. Después, se detuvo, miró hacia atrás y, muy despacio, casi a regañadientes, agregó—: Pero... Nicolas... necesitaremos trabajar juntos. Necesitaremos combinar nuestros poderes.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Maquiavelo. —Juntos, podemos liberar a los Guardianes de la Ciudad.

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