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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (66 page)

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—En cualquier caso —dijo distendiéndose un poco, aspirando una profunda bocanada de aire y esforzándose como pudo en esbozar una especie de sonrisa—, explícame cómo lo conseguiste.

Harry hijo se dio cuenta de que la tensión había abandonado a su padre y supo que lo acababa de perdonar. También él se distendió.

—¿Te refieres al viaje a través del tiempo? Pero si tú también lo hiciste y bastante antes que yo… relativamente hablando.

—Yo era literalmente inmaterial. Yo era incorpóreo, todo aura. Tú eres de carne y hueso. Möbius considera que no se puede conseguir, pues crearía demasiadas paradojas insolubles.

—Tiene razón —repuso Harry hijo, e hizo un movimiento de cabeza—. En el sentido puramente físico, en un universo totalmente físico, es imposible conseguirlo.

—¿Quieres decir que hay otras clases de universo?

—Tú sabes por lo menos de la existencia de uno.

Harry tuvo la sensación de haber tenido esta conversación con anterioridad.

—¿El continuo de Möbius? Pero ya habíamos dicho que…

—Harry —lo interrumpió su hijo—, te lo explicaré. Tú cogiste el universo que conocías y le diste media vuelta Möbius. Hiciste con el espacio-tiempo lo que había hecho tu mentor con una tira de papel. Y esta facultad de hacerlo me la transmitiste a mí. Pero miremos las cosas de cara, tú has sabido siempre que yo iría delante. Y así fue. Yo cogí el continuo de Möbius e hice con él lo que Félix Klein hizo con su botella. Esto me permitió romper la barrera del tiempo, conservar una identidad física y llegar hasta aquí. Pero éste no es más que un lugar…

Harry no dijo nada y se limitó a quedarse muy quieto, absorto en lo que su hijo decía. Había otros sitios, otros mundos… un número infinito de ellos. De la misma manera que el espacio y el tiempo son limitados, los espacios comprendidos entre el espacio y el tiempo también lo son.

Ahora Harry sabía a qué se refería Darcy Clarke cuando le dijo que se sentía como si estuviera en presencia de un extraterrestre. ¡Harry hijo había llegado a aquel punto! ¿O era él quizá?

—Hijo… —dijo Harry por fin—, dime: ¿sigues siendo vulnerable?

—¿Vulnerable?

—¿Puedes sufrir heridas? Me refiero en tu parte física.

—¡Oh, sí! —respondió Harry hijo, y volvió a suspirar—. Soy vulnerable y nunca lo había sido tanto como ahora. Dentro de cien horas volverá a desaparecer el sol y es en estos períodos cuando descubro lo vulnerable que soy.

Harry frunció el entrecejo.

—¿Quieres explicarte?

—De la misma manera que los wamphyri tienen sus espías, yo tengo los míos. Y tengo… como un presentimiento de lo que persiguen. Este sitio ha estado bajo observación durante meses enteros, sometido a un detallado escrutinio. Murciélagos en las alturas; trogloditas introducidos debajo de la llanura; incluso wamphyri con telepatía tratando de colarse dentro de mi mente… como se cuelan, sin duda, en la mente de mis Viajeros. Todo lo cual corrobora cosas que Zek Föener ya me ha dicho. Pero tú sabes que aquello que lee puede ser leído, aquello que observa puede ser observado.

—¿Un ataque? —dijo su padre frunciendo el entrecejo—, pero tú me dijiste que ya lo habían intentado, aunque sin éxito. Así es que, ¿qué pasa ahora?

—Esta vez están unidos —respondió Harry hijo—. ¡Esta vez vendrán todos! Su ejército mixto será masivo: tres docenas de guerreros, incontables trogloditas, todos los señores y sus lugartenientes. Shaithis los ha incitado a la guerra.

—Pero… tú puedes librarte de ella —dijo Harry, que ahora parecía desconcertado, como si no viera la existencia de un problema real—. Tú conoces el camino de salida… ¡todos los caminos! Cuando lleguen ya hará tiempo que nosotros nos habremos ido.

Harry hijo sonrió con una sonrisa triste.

—No —dijo, y volvió a negar con la cabeza—. Tú puedes marcharte, y los demás también, los Viajeros y los trogloditas… todos los que se quieran marchar. Pero yo no puedo. Mi sitio está aquí.

—¿Lo defenderás? —Harry negó con la cabeza—. No lo entiendo.

—Lo entenderás, padre, lo entenderás…

Capítulo 22

El secreto del Habitante - Los fallos de Karen - ¡Guerra!

Los últimos rayos del sol comenzaban a desvanecerse y a teñir de oro los picos más altos cuando el Habitante, Harry hijo, convocó una reunión. Quería comunicarse con todos los que vivían en el jardín o sacaban de él su sustento. Y tenía que hacerlo ahora, mientras quedaba tiempo. Estaba de pie en un balcón, bajo los aleros de su casa, arengando a los que vivían con él, Viajeros y trogloditas, sin hacer distinción entre ellos. También su madre se quedó un rato con él antes de decidirse a entrar en casa. Sonreía con expresión dulce, el rostro coronado por sus grises cabellos, la mente perdida, pero feliz en su ignorancia. Harry padre no podía soportar mirarla, olvidando que, puesto que su cuerpo era el de Alec Kyle, ella no podía reconocerlo. Le alegró ver que se metía dentro. De todos modos, hacía tanto tiempo, tantísimo tiempo que había ocurrido todo para ella…

—Amigos, ha llegado la hora de la verdad —dijo Harry hijo levantando los brazos, al tiempo que el tumulto de voces se acallaba—, ha llegado la hora de tomar una decisión con respecto a ciertas cosas. Yo no os he engañado de manera deliberada, pero tampoco os lo he dicho todo. Bien, ahora quiero enmendar este punto. Hay aquí algunos de vosotros que no se sienten llamados a luchar contra nada. Esta lucha no es vuestra lucha. Si vinisteis aquí o fuisteis enviados aquí fue por voluntad de otros. Yo puedo sacaros de aquí con la misma facilidad con la que os metieron. Zek, Jazz, Harry, estoy refiriéndome a vosotros.

»Y en cuanto a vosotros, Viajeros, podéis volver a vuestros viajes. Tenéis el camino abierto ante vosotros: marchaos ahora, bajad por el collado, atravesad los puertos hasta llegar a la Tierra del Sol. Y vosotros, trogloditas, podéis bajar a la llanura de la Tierra de las Estrellas y esconderos en vuestras cavernas o en otros lugares más seguros antes de que los wamphyri os ataquen. Pero todos debéis tener conciencia de que atacarán, y pronto.

De la masa de trogloditas, desorientados y lerdos, se levantó un sordo clamor. Harry, Zek y Jazz se miraron desalentados. Un joven Viajero gritó:

—¿Y esto por qué, Habitante? Tú eres poderoso. Nos has proporcionado armas con las que matar a los wamphyri. ¿Por qué nos echas?

Harry hijo bajó los ojos para mirarlo.

—¿Son enemigos vuestros los wamphyri?

—¡Sí! —gritaron todos.

—Siempre lo han sido —gritó el mismo joven de antes.

—¿Queréis matarlos?

—Sí —fue el grito unánime—. ¡A todos!

El Habitante asintió:

—Sí, a todos. ¿Y vosotros también, trogloditas? Hubo un tiempo en que servíais a los wamphyri. ¿Ahora queréis volveros contra ellos?

Hubo una breve discusión y algunos refunfuñaron.

—Lo hacemos por ti, Habitante, sí —contestó un portavoz por todos ellos—. Sabemos distinguir el bien del mal y que tú eres bueno.

—¿Y tú, Harry… padre? En tu mundo fuiste azote de vampiros. ¿Sigues odiándolos?

—Sé qué harían en mi mundo —respondió Harry—. Sí, yo los odio en este mundo y en cualquier mundo.

Harry hijo los fue mirando a todos, sus ojos tras la máscara dorada fueron posándose en cada uno de ellos, mientras lo miraban a él como un solo hombre. Finalmente la mirada de Harry se posó en Zek y en Jazz.

—En cuanto a vosotros dos —dijo—, puedo sacaros de aquí y devolveros al sitio de donde vinisteis. ¿Lo sabéis? Puedo trasladaros al lugar del mundo que os apetezca. ¿Me comprendéis?

Se miraron los dos y Jazz dijo:

—Si puedes hacerlo ahora, también podrás hacerlo más tarde. Ya nos has salvado una vez, de esto hace bien poco tiempo. Y nosotros ya nos hemos enfrentado con los wamphyri antes de ahora. ¿Cómo puedes pensar que ahora vamos a abandonarte?

Harry hijo volvió a asentir con la cabeza.

—Dejadme que os cuente una cosa —dijo—. Antes de que la mayoría de vosotros viniera aquí, en tiempos en que yo empezaba a construir todas estas cosas y sólo contaba con la ayuda de los trogloditas, encontré un lobo en la montaña. Su manada se había vuelto contra él, lo había atacado. Pensé que estaba moribundo, porque sus heridas eran muchas. Yo entonces no sabía todo lo que sé ahora. Recogí al lobo, lo curé, lo atendí hasta que sanó y muy pronto estuvo en condiciones de volver a correr. Demasiado pronto en realidad… Me figuraba que era yo quien le había salvado la vida, cuando en realidad quien lo había salvado era la criatura que él llevaba dentro.

Nadie dijo nada. Sobre el grupo cayó un pesado silencio. Harry Keogh dio un paso adelante en el balcón y observó, temeroso, a su hijo.

—Padre —prosiguió Harry hijo—, ya te he dicho que existen razones que me impiden volver, razones que me obligan a quedarme y a defender este lugar. Pero todos los que estáis aquí habéis manifestado vuestro odio a los wamphyri y vuestro deseo de acabar con ellos. |Con todos los wamphyri! ¿Cómo puedo pediros que luchéis por mí?

—Harry… —empezó su padre, aunque se vio interrumpido enseguida.

—Así es como me pagó el lobo —dijo el Habitante, arrancándose del rostro la máscara dorada.

Debajo de ella se vio el rostro de un Harry Keogh joven, que reveló a su padre, por encima de cualquier duda posible, que estaba contemplando a su verdadero hijo. Sin embargo, los ojos del rostro, vistos a la luz del crepúsculo, eran de color escarlata…

Por encima de la multitud se elevó un prolongado y casi imperceptible suspiro. Durante largo rato todos permanecieron en su sitio contemplando al Habitante, hasta que al final comenzaron a murmurar, a hablar entre sí en murmullos inaudibles. Por fin empezó a disolverse el grupo de gente congregada, que fue desfilando en pequeños grupos. Al cabo de unos momentos, los únicos que no se habían marchado eran Harry padre, Jazz y Zek. El Habitante pensó que, si no se habían ido, era porque no tenían dónde ir.

—¡Ahora mismo voy a sacaros de aquí! —dijo.

—¡Narices!, nos vas a sacar de aquí —gruñó su padre—. Baja de aquí y explícate. Puedes ser el Habitante, pero también eres carne de mi carne. ¿Tú un vampiro? ¿Cómo crees que la gente puede amar a un vampiro? ¡No lo creo!

Harry bajó.

—Lo creas o no —dijo—, es la verdad. Sí, soy diferente de los demás, lo admito. Tengo una mente y una voluntad lo suficientemente fuertes para dominarme. He conseguido frenarme, he logrado tener a raya el instinto. De cuando en cuando me acomete, pero yo siempre estoy a punto y saldré victorioso siempre. Por lo menos, hasta ahora lo he conseguido. Lo que hay en mí de vampiro trabaja en mi favor, no al revés. Tengo la fuerza del vampiro, su tenacidad, sus poderes. Soy un huésped, nada más. Pero también existen desventajas. Una de ellas es que tengo que estar aquí, en la Tierra de las Estrellas o cerca de la Tierra de las Estrellas, porque la luz del sol, el sol de verdad, acabaría conmigo. Y la razón principal que me obliga a estar aquí es que esto se ha convertido en mi casa, en mi territorio. ¡No quiero a nadie en él!

Los miró con sus ojos escarlata y sonrió con tristeza.

—Así es que ahora ya lo sabéis todo y, ahora, si estáis preparados…

—Yo no —dijo Harry acompañándose con un movimiento de cabeza—. Pienso quedarme hasta que todo haya terminado. No he estado ocho años buscándote para tener que dejarte ahora.

Harry hijo miró a Jazz y a Zek.

—Ya tienes nuestra respuesta —dijo Jazz.

Bajo la luz del atardecer se acercaron los trogloditas, que llegaron remoloneando y arrastrando los pies. Su portavoz fue el que habló:

—Nosotros estábamos con Lesk y no nos gustaba. Nos gusta trabajar para ti. Sin ti no tenemos nada. Así pues, nos quedaremos y lucharemos.

La expresión de Harry hijo era de desesperación. Aunque los trogloditas aprendían con rapidez, la verdad es que no eran muy hábiles con las armas. Súbitamente comenzó a verse una luz fluctuante, acompañada de un cascabeleo peculiar que venía del lugar donde los Viajeros tenían sus casas.

Jazz y Zek intentaron contar las cabezas, aunque era una tarea inútil, porque eran los mismos de antes. Debían de ser unos ochenta. No se había retirado nadie: ni un hombre, ni una mujer, ni un niño.

—Así pues —dijo Harry padre, contemplándolos mientras se reagrupaban—, parece que nos mantendremos unidos y que lucharemos.

Lo único que hizo su hijo fue levantar en alto los brazos como movido por la admiración. Y Harry pensó que movido también por la alegría…

Una hora más tarde, en el arsenal del Habitante, Jazz Simmons había acabado de distribuir los fusiles y las granadas accionadas a presión, de fabricación alemana, entre los Viajeros. El arsenal estaba bien aprovisionado y había armas para todos. También había media docena de lanzallamas y se contaba con los Viajeros, que sabían cómo había que usarlos. Harry hijo estaba presente y quiso advertir que los proyectiles para los fusiles eran probablemente la munición más cara que se había fabricado nunca, puesto que eran de plata pura. Aunque gran parte de los depósitos habían sido robados (Harry hijo no se andaba con rodeos respecto a este punto y consideraba que los fabricantes estaban en condiciones de soportar aquella pérdida), se había visto obligado a encargar y comprar estas municiones. Jazz, siempre práctico, había preguntado cómo se habían pagado. Se le contestó que con el oro de los Viajeros, que abundaba en este mundo. Los Viajeros lo tenían en gran estima y, por supuesto, era muy maleable; por otra parte, era demasiado pesado para transportarlo en grandes cantidades y demasiado blando para trabajarlo. Hacían con él cascabeles y fruslerías, y no lo utilizaban para nada más.

Jazz escogió una metralleta de calibre pesado, un ingenio ruso que disparaba una mezcla de indicadores y de proyectiles explosivos. El arma podía ser utilizada con un trípode o transportada con los dos brazos; hacía falta ser fuerte para manejarla. Jazz conocía el arma, se había entrenado con ella y sabía que era capaz de dejar una barrera mortal y destructiva de fuego.

—Sin embargo —dijo al Habitante—, después de lo que he visto usar a los guerreros wamphyri, yo diría que esto no son más que juguetes.

Harry hijo asintió con un gesto, pero dijo:

—Los lanzallamas no son juguetes y puedo asegurarte que a los wamphyri no les va a hacer ni pizca de gracia ese proyectil de plata. Pese a todo, sé qué quieres decir. Un guerrero, incluso una docena… pero cuarenta… De todos modos, tú todavía no has visto todas mis armas.

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