El Palestino (45 page)

Read El Palestino Online

Authors: Antonio Salas

BOOK: El Palestino
9.91Mb size Format: txt, pdf, ePub

Participaban además agentes del FBI como Mark T. Rossini, que hablaba un estupendo español por haber estudiado en Salamanca, y que había llegado a España en octubre de 2001 para seguir durante meses la pista española de Al Qaida, mano a mano con la Policía y la Guardia Civil españolas. Y también psiquiatras especializados en terrorismo, como Walter Reich, y otros expertos norteamericanos.

Sin embargo, este era un curso especial. Hasta la fecha había asistido a muchos como un alumno más, pero ahora mi implicación en la investigación era mucho mayor y, por ejemplo, no me interesaba dejarme ver demasiado por Majed Dibsi, politólogo, jurista y periodista colaborador de Al Jazeera... y palestino, pero él de verdad. Era improbable que Dibsi pudiese informar a Dima Khatib de mi presencia en los cursos antiterroristas, pero Khatib había visitado varias veces España y, contra lo que pueda parecer, odio correr riesgos innecesarios. Recién llegado de Venezuela y de establecer mi primer contacto con Al Jazeera, cuanto más desapercibido pasase en el curso, mejor. Pero la magnífica, razonable y sosegada exposición de Dibsi no me la iba a perder por nada del mundo.

Tampoco quería perderme las aportaciones de Félix Herrero y Riay Tatary, presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas y presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España, respectivamente, pero tampoco me convenía que se quedasen con mi cara. Sobre todo porque era consciente de que, tarde o temprano, tendría que frecuentar las mezquitas que ambos controlan. En el caso de Riay Tatary, por ser el responsable de la segunda mezquita más importante de Madrid: la Comunidad Islámica Abu Bakr, frecuentada en su día por Mustafá Setmarian.

En el caso de Félix Herrero, porque se había convertido en el imam de la mezquita de La Unión, en Málaga, donde se había realizado en 2005 una de las operaciones policiales más mediáticas contra Al Qaida en España, y cuyo principal responsable, el iraquí Abu Sufian, emparentado directamente con miembros del grupo de Al Zarqaui en Basora, se encontraba en esos momentos encerrado en la prisión de Herrera de la Mancha con los demás miembros de la presunta célula yihadista malagueña, y sus «sucursales» en Cataluña, Baleares u otras partes de Andalucía. Al salir, y no quedaba mucho para eso, Abu Sufian se convertiría en uno de mis hermanos musulmanes en España. Y el mismo Félix Herrero terminaría telefoneándome personalmente, inquieto por esa amistad de Abu Sufian conmigo... pero eso ocurriría tiempo después.

En este momento de la investigación necesitaba menos información estadística, teórica o histórica, y más información táctica y operativa. Cosas que pudiese utilizar en mi infiltración. Y parecía razonable suponer que musulmanes practicantes como Tatary o Herrero, y especialmente Ahmed Yunis, director nacional del Consejo de Asuntos Públicos Musulmanes de los Estados Unidos, estaban en disposición de facilitarme ese tipo de formación. Y así fue.

Realmente exprimí a los profesores. Tomé páginas y páginas de apuntes, grabé todas las conferencias íntegras, hice contactos y aprendí mucho sobre el enorme potencial de la guerra psicológica en las contiendas asimétricas. Goebbels no fue el primer ni el único ingeniero social que supo sacar partido a la propaganda. Los participantes en el curso nos ofrecieron una información interesantísima sobre cómo Ben Laden, el doctor Al Zawahiri, Ibn Al Jattab o mi viejo «amigo» Abu Musab Al Zarqaui habían sabido rentabilizar sus vídeos propagandísticos, sus mensajes de audio o sus comunicados yihadistas. Nos ilustraron sobre la brutal y creciente presencia de la propaganda yihadista en Internet. Del efecto viral de las grabaciones hechas por la resistencia iraquí o chechena, atacando columnas norteamericanas o rusas, o haciendo explotar bombas escondidas a su paso. Debatieron sobre la responsabilidad de los medios de comunicación, como Al Jazeera, que hacían un efecto de altavoz para el ideario de Al Qaida, Hizbullah o Hamas, y también cuestionaron el uso propagandístico de las informaciones yihadistas en la prensa o la radio árabe...

Pero yo eché de menos que alguien hablase de cómo se utilizaba políticamente el terrorismo en Occidente. Me habría gustado, por ejemplo, que alguien explicase cómo rumores, exageraciones o absolutas invenciones —como la célula de Al Qaida en Isla Margarita, la presencia de Setmarian en Venezuela o el
bluff
de la célula de Hizbullah en Zulia— ofrecían un instrumento propagandístico tan magnífico para los intereses antichavistas, un mes antes de las elecciones generales... Sin embargo, como es lógico, yo no podía llamar la atención explicando mi reciente experiencia en Venezuela. Así que me limitaba a callar y tomar apuntes, como siempre. Solo ahora puedo expresar mi opinión sin poner en riesgo la infiltración.

Aun así, algunas de aquellas brillantes conferencias me dieron muchas ideas. En aquel curso, y concretamente en la conferencia de Harold Goodall, escuché por primera vez una valoración erudita y documentada sobre el uso propagandístico de Internet, mención especial a las redes sociales, en el yihadismo terrorista. Cuenta uno de los antiguos relatos del genial sabio bobo sufí que un día un juez de Arabia pidió al Mullah Nasruddin que le ayudase a resolver un problema legal:

—Mullah, ¿cómo me sugieres que castigue a un difamador?

—Córtale las orejas a todos los que escuchan sus mentiras —respondió Nasruddin.

Con frecuencia, como bien sabía Goebbels, «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Y se me ocurrió una idea. De la misma forma en que las falsas «identidades reales de Antonio Salas» que circulan por la red desde
Diario de un skin
me permitieron volver a infiltrarme en grupos nazis para
El año que trafiqué con mujeres
, y me permitirían volver a hacerlo para
El Palestino
, ¿por qué no usar esa misma ciberdesinformación ahora? Si todos los medios de comunicación occidentales se habían empeñado en convertir a un grupo marginal en una amenaza terrorista internacional, ¿por qué no beneficiarme de eso? Quiero decir, la ridícula chapuza de las «cajas sonoras» colocadas por José Miguel Rojas en la embajada americana de Caracas se vendió internacionalmente como una prueba de la presencia de Hizbullah en Venezuela y de la alianza de Hugo Chávez con los terroristas libaneses. En ese momento, a pocas semanas de las elecciones generales, ni la prensa opositora venezolana, ni los medios norteamericanos afines a George Bush estaban dispuestos a dejar pasar un regalo semejante. Así que la historia de Al Qaida en Isla Margarita y los terroristas árabes acogidos por Chávez volvió a sonar con fuerza. Y como esa corriente de opinión era imparable, se me ocurrió que yo podía utilizarla para reforzar mi perfil como yihadista y para acercarme a los verdaderos terroristas.

En ese momento estaba en una posición inmejorable. En ninguna mezquita del mundo parecería extraño, gracias a la prensa occidental, que un radical yihadista palestino llegase de Venezuela. Y ante esta nueva perspectiva, Teodoro Darnott
Abdullah
, con quien tenía una entrada excelente, dejaba de parecerme un pobre desgraciado. Si la prensa quería convertirlo en un peligroso líder de una célula de Hizbullah, quizás otros yihadistas auténticos sintiesen simpatía o admiración por él, y, en ese caso, a mí me venía de perlas ser un activo componente de Hizbullah-Venezuela. La verdad es que aquella intuición, que debo a mis profesores en ese curso sobre terrorismo y propaganda, fue un éxito. Tardó un poco más de lo esperado, pero finalmente me facilitó estupendos contactos yihadistas en Iraq, Indonesia, Palestina, Afganistán, Sudán o Marruecos... y una documentación periodística extraordinaria.

Ciberespías y ciberterroristas

Al agente Juan también le interesaba la propaganda terrorista. Desde el 11-M, y aunque su área de trabajo era la inmigración ilegal, cada vez se había implicado más en el campo antiterrorista. Creía, como muchos de nosotros, que el yihadismo era la nueva amenaza de Occidente, muy por encima de otras bandas como ETA. Por eso se había decidido a aprender árabe (estudió conmigo hasta tercer curso) y a formarse en todo lo referente al terrorismo islámico. Juan dejó escapar una sonrisa maquiavélica cuando le consulté mi idea. Entre otras muchas cosas, Juan es programador informático y un veterano ciberespía, muy familiarizado con los sistemas de encriptado, los programas «troyanos», los virus, etcétera.

Como no había podido asistir físicamente al curso, me pidió que le facilitase una copia de mis grabaciones y quedamos en su estudio. Creo que solo la fértil imaginación de un guionista cinematográfico podría diseñar un estudio como el del agente Juan. Desde fuera parece la aburrida y tediosa oficina de un funcionario, sin embargo en su interior...

Aquella mañana de noviembre de 2006, Juan estaba especialmente eufórico, y no es un tipo que deje ver sus emociones a las primeras de cambio. Pero tenía dos motivos para sentirse entusiasmado. Por un lado acababa de redactar uno de los informes más importantes de su trayectoria, que no tendría el reconocimiento debido hasta tres meses más tarde, cuando el barco negrero
Marine I
desembarcase en Mauritania a los 372 inmigrantes ilegales que transportaba con destino a las islas Canarias, y cuya travesía se frustró gracias a que los servicios de información españoles descubrieron su existencia a tiempo. Juan acababa de terminar un detallado informe, que ampliaría en las semanas siguientes con nuevas informaciones, cruzando los datos enviados por sus agentes de campo infiltrados en Senegal, Bissao, etcétera. Informe en el que se denunciaba los ambiciosos planes de una mafia de tráfico de seres humanos, con intención de transportar en un mismo barco negrero a más de 370 inmigrantes ilegales que serían recogidos en Conakri, con destino a las islas Canarias, y entre los que se encontraría un grupo indeterminado de pakistaníes e hindúes posiblemente yihadistas.

Gracias a esa labor de inteligencia se había descubierto la existencia del
Marine I
y su objetivo. Y cuando los medios de comunicación fueron alertados y el capitán del barco negrero contempló su buque en las pantallas de las principales televisiones europeas, y que le esperaban en la costa para ser detenido, se vio en la obligación de dar marcha atrás antes de llegar a Canarias y regresar a las costas de África. Aunque eso provocase una escandalosa crisis humanitaria y una auténtica agonía para aquellos 372 inmigrantes abandonados a su suerte.
4

La segunda razón de su euforia, quizás porque había decidido recompensarse a sí mismo por el éxito de aquella misión, era que acababa de recibir una sofisticada mira láser integrada, para incorporar a su arma. Así que cuando entré en su taller, me lo encontré con la pistola en la mano, lo que nunca resulta tranquilizador. Y, como un niño con pistola nueva, me explicó detalladamente las ventajas de ese tipo de mira láser, que se encaja en el interior del carro del cañón, más práctica que las miras láser externas, que dificultan seriamente el enfundado del arma... Juan, con la generosidad que le caracteriza, siempre me supone capaz de seguir sus explicaciones sobre geopolítica, espionaje electrónico o armamento. Y yo le dejo que lo crea... Pero en ese caso en concreto no podía imaginar que el entusiasmo del agente Juan al explicarme el funcionamiento de su Glock-26, del calibre 9 mm Parabellum, y al permitirme ver cómo la desmontaba para incorporarle el sistema de mira láser integrado, me resultaría muy útil unas semanas más tarde, al hacerme pasar en Venezuela por el muyahid que no soy.

Cada cierto tiempo, Juan acostumbraba a despachar directamente con los máximos responsables de la Comisaría General de Extranjería y Documentación, en la segunda planta del edificio situado en la calle General Pardiñas. De hecho, yo le conocí, hace ya muchos años, cuando acudí a dicha comisaría en busca de asesoría para mi infiltración en las mafias del tráfico de mujeres. En noviembre de 2006 estaban a punto de producirse en esa comisaría importantes cambios que alterarían el destino profesional de Juan, y también su nivel de implicación con la lucha antiterrorista. Pero, mientras tanto, me ayudó a dar un enfoque radicalmente distinto a la presencia de Muhammad Abdallah en Internet. Si quería acceder a los foros yihadistas sin levantar sospechas, tendría que utilizar todo mi arsenal: mi relación con Al Jazeera, mis amistades con los Tupamaros, mi vinculación a Hizbullah-Venezuela... todo. Eso tenía un lado positivo, y es que probablemente podría despertar la curiosidad de los «buscadores de talentos», que reclutan nuevos candidatos para el yihad. Pero, por otro lado, era probable que alertase a los servicios antiterroristas, haciendo que me considerasen un sujeto peligroso. Por lo tanto debería —según Juan— ser extremadamente cuidadoso al dejar mi rastro en las comunicaciones electrónicas. Todos los consejos que me dio me serían muy útiles unos meses después, al construir el
website
que me abriría de una vez por todas las puertas a las redes yihadistas internacionales: la página web oficial de Ilich Ramírez,
el Chacal
.

Juan me sugirió que insistiese en la búsqueda de su familia en Venezuela. En su opinión, si conseguía acercarme a Carlos el Chacal, aunque fuese a través de su familia, estaría en una situación de privilegio para acceder a grupos terroristas. Y también fue de Juan la idea de dividir mi identidad. Es decir, utilizar más de una personalidad en la red, que me permitiese continuar la infiltración en caso de que la seguridad de alguno de mis perfiles se viese amenazada. La ventaja de la cultura árabe es que no resulta sospechoso que una misma persona utilice su nombre paterno, su nombre y apellido, el nombre de su hijo o algún alias simultáneamente. De hecho, con el paso de los años, yo mismo he presenciado cómo algunos de mis hermanos musulmanes abandonaban su nombre propio al convertirse en padres, adoptando según la tradición el de «padre de» su primogénito. Así, igual que mi amigo Ibrahim Abayat también era legítimamente Abu Atef; Muhammad Abdallah podía ser Ibn Alí, o Abu Aiman, o Al Falistini, entre otros, sin levantar sospechas. Y más aún en la red.

Por eso, a partir de noviembre de 2006 y por sugerencia de Juan, además de mi perfil como el aspirante a muyahid palestino nacido en Venezuela, creé otras identidades alternativas. Entre ellas la de un neonazi asentado en la Colonia Tovar (una comunidad alemana en Venezuela), solidarizado con la causa palestina en su odio a los judíos sionistas. Ese perfil me permitiría, unos meses después, volver a los mismos grupos, locales y reuniones que había frecuentado como
Tiger88
, aunque esta vez más centrado en los grupos nazis de solidaridad con la causa palestina, y en los círculos revisionistas, que niegan el holocausto judío. Todo está relacionado.

Other books

Relative Love by Amanda Brookfield
Beautiful Blood by Lucius Shepard
Critical by Robin Cook
Poisoned Petals by Lavene, Joyce, Jim
Meltdown by Andy McNab
The Indian in the Cupboard by Lynne Reid Banks