El secreto del universo (27 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El secreto del universo
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Además, Pompeyo descubrió que nadie en el gobierno estaba de su parte. De repente parecía que toda su enorme popularidad no contaba en absoluto; todas las facciones se pusieron contra él sin ninguna razón aparente. Lo que es más, Pompeyo no podía hacer nada para remediarlo. Algo había ocurrido, y ya no era el Pompeyo astuto y mimado por todos que había sido antes del 64 a. C. Ahora estaba débil, vacilante e inseguro.

Ni siquiera Craso estaba ya de su parte. Craso había encontrado a otra persona: un individuo inteligente y encantador con un poco de oro, además de hábil intrigante. Un hombre llamado Julio César. César era un aristócrata juerguista, pero Craso pagó las enormes deudas del joven y César le correspondió en buena ley.

Mientras Pompeyo discutía con el Senado, César estaba en España, apuntándose algunas pequeñas victorias contra las tribus rebeldes y reuniendo una
fortuna
mal adquirida (como solían hacer los generales romanos) para pagar a Craso e independizarse. Cuando regresó a Italia y encontró a Pompeyo furioso con el Senado, estableció una especie de alianza entre él. Craso y Pompeyo: el «primer triunvirato».

Pero fue César quien se benefició de esta alianza, no Pompeyo. Fue César quien se sirvió de la alianza para lograr ser elegido cónsul en el 59 a. C. Desde su posición de cónsul, César controló el Senado con una facilidad casi desdeñosa, ordenando el arresto domiciliario del otro cónsul, un reaccionario.

César obligó a los aristócratas del Senado a aceptar todas las exigencias de Pompeyo. Todas las acciones de éste fueron ratificadas y obtuvo las tierras para sus soldados; sin embargo, no obtuvo ningún beneficio de ello. De hecho, fue humillado, pues estaba bastante claro que era él el que pedía con el sombrero en la mano, para recibir las graciosas dádivas que César le otorgaba con liberalidad.

Pero Pompeyo no podía hacer nada, porque se había casado con Julia, la hija de César. Era una mujer hermosa y encantadora, y Pompeyo estaba loco por ella. Mientras la tuviera, no podía hacer nada que irritara a César.

Para entonces César ya lo controlaba todo. En el 58 a. C. propuso que Pompeyo y Craso tuvieran una provincia cada uno en la que pudieran obtener victorias militares. Pompeyo se iba a quedar con España, Craso con Siria y César con el sur de la Galia, que entonces estaba en manos de los romanos. Cada uno se encargaría de su provincia durante cinco años.

Pompeyo estaba encantado. En Siria, Craso tendría que enfrentarse al formidable Reino de los Partos, y en la Galia, César tendría que enfrentarse a los feroces bárbaros del norte. Con un poco de suerte, ambos sufrirían un descalabro, ya que ninguno de los dos era hombre de armas con tanta experiencia como él. En cuanto a Pompeyo, como España estaba en calma, podría quedarse en Italia y controlar el gobierno. ¿Qué más se podía pedir?

Casi podría parecer que si Pompeyo razonaba de esta manera era porque había recobrado su antiguo olfato para el éxito. En el 53 a. C. el ejército de Craso fue destruido por los Partos al este de Siria, y Craso murió en la batalla.

Pero, ¿y César? No, la suerte de Pompeyo
no
había regresado. Ante el asombro de toda Roma, César, que hasta entonces era considerado simplemente un juerguista y un intrigante, resultó ser un genio militar de primera categoría cuando su vida ya estaba más que mediada (tenia cuarenta y cuatro años cuando marchó a las Galias). Se pasó cinco años luchando contra los galos, anexionándose el enorme territorio ocupado por éstos y realizando incursiones en Alemania y Gran Bretaña. Escribió sus aventuras en sus
Comentarios
para el público romano instruido, y de pronto Roma tenia otro héroe militar. Y Pompeyo, sentado en Italia sin hacer nada, casi se muere de envidia y frustración.

Pero Julia murió en el 54 a.C., y Pompeyo ya no tuvo que ocultar su odio hacia César. Los aristócratas del Senado, que ahora temían mucho más a César que a Pompeyo, se dedicaron a halagar a este último, quien se apresuró a unirse a ellos y se casó con la hija de uno de los senadores más importantes.

Cuando César volvió de la Galia en el 50 a.C., el Senado le ordenó que disolviera su ejército y que entrara solo en Italia. Estaba claro que, de hacerlo, sería arrestado y seguramente lo ejecutarían. ¿Y si desafiaba al Senado y entraba con su ejército?

«No temáis», les tranquilizó Pompeyo. «sólo tengo que golpear el suelo con el pie para que acudan legiones enteras a defendernos».

En el 49 a. C. César cruzó el río Rubicón, que era la frontera de Italia, acompañado de su ejército. Pompeyo se apresuró a golpear con el pie en el suelo, pero no pasó nada. En realidad, los soldados que estaban acampados en Italia comenzaron a unirse a las tropas de César. Pompeyo y sus aliados en el Senado, humillados, tuvieron que huir a Grecia.

César y su ejército les persiguieron inexorablemente.

En Grecia, Pompeyo se las arregló para reunir un ejército bastante grande. Por otra parte, César sólo podía transportar por mar a algunos hombres, y por tanto Pompeyo estaba en una situación ventajosa. Podría haber aprovechado su superioridad numérica para aislar a César de su cuartel general y luego sitiarlo cuidadosamente, sin arriesgarse a entablar batalla, hasta que sus fuerzas y sus provisiones se agotaran.

Pero este plan tenia el inconveniente de que el humillado Pompeyo, que seguía soñando con los viejos tiempos, estaba deseando derrotar a César en campo abierto y demostrarle lo que era un general
de verdad
. Lo que es más, el partido del Senado insistía en que se le presentara batalla. así que Pompeyo se dejó convencer; después de todo, su ejército era dos veces más numeroso que el de César.

La batalla se libró en Farsalia, en la Tesalia, el 29 de junio del 48 a. C.

Pompeyo contaba sobre todo con su caballería, formada por valerosos jóvenes de la aristocracia romana. Y, en efecto, al comienzo de la batalla la caballería de Pompeyo cargó contra el flanco del ejército de César y causó tantos estragos en la retaguardia que bien podría haberle costado a César la batalla. Pero César había previsto esta eventualidad y había colocado a unos cuantos hombres escogidos para hacer frente a la caballería, con órdenes de no arrojar las lanzas sino clavarlas directamente en los rostros de los jinetes. Tenia la impresión de que los aristócratas no se arriesgarían a quedar desfigurados, y así fue. La caballería fue derrotada.

Una vez inutilizada la caballería de Pompeyo, la endurecida infantería de César se abrió paso entre sus líneas, más numerosas, pero mucho más débiles. Pompeyo, que no estaba acostumbrado a capitanear ejércitos en apuros, huyó. Toda su reputación militar quedó destruida de un solo golpe; no cabía lugar a dudas de que César, y no Pompeyo, era el verdadero general.

Pompeyo huyó al único país mediterráneo que no estaba todavía totalmente controlado por los romanos: Egipto. Pero en aquel momento Egipto estaba en plena guerra civil. El niño-rey Tolomeo XII, que tenia trece años, estaba en guerra con su hermana mayor, Cleopatra, y la llegada de Pompeyo planteaba un problema. Los políticos que apoyaban al joven Tolomeo no se atrevían a volverle la espalda a Pompeyo, granjeándose así la eterna enemistad de un general romano que aún podía resultar vencedor. Por otra parte, tampoco se atrevían a acogerle, arriesgándose así a que César apoyara a Cleopatra para vengarse.

Así que dejaron entrar a Pompeyo y lo asesinaron.

Y así murió Pompeyo, a los cincuenta y seis años de edad.

Hasta los cuarenta y dos años había tenido éxito en todo; nada de lo que hacía le salía mal. Desde los cuarenta y dos años en adelante había fracasado en todo; nada de lo que hacía le salía bien.

¿Qué es lo que le ocurrió a los cuarenta y dos años? ¿Qué acontecimiento, ocurrido en el intervalo que antes hemos representado con una línea de asteriscos, podría «explicarlo»? Bien, retrocedamos en el tiempo para completar esa línea de asteriscos.

*****************************************

Estamos de nuevo en el 64 a. C.

Pompeyo está en Jerusalén y siente curiosidad por la extraña religión de los judíos. ¿Qué extrañas cosas hacen además de celebrar el Sabbath? Empieza a reunir información.

Estaba el templo, por ejemplo. Era bastante pequeño e insignificante según el canon romano, pero los judíos manifestaban por él una veneración sin limites, y se diferenciaba de todos los demás templos existentes en que no albergaba ninguna estatua de dioses o diosas. Por lo visto, los judíos adoraban a un dios invisible.

«¿De veras?», dijo Pompeyo, divertido.

Le informaron que existía un aposento interior en el templo, oculto por un velo, que era el recinto más sagrado. Este velo sólo podía ser atravesado por el sumo sacerdote en el día de la expiación. Algunos decían que los judíos adoraban en secreto una cabeza de asno que se encontraba allí; pero, naturalmente, los judíos afirmaban que en aquel aposento no había otra cosa que la presencia invisible de Dios.

Pompeyo, que no se dejaba impresionar por las supersticiones, decidió que sólo había una manera de averiguarlo. Entraría en este aposento secreto.

El sumo sacerdote se escandalizó, los judíos prorrumpieron en angustiadas exclamaciones de consternación, pero Pompeyo se mostró inflexible. Sentía curiosidad y estaba rodeado de su ejército. ¿Quién podría detenerlo? así que entró en el recinto sagrado.

Sin duda, los judíos estaban seguros de que sería fulminado por un rayo o destruido de cualquier otra manera por el Dios ofendido, pero no fue así.

Volvió a salir sano y salvo. Aparentemente, no había visto nada, y
aparentemente
no le había ocurrido nada
[15]
.

NOTA

Me
encanta
este articulo. En primer lugar, me permitió hacer un atroz juego de palabras con el titulo, y no hay nada que me guste más que los juegos de palabras atroces. Bueno, casi nada.

En segundo lugar, me dio la oportunidad de satisfacer mi inclinación por los temas históricos. Después de todo, he escrito más de una docena de libros de historia, y muchos de mis libros sobre temas científicos también tratan sobre los aspectos históricos.

Y, por último, me permitió satisfacer mi inclinación a descubrir extrañas coincidencias históricas, y a insistir en que sólo son coincidencias y no han de ser utilizadas como excusa para intentar encontrarles alguna estúpida causa mística. Y el repentino cambio de suerte de Pompeyo es el mejor ejemplo de coincidencia con el que me he encontrado en mi vida.

PERDIDO EN LA NO TRADUCCIÓN

En la Noreascon (la vigesimonovena Convención Mundial de Ciencia-Ficción), celebrada en Boston durante el fin de semana del Día del Trabajo
[16]
de 1971, me senté en el estrado, naturalmente, ya que mi posición de Bob Hope de la ciencia-ficción conlleva la obligación de entregar los premios Hugo. A mi izquierda estaba mi hija Robyn, de dieciséis años, rubia, de ojos azules, bien proporcionada y hermosa. (No, este último adjetivo no se debe a la típica parcialidad del padre orgulloso. Pregúntenle a cualquiera.)

El invitado de honor era mi viejo amigo Clifford D. Simak, quien comenzó su discurso presentando, con un orgullo plenamente justificado, a sus dos hijos, que estaban entre el público. Inmediatamente Robyn me miró alarmada.

—Papá —me dijo en un susurro apremiante, plenamente consciente de mi capacidad para provocar situaciones embarazosas, ¿no irás a presentarme a
mí?

—¿Te molestaría, Robyn? —pregunté.

—Sí.

—Entonces no lo haré —dije, y le di una palmadita en la mano para tranquilizarla.

Se quedó un rato pensando. Luego dijo:

—Claro que si te apetece mencionar de manera casual a tu hermosa hija, no me importará.

Así que ya se pueden imaginar que eso fue lo que hice, mientras ella bajaba los ojos con encantadora modestia.

Pero no pude por menos que ponerme a pensar en el estereotipo de belleza nórdica, rubia y de ojos azules, que ha predominado en la literatura occidental desde que las tribus germánicas, rubias y de ojos azules, ocuparon la parte occidental del Imperio romano, hace quince siglos, y se establecieron como la aristocracia gobernante.

… Y en la forma en que se ha utilizado este estereotipo para subvertir una de las lecciones más claras e importantes de la Biblia; una subversión que también aporta su granito de arena a la grave crisis a la que se enfrenta hoy el mundo, y especialmente los Estados Unidos.

Siguiendo mi inclinación de empezar por el principio, retrocedan conmigo al siglo VI a. C. Un grupo de judíos ha regresado del exilio en Babilonia para reconstruir el templo de Jerusalén, destruido por Nabucodonosor setenta años antes.

Durante el exilio, los judíos, guiados por el profeta Ezequiel, han preservado firmemente su identidad nacional, modificando, complicando e idealizando su culto a Yahvé hasta darle una forma que es el antecedente directo del judaísmo actual. (De hecho, Ezequiel es llamado a veces «el padre del judaísmo».)

Esto planteó un problema religioso a los exiliados a su regreso a Jerusalén. Durante el exilio se había establecido un pueblo en la antigua región de Judea; este pueblo adoraba a Yahvé según un ritual que ellos consideraban el correcto y el consagrado por la costumbre. Como su ciudad más importante (al estar Jerusalén destruida) era Samaria, los judíos que volvían del exilio los llamaron samaritanos.

Los samaritanos rechazaron las modernas modificaciones traídas por los judíos, y éstos aborrecían las anticuadas creencias de los samaritanos. Entre ellos surgió una incansable hostilidad, el tipo de hostilidad que se encona cada vez más porque las diferencias en sus creencias son comparativamente pequeñas.

Además, por supuesto, también vivían en aquellas tierras pueblos que adoraban a otros dioses: los amonitas, los edomitas, los filisteos, etcétera.

Los judíos recién llegados no sufrían una presión militar, ya que toda la zona estaba bajo la férula más o menos benéfica del Imperio persa, sino social, que quizá por eso mismo era más agobiante. Resulta difícil mantener un ritual estricto delante de las narices de un número abrumador de incrédulos, y la tendencia a que se relajase el ritual era casi irresistible. Además, los jóvenes recién llegados se sentían atraídos por las mujeres disponibles, y había matrimonios mixtos. Como es natural, descuidaban aún más el ritual para complacer a sus esposas.

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