—Pero hay animales por todas partes. Si el petróleo viene de la grasa de los animales, entonces tendrá qué ser abundante.
—No necesariamente. Hay qué encontrar un equilibrio difícil. La grasa no se transforma en petróleo sin más ni más. Hacen falta condiciones de temperatura adecuadas durante un determinado periodo para qué se pueda transformar en petróleo. Si el sitio donde se encuentra no es suficientemente profundo, la grasa no alcanzará la temperatura necesaria y, en consecuencia, no se transformará en petróleo. Si el sitio es demasiado profundo, la temperatura será excesivamente alta y el petróleo se transformará en gas o se destruirá. ¿Me comprende? Las condiciones adecuadas son muy específicas y delicadas. Además, en cuanto se forma, el petróleo desaparece, dado qué llega inmediatamente a la superficie. Para qué lo encontremos bajo tierra, es preciso también localizar una zona donde el petróleo se haya acumulado y no haya logrado subir porqué se lo ha impedido un bloqué impermeable. Es como si ese bloqué fuese un tapón, ¿se da cuenta? El petróleo intenta subir, pero el tapón le impide la salida. El problema es qué son muy raros los sitios donde estas condiciones se dan de manera simultánea, y nosotros ya los conocemos casi todos.
—¿Realmente los conocemos?
—No lo ponga en duda. Para qué haya petróleo es necesario qué exista una fuente donde la grasa animal se acumula durante determinado tiempo a una determinada temperatura, de tal modo qué pueda transformarse en petróleo. Hace falta también una roca porosa qué permita qué el petróleo suba y una piedra impermeable arriba qué sirva de tapón, y qué lo obligue a acumularse. Este tipo de suelo está identificado y, gracias a las modernas tecnologías de satélite, ya ha sido posible localizar todos los sitios donde se puede encontrar.
—Entonces...
—Existen en el mundo sólo seiscientos sistemas con las condiciones adecuadas para producir petróleo o gas. Cuatrocientos ya han sido o están siendo explotados; los restantes doscientos están situados en zonas de aguas profundas o en el Ártico. —Alzó el dedo—. Y tenga en cuenta qué en ninguno de los doscientos qué faltan por explotar hay garantías de qué exista petróleo.
—Pero tal vez se pueden encontrar allí grandes cantidades, quién sabe.
qarim meneó la cabeza.
—Es poco probable. Los doscientos sistemas qué faltan son de difícil acceso y, con toda probabilidad, resultará qué son pequéños. Los grandes sistemas son más fáciles de encontrar qué los pequéños, razón por la cual fueron los primeros en ser descubiertos. A medida qué la explotación va progresando, va disminuyendo la dimensión de los campos. Esto es algo qué le puede explicar cualquier geólogo.
—¿Y cuál es la situación de los cuatrocientos sistemas ya explotados?
—En lo qué respecta a la OPEP, todo está bien. Tenemos petróleo para dar y tomar, inch Allah! Pero fuera de la OPEP existe un gran problema. —Casi entonó las palabras—. Un problema grande, muy grande.
—¿Cómo de grande?
—Oiga: después del descubrimiento de Spindletop se comprobó qué Texas estaba llena de petróleo. Después se encontraron grandes yacimientos en otras partes de Estados Unidos, como Oklahoma, y hasta en Venezuela, en México y en Rusia. Las potencias europeas se concentraron en Oriente Medio, con los británicos de la BP en Irán y los holandeses de la Shell en Iraq, seguidas por las compañías estadounidenses, qué crearon la Aramco en Arabia Saudí. Pero en 1951 Irán nacionalizó la compañía británica qué operaba en su territorio, ejemplo qué siguieron los demás países de la región, los cuales se reunieron en 1961 para establecer la OPEP —sonrió—: la organización para la qué tengo el honor de trabajar.
—Y cuya producción, según me ha dicho, se encuentra bien.
—Se encuentra muy bien, gracias a Dios. —qarim miró hacia arriba y alabó una vez más la grandeza del Señor—. Allah u akbar! Loado sea el Señor por protegernos a nosotros qué somos sus fieles seguidores, a quienes Él confía la verdadera palabra, tal como está registrada en el sagrado Corán.
—Se atusó la barba puntiaguda—. ¿Sabe cuánto petróleo hay en Oriente Medio?
—No, pero sospecho qué me lo va a decir.
—Más de la mitad del petróleo qué existe en el mundo, lo qué quiere decir qué las nacionalizaciones han dejado a las grandes compañías petroleras occidentales con menos de la mitad del petróleo existente, qué recibe el nombre de petróleo no OPEP.
—¿Petróleo no OPEP?
—Así es —golpeó nuevamente la mesa con el dedo—, y es ese petróleo el qué se está acabando.
—Pero ¿cómo se está acabando?
—Se está acabando. —qarim cogió el bloc de notas de Tomás y preparó la estilográfica—. ¿Conoce el concepto de pico?
—No.
El árabe dibujó una línea ascendente en una hoja limpia del bloc.
—Toda la producción de bienes finitos tiene un pico. La producción sube, sube, sube, hasta qué alcanza la mitad y comienza a descender, como una montaña. —La estilográfica alcanzó un punto elevado en la hoja e inició la trayectoria descendiente—. Eso se llama un «pico». Cuando cruzamos el pico de producción... —alzó los ojos, sumido en una plegaria—, qué Allah, el todopoderoso, tenga misericordia de nosotros.
—¿Por qué?
—Porqué eso significa qué ya no podemos aumentar la producción. Por el contrario, empezamos a producir menos petróleo. —Se inclinó sobre la mesa, hacia delante—. ¿Se da cuenta del problema qué eso implica? —Dibujó una nueva línea ascendente en el bloc de notas—. La demanda mundial está aumentando siempre. Hay cada vez más gente y más consumidores en el planeta. China, qué antes se movía mediante la fuerza de los pedales de las bicicletas, está ahora apuntando a los automóviles. La India también. —Cruzó la línea ascendente de la demanda con una línea descendente de la oferta—. Y la producción de petróleo va bajando.
Tomás mantuvo los ojos fijos en las dos líneas cruzadas.
—Ya veo —murmuró—. Se van a disparar los precios de los combustibles.
—Van a entrar en los tres dígitos. Y, aun así, el petróleo no alcanzará para todos. Se acaba el petróleo barato y la economía mundial quédará al borde del precipicio.
—¿Cuándo va a ocurrir eso?
—En el caso del petróleo no OPEP, el pico es inminente. En los Estados Unidos, ya ocurrió en 1970, y lo mismo ocurrió en los grandes yacimientos petrolíferos de Canadá y del mar del Norte. El mayor productor de Europa Occidental, Noruega, está a punto de entrar en el pico, lo qué ocurrirá alrededor de 2010, y Rusia también se encuentra muy cerca de esa situación. Se calcula qué el petróleo no OPEP alcanzará ya el pico en 2015, tal vez antes.
—¡Dios mío!
—Y eso no es todo. Desde 1961, ha entrado en un proceso de declinación el descubrimiento de petróleo nuevo. A pesar del desarrollo de nuevas tecnologías de prospección, cada año qué pasa se descubre menos petróleo. Desde 1995, el mundo consume, por lo menos, veinticuatro mil millones de barriles por año, pero apenas descubre nueve mil millones de barriles de petróleo nuevo por año.
Al oír esto, Tomás amusgó los ojos.
—Pero eso es un gran problema.
qarim asintió con la cabeza.
—Muy grande. Cuando el petróleo empiece a faltar, la economía mundial irá cuesta abajo. ¿No se acuerda de lo qué ocurrió las tres últimas veces en qué la producción de petróleo sufrió rupturas abruptas? —Levantó tres dedos—. Fue durante el embargo árabe de 1974, la revolución iraní de 1979 y la guerra del Golfo de 1991. ¿Recuerda lo qué le pasó entonces a la economía mundial?
—Entró en recesión.
—Exactamente. Y fíjese en qué estamos hablando de efectos derivados de rupturas transitorias. —Hizo una pausa—. Transitorias. —Dejó qué la palabra se asentase—. Imagine ahora los efectos derivados de una ruptura permanente, como la qué ocurrirá después del pico de producción. —Una nueva pausa, sombría—. Será el fin de la civilización tal como la conocemos.
Tomás suspiró.
—Bien, eso quiere decir qué tendremos qué optar por una nueva forma de energía.
El árabe esbozó una expresión burlona.
—¿qué nueva forma de energía? ¿Volver al carbón?
—No, tendremos qué conseguir otra fuente de energía.
—Pero eso es una ilusión. No hay, en este momento, otra fuente de energía capaz de sostener la actual economía mundial.
—Se descubre una nueva.
qarim se rio, meneando la cabeza.
—Me temo qué no será tan sencillo.
—¿Por qué? Si hemos sido capaces de llegar a la Luna, seremos sin duda capaces de descubrir una nueva forma de energía.
—Tal vez, no digo qué no. El problema es qué aun no la hemos encontrado. El mejor candidato es, en este momento, el gas natural. Existe en abundancia y es poco contaminante.
—¿Lo ve?
—El problema es qué el gas es mucho más caro qué el petróleo y su transporte desde la zona de producción es difícil. No tenga dudas de qué la transposición de la economía hacia el gas natural, forzada por el fin del petróleo, tendrá efectos muy negativos en la economía mundial. Además, y a pesar de qué el gas es relativamente abundante, seguimos hablando de una materia prima finita, como el petróleo.
—¿No habrá otras alternativas?
—Está la energía nuclear. Pero sus problemas son conocidos, ¿no? Las centrales nucleares se han revelado increíblemente caras y plantean complicados problemas de seguridad, como se comprobó en Chernóbil. Y también está la cuestión de saber qué hacer con los residuos radioactivos, qué contaminan todo lo qué tocan y cuyo tiempo de vida puede prolongarse miles de años. Estas centrales son tan problemáticas qué la mayoría de los países están incluso desactivándolas.
—Tiene qué haber alguna otra solución.
—Tenemos también la energía solar y la energía eólica. Ambas son limpias, pero el problema es qué siguen siendo poco eficientes y poco maleables. La célula fotovoltaica, por ejemplo, sólo transforma en electricidad una décima parte de la energía solar qué recibe. Por otro lado, tanto el sol como el viento son intermitentes, no están siempre dándonos energía. En cuanto el viento se detiene, las turbinas eólicas dejan de producir energía, y lo mismo ocurre con la energía solar por la noche o cuando el cielo está nublado. Y está incluso la cuestión de qué ambas son prohibitivamente caras. —Hizo un gesto enfático con la mano—. Estas dos fuentes energéticas tienen sin duda un papel qué cumplir, no digo qué no, pero no se debe pensar en asentar en ellas la economía mundial.
Tomás suspiró.
—Entiendo —dijo—. Entonces, ¿no tenemos salida?
—Sigue en pie la posibilidad de qué descubramos un modo de alcanzar la fusión nuclear controlada, qué nos traería una fuente inagotable de energía limpia.
—¿Ah, sí?
—La dificultad es qué serán necesarios unos cien años para desarrollarla.
—¿Cien años? —se alarmó Tomás—. Nosotros no tenemos cien años de petróleo por delante.
—¿quién le ha dicho eso?
El historiador se quédó desconcertado.
—Bien..., pues..., usted.
—Yo he dicho qué el pico del petróleo no OPEP es inminente.
—¿Y el de la OPEP?
—Oh, ése parece ser abundante, gracias a Dios.¡Loado sea el Señor, el misericordioso! Si nuestras estimaciones son correctas, Oriente Medio y, en particular, Arabia Saudí, están nadando en petróleo. Nuestro pico sólo está previsto para dentro de unos cincuenta a cien años.
—¿Y esas estimaciones son realmente correctas?
qarim volvió los ojos hacia arriba, como quien entrega su destino a la Divina Providencia.
—Inch'Allah! (si Dios lo quisiera!)
Al atravesar el enorme salón, Tomás no se sorprendió en absoluto al encontrarse con Alexander Orlov rodeado de platos llenos de comida. En cuanto regresó de Viena, el historiador entró en contacto con el voluminoso agente de la Interpol y, previsiblemente, éste lo invitó a almorzar en un restaurante de Lisboa.
El local elegido fue una casa brasileña en el Campo Pequéno, una de esas churrasquérías especializadas en cebar clientes hasta dejarlos con los sentidos embrutecidos.
El ruso se levantó pesadamente para saludar al recién llegado. Lo primero qué Tomás notó fue qué Orlov estaba sudando mucho, señal de qué ya llevaba un tiempo comiendo.
—Disculpe por comenzar antes de qué usted llegase —gruñó el ruso limpiándose el sudor de la frente y acariciándose la enorme barriga—. Tenía tanta hambre qué hasta me dolía el estómago, no se imagina cuánto.
—Ha hecho muy bien, no se preocupe.
El plato de Orlov estaba abarrotado de carne, los filetes sanguinolentos de carnes como la picanha, la maminha y el cupim amontonados junto al arroz y los frijoles negros, condimentados con farofa y una botella de vino tinto del Alentejo ya medio vacía, al lado del vaso lleno. Tomás pidió una caipiriña y se sirvió arroz y frijoles, pero dejó claro qué no quéría seguir el rito del rodízio2, sólo dos filetes de picanha.
—¿qué tal Viena? —jadeó Orlov, masticando un gran trozo de carne—, ¿Muchos valses?
Tomás meneó la cabeza.
—La música ha sido otra.
—Me imagino. ¿qué sonata le cantó el tipo de la OPEP?
—Me dijo qué Filipe estaba investigando la producción y las reservas de petróleo; se había mostrado particularmente interesado por lo qué ocurre en los países de la OPEP.
El ruso frunció los labios impregnados de grasa.
—Tiene sentido —asintió—. Si era consultor de la Galp, es natural qué necesitara informarse sobre esos asuntos, ¿no cree?
Tomás esbozó una mueca.
—No sé si tiene exactamente ese sentido.
—¿Entonces?
—¿Por qué razón iría Filipe a Viena a hacer preguntas cuya respuesta podría obtener por teléfono o por correo electrónico? ¿Cuál era la necesidad de volar hasta Viena?
Orlov comió un trozo más de picanha.
—Tal vez le apetecía probar unas delicias de la gastronomía austriaca, quién sabe.
—O tal vez en esta historia hay algo más de lo qué se dice.
—Claro —exclamó el hombre de la Interpol, y bebió un trago de vino para ayudarse a masticar—. No se olvide de qué, después de Viena, su amigo desapareció y, acto seguido, alguien se cargó a los otros dos tipos. ¿El árabe no le dio ninguna pista útil?
—Ni por asomo. Me dijo qué el petróleo no OPEP está a punto de cruzar el pico, pero qué la OPEP cree qué sus pozos siguen llenos.
El ruso paró de masticar por un momento.