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Authors: Mandelrot

El viajero (3 page)

BOOK: El viajero
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—Lo sabrás en su momento. Suerte, hijo.

Volvió a dar la espalda a Kyro y se alejó. Unos momentos más tarde dio la señal.

—¡Adelante!

La multitud de espectadores rugió en gritos de ánimo. Kyro se movió inmediatamente, mientras una flecha le pasaba rozando el cuerpo. Se dirigió lateralmente al grupo, de manera que la línea de tiro del arquero estuviera bloqueada por sus oponentes. Sabía que debía ser muy rápido o los soldados le destrozarían; no tenía velocidad para esquivarles por mucho tiempo ni fuerza para derribarles, así que debía buscar acabar con ellos de golpes muy certeros.

Su rival más cercano era el que llevaba espada y tenía la cabeza descubierta; le lanzó un mandoble directo que parecía imparable. Kyro se lanzó hacia él logrando agarrar la empuñadura, mientras con la otra mano le golpeó la garganta con los dedos extendidos.

Ocurrió tan rápido que era difícil verlo: el soldado se llevó una mano al cuello con gesto de dolor, mientras Kyro le arrebataba la espada y lo usaba para cubrirse de la siguiente flecha del arquero que se clavó en el omoplato de su enemigo. Instantáneamente el chico lo empujó y lo hizo caer sobre el guerrero del yelmo; siguió corriendo esquivando la poderosa pero lenta maza del zoak, y se lanzó sobre el arquero con los pies por delante acertándole en pleno en la cara antes de que este pudiera volver a disparar.

Ambos cayeron al suelo; el dolor de sus heridas abriéndose fue tan intenso que Kyro sentía como si todo su cuerpo se estuviera partiendo en mil pedazos. Pero ignoró la sensación: soltó inmediatamente la espada para coger el arco y la flecha que habían caído de las manos del arquero inconsciente; se revolvió en el suelo hacia atrás todo lo rápido que pudo mientras tensaba el arma, y lanzó la flecha al bulto del zoak que justo en ese momento levantaba la maza para aplastarle. El proyectil se le clavó en un costado, la criatura lanzó un grito de dolor soltando su maza, y cayó hacia delante aplastando a Kyro.

El joven sintió escapar el calor de su sangre por el tremendo peso del cuerpo del zoak sobre su cuerpo; con un tremendo esfuerzo logró apartarlo lo suficiente como para moverse, y extendió el brazo hasta sujetar de nuevo la espada.

Fue entonces cuando una bota pisó su mano.

Kyro lanzó un grito y miró al último de sus adversarios, el soldado del casco que llevaba la otra espada que estaba de pie junto al chico. Alargó su arma hasta colocar la punta en la garganta del joven, que comprendió que estaba perdido.

No fue más que un momento, pero más tarde lo recordaría como una eternidad. Dolor, muerte, ahí acababa todo. Era cuestión de un instante.

Pero el soldado apartó la hoja de su garganta; la movió hacia su costado y comenzó a clavarla despacio, muy despacio, en la gran herida abierta y llena de sal que le había hecho la bestia de Dhrila. El tremendo grito de dolor de Kyro se escuchó como surgido del otro lado de la muerte.

Su oponente retorció la hoja, para hacer la tortura aún más terrible. Kyro se retorció de nuevo, el sufrimiento era atroz; estaba perdiendo la consciencia, pronto acabaría todo...

No. No, él era un guerrero. Tenía que estar por encima del dolor, por encima de sus propios límites. Tenía una misión que cumplir, sencillamente no podía fracasar. No. ¡No!

Abrió los ojos y miró directamente a su adversario. Su casco dejaba ver los ojos, en los que se veía el fuego de la guerra. Aquella mirada...

Kyro actuó sin pensar. El soldado tenía uno de sus pies pisándole la mano, así que todo el equilibrio de su cuerpo recaía en el otro. Encogió el cuerpo lo más rápidamente que pudo, ignorando cómo la espada se le clavaba aún más en la herida; concentró toda su energía en lanzar una patada hacia el punto de apoyo del atacante. Alcanzó su objetivo, le levantó el pie del suelo y el soldado cayó de espaldas.

Kyro ya no sentía el dolor: solo pudo pensar en asir lo más fuerte que podía su espada y acabar con su enemigo. Este empezaba a incorporarse al mismo tiempo que él, pero el joven fue más rápido y su voluntad ya era imparable: con todas sus fuerzas asestó un terrible ataque que el soldado solo pudo desviar parcialmente. El golpe le hizo soltar su arma e impactó duramente sobre su cabeza, haciendo saltar el yelmo por los aires.

De repente se hizo el silencio.

La multitud, que no había parado de gritar y animar a los luchadores, se detuvo en ese mismo momento. Nadie podía creer lo que estaba viendo.

Kyro también tardó unos segundos en reaccionar. Miró a su oponente con los ojos y la boca abiertos, hasta que una palabra pudo salir de sus labios.

—¡Padre!

El general Karan le miraba con una furia que Kyro creyó imposible en un ser humano. El fuego de sus ojos le hacía parecer una bestia sedienta de sangre.

—¿A qué esperas? ¡Atácame! —rugió.

—Padre...

—¡Vamos!

Kyro no pudo hacerlo. El general recuperó el equilibrio y, sin dudarlo, le dio un terrible puñetazo en la cara que lanzó a su hijo volando hacia atrás sin haberse defendido.

La multitud miraba la escena en un profundo silencio.

El golpe había hecho a Kyro soltar también su espada. Cayó al suelo con un gemido de dolor; apenas tuvo tiempo de abrir los ojos antes de que Karan le agarrara de un brazo y le pusiera en pie de un tirón. El chico no reaccionaba.

—¿Qué estás haciendo? ¡Eres un guerrero, lucha!

Le golpeó con el puño en las costillas, tan fuerte que Kyro sintió cómo alguna se le rompía. Le salió un poco de sangre por la boca, aunque tenía la cara tan hinchada y entumecida por el puñetazo anterior que ni siquiera se dio cuenta. En realidad estaba tan abrumado por la sorpresa que todo lo demás le parecía insignificante, remoto.

—Padre... —susurró.

No pudo sostenerse más y cayó de rodillas. Su último impulso inconsciente fue abrazarse a las piernas del general, que se quedó inmóvil mirando a su hijo vencido. Lo último que Kyro pudo escuchar antes de caer en las tinieblas fue la voz de su padre gritando que trajeran a los curanderos.

—Mira, parece que se mueve.

—Sí, ya está despertando. Tranquilo, hijo, lo peor ya pasó.

Kyro reconoció la potente voz de Kamor, que le hablaba ahora con suavidad. Abrió un poco los ojos y sintió como si miles de agujas se le clavaran en la cabeza.

—Despacio, despacio —Kamor posó una de sus enormes manos sobre su hombro; con su contacto Kyro pareció relajarse.

—¿Qué... ha pasado?

—Has estado algo más de dos días inconsciente —reconoció la voz de Tepulus y al reabrir sus ojos comenzó a distinguir su figura—. Hasta anoche los curanderos no estaban seguros de que vivieras, pero eres un k'var.

—¡El mejor! —añadió Kamor—. Lo hiciste muy bien, hijo. Estoy orgulloso de ti.

Kyro volvía a la realidad: estaba en una lujosa habitación de palacio. Su maestro de armas siguió hablando.

—¿Te gusta? El príncipe mandó traerte aquí cuando se enteró y se ocupó de que los mejores curanderos te cuidaran. Estaba muy enfadado con el general, ¡de no ser quien es le habrían arrancado la piel a tiras!

—Mi padre...

Kamor no supo que decir y miró a Tepulus, que fue quien contestó.

—Ha tenido que partir hacia Nammoda. Estará fuera algún tiempo.

—Y tú ahora estás de vacaciones —sonrió Kamor—. Órdenes directas del emperador. Nada de entrenamiento, ni disciplina, y lo mejor: nada de estudiar —soltó una carcajada hacia Tepulus que le respondió mirándole con severidad, lo que hizo sonreír a Kyro.

El grupo de doncellas caminaba por el amplio pasillo en silencio. Zadal iba con la cabeza baja y expresión de preocupación.

—¡Zadal! —vio llegar a una de sus compañeras corriendo con excitación hacia ella. Sus ojos reflejaban excitación y alegría.

Todas las doncellas se detuvieron, mirando a la que venía. Esta fue directamente hasta Zadal y la cogió de las manos.

—¡Está despierto!

Las jóvenes lanzaron exclamaciones de júbilo. A Zadal se le saltaron las lágrimas mientras sus amigas la rodeaban alegremente. La doncella que le había dado la noticia siguió hablándole.

—¿Quieres ir a verle? Quizá esté solo.

Tenía un nudo en la garganta que le impedía contestar, pero echó a correr dejando atrás el grupo.

Un poco más tarde llegaba hasta los aposentos donde sabía que habían llevado a Kyro, llevando una bandeja con gasas y una jarra de agua fresca. El soldado que hacía guardia junto a la entrada la miró.

—Vengo a cambiarle los vendajes.

El hombre asintió y le abrió la puerta. Zadal entró en la habitación.

—¿Zadal?

La chica miró hacia la cama y no pudo evitar una gran sonrisa al ver a Kyro. Este parecía tan sorprendido como contento.

—Me alegro de verte, Kyro. Vengo... a cambiar tus vendajes —se acercó a la cama.

—Sí... Claro, muchas gracias.

Zadal se sentó junto a él; le miraba con cierta timidez pero no podía disimular su alegría.

—Vi el combate. Estaba muy preocupada.

—Estoy bien. Las heridas curan rápido, solo tengo que esperar un par de días por las costillas rotas y me habré recuperado del todo.

—Pero fue un castigo terrible.

—Es... es mi entrenamiento.

Zadal le descubrió el torso. Las cicatrices habían mejorado muy deprisa, pronto no quedarían marcas del sufrimiento que el joven había tenido que pasar. Uno de sus vendajes le rodeaba el pecho, así que tuvo que acercarse a él para que pudiera incorporarse.

—Espera, te ayudaré —dijo.

Le abrazó y tiró suavemente para dejarle sentado. Sus mejillas se rozaron por un instante; no podían verse las caras pero los ojos de ambos se iluminaron. Tras esto se miraron por un momento más y ambos bajaron la mirada con nerviosismo. Ella comenzó a quitarle las vendas para ponerle las nuevas.

—¿Cuántas tienes rotas?

—Tres. Mi padre pega duro —sonrió con cierta tristeza.

—Tú... No tienes madre, ¿verdad?

—Las mujeres de los k'var tienen partos difíciles. El niño necesita mucha energía y la mayoría no... no lo resisten. Por eso hay tan pocos, y todos somos soldados.

—Pero no todas mueren —Zadal le miró intensamente—. Una mujer fuerte lo superará.

—No hay muchas que quieran arriesgarse, por eso casi todos los de mi raza están solos. Yo... tengo a mi padre.

Zadal se detuvo un segundo.

—Quizá encuentres a alguien. Una mujer que te ame.

Kyro no supo qué contestar. Ella continuó con su trabajo y le ayudó a recostarse de nuevo.

—Ya está.

—Te lo agradezco, Zadal.

—No es nada. Ha sido un placer —los dos sonrieron.

—Pero no tienes que molestarte por mí. Estoy bien, de verdad.

—De eso nada —se oyó una voz desde la puerta.

Era el príncipe Darimam. Zadal se sobresaltó y se puso en pie inmediatamente, haciendo una breve reverencia al recién llegado.

—Este soldado es un poco cabezota —dijo acercándose a la cama— y nunca reconocerá que necesita ayuda, pero todavía está muy malherido. ¿Cómo te llamas, chica?

—Zadal, alteza.

—Bien. Zadal, desde ahora quedas al cuidado del enfermo hasta su total restablecimiento.

Además, mi padre ha dado órdenes de que descanse: nada de entrenamientos ni estudios.

—Alteza... —intentó intervenir Kyro.

—Pero —continuó el príncipe señalando a Kyro, sin dejarse interrumpir— sé que no eres capaz de estar sin hacer nada y yo no puedo vigilarte todo el tiempo, así que te nombro a ti, Zadal, responsable de que cumpla los deseos del emperador. Di a tu ama que busque a alguna sustituta para tus otros quehaceres.

La chica miró a Kyro por un instante, a punto de explotar de alegría. Volvió a hacer la breve reverencia.

—Sí, alteza —recogió la bandeja y las vendas mirando fugazmente a Kyro y salió casi corriendo de la estancia.

Darimam la vio irse y habló una vez hubo cerrado la puerta.

—Es ella, ¿no? Estabas tan embobado que ni me has oído entrar.

—Sí. ¿A qué ha venido todo eso? —preguntó Kyro.

—Es muy bonita. Hacéis buena pareja, aunque tú no te la merezcas —le señaló.

—¿Por qué dices eso?

—Ah, vamos. ¿No lo has visto? Está loca por ti, idiota. Menos mal que he aparecido o la dejarías escapar.

—No está loca por mí. Y esto no era necesario.

—Ah, ¿no? "No tienes que molestarte por mí" —dijo en tono de burla—. ¿Sabes cuántas doncellas hay en Palacio que podrían haber venido a ayudarte con tus heridas? Y mira cómo le hablas.

—No sabía qué más decir.

El príncipe levantó las manos fingiendo exasperación.

—¡Tanto entrenarse para esto! En fin —sonrió con malicia—, menos mal que he venido; parece que las próximas semanas vas a tener otro tipo de "entrenamiento"...

Kyro le miró con preocupación.

Durante los siguientes días Zadal no se despegó del joven más que lo imprescindible. Cambiaba sus vendajes, le ayudó a levantarse cuando mejoraron sus heridas, y le acompañó a dar sus primeros paseos. Había magia entre ellos, ambos lo sentían: una mirada, una sonrisa... Después de una vida marcada por la absoluta disciplina que siempre le había impuesto su padre, después de luchas, obligaciones y trabajo, Kyro sentía por primera vez la juventud y la inocencia.

Mientras estaban en uno de esos paseos por los jardines de Palacio eran observados desde una ventana por Tepulus. El maestro les miraba con preocupación.

—Déjales que disfruten —le sacó de sus pensamientos la voz de Kamor—. El chico se ha ganado un descanso.

Tepulus se giró para mirar al guerrero, que le hablaba sentado junto a Sadsaloo alrededor de una mesa con algunos papeles.

—Lo sé, amigo —suspiró—. Lo sé.

—Karan volverá pronto y seguiremos con el plan —dijo Sadsaloo—. Nuestro alumno estará preparado cuando llegue el momento, mientras tanto hay trabajo que hacer.

Tepulus miró brevemente por la ventana de nuevo, sin perder su expresión preocupada. Tras esto asintió a los otros dos y se les unió junto a los documentos.

El cuerpo de Kyro curó rápidamente. Los jóvenes se dedicaban por entero a disfrutar de su tiempo juntos: recorrían las calles de la ciudad y curioseaban en los mercados, salían a recorrer los bosques cercanos, se bañaban y jugaban en algún río, ella le enseñaba a hacer malabares usando unas frutas, él le mostraba unas huellas y le hablaba de los animales que las dejaban...

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