He llamado a este fenómeno «malgrabación». Se produce con frecuencia en el mundo de las relaciones hombre-animal. Cuando ciertos animales, separados desde el nacimiento de los pertenecientes a su especie, son criados por seres humanos, pueden responder más tarde, no mordiendo la mano que los alimentó, sino copulando con ella. Esta reacción se ha observado a menudo en palomas. No es un descubrimiento nuevo. Ha sido conocido desde tiempos antiguos, cuando las damas romanas tenían pequeñas aves para divertirse de este modo. (Leda, al parecer, era más ambiciosa). Los mamíferos domésticos se abrazan a veces e intentan copular con las piernas humanas, como saben por penosa experiencia algunos propietarios de perros. Los guardianes de zoo también tienen que mostrarse precavidos durante la época de celo. Deben estar preparados para resistir las solicitaciones de cualquier animal, desde un dromedario amoroso hasta un ciervo encelado, cuando miembros de estas especies han sido aislados y criados manualmente por el hombre. Yo mismo fui una vez el azorado recipiente de las insinuaciones sexuales de un gigantesco panda hembra. Ocurrió en Moscú, adonde yo había dispuesto que fuese llevada para ser emparejada con el único panda macho gigante existente fuera de China. Ella hacía caso omiso de sus insistentes atenciones sexuales, pero cuando yo pasé la mano por entre los barrotes y le acaricié el lomo, el animal respondió levantando la cola y dirigiéndome una postura de completa invitación sexual, estando el panda macho a sólo unos centímetros de distancia. La diferencia entre los dos animales consistía en que la hembra había sido aislada de otros pandas a edad mucho más temprana que el macho.
Él había madurado como panda de panda, pero ella era ahora un panda de hombre.
Puede parecer, a veces, que un animal «humanizado» es capaz de percibir las diferencias entre un macho humano y una hembra humana al dirigirles insinuaciones sexuales, pero esto puede ser ilusorio. Un pavo macho malgrabado, por ejemplo, intentaba aparear con los hombres, pero atacaba a las mujeres. La razón era curiosa. Los pavos machos agresivos se manifiestan dejando caer las alas y moviendo el moco.
A los ojos del pavo malgrabado, las faldas eran alas caídas, y los bolsos femeninos, mocos. Veía, por tanto, a las mujeres como machos rivales y las atacaba, reservando sus atenciones sexuales para los hombres.
Los zoos están llenos de animales que, con descaminada bondad humana, han sido esmeradamente cuidados y criados y devueltos luego a la compañía de sus semejantes. Pero, por lo que a los aislados mansos se refiere, los de su propia clase son extranjeros, miembros de alguna amedrentante, extraña y «otra» especie. En un zoo hay un chimpancé macho adulto que ha permanecido más de diez años enjaulado con una hembra. Se ha comprobado, mediante análisis médicos, que goza de perfecta salud sexual, y se sabe que la hembra ha procreado antes de haber sido puesta con él. Pero, como es un aislado criado por el hombre, la ignora por completo. Nunca se sienta con ella, ni la acaricia ni intenta montarla.
Para él, pertenece a otra especie. Los largos años de estar expuesto a ella no lo han cambiado.
Estos animales pueden volverse extremadamente agresivos hacia los de su propia especie, no porque los traten como rivales, sino porque los ven como enemigos extranjeros. Los acostumbrados rituales que, en circunstancias normales, sustituyen a los combates sangrientos, no tienen lugar. A una mangosta hembra, criada por el hombre y amansada, se le entregó un macho capturado en estado salvaje con la esperanza de que procrearían, pero ella le atacó en el momento mismo en que entró en la jaula. Por fin, parecieron llegar a un estado de desacuerdo mutuo ligeramente estable, pero el macho debió de encontrarse sometido a una tensión considerable, porque no tardaron en formársele úlceras y en morir. La hembra recuperó inmediatamente su amistoso modo de comportarse.
Una tigresa criada por el hombre fue colocada en una jaula, por primera vez en su vida, junto a un tigre capturado en estado salvaje. Podía verle y olerle, pero no podían reunirse. Esto era lógico. Ella estaba tan «humanizada» que en cuanto detectó su presencia huyó al extremo opuesto de la jaula y se negó a moverse. Para una tigresa, esto constituía una reacción anormal, pero mucho más normal para un miembro de su especie adoptada (la humana) al encontrarse con un tigre. Fue más lejos: dejó de comer y continuó rehusando el alimento durante varios días, hasta que el macho fue sacado de allí. En su caso, pasaron varias semanas hasta que recuperó su normalmente amistoso y activo modo de ser, frotándose contra los barrotes para ser acariciada por los cuidadores.
A veces, las condiciones de crianza son tales que el animal desarrolla una personalidad sexual dual. Si es criado por humanos en presencia de otros miembros de su propia especie, puede, llegado al estado adulto, intentar aparearse tanto con humanos como con miembros de su especie. La malgrabación sólo es parcial, existiendo también cierto grado de grabación normal. Esto sería inverosímil en un grabador muy rápido, como un pato o un pollo, pero los mamíferos tienden a socializarse más lentamente. Hay tiempo para que se produzca una grabación dual. Detenidos estudios realizados con perros en América han demostrado esto con gran claridad. En los perros domésticos, la fase de socialización dura desde los veinte hasta los sesenta días de edad. Si los cachorros domésticos permanecen durante todo este período completamente aislados del hombre (siendo alimentados por control remoto), emergen, una vez finalizado aquél, como animales virtualmente salvajes. Si, no obstante, son criados en presencia simultánea de perros y hombres, se muestran amistosos hacia los dos.
Los monos criados en aislamiento total, tanto respecto de otros monos como de otras especies, incluido el hombre, encuentran casi imposible, en su vida posterior, adaptarse a ninguna clase de contacto social. Colocados con miembros sexualmente activos de su propia especie, no saben cómo responder. La mayor parte del tiempo se muestran aterrados ante cualquier contacto social y permanecen nerviosamente sentados en un rincón. Hasta tal punto carecen de grabación, que son virtualmente animales no sociales, aun cuando pertenecen a una especie altamente sociable. Si son criados con otros jóvenes animales de su misma especie, pero sin madres, no se produce este resultado, por lo que parece existir una clase de grabación de compañero, además de una grabación parental. Ambos procesos pueden desempeñar su papel para adscribir un animal a su especie.
El mundo del animal malgrabado es un lugar extraño y aterrador. La malgrabación crea un híbrido psicológico, realizando modos de conducta pertenecientes a su propia especie, pero dirigiéndolos hacia su especie adoptada. Sólo con enorme dificultad, y a veces ni siquiera así, puede readaptarse. Para algunas especies, las señales sexuales de los miembros de su misma especie son lo suficientemente fuertes, y las respuestas a ellas lo suficientemente instintivas, para permitirles sobrevivir a su anormal crianza, pero, en muchos otros casos, el poder de la grabación es tan intenso que supera a todo influjo.
Los amantes de los animales harían bien en recordar esto cuando se dedican a «domesticar» a jóvenes animales salvajes. Los empleados de parques zoológicos han estado largo tiempo desconcertados por las grandes dificultades que han encontrado para criar a muchos de sus animales. A veces, esto ha sido debido a la alimentación o alojamiento inadecuados, pero, con demasiada frecuencia, la causa ha sido la malgrabación producida antes de que los animales llegaran al zoo.
Pasando ahora a considerar el animal humano, el significado de la grabación está bastante claro.
Durante los primeros meses de su vida, el niño atraviesa una sensitiva fase de socialización en la que desarrolla una profunda y duradera adscripción a su especie y, especialmente, a su madre. Como en el caso de la grabación animal, esta adscripción o apego no depende por completo de las recompensas físicas obtenidas de la madre, tales como la alimentación y la limpieza. Se produce también aquí el aprendizaje de exposición, típico de la grabación. El niño no puede mantenerse cerca de la madre, siguiéndola como un polluelo, pero puede conseguir la misma finalidad mediante el empleo de la sonrisa.
La sonrisa es atractiva para la madre y la anima a quedarse con el niño y a jugar con él. Estos interludios juguetones y sonrientes ayudan a consolidar el vínculo entre el niño y su madre. Cada uno de ellos queda grabado en el otro, y se desarrolla una poderosa unión recíproca, un persistente lazo que es sumamente importante para la vida ulterior del niño. Criaturas que son bien alimentadas y van limpias, pero que se hallan privadas del «amor» de la grabación temprana, pueden padecer ansiedades que permanecen con ellos durante el resto de su vida. Huérfanos y niños que tienen que vivir en instituciones, donde la atención y los vínculos personales son inevitablemente limitados, se convierten, muy frecuentemente, en adultos ansiosos. Un fuerte vínculo cimentado durante el primer año de vida significará la capacidad de establecer fuertes lazos durante la vida adulta subsiguiente.
Una buena y temprana grabación le abre al niño una nutrida cuenta bancaria emocional. Si, posteriormente, los gastos son grandes, tendrá de sobra para ir sacando. Si, mientras crece, las cosas se tuercen en lo que se refiere a su cuidado parental (como, por ejemplo, separación parental, divorcio o muerte), su elasticidad dependerá de la cualidad de unión de aquel trascendental primer año. Naturalmente, perturbaciones posteriores cobrarán su parte, pero serán insignificantes comparadas con las de los primeros meses. Un niño de cinco años, evacuado de Londres durante la última guerra y separado de sus padres, cuando se le preguntó quién era, respondió: «No soy nada de nadie». Evidentemente, el shock era perjudicial, pero el que, en tales casos, haya de causar o no un daño duradero, dependerá en gran medida de si está confirmando o contradiciendo experiencias anteriores. La contradicción causará un aturdimiento que puede ser rectificado, pero la confirmación tenderá a intensificar y fortalecer ansiedades anteriores.
Pasando a la siguiente gran fase de adscripción, llegamos al fenómeno sexual de formación de pareja. «Enamorarse a primera vista» puede no sucedernos a todos nosotros, pero dista mucho de ser un mito. El acto de enamorarse tiene todas las propiedades de un fenómeno de grabación. Existe un período sensible (el comienzo de la vida adulta) en el que es más probable que ocurra; es un proceso relativamente rápido; su efecto es duradero en relación al tiempo que tarda en realizarse; y puede persistir aun en la más manifiesta ausencia de recompensas.
En contra de esto podría alegarse que para muchos de nosotros los primeros lazos de pareja son inestables y efímeros. La respuesta es que durante los años de pubertad y de inmediata pospubertad la capacidad de formar un lazo de pareja serio tarda algún tiempo en madurar. Esta lenta maduración proporciona una fase de transición durante la cual podemos, por así decirlo, probar el agua antes de saltar a ella. Si no fuera así, todos quedaríamos completamente fijados en nuestro primer amor. En la sociedad moderna, la fase natural de transición ha sido artificialmente prolongada por la excesiva persistencia del lazo parental. Los padres tienden a retener a su prole en una época en que, biológicamente hablando, deberían estar liberándola. La razón es bastante clara: las complejas exigencias del zoo humano hacen imposible que un individuo de catorce o quince años sobreviva independientemente. Esta incapacidad comunica una cualidad infantil que impulsa a la madre y el padre a continuar respondiendo parentalmente, pese al hecho de que su descendencia está ya sexualmente madura. Esto, a su vez, prolonga muchos de los modos infantiles de la prole, de modo que se entrecruzan antinaturalmente con los nuevos modos adultos. Como resultado de esto surgen considerables tensiones, y se produce a menudo el choque entre el lazo padres-prole y la recién iniciada tendencia de los jóvenes a formar un nuevo lazo de pareja sexual.
No tienen los padres la culpa de que sus hijos no puedan valerse por sí solos en el mundo supertribal exterior; ni tampoco los hijos tienen la culpa de que no puedan evitar transmitir a sus padres señales infantiles de desvalimiento. La culpa es del antinatural medio ambiente urbano, que requiere más años de aprendizaje que los que suministra el ritmo de crecimiento biológico del animal humano joven.
A pesar de esta interferencia con el desarrollo de la nueva relación de lazo de pareja, la grabación sexual no tarda en abrirse paso a la superficie. El amor joven tal vez sea típicamente efímero, pero también puede ser muy intenso, tanto que, en numerosos casos, se producen fijaciones permanentes en «novios de infancia», prescindiendo de la impracticabilidad socioeconómica de las relaciones. Aunque, sometidos a presiones externas, estos tempranos lazos de pareja se desmoronen, pueden dejar su marca. Con frecuencia, parece como si la búsqueda posterior de un compañero sexual, en la fase adulta plenamente independiente, implicara una inconsciente pesquisa para redescubrir algunas de las características clave de la primera grabación sexual. El fracaso final en esta pesquisa puede muy bien constituir un factor oculto que ayude a socavar un matrimonio en otro caso afortunado.
Este fenómeno de confusión de lazo no está limitado a la situación de «novios de infancia». Puede ocurrir en cualquier momento, y es particularmente probable que atormente a segundos matrimonios, donde con tanta frecuencia se hacen silenciosas, y a veces no tan silenciosas, comparaciones con los anteriores cónyuges. Puede también desempeñar otro importante y perjudicial papel cuando el lazo padre-prole se confunde con el lazo de pareja sexual. Para comprender esto, es necesario considerar de nuevo el efecto en el niño del lazo padre-prole. Le indica al niño tres cosas:
1. Éste es mi padre particular, personal.
2. Ésta es la especie a que pertenezco.
3. Ésta es la especie con lo que más adelante me emparejaré algún día.
Las dos primeras instrucciones son claras e inequívocas; es la tercera la que puede ser mal interpretada. Si el primer lazo con el padre del sexo opuesto ha sido particularmente persistente, algunas de sus características individuales pueden también ser transferidas para influir en el posterior lazo sexual de la prole. En vez de entender el mensaje como «ésta es la especie con la que más adelante me emparejaré algún día», el niño lo lee como «éste es el tipo de persona con que me emparejaré más adelante algún día».