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Authors: Larson Erik

Tags: #Intriga, #Bélico, #Biografía

En el jardín de las bestias (30 page)

BOOK: En el jardín de las bestias
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Tenía motivos para estar preocupado. Messersmith continuaba su correspondencia secreta con el subsecretario Phillips. Raymond Geist, el funcionario número dos de Messersmith (otro hombre de Harvard), también vigilaba los asuntos de Dodd y la embajada. Durante una visita a Washington, Geist tuvo una larga y secreta conversación con Wilbur Carr, jefe de los servicios consulares, durante la cual Geist proporcionó información de todo tipo, incluyendo detalles sobre fiestas locas celebradas por Martha y Bill que a veces duraban hasta las cinco de la mañana. «En una ocasión, la hilaridad era tan grande», le dijo Geist a Carr, que provocó una queja por escrito al consulado.
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Esto hizo que Geist llamase a Bill a su despacho, donde le advirtió: «Si se repite tal conducta, se informará oficialmente». Geist también criticaba la actuación del embajador Dodd: «El embajador tiene unos modales muy suaves y mediocres, mientras que el único tipo de persona que puede tratar con éxito con el gobierno nazi es un hombre inteligente y fuerte que esté dispuesto a adoptar una actitud dictatorial con el gobierno, e insista en que se cumplan sus exigencias. El señor Dodd es incapaz de hacer tal cosa».

La llegada a Berlín de un hombre nuevo, John C. White, para reemplazar a George Gordon como consejero de la embajada, no hizo más que incrementar el recelo de Dodd. Además de ser rico y propenso a celebrar sofisticadas fiestas, White también estaba casado con la hermana del jefe para los Asuntos Europeos Occidentales, Jay Pierrepont Moffat. Los dos cuñados se escribían con mucha camaradería, y se llamaban el uno al otro «Jack» y «Pierrepont». Dodd no habría encontrado demasiado tranquilizadora la primera línea de la carta desde Berlín de White: «Parece que sobra una máquina de escribir por aquí, de modo que puedo escribirte sin que haya otros testigos».
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En una de sus respuestas, Moffat decía que Dodd era «un individuo curioso, a quien encuentro casi imposible diagnosticar».
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Para hacerlo todo más claustrofóbico si cabe para Dodd, otro nuevo funcionario, Orme Wilson, que llegó más o menos al mismo tiempo y se convirtió en secretario de la embajada, era sobrino del subsecretario Phillips.

Cuando el
Chicago Tribune
publicó un artículo en el que afirmaba que Dodd había pedido un permiso para el año siguiente, conjeturando que quizá abandonase su puesto, Dodd se quejó a Phillips diciendo que alguien dentro del departamento tenía que haber revelado su solicitud de permiso, queriendo perjudicarle. Lo que molestaba especialmente a Dodd era un comentario recogido en el artículo y atribuido a un innominado portavoz del Departamento de Estado. El artículo afirmaba: «El profesor Dodd no contempla el retiro permanente del puesto de embajador de Alemania, se insiste».
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Dado el efecto que tiene la publicidad de pervertir la lógica normal, lo único que conseguía la negativa era plantear dudas sobre el destino de Dodd: ¿se retiraría, o se vería obligado a abandonar su puesto? La situación en Berlín ya era lo bastante complicada sin semejantes especulaciones, le dijo Dodd a Phillips. «Creo que Von Neurath y sus colegas se sentirían disgustados si se les enviase semejante informe.»

Phillips replicó, con uno de sus guiños habituales: «No puedo imaginar quién dio al
Tribune
la información relativa a su posible permiso la primavera que viene. Ciertamente, nadie me lo ha preguntado… Una de las principales satisfacciones del mundo periodístico es iniciar cotilleos sobre dimisiones. A veces todos sufrimos por culpa de esa manía, y no nos la tomamos en serio».
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Al concluir, Phillips observaba que Messersmith, que entonces estaba en Washington de permiso, había visitado el departamento. «Messersmith lleva con nosotros unos cuantos días, y hemos hablado bastante de los diversos aspectos de la situación alemana.»

Dodd habría tenido motivos suficientes para leer esas últimas líneas con una cierta ansiedad. Durante una de esas visitas al despacho de Phillips, Messersmith proporcionó lo que Phillips describía en su diario como «una mirada interna a las condiciones de la embajada en Berlín».
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También salió el tema de Martha y Bill. «Al parecer», explicaba Phillips, «el hijo y la hija del embajador no ayudan en nada a la embajada, y son demasiado aficionados a corretear por los clubes nocturnos con determinados alemanes no demasiado prestigiosos y con la prensa».

Messersmith también se reunió con Moffat y la esposa de Moffat. Los tres pasaron la tarde hablando de Alemania. «La examinamos desde todos los ángulos posibles»,
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escribió Moffat en su diario. Al día siguiente él y Messersmith comieron juntos, y varias semanas después volvieron a reunirse. En una de sus conversaciones, según el diario de Moffat, Messersmith afirmaba que estaba «muy preocupado por las cartas recibidas de Dodd, indicando que se estaba volviendo en contra de su personal».
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El consejero de Dodd, George Gordon, sustituido recientemente, disfrutaba de un largo permiso en Estados Unidos al mismo tiempo que Messersmith. Aunque la relación de Gordon con Dodd había empezado mal, por aquel entonces Dodd había llegado a ver a Gordon como un valor positivo, aun a regañadientes. Gordon escribió a Dodd: «Nuestro común amigo G.S.M. [refiriéndose a Messersmith] está llevando a cabo una activa campaña en apoyo de su candidatura para la legación de Praga».
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(Messersmith llevaba mucho tiempo esperando dejar el Servicio de Exteriores y convertirse en diplomático de pleno derecho; ahora, con la embajada de Praga disponible, veía la oportunidad.) Gordon observaba que había empezado a fluir hacia el departamento un torrente de cartas y editoriales de periódicos atestiguando el «excelente trabajo» de Messersmith. «Todo empezó a resultarme muy familiar», escribía Gordon, «al oírle decir a uno de los funcionarios de mayor rango que en realidad se sentía un poco violento por todos los elogios que le hacía la prensa… ¡porque en realidad no le gustaba ese tipo de cosas!».

Gordon añadía, en escritura normal: «
O sancta virginitas simplicitasque
» (en latín: «¡santa inocencia virginal!»).

* * *

El viernes 22 de diciembre, Dodd recibió una visita de Louis Lochner, que le trajo unas noticias perturbadoras. La visita en sí misma no era inusual, porque por aquel entonces, Dodd y el jefe de la oficina de la Associated Press se habían hecho amigos y se reunían a menudo para discutir diversos temas e intercambiar información. Lochner le dijo a Dodd que un dirigente situado en un puesto muy elevado de la jerarquía nazi le había informado de que a la mañana siguiente el tribunal del juicio del Reichstag daría su veredicto, y que todos serían absueltos excepto Van der Lubbe.
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Esta noticia era asombrosa en sí misma, y si era cierta, constituiría un golpe muy grave para el prestigio del gobierno de Hitler y en particular para la posición de Göring. Este era precisamente el «error» que tanto había temido Göring. Pero el informante de Lochner también había sabido que Göring, todavía indignado por la insolencia de Dimitrov durante su enfrentamiento ante los tribunales, quería que Dimitrov muriese. Su muerte ocurriría poco después del final del juicio. Lochner se negó a identificar su fuente, pero le dijo a Dodd que al transmitir aquella información, la fuente esperaba evitar mayores daños para la reputación internacional de Alemania, ya bastante dañada. Dodd se imaginó que el informante era Rudolf Diels.

Lochner había tramado un plan para sabotear el asesinato haciéndolo público, pero primero quería que la idea pasara por Dodd, por si Dodd creía que las repercusiones diplomáticas podían ser demasiado graves. Dodd lo aprobó, pero a su vez consultó con sir Eric Phipps, embajador británico, que también estuvo de acuerdo en que Lochner siguiera adelante.

Lochner sopesaba cómo llevar a cabo exactamente su plan. Extrañamente, la idea inicial de hacer público el inminente asesinato se la había dado el propio ayudante de prensa de Göring, Martin Sommerfeldt, que también se había enterado. Su fuente, según se dice, era Putzi Hanfstaengl, aunque también es posible que Hanfstaengl se enterase a través de Diels. Sommerfeldt le dijo a Lochner que él sabía por experiencia que «hay una forma de disuadir al general. Cuando la prensa extranjera le atribuye algo, él, tozudamente, hace lo contrario». Sommerfeld propuso que Lochner atribuyese la información a una «fuente fidedigna», y que hiciese hincapié en que el asesinato tendría «graves consecuencias internacionales».

Lochner, sin embargo, se enfrentaba a un dilema. Si publicaba un reportaje inflamatorio a través de Associated Press, se arriesgaba a enfurecer a Göring hasta el punto de que cerrase la oficina de AP en Berlín. Era mucho mejor, razonó Lochner, que la historia surgiese en un periódico inglés. El, Sommerfeldt y Hanfstaengl revisaron su plan.

Lochner sabía que un reportero muy verde se acababa de unir a la oficina de Reuters en Berlín. Le invitó a tomar unas copas en el hotel Adlon, y enseguida Hanfstaengl y Sommerfeldt se unieron a ellos. El nuevo reportero se felicitó por su suerte ante aquella aparente coincidencia de funcionarios de alto rango.

Al cabo de unos momentos, Lochner mencionó a Sommerfeldt el rumor de una amenaza contra Dimitrov. Sommerfeldt, siguiendo el plan previsto, fingió una gran sorpresa. Seguramente Lochner estaba mal informado, Göring era un hombre de honor, y Alemania un país civilizado…

El reportero de Reuters sabía que era una gran primicia, y le pidió permiso a Sommerfeldt para citar su negativa. Fingiendo gran reluctancia, Sommerfeldt acabó por acceder.

El hombre de Reuters corrió a escribir su artículo.

Aquella misma tarde, la noticia aparecía en los periódicos de Gran Bretaña, le dijo Lochner a Dodd. Lochner le enseñó también a Dodd un telegrama enviado por Goebbels a la prensa extranjera, en el cual Goebbels, actuando como portavoz del gobierno, negaba la existencia de ningún plan para asesinar a Dimitrov. Göring también lo negó públicamente, afirmando que se trataba de «un horrible rumor».

El 23 de diciembre, tal y como había previsto Lochner, el juez presidente del juicio del Reichstag anunció el veredicto del tribunal. Absolvía a Dimitrov, Torgler, Popov y Tanev, pero encontraba culpable a Van der Lubbe de «alta traición, incendio sedicioso e intento de incendio común».
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El tribunal le condenó a muerte, estableciendo sin embargo, a pesar de innumerables testimonios en sentido contrario, «que los cómplices de Van der Lubbe hay que buscarlos entre las filas del Partido Comunista, que el comunismo es por tanto culpable del fuego del Reichstag, que el pueblo alemán estuvo en la primera parte del año 1933 al borde del caos al cual querían conducirlo los comunistas, y que el pueblo alemán se salvó en el último momento».

El destino final de Dimitrov, sin embargo, seguía sin quedar claro.

* * *

Al fin llegó el día de Navidad. Hitler estaba en Múnich; Göring, Neurath y otros oficiales de alto rango habían abandonado Berlín. La ciudad estaba tranquila, en paz, de verdad. Los tranvías parecían juguetes debajo de un árbol.

A mediodía, los Dodd salieron en el Chevrolet familiar e hicieron una visita sorpresa a los Lochner. Louis Lochner estaba redactando un carta para su hija en Estados Unidos. «Estábamos sentados tomando café cuando de repente apareció la familia Dodd, el embajador, la señora Dodd, Martha y el joven señor Dodd, a desearnos felices fiestas.
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Qué amable por su parte, ¿no? Cuanto más trabajo con el señor Dodd más me gusta; es un hombre de profunda cultura y dotado de una de las mentes más agudas con las que he estado en contacto.» Lochner describía a la señora Dodd como «una mujer muy dulce y femenina que… como su marido, prefiere infinitamente visitar a unos amigos que someterse a todas las pomposidades diplomáticas. Los Dodd no pretenden ser triunfadores sociales, y yo los admiro por ello».

Dodd pasó unos momentos admirando el árbol de los Lochner y otros motivos decorativos, y luego se llevó aparte a Lochner y le preguntó por las últimas noticias del asunto Dimitrov.

Hasta el momento parecía que Dimitrov se había librado de todo daño, dijo Lochner. También le dijo que su fuente, situada en un lugar muy elevado, y cuya identidad todavía no quería revelarle a Dodd, le había dado las gracias por manejar tan diestramente aquel asunto.

Dodd, sin embargo, temía posteriores repercusiones. Seguía convencido de que Diels había representado un papel clave a la hora de revelar el complot. A Dodd seguía sorprendiéndole Diels. Conocía su reputación como cínico oportunista de primera categoría, pero le parecía cada vez más un hombre íntegro, que merecía respeto. Fue Diels, sin duda, quien a principios de mes persuadió a Göring y Hitler de que decretasen una amnistía navideña de presos de los campos de concentración que no fuesen criminales encallecidos o representaran un claro peligro para la seguridad estatal. Los motivos precisos de Diels era imposible saberlos,
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pero él consideró aquel momento, mientras iba de campo en campo seleccionando a los presos para que los liberasen, como uno de los mejores de toda su carrera.

Dodd temía que Diels pudiese haber ido demasiado lejos. En la anotación de su diario del día de Navidad, Dodd escribió: «El jefe de la Policía Secreta ha hecho una cosa muy peligrosa,
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y no me sorprendería más adelante enterarme de que le han metido en prisión».

Viajando por la ciudad aquel día, Dodd se sorprendió de nuevo por la «extraordinaria» tendencia alemana a las decoraciones navideñas. Vio árboles de Navidad por todas partes, en todas las plazas públicas y en todas las ventanas.

«Uno pensaría», escribió, «que los alemanes creían en Jesucristo o practicaban sus enseñanzas».
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QUINTA PARTE

INTRANQUILIDAD

1934

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