Evento (63 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Evento
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Everett notó que Ryan trataba de despegar y rebotaba dos veces en el suelo. Carl se encaramó hacia la cabina para decir algo, pero Ryan se adelantó.

—Quédate ahí y prepárate. ¿No habrás pensado que iba a dejarlo ahí solo, verdad? —Luego sonrió y miró al especialista que tenía en el asiento de al lado—. ¿Qué, estás listo para ser un héroe?

—No, señor —contestó el joven soldado.

En cuanto abrió el estuche de control remoto, Jack se dio cuenta de que no iba a tener tiempo para poner en marcha el dispositivo. Las olas de tierra estaban a unos novecientos metros de distancia de la nube de polvo que había sobre las llanuras de sosa. Iban saltando y volviéndose a sumergir y muy pronto aparecerían a menos de cien metros de donde se encontraba. Pese a todo, se puso a tirar de los cables rotos del estuche a toda velocidad.

El capitán del Paladin líder dio un respingo cuando el GPS volvió a recibir información sobre la posición del objetivo. Las órdenes eran procurarle un tiempo adicional al equipo de tierra lanzando toda la munición disponible. El AWACS que sobrevolaba la zona no paraba de emitir datos. El capitán cogió la radio y comenzó a gritar órdenes a su escuadrón mientras los proyectiles Excálibur eran cargados en el cañón M284.

—¡Excálibur listo! —gritó el cargador.

Por la radio escucharon una voz que decía:

—Disparen hasta acabar con toda la munición.

—Pistolero, dispare, dispare a discreción.

La sección de Paladin M109A6 abrió fuego y lanzó los proyectiles Excálibur hacia sus objetivos preprogramados. Conforme recargaban los artilleros, nuevas señales del GPS llegaban a los proyectiles y establecían contacto con el AWACS que sobrevolaba desde muy alto. Cada proyectil que era disparado recibía constantemente datos acerca de la situación de su objetivo. Los pequeños alerones direccionales se desplegaban cuando el proyectil era disparado y se encargaban de guiar las bombas inteligentes hasta su destino.

Jack escuchó un ruido encima de su cabeza, como si el cielo estuviese partiéndose en dos. La vibración causada por los animales hacía que el suelo alrededor saltase en pedazos. Los primeros proyectiles explotaron sobre las primeras crías que iban avanzando por delante del macho, a tan solo doscientos veinticinco metros de Orión. Esos animales quedaron fulminados al mismo tiempo que la segunda descarga caía sobre más criaturas de las que surcaban la superficie. Jack se echó al suelo cuando los tres Excálibur siguientes se dirigían hacia el objetivo más grande. El macho sintió el peligro y se zambulló en la profundidad; los proyectiles se abrieron paso entre la arena y explotaron a diez metros del suelo sin provocarle ningún daño.

Muchas de las otras criaturas corrieron peor suerte tras ser abandonadas por su mucho más grande y rápido hermano. Los surcos que dejaban tras de sí eran marcados claramente por las cámaras del AWACS, que calculaban al milisegundo en qué posición estarían los talkhan en el momento del impacto, lo que los convertía en blancos fáciles. Los alerones móviles guiaban a la perfección a los proyectiles y evitaban que los talkhan los esquivaran.

Los Paladin dispararon toda la artillería disponible. Según el recuento del AWACS, al menos veinticinco de los animales más pequeños habían sido eliminados, si bien el mayor de ellos y entre veinte y treinta de las hembras más pequeñas continuaban con vida.

Jack supo apreciar el tiempo extra que había ganado, y se puso manos a la obra tan deprisa como pudo. Enseguida vio la ola que se aproximaba a toda velocidad. Parecía que los animales supiesen lo que estaba planeado y tratasen de correr lo más posible antes de que se produjese la detonación.

Collins miró el desierto vado que había a su alrededor, consciente de que dentro de unos segundos ya nada sería igual y un inmenso agujero en el suelo ocuparía el lugar donde ahora se encontraba. Se arrodilló, abrió el estuche y tiró con fuerza de los cables rotos de la antena, arrancando el protector de tensión que los fabricantes ponían siempre. Levantó la vista y vio cómo el inmenso animal surgía de la superficie del desierto, acompañado en el salto de las treinta hembras que seguían con vida. No sabía bien el porqué, pero Jack tuvo la certeza de que la bestia le había visto en la extensión despejada artificialmente de tierra y arena. El talkhan dio un alarido y se sumergió en la tierra: una ola formada por suelo alterado a nivel atómico atravesó la zona cero. Sin embargo, Jack sonrió al ver la nube alcalina de color grisáceo que dejaba tras de sí el animal.

—Bueno, Niles, senador Lee, me lo he pasado muy bien. —Jack colocó la caja junto a la pequeña antena, enrolló los cables alrededor y pulsó el botón.

La pantalla se iluminó con el mensaje «Detonación 30 segundos» parpadeando en letras rojas. Jack se relajó, se sentó y dejó el estuche a su lado. Sabía que la mecha estaba encendida y que ya nada se podía hacer para detenerla.

Los surcos se atenuaron al mismo tiempo que las bestias se sumergían a mayor profundidad. Jack sonrió, seguro de que daba igual lo mucho que descendieran, nunca serían capaces de escapar al infierno de rayos gamma que se les avecinaba.

El senador Lee agachó la cabeza. Niles apoyó la suya sobre las manos y esperó. Alice estaba furiosa, una lágrima le corrió por la mejilla, luego miró con rabia al senador por haber sabido con toda claridad lo que Collins iba a hacer. Mientras esperaban, escucharon el intercomunicador. La señal provenía de la Casa Blanca.

—¿Qué están haciendo esos chiflados? —Pudieron reconocer la voz que gritaba, era la del presidente.

Niles levantó la vista y se quedó anonadado al ver al Blackhawk avanzando en zigzag de vuelta a la zona cero a una espeluznante lentitud.

—¡Ryan, estás condenadamente loco! —gritó Niles tras ponerse de pie de un salto y dar una palmada, consciente de que no había ninguna posibilidad de que el lento y mal pilotado Blackhawk pudiese conseguirlo, pero animando al mismo tiempo a esos locos porque sabía que una bomba de neutrones no tenía el mismo efecto explosivo que un arma nuclear, era menos violenta, así que podrían ponerse a cubierto si conseguían alejarse a unos doscientos metros de la zona cero.

Jack se puso en pie al escuchar el ruido de los motores y ver al helicóptero que se dirigía hacia él.

—Dios santo —dijo mientras el Blackhawk giraba bruscamente primero a la izquierda y luego a la derecha, perdiendo altitud a demasiada velocidad. Quedaban quince segundos para la detonación. El temblor del suelo indicaba que los talkhan estaban cerca del centro de la zona cero—. Os voy a colgar a los tres de un poste —dijo Jack al ver a Everett asomado por la puerta, cogido de la rueda que aún estaba entera y con Sarah detrás, sujetándole por la cintura.

El Blackhawk descendía en picado sobre la superficie del desierto; al mismo tiempo, la bestia atravesaba el centro del embudo. Jack vio la cara de preocupación de Everett mientras este alargaba el brazo cuanto podía. Collins dio un salto: las costillas rotas le pinzaron el pecho produciéndole un tremendo dolor. Everett lo agarró, pero a Ryan le estaba costando detener el Blackhawk. Durante seis o siete metros Jack fue arrastrando los pies por el suelo. Ryan forzó al máximo el colectivo, apretando el acelerador y aplicando toda la potencia posible, y el helicóptero salió disparado hacia arriba. El piloto apretó hacia delante la palanca de mando, el morro se agachó y el aparato ganó velocidad, alejándose de la zona cero, intentando desesperadamente escapar del explosivo convencional de la bomba. De pronto, todo lo que había a sus pies cambió de repente.

La superficie del desierto se elevó primero y todo el aire alrededor del Blackhawk fue aspirado hacia abajo. Ryan estuvo a punto de perder el control de la nave, luego el suelo retrocedió. La erupción puso el aire al rojo blanco, y la tierra, al derrumbarse, los salvó de que la explosión de rayos X los achicharrara. El borde de las montañas de la Superstición se evaporó mientras estas se desmoronaban en el inmenso agujero creado por el artefacto, que hizo desaparecer ochocientos metros de superficie del desierto. Las criaturas se encontraban a tan solo treinta metros de la bomba de neutrones cuando la carga eléctrica había hecho detonar el explosivo convencional y el núcleo compuesto de uranio había recibido el impacto preciso. Cuando la radiación gamma atravesó sus cuerpos desprotegidos, las criaturas se deshicieron como si toda la fuerza del sol hubiera caído de golpe sobre ellas.

Ryan había perdido por completo el control del helicóptero. Jack seguía colgando precariamente sobre el enorme cráter que se había abierto en el desierto, sujeto solo gracias a la fortaleza de Everett y a la fuerza de voluntad de Sarah, que aguantaba el peso de los dos hombres. Collins estuvo a punto de salir disparado por los aires debido a la acción de la fuerza centrífuga del Blackhawk, que no paraba de dar vueltas fuera de control sobre un agujero que parecía provocado por el impacto de un meteorito.

La fuerza de la rotación estaba también arrastrando a Ryan lejos de los pedales. El especialista vio lo que estaba pasando y apretó con todas sus fuerzas el pedal izquierdo hasta que consiguió presionarlo y Ryan consiguió dejar de girar a tanta velocidad. En el panel de control se encendieron varias luces de advertencia. La señal de fuego en el motor se iluminó y Ryan se quedó paralizado sin saber qué hacer.

—¡Haz que se pose, haz que se pose, maldito cabrón! —gritó el especialista.

—¡Mira lo que ha tardado en decir algo que no fuera «sí, señor»! —contestó Ryan gritando aún más—. ¡Y encima se pone a dar órdenes!

En la parte de atrás, Everett y Sarah habían conseguido, por fin, subir a Jack encima de la rueda; desde allí, había podido saltar hasta el compartimento trasero del helicóptero, donde se había derrumbado sobre la cubierta. Sarah había tirado fuertemente de Everett y los dos habían caído, dentro de la cabina, encima de Jack. Todos se quedaron sin aliento mirando por la puerta la superficie que giraba lentamente bajo ellos. Jack vio la inmensa depresión que había en el suelo y que se extendía a lo largo de un círculo de unos ochocientos metros de diámetro y supo que era imposible que las bestias hubiesen sobrevivido a eso. Asintió satisfecho y dejó caer la cabeza contra el suelo, sin preocuparse por el peso añadido que Sarah y Everett ejercían sobre él.

—Por si no lo sabe aún, señor Everett, ese brazo está roto —dijo Jack al ver el miembro retorcido que le caía sobre la cara.

Collins respiraba profundamente y se cogía el costado izquierdo. Fue dando vueltas por el suelo hasta que el Blackhawk acabó por enderezarse y comenzaron a descender a un ritmo más o menos normal a pesar de que en la parte delantera no dejaban de sonar las alarmas y de que Ryan no paraba de gritar lo buen piloto que era.

—Cuando volvamos, os voy a explicar unas cuantas cosas —dijo Collins mientras cogía la mano de Sarah y la apretaba contra la suya.

—Solo éramos pasajeros, Jack —contestó Everett—. Cuando te agarré lo que estaba intentando era saltar del aparato. Ese cabrón de Ryan no tiene ni puta idea de pilotar.

Capítulo 34

Gus seguía sentado sobre la roca junto al cuerpo inmóvil de su amigo; no había permitido que nadie intentara ayudar o retirara el cuerpo de Palillo. Julie estaba de pie y consolaba a Billy, que no dejaba de llorar. Ryan tenía un brazo puesto sobre Julie y con el otro sostenía a Collins, que todavía sufría algunos temblores. Sarah estaba al otro lado del comandante, sin apartar la mirada del alienígena.

Collins se quedó mirando al viejo, que sujetaba la mano del pequeño ser. Palilo seguía sobre la superficie rocosa, boca abajo, después de caer desde más de trece metros de altura desde el precipicio hacía cuarenta y cinco minutos. Gracias a uno de los muchos salientes que había en la cara de la montaña, no se había despeñado hasta la superficie del suelo.

—Era tan valiente como los mejores soldados con los que he servido, Gus —dijo Jack, mirando al suelo—. Me salvó la vida.

Gus asintió sin decir nada y siguió sujetando la pequeña mano.

—Hioeeeeeutaaaa.

Gus escuchó aquello y levantó la cabeza mirando a los demás. Jack estaba asombrado, Sarah se quedó con la boca abierta y Ryan murmuró:

—La puta hostia.

—¿Palillo? —dijo Gus mientras apretaba la pequeña mano.

—Gusss, mi duele mucho —dijo la almidonada voz.

Jack miró a su alrededor; a su lado estaban Billy y Julie, pero ellos no habían escuchado nada.

—Gus, escúchame —dijo Jack con voz tremendamente seria.

Cuando alzó la vista, el viejo sonreía, estaba al borde del llanto. Al ver el gesto serio del comandante, la sonrisa se desdibujó de su rostro.

—Vendrán a por él, Gus, a por Palillo. Lo querrán, vivo o muerto. —Jack se acercó, pese al dolor que sentía, arrastrando con él a Sarah y a Ryan—. Está muerto, ¿entendido? No sobrevivió y ha sido imposible recuperar el cuerpo —dijo Jack, mirando fijamente los ojos del anciano—. ¿Entiendes lo que digo, Gus?

Gus tragó saliva y asintió, mirando hacia los lados.

—Solo mi gente puede saber que Palillo sigue vivo. Reuniremos toda la información necesaria y os ayudaremos a mantenerlo oculto, pero Gus, ahora mismo tienes que ponerte de pie y salir zumbando de aquí o vendrán a por él y no habrá nada que podamos hacer para detenerlos. Ha formado parte de un ataque a nuestro país, querrán saber todo lo que sabe. Creo que nuestra gente puede descubrir toda esa información sin necesidad de tenerlo encerrado. Quiero que tú, Julie y Billy lo saquéis de aquí ahora mismo.

Gus asintió y dijo «Gracias» moviendo los labios.

—Aaayyyy, Gus daño mano Palilo.

Gus rebajó la presión con la que cogía la pequeña mano. Luego se quedó mirando a Jack y no supo exactamente qué decir en un momento tan emocionante como aquel.

—Marchaos ahora mismo —susurró Jack.

Una hora más tarde, en el lugar del accidente, Jack y Sarah observaban cómo los cuerpos de los miembros del Grupo Evento y de los soldados eran retirados con solemne delicadeza; Carl se acercó hasta donde se encontraban.

—¿Cómo está, señor Everett? —preguntó Collins.

Everett agachó la cabeza y se ajustó el brazo derecho en el cabestrillo, luego alzó la vista y miró al comandante y a Sarah, que no pudo soportar su angustiado semblante y desvió la mirada para poder contener las lágrimas.

—Mira, podemos quedarnos aquí de pie y pasarnos la noche entera llorando por Lisa, pero no creo que a ella le gustara —dijo Everett. A continuación, le pasó una nota que le acababan de dar los hombres del equipo de seguridad—. No tenemos mucho tiempo, Jack. Me acaban de decir que el presidente va a cederle a la CIA los restos de Palillo. Por lo visto, Compton y Lee están tratando de resistirse, pero parece que no van a conseguirlo.

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