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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (47 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—Desde luego —dijo Trevize—, soy lo bastante humano para querer ver de cerca un sistema binario. Pero también soy lo bastante humano para tomar precauciones. Como ya te he explicado, no ha ocurrido nada desde que salimos de Gaia que me induzca a no ser precavido.

—¿Cuál de esas dos estrellas es Alfa, Golan? —preguntó Pelorat.

—No nos perderemos, Janov. El ordenador sabe con exactitud cuál es Alfa y, dicho sea de pasada, nosotros lo sabemos también: la más caliente y más amarilla de las dos, porque es la más grande. En cambio, la de la derecha tiene una luz de un claro color anaranjado, bastante parecida a la del sol de Aurora, si lo recuerdas bien. ¿Lo ves?

—Sí, ahora que me lo has hecho observar.

—Muy bien. Ésta es la más pequeña. ¿Cuál es la segunda letra de aquel alfabeto antiguo que mencionaste?

Pelorat pensó un momento y dijo:

—Beta.

—Entonces llamaremos Beta a la de color anaranjado y Alfa a la de un blanco amarillento, y Alfa es aquella a la que nos dirigimos ahora mismo.

XVII. La nueva Tierra

—Cuatro planetas —murmuró Trevize—, todos ellos pequeños, más un séquito de asteroides. Ningún gigante gaseoso.

—¿Te contraría que sea así? —dijo Pelorat.

—En realidad, no. Cabría esperarlo. Las binarias que giran una alrededor de la otra a corta distancia no pueden tener planetas alrededor de cada una de ellas. Los planetas pueden hacerlo alrededor del centro de gravedad de ambas, pero es muy improbable que sean habitables; están demasiado lejos para ello.

»Por otra parte, si las binarias tienen una separación razonable, puede haber planetas en órbitas estables alrededor de cada una de ellas, si están lo bastante cerca de una de las estrellas. Según el banco de datos del ordenador, estas dos mantienen una separación media de 3,5 mil millones de kilómetros e incluso en su periastro, que es cuando están más cerca la una de la otra, la separación es de unos 1,7 mil millones de kilómetros. Un planeta, en una órbita de menos de 200 millones de kilómetros de cualquiera de las estrellas, estaría situado de manera estable, pero no puede haber ninguno con una órbita más grande. Esto significa que es imposible que haya gigantes gaseosos, ya que éstos tendrían que estar más lejos de la estrella. Pero, ¿qué importa esto? Los gigantes gaseosos no son habitables.

—Uno de esos cuatro planetas podría serlo.

—El segundo planeta es el único posible, ya que es el único lo bastante grande para tener una atmósfera.

Se acercaron rápidamente al segundo planeta y, en un período de dos días, su imagen se agrandó; al principio, con un majestuoso y moderado aumento de tamaño, y después, cuando no hubo señales de ninguna nave espacial dispuesta a interceptarles, con creciente y casi espantosa rapidez.

La
Far Star
se movía a enorme velocidad en una órbita temporal, a mil kilómetros por encima de la capa de nubes, cuando Trevize dijo, malhumorado:

—Ahora veo por qué los bancos de datos del, ordenador pusieron un interrogante detrás de la nota de que se trataba de un mundo habitado. No hay señales claras de radiación, ni luces en el hemisferio nocturno, ni ondas de radio en parte alguna.

—La capa de nubes parece muy espesa —dijo Pelorat,

—Pero no debería impedir el paso a nuestras ondas de radio.

Observaron el planeta que giraba debajo de ellos, una sinfonía de arremolinadas nubes blancas, con huecos ocasionales en los que un color azul indicaba el océano.

—La capa de nubes es excesiva para un planeta habitado —dijo Trevize—. Seria un mundo bastante sombrío. Pero lo que más me preocupa —añadió, al sumirse de nuevo en la sombra de la noche —es que ninguna estación espacial nos haya saludado.

—¿Quieres decir de la manera en que lo hicieron en Comporellon? —dijo Pelorat.

—De la manera en que lo harían en cualquier mundo habitado. Tendríamos que detenernos para la acostumbrada comprobación de documentos, carga, duración de la estancia, etcétera.

—Tal vez no recibimos la señal por alguna razón —indicó Bliss.

—Nuestro ordenador la habría recibido en cualquier longitud de onda que hubiesen podido emplear. Y hemos estado enviando nuestras propias señales, sin obtener respuesta. Descender a través de la capa de nubes sin comunicarlo a los funcionarios de la estación va en contra de la cortesía espacial, pero no veo que tengamos otra alternativa.

La
Far Star
redujo su velocidad y, en consecuencia, reforzó su antigravedad, a fin de mantener la altura. Salió de nuevo a la luz del sol y frenó todavía más. Trevize, en coordinación con el ordenador, encontró una brecha apreciable entre las nubes. La nave descendió y pasó por ella. Debajo, el océano aparecía agitado por lo que debía ser una fresca brisa. Se extendía, ondulado, a varios kilómetros a sus pies, débilmente rayado por franjas de espuma.

Entonces, volaron bajo la capa de nubes. El agua que se extendía debajo de ellos adquirió un tono gris de pizarra, y la temperatura descendió sensiblemente.

Fallom, que contemplaba la pantalla con fijeza, habló unos instantes en su lengua rica en consonantes y, después, pasó al galáctico. La voz le temblaba.

—¿Qué es lo que veo allá abajo?

—Un océano —la tranquilizó Bliss—. Es una gran masa de agua.

—¿Por qué no se seca?

Bliss miró a Trevize, el cual dijo:

—Hay demasiada agua para que eso ocurra.

—No me gusta tanta agua —dijo Fallom con voz entrecortada—. Vayámonos de aquí.

Y entonces empezó a chillar débilmente, cuando la
Far Star
pasó a través de unas nubes de tormenta, de manera que la pantalla se volvió lechosa y rayada por las gotas de lluvia.

Las luces de la cabina-piloto casi se apagaron y la nave empezó a saltar ligeramente.

Trevize levantó la cabeza, sorprendido.

—Bliss —gritó—, tu Fallom es ya lo bastante mayor para transducir. Está empleando energía eléctrica para tratar de manipular los controles. ¡Impídeselo!

Bliss abrazó a Fallom y la estrechó con fuerza contra fila.

—Todo va bien, Fallom, todo va bien. No hay nada que temer. No es más que otro mundo. Hay muchos como éste.

Fallom se relajó un poco, pero siguió temblando. Bliss Se volvió hacia Trevize.

—La niña nunca había visto un océano y, que yo sepa, nunca tuvo experiencia de la niebla o de la lluvia. ¿No puedes mostrarte un poco comprensivo?

—No, si ella juega con la nave. Es un peligro para todos nosotros.

Llévala a tu habitación y tranquilízala.

Bliss asintió brevemente con la cabeza.

—Iré contigo, Bliss —dijo Pelorat.

—No, no, Pel —respondió ella—. Quédate aquí. Yo tranquilizaré a Fallom y tú apaciguarás a Trevize.

No necesito que nadie me apacigüe —gruñó Trevize a Pelorat.

Lamento haber perdido los estribos, pero no podemos tener a una niña jugando con los controles, ¿verdad?

—Claro que no —dijo Pelorat—, pero Bliss fue cogida por sorpresa.

Ella puede controlar a Fallom, que se porta muy bien, teniendo en cuenta que se trata de una niña apartada de su país y de su… de su robot y lanzada de grado o. por fuerza a una vida que no comprende.

—Lo sé… Recuerda que yo no quería que viniese con nosotros. Fue idea de Bliss.

—Sí, pero habrían matado a la niña si no nos la hubiésemos llevado.

—Bueno, más tarde pediré perdón a Bliss. Y también a la pequeña. Pero permaneció ceñudo, y Pelorat le dijo amablemente:

—Golan, viejo amigo, ¿hay algo más que te preocupa?

—El océano —respondió Trevize.

Hacía rato que habían salido de la tormenta, mas las nubes persistían.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Pelorat.

—Demasiado grande; eso es todo.

Pelorat pareció no comprender y Trevize le dijo vivamente:

—No hay tierra. No hemos visto tierra. La atmósfera es normal, con oxígeno y nitrógeno en buenas proporciones, lo cual indica que el planeta tiene que haber sido modificado, y que debe haber vida vegetal en él para mantener su nivel de oxígeno. Estas atmósferas no se presentan en estado natural, salvo, quizás, en la Tierra, donde se desarrolló quién sabe cómo. Pero en los planetas transformados, siempre hay extensiones razonables de tierra emergida, que pueden llegar a un tercio del total y nunca a menos de un quinto. Por consiguiente, ¿cómo puede haber sido transformado este planeta, y carecer de tierra emergida?

—Tal vez por el hecho de formar parte de un sistema binario, es completamente atípico. Quizá no fue modificado, sino que su atmósfera evolucionó de una manera que nunca se da en los planetas que giran alrededor de una estrella solitaria. Y puede que la vida se desarrollase aquí de un modo independiente, como lo hiciera en la Tierra, pero sólo en lo referente a la vida marina.

—Aunque admitiésemos esto —dijo Trevize—, nos serviría de poco.

Es inverosímil que una vida en el mar pueda crear una tecnología. Ésta se basa siempre en el fuego, y no puede haberlo en el mar. Nosotros no buscamos un planeta en el que haya vida pero no tecnología.

—Lo sé. Sólo estoy considerando ideas. Después de todo, que nosotros sepamos, la tecnología fue inventada una sola vez…, en la Tierra. En todos los demás planetas, los colonizadores la llevaron consigo. No se puede decir que la tecnología sea «siempre» la misma, si sólo se tiene oportunidad de estudiar un caso.

—El viaje por mar requiere formas peculiares. Y la vida marina no puede tener perfiles irregulares y apéndices como las manos.

—Los calamares poseen tentáculos.

—Confieso que podemos especular —dijo Trevize—, pero si estás pensando en criaturas inteligentes parecidas a los calamares que hayan evolucionado independientemente en algún lugar de la Galaxia y creado una tecnología no basada en el fuego, presumes algo que, en mi opinión, es bastante improbable.

—En tu opinión —dijo amablemente Pelorat.

De pronto, Trevize se echó a reír.

—Bravo, Janov. Apelas a la lógica para ajustarme las cuentas por haberme mostrado duro con Bliss, y lo haces muy bien. Te prometo que, si no encontramos tierra, examinaremos el mar lo mejor que podamos, para ver si es posible encontrar tus calamares civilizados.

Mientras hablaba, la nave entró de nuevo en la zona de sombra y la pantalla quedó negra.

Pelorat se estremeció.

—Sigo preguntándome si esto es seguro —dijo.

—¿Qué, Janov?

—Volar así, a oscuras. Podríamos caer, sumergimos en el océano y ser destruidos inmediatamente.

—Es imposible, Janov. ¡De veras! El ordenador nos mantiene en la línea gravitatoria de fuerza. Dicho en otras palabras, siempre permanece en una intensidad constante de la fuerza gravitatoria planetaria, lo cual significa que nos mantiene a una altura casi constante sobre el nivel del mar.

—Pero, ¿a qué altura?

—A cinco kilómetros, más o menos.

—Esto no es un consuelo, Golan. ¿No podríamos llegar a un trozo de tierra y estrellarnos contra una montaña que no vemos?

—Nosotros no, pero el radar de la nave sí que la vería, y el ordenador haría que ésta rodease la montaña, o la sobrevolase.

—¿Y si hay una tierra llana? No la veríamos en la oscuridad.

—No nos pasaría inadvertida, Janov. El radar reflejado desde el agua no se parece en absoluto al reflejado desde tierra. El agua es lisa; la tierra, rugosa. Por esta razón, el reflejo desde tierra es sustancialmente más caótico que el que se recibe desde el agua. El ordenador apreciará la diferencia y, si hay tierra a la vista, me lo hará saber. Aunque fuese de día y el planeta estuviese iluminado por el sol, el ordenador detectaría la tierra antes que nosotros.

Guardaron silencio y, al cabo de un par de horas, volvieron a la luz del día, con un océano vacío deslizándose con monotonía debajo de ellos, aunque ocasionalmente invisible. cuando cruzaban alguna de las numerosas tormentas. En una de éstas, el viento hizo que la
Far Star
se desviase de su rumbo. Trevize explicó que el ordenador había cedido para evitar un gasto innecesario de energía y reducir al mínimo la posibilidad de un daño físico. Después, cuando la turbulencia hubo pasado, el ordenador hizo que la nave recobrase su rumbo.

—Probablemente, el borde de un huracán —dijo Trevize.

—Mira, viejo amigo, vamos viajando de Oeste a Este…, o de Este a Oeste. Sólo estamos viendo el ecuador.

—Eso sería una tontería, ¿no? —dijo Trevize—. Seguimos una ruta circular de Noroeste a Sudeste, la cual nos lleva a cruzar los trópicos y ambas zonas templadas, y cada vez que repetimos el círculo, la ruta se mueve hacia el Oeste al girar el planeta sobre su eje debajo de nosotros. Estamos entrecruzando el mundo. Ahora, como no hemos encontrado tierra las probabilidades de que haya un continente extenso son menos de una a diez, según el ordenador, y las de que haya una isla importante, son de una a cuatro, probabilidades que se reducen aun mas a cada circulo que describimos.

—¿Sabes que habría hecho yo? —preguntó Pelorat pausadamente cuando entraron de nuevo en el hemisferio sumido en la noche—. Me hubiese mantenido lejos del planeta y barrido todo el hemisferio con el radar. Las nubes no habrían sido obstáculos, ¿verdad?

—Y después habría pasado al otro lado y hecho lo mismo —dijo Trevize —O dejado que el planeta diese un giro. Esto es una visión retrospectiva, Janov ¿quién hubiese esperado que podríamos acercarnos a un planeta sin detenernos en una estación para que nos fijasen el rumbo…, o nos prohibiesen la entrada? Y si hemos pasado debajo de las capas de nubes sin detenernos en una estación, ¿quién habría esperado no encontrar tierra casi inmediatamente? Los planetas habitables son… ¡Tierra!

—Aunque no en su totalidad —dijo Pelorat.

—No estoy hablando de esto —repuso Trevize excitado de pronto —¡digo que hemos encontrado tierra! ¡Cállate!

Entonces con un aplomo que no logro disimular su excitación, coloco las manos sobre el tablero para convertirse en parte del ordenador.

—Es una isla de unos doscientos cincuenta kilómetros de longitud por setenta y cinco de anchura, mas o menos. Tal vez una extensión de unos quince mil kilómetros cuadrados. No muy grande, pero si bastante. Mas que un punto en el mapa. Espera…

Las luces de la cabina-piloto menguaron su intensidad y se apagaron.

—¿Qué estamos haciendo? —dijo Pelorat bajando la voz, como si la oscuridad fuese algo frágil que no se debiera romper.

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