Girl 6 (21 page)

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Authors: J. H. Marks

BOOK: Girl 6
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—¡Qué suerte tienes! Es fantástico —dijo Girl 39 que era toda una experta en decir aquello que los demás querían oír.

A Girl 19 le satisfizo comprobar que Girl 39 «se moría de envidia» y se sintió movida a compadecerse de su soltería.

—No ha reparado en gasto —dijo sin petulancia, en un tono que venía a decirle que también ella conseguiría pronto un marido y un brillante.

Terminada la fiesta, unas volvieron a la nave del sexófono y las demás se marcharon a casa.

Lil reparó en que Girl 6 no estaba en su cubículo ni había salido, porque no había fichado. Últimamente, Lil estaba preocupada por Girl 6 y la buscó. No le sorprendió encontrársela sentada en el lavabo.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó en su tono más amable.

—Perfectamente —dijo Girl 6 pese a que estaba blanca como la cera.

Girl 6 sabía que eso era lo que quería oír Lil. Sin embargo, aquella noche no. Más de una vez había visto Lil a alguna de sus chicas agotada, aunque no tanto como le pareció que estaba Girl 6.

—Está lívida. Baje de ahí y márchese a casa ahora mismo. Tómese un par de días de descanso. Agotamiento es lo que tiene.

Aunque Girl 6 deseaba complacer a Lil, también quería seguir con el trabajo. Necesitaba estar colgada del teléfono tan imperiosamente como necesitaba comer y respirar.

—No. Quizá he cogido un poco de frío.

—Da igual —dijo Lil, que no estaba dispuesta a ceder—. Sé perfectamente lo que digo.

—¿Que no trabaje? —exclamó Girl 6 con expresión de incredulidad.

¿Cómo iba a dejar de trabajar? Era la mejor. Iba en cabeza en todas las clasificaciones.

—Sí. Va a tomarse un descanso —insistió Lil con firmeza—. Unos días. Recargue las pilas y luego estará otra vez como nueva.

—¡Necesito el dinero! —le espetó Girl 6 furiosa.

Lil sabía que la beligerancia de Girl 6 era un síntoma de su evidente estrés.

—No pienso cambiar de opinión.

Girl 6 bajó del lavabo y salió airadamente de la oficina.

Nada más llegar a la calle, cruzó a la acera de enfrente y fue a llamar desde un teléfono público. Sacó un papel del bolso y marcó un número que había conservado durante todos aquellos meses. Quizá porque, en su fuero interno, siempre supo que acabaría por llamar. Contestó una voz de mujer. Y, tras un intercambio de educadas frases, Girl 6 fue al grano.

—¿Está libre todavía el puesto?

En el Manhattan Follies, en pleno centro de Nueva York, Jefa 3 acababa de dejarle caer un bombón a su dócil perrillo. Sonrió para sí. Estaba segura de que Girl 6 volvería a llamar. Se enorgullecía de su don para leer en el interior de las personas. Sin embargo, sintió curiosidad por saber qué había inducido a aquella joven a volver a llamarla.

—¿A qué se debe su cambio de opinión?

Girl 6 quería el trabajo, pero no le apetecía perder el tiempo con zarandajas.

—A que ya tengo teléfono —se limitó a contestar.

A Jefa 3 no le desagradó en absoluto su práctico talante.

Después de hablar con Jefa 3, Girl 6 compró flores en el puesto de una coreana y cogió un taxi hasta el hospital Mount Sinai.

Había visto suficientes informaciones sobre Angela King como para saber que se hallaba ingresada en el pabellón de convalecientes. Sólo tenía que buscar una habitación llena de tarjetas postales, animales de peluche, globos y flores.

Girl 6 entró como si conociese perfectamente el hospital y nadie se molestó en preguntarle nada. Al ver entreabierta la puerta de la habitación de Angela y que había dentro una enfermera, Girl 6 aguardó a que la pequeña se quedase sola.

Girl 6 titubeó unos instantes hasta que se aseguró de que no había nadie más por allí. Cuando creyó despejado el terreno, abrió lentamente la puerta y se asomó al interior. Angela estaba acostada en la cama, intubada y con una mascarilla de oxígeno.

Girl 6 oía el siseo del oxígeno que alimentaba los pulmones de la pequeña. Le sorprendió ver lo tranquila que parecía Angela. Y, aunque se dijo que era una absurda sensiblería, se emocionó como no se había emocionado en toda su vida.

Una cosa era oír el relato de un accidente y ver las imágenes por televisión, y otra muy distinta estar junto al lecho de Angela.

Por un momento la invadió una extraña sensación de desconcierto. No acertaba a comprender por qué había ido allí. ¿Trataba de ayudar a la niña de la misma manera que lo hizo la estrella de cine? ¿Esperaba que la reacción de la niña la hiciera creerse más semejante a una actriz consagrada?

Girl 6 sintió cierta paz interior al mirar a Angela. Tenía que estar allí, aunque ignorase la razón. No necesitaba saber más. Las explicaciones podían aguardar. Girl 6 se inclinó hacia Angela y la besó en la mejilla.

—¿Desea algo? —le preguntó de mal talante la enfermera, que acababa de volver a entrar sin que Girl 6 lo advirtiese—. ¡Salga de aquí inmediatamente! —añadió la irascible mujer, que agarró a Girl 6 del brazo y la sacó al pasillo casi a rastras—. ¿Es usted familiar de la niña?

Girl 6 trató de responder con la agilidad a que estaba acostumbrada en su trabajo, pero en vano.

—Pues... —titubeó.

La enfermera comprendió en seguida que no era pariente de la niña y le preguntó cómo se llamaba.

—Me llamo Brown. Lovely Brown —contestó Girl 6, que de inmediato se decidió a adoptar la personalidad de su «chica corriente».

Girl 6 supuso que a la enfermera le gustaría más Lovely que la dominante ama April. La enfermera consultó una lista a la vez que musitaba el nombre que Girl 6 acababa de darle.

—Soy su tía, hermana menor de su padre.

—En mi lista no tengo a ninguna Lovely Brown —dijo la enfermera, claramente dispuesta a decirle que se marchase.

—Me he pasado toda la noche en el autocar, desde Virginia, para venir a verla —porfió Girl 6.

A la enfermera le pareció verosímil y no supo qué hacer.

—Es que se han presentado a verla muchos impostores —dijo la enfermera para justificar su intransigente actitud.

—¿No ha notado lo mucho que me parezco a ella? —exclamó Girl 6 con fingida indignación.

Girl 6 llevó su hábito de fingir demasiado lejos. La enfermera la caló. No entendía por qué había tantas personas que parecían necesitar compadecerse de Angela. Tampoco comprendía que la habitación de Angela estuviese llena de juguetes, postales y flores y que a los otros niños ingresados en la planta nadie les hiciese el menor caso.

La enfermera contuvo su enojo. Quería que aquella «pariente» desapareciese de la planta de inmediato, pero también se dijo que, a lo mejor, Angela podía sacar algo positivo de aquella visita.

—Deme las flores a mí y ya se las entregaré yo —dijo la enfermera—. Y gracias por venir a visitarla. Ah, y si quiere ayudar a pagar los gastos de hospitalización, extienda un cheque a favor de «Cuenta para Angela King» y me lo da a mí. ¿Le parece a usted bien?

Girl 6 volvió a mirar a Angela durante unos momentos. Le violentaba que la hubiesen pillado en una mentira.

Girl 6 farfulló unas ininteligibles palabras dirigidas a la enfermera. No estaba acostumbrada a que la observasen, a que la viesen. Su talento interpretativo le había fallado cuando más lo necesitaba.

Lo que Girl 6 había farfullado era que no llevaba el talonario encima, que enviaría el cheque por correo. La enfermera cruzó los brazos y suspiró al ver salir precipitadamente a Girl 6 de la habitación.

¿Qué querría tanta gente de aquella niña? Por más vueltas que le daba no lograba entenderlo.

CAPÍTULO 23

Girl 6 entró en el desvencijado vestíbulo del antiguo hotel que le servía de domicilio.

Se quitó las gafas de sol y fue a abrir el buzón. Como sólo vio publicidad, masculló contrariada. Se fijó mejor y reparó en un sobre grande, de color marrón. Sonrió satisfecha cuando lo abrió y vio que contenía una cásete y un folleto de instrucciones.

Una vez en su habitación, Girl 6 se sentó en la cama a leer el folleto. Junto a ella tenía un pesado y antiguo teléfono de disco, de color negro. Lo había comprado en una tienda de antigüedades de Broadway. No era bonito pero le sería útil. Introdujo la cásete en la grabadora y la puso en marcha. La voz de Jefa 3 empezó a hablarle.

«Si de verdad decide aceptar este trabajo, debe hacerse cargo de que es imprescindible tener teléfono particular. Le sugiero que indique a la compañía que no desea figurar en el listín. Escoja un aparato que pese poco. Lo ideal es un juego de auriculares y micrófono ajustable a la cabeza. Esto permite tener las manos libres.»

Girl 6 no había pensado en eso. Tenía que haberlo previsto.

Llevaba veinte minutos escuchando la cinta y no había movido ni un músculo, totalmente concentrada en las instrucciones de Jefa 3.

«Mientras que las chicas que hacen su trabajo desde la oficina se ven limitadas, respecto de lo que pueden hablar, la chica que trabaja desde su domicilio goza de

absoluta libertad. Puede invitar al cliente a que vea colmados sus más ardientes, locos y desenfrenados deseos. ¡Sin inhibiciones! ¡Sin límites! ¡Libertad total! ¡Sin tabús!»

Girl 6 se dijo que aquello quería decir que iba a ganar más dinero que con Lil. Sin embargo, el dinero era cada vez menos importante para ella. Lo que de verdad quería era nuevas experiencias, la desinhibición total. Empezaba a aburrirle que con Lil hubiese ciertos límites. Las fantasías que al principio le parecieron tan audaces ahora le resultaban insulsas.

Había llegado a la conclusión de que si quería que su trabajo no la hastiase, tendría que probar nuevas cosas. Tenía —necesitaba— saltar todas la barreras, incluso tener alguna aventura real. Le fascinaba comprobar hasta qué punto estaban dispuestos a llegar los hombres, y hasta dónde podía llegar ella.

Girl 6 escuchó la cinta y leyó el folleto con el mayor detenimiento.

Por la mañana fue a ver a Jefa 3, que la aleccionó debidamente respecto de sus métodos, y al cabo de pocos días ya se había incorporado a su equipo.

En aquellos momentos atendía una llamada de Cliente 10, sentada en la cama.

—Estamos en el pasillo y tú me lames el conejito.

—Sí, en el pasillo —dijo Cliente 10—. Está muy sucio y yo estoy encima de ti —dijo él.

—Lámeme los pezones. Así. Y ahora dame la vuelta y métemela por detrás.

Girl 6 se interrumpió al oír que llamaban a la puerta. Fue a abrir y vio por la mirilla que era el ladrón, que llevaba un traje de lo más vulgar y unas flores —las había robado.

—La tengo dura como un palo —dijo Cliente 10, que creía que Girl 6 seguía al teléfono—. Me voy a correr en tu culo.

El ladrón reparó en que Girl 6 lo observaba por la

mirilla. Le sorprendió que le abriese la puerta sin decir nada. No quería molestarla. Ella lo hizo pasar y no dejó de mirarlo mientras seguía montándoselo con Cliente 10.

—¡Aaaah! Así... Métemela bien por el culo, córrete en mi boca, en mis pechos.

El ladrón tragó saliva. Estaba mentalmente preparado para que Girl 6 se enfadase con él, se sorprendiese o lo echase enojada. Esperaba cualquier cosa menos que se dedicase al sexo telefónico desde su casa. Se quedó sin habla y ella lo echó sin contemplaciones.

Pero el ladrón volvió aquella misma noche. Y en seguida notó a Girl 6 completamente distinta. Llevaba minifalda y chaqueta de piel. El cambio de indumentaria reflejaba un cambio de actitud. Su talante era el de una joven engreída que llevase un febril ritmo de vida.

La transformación decepcionó al ladrón tanto como lo excitó sexualmente. Lo importante, sin embargo, era que le había aceptado las flores y que iba a salir con él. Todo un progreso. Aunque no le gustó nada la justificación de Girl 6.

—He dejado el otro trabajo porque allí son unas mojigatas. Desde casa es mucho mejor. Y gano un pastón. No paro en toda la noche —dijo entusiasmada.

Tras la insensibilizadora rutina de su trabajo en la línea erótica de Lil, aquel nuevo servicio le resultaba apasionante. Los clientes le pedían hacer cosas que jamás imaginó que pudieran hacerse. Se adentraba por un territorio inexplorado. Estaba fascinada.

En la empresa de Lil la norma era procurar no sentir nada durante las conversaciones. En cambio, con los clientes de Jefa 3, Girl 6 se excitaba mucho. Aparte de que ganaba más dinero, se corría a base de bien con ellos. No entendía por qué había tardado tanto en dejar a Lil.

Girl 6 y el ladrón salieron a dar una vuelta y entraron en una tienda de aparatos electrónicos. Se entretuvieron a probar walkie-talkies, videojuegos, televisores de pantalla grande; todo lo que vieron.

Para Girl 6 aquella salida era lo más parecido a una cita que había tenido en mucho tiempo. Tanto es así que ni siquiera recordaba cuánto hacía que había salido con un hombre.

Pasaron un rato bromeando del modo más desenfadado. Se sentían cómodos con su mutua compañía. Por primera vez en muchos meses, Girl 6 no tenía que fingir. Podía ser ella misma.

Esto hizo concebir al ladrón ciertas esperanzas. Así era como la recordaba: amable, divertida, vivaz y alegre. Quizá la Girl 6 con la que un día estuvo casado volviese a él. Quizá le diera una nueva oportunidad.

Girl 6 no pudo evitar ver las últimas noticias sobre el estado de Angela King —aparecían simultáneamente en una docena de televisores de la tienda.

La alegría de Girl 6 se desvaneció como por arte de magia. Y al notar el brusco cambio de humor, el ladrón advirtió que ella no perdía detalle de la información. No entendía de qué iba. Sabía que le afectó mucho el accidente de la pequeña, pero, ¿y a quién no? Sin embargo, su obsesión por aquella niña parecía extraña. No acababa de comprender a qué se debía.

Cuando hubieron terminado el reportaje, el cambio de humor de Girl 6 era inequívoco. Sacó una cásete que llevaba en el bolsillo, lo introdujo en una grabadora de la tienda y la puso en marcha.

El ladrón aguardó expectante. Se quedó de una pieza al oír la voz de Girl 6. Era una conversación con un cliente.

«—Soy una joven negra. Eso es lo que quieres, ¿no?

»—Quiero oírte un lenguaje picante —decía Cliente 35.

»—¿Picante? —exclamaba ella, algo desconcertada, porque en este tipo de "líneas" no se hablaba precisamente con delicadeza.

»—Sí, mujer, sólo quiero que digas palabrotas. Con eso me basta —le aclaró Cliente 35.»

—¡Ni se te ocurra! —exclamó el ladrón a la vez que pulsaba el stop de la grabadora.

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