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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (16 page)

BOOK: Girl 6
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Girl 6 casi se echó a reír cuando el ladrón le preguntó:

—¿Qué clase de nombre es ése?

—Tengo muchísima prisa —le contestó ella, sin humor para darle más explicaciones.

Aunque no entendiese nada, el ladrón no estaba dispuesto a rendirse así como así.

—¿Le apetece comer?

Girl 6 pensó que no tenía por qué mentirle. Estaba hambrienta.

—Sí. Me apetece comer.

Estupendo, pensó el ladrón, que se proponía invitarla a almorzar.

—Pues..., vamos...

—Hoy no —lo atajó ella, nada interesada en la invitación—. Tengo otros planes. Otro día.

El ladrón detestaba las imprecisiones.

—Mañana.

Girl 6 lo miró con cierta perplejidad. Era evidente que no captaba el mensaje.

—¿El viernes entonces? El viernes sí, ¿verdad? —persistió él.

Girl 6 estaba dispuesta a lo que fuese, con tal de que la dejase tranquila.

—De acuerdo.

Bueno... Por lo visto, el ladrón era fácil de conformar. Estaba convencido de que Girl 6 cumpliría su palabra, aunque hubiese accedido de mala gana. Le guiñó el ojo y le sonrió al alejarse, al fin, caminando hacia atrás.

CAPÍTULO 18

Girl 6 leía las cartas de sus fans mientras tomaba un relajante baño, amenizado con una cinta de Sarah Vaughn.

Nunca había recibido cartas de admiradores y, aunque fuesen de tipos un poco chiflados, la novedad tenía su atractivo. Se había hecho tan popular que tenía un buen montón. Bastaba echarle un poco de imaginación para sentirse como una estrella, como alguien importante, como si ya hubiese llegado a la cumbre, pese a estar tan lejos de conseguirlo.

Miró dos fotografías, sonrió y leyó una carta escrita a mano. Richard era dentista. En una de las fotografías que le incluía estaba con bata blanca en su consultorio. Tenía pinta de no haberse acostado jamás con una mujer. Es más: Richard tenía pinta de no haber salido nunca con ninguna. Parecía un auténtico memo. Lo más cerca que había tenido a una mujer era en el sillón de su consultorio.

Girl 6 leyó la carta:

Querida señorita Lovely: Quizá me recuerde. Hablamos el día de San Valentín. La llamé desde Kansas, donde trabajo en el consultorio de un dentista. Me gustaría muchísimo conocerla en persona, pero, por lo visto, va contra las normas. Le incluyo una fotografía de mis genitales y una copia de mi declaración de la renta. ¿Querrá reconsiderarlo? En cualquier caso, por favor, envíeme su fotografía. Su enamorado, Richard.

Girl 6 miró con atención la segunda foto. Increíble. ¡Qué imbécil! Richard, el respetable dentista de Kansas City, le enviaba a Girl 6 una fotografía de su pene erecto.

Le dio un ataque de risa que le duró varios minutos. Luego le echó un vistazo a la copia de la declaración de la renta. No era experta en contabilidad, pero le impresionó más su módulo de papel que el otro.

Pese a la declaración, Girl 6 dejó caer a Richard al suelo y cogió la carta de otro fan, empleado de una mensajería. Lo imaginaba recostado en cualquier esquina de la zona de Wall Street. Fan 2 era el típico individuo de Brooklyn, canijo y parlanchín.

Probablemente, Fan 2 tenía novia, pero le gustaba excitarse hablando de cochinadas con desconocidas por teléfono. Quería oír cosas que su novia —que pertenecía a la confesión de los Testigos de Jehová— no diría nunca.

A diferencia del sesudo y enamoradísimo Richard, Fan 2 estaba simplemente encandilado con las cosas que le oía decir a Girl 6. Además, le parecía muy divertida y, por poco que pudiera, llamaba tres veces por semana para hablar con su ardiente rubia.

Es de justicia que te diga que contigo me corro en seguida, Brigitte. Y te aseguro que tiene mérito, porque no sabes cuánto me cuesta con mi novia desde que...

¡Menudo pelmazo era Fan 2! Girl 6 conocía a muchos como él. Eran los típicos individuos que se reían las gracias.

Girl 6 lo dejó caer también al suelo del cuarto de baño —mojado a causa del vapor del agua— y abrió la carta de Fan 3.

Fan 3 era miembro de la Sección Montada de la Policía de Nueva York, destinado a Staten Island. Era un devoto católico y tenía cuatro hijos. Uno de sus hermanos trabajaba para una empresa que comercializaba teléfonos móviles. Como la esposa y el párroco de Fan 3 lo hubiesen amenazado con la excomunión, y con el fuego eterno, si se hubiesen enterado de que llamaba a Girl 6, su hermano le proporcionó un teléfono móvil con el que podía hablar con ella desde cualquier parte.

Fan 3 podía llamarla incluso desde la silla de su caballo que, como es natural, tenía un considerable protagonismo en las fantasías que ella concebía para él.

En la fotografía que le adjuntaba, Fan 3 aparentaba unos treinta y cinco años y tenía toda la pinta de tipo duro irlandés. Era un hombretón que, sin duda, sabría pelear, pero su gesto de fiereza no resultaba convincente. No tenía cara de mala persona.

Fan 3 era un buen policía y un tipo simpático. Su rostro no reflejaba ni pizca de mala uva. Su familia lo quería. Le caía bien a todo el mundo —a los vecinos, a los compañeros del cuerpo e incluso a los tipos que detenía—. Y a Girl 6 le ocurrió lo mismo. Sólo que, en su opinión, lo que debía hacer Fan 3 era gastar el dinero en un buen psiquiatra, en lugar de en llamarla a ella.

Girl 6 abrió el grifo del agua caliente con los dedos de los pies. Imaginó a Fan 3 sentado en la silla de su caballo
Bullet,
en Central Park, rodeado de
yuppies
y de niñeras mientras leía su carta antes de enviársela:

... con mi porra, ama April. Te incluyo cincuenta dólares para gastos del franqueo de tus bragas, usadas y sin lavar, por favor, si no te importa...

Posdata: Envuélvelas en una bolsita de plástico de cierre hermético, para que conserven toda su fragancia.

A Girl 6 le dio un nuevo ataque de risa. Se partía el pecho de tanto reír. Tuvo que meter la cabeza en el agua caliente para calmarse.

Luego, sentada frente al tocador para arreglarse, recordó las cartas de sus fans y no pudo contener la risa. Tenía puesta en el radiocasete la cinta que le alquiló a Girl 39, que hablaba con un exagerado acento francés: «Tengo los pechos muy grandes —ciento seis—. Me encanta que me los chupen. Aaahhh. Chúpame los pechos...»

Mientras Girl 6 escuchaba la cinta y practicaba el acento francés, le dio los últimos toques a su caracterización de Cleopatra Jones.

Se miró al espejo satisfecha. Era la viva imagen de la heroína negra de los setenta. Se había puesto una gran peluca «afro», una ancha banda dorada que le ceñía la frente, una multicolor blusa muy «in» y un cinturón que imitaba una canana.

Girl 6 repitió lo que decía Girl 39: «Tengo los pechos muy grandes —ciento seis—. Me encanta que me los chupen. Aaaahhh. Chúpame los pechos...»

Luego fijó unos momentos la mirada en dos fotografías de mujeres que acababan de engrosar su colección de la pared. En realidad no eran más que recortes de periódico. En una aparecía Angela King muy risueña. Jugaba con sus padres bajo el árbol de Navidad.

Los ojos de aquella niña reflejaban simpatía, amabilidad e inteligencia, pensó Girl 6. Estaba claro que hubiese podido llegar a ser una mujer feliz. Poseía ese magnetismo que tanto ayuda, y que no todo el mundo tiene.

A Girl 6 le parecía inconcebible que le hubiesen destrozado la vida. Le sublevaba la idea de que Angela pudiese morir, o quedar con el cerebro irremisiblemente dañado.

Miró la otra foto, en la que Angela King yacía inconsciente en la unidad de cuidados intensivos del hospital Mount Sinai.

Como pensar en aquella niña se le hacía insoportable, decidió desterrarla de su pensamiento. Volvió a poner en marcha la grabadora justo en el momento en que sonó el teléfono del rellano.

«...Aaahhh. Chúpame los pechos.»

Oírse con aquel absurdo remedo de acento francés la hizo recobrar el buen humor:

—¡Oh la la!, ¡Chupadle los pechos a Brigitte, ardientes americanos!

El teléfono del rellano seguía sonando.

Girl 6, caracterizada como Cleopatra Jones, la indiscutible reina de las películas de la épica de la negritud, oía sonar un teléfono de color rosa en su psicodélico apartamento de los setenta. Girl 6, como Cleopatra Jones, era la viva imagen de la supermoderna joven de color —peluca «afro» y botas de tacón alto. En su «papel» de Cleopatra Jones, Girl 6 le hablaba con desenvoltura al teléfono:


Dime rápido lo que sea, tío, que cinco tipos se me van a echar encima de un momento a otro.

Le contestó una voz muy parecida a la de su vecino Jimmy.


El jefe quiere que nos reunamos con él en París. Hay un vuelo a las 4.30. Ya estoy en las afueras. Pasaré a recogerte.

A Girl 6 le venía de perlas.


Aquí estaré, tío.


Ponte bien guapa, negrita —le decía él al despedirse.

Girl 6 se levantó entonces con el puño en alto.


¡Adelante, compañeros! ¡El poder para el pueblo!

Girl 6 se dio la vuelta cuando el ladrón de fruta —el Malo 1 de la película— apareció en la habitación detrás de ella.


¡Cuelgue el teléfono! ¡Está rodeada!

En un fotograma de su película mental, Jimmy, compañero de lucha de Girl 6, parece muy alarmado.


¿Qué pasa? ¿Quién está contigo? ¡Voy para allí en seguida! —le dice.

Pero Girl 6, como supermoderna joven activista negra, no necesitaba que nadie la socorriese. Pensó a ver cuál era su situación: estaba rodeada por el ladrón y cuatro negros gigantescos que llevaban jersey de cuello alto. Tenían un aspecto temible. Pero por más temible que fuese su aspecto no tenían nada que hacer con Girl 6.

Con unos cuantos golpes de kárate, la heroína redujo a todos los malos. Antes de perder el conocimiento, el ladrón, en su papel de Malo 1, magullado y lleno de moretones, se lamentaba amargamente.


¡Joder, tía! ¿Quién demonios eres?

De pronto se abría la puerta e irrumpía en la habitación el compañero de armas de Girl 6 que, como es natural, esgrimía una pistola.

Llegaba tarde. Su intervención era innecesaria.

Jimmy, en su papel de agente secreto, estaba anonadado.


¡Joder tía! ¡Eres una mala...! —exclamaba.

Mientras tanto, una música de fondo sonaba en la banda sonora imaginada por Girl 6.


¡Cierra el pico! —le espetaba ella, en el mejor estilo de los diálogos del cine... negro.

Jimmy le sonreía a la vez que le dirigía a la cámara una mirada de bobalicona admiración.


Sólo quería hablar con la heroica militante del Poder Negro.

Entonces se oía el tema musical
Lovely Brown,
que sonaba en un glorioso
crescendo
mientras Girl 6, la heroica militante, miraba a la cámara con expresión desafiante y los brazos en jarras.

Girl 6 sacaba entonces de la cartera su placa de agente secreto. La cámara de su mente enfocaba el sello presidencial junto a la fotografía de Girl 6. Debajo de la foto, con el tipo de letra característico de los ordenadores de los setenta, se leía: «Agente especial al servicio del presidente de los Estados Unidos: Lovely Brown.»

Y luego aparecían en la pantalla los títulos de crédito y
«Girl 6 en el papel de Lovely Brown, la heroica militante».

Tras aquel torbellino de imágenes que se habían agolpado en su cerebro, Girl 6 permaneció unos momentos ensimismada.

El teléfono del rellano no paraba de sonar. Nadie se había molestado en cogerlo. Desde luego, Jimmy no lo iba a coger. Sin embargo, el impertinente sonido devolvió a Girl 6 a la realidad.

Salió al rellano con su indumentaria de heroica militante y se puso al aparato. Al contestar, le salió voz de Lovely Brown, la agente «presidencial». Pero en seguida se desprendió de los posos de su fantasía. Volvía a ser

Girl 6. La voz que la saludó desde el otro lado del hilo le resultó familiar.

—Hola, Lovely, soy Bob.

¿Tenía que ser Girl 6 o Lovely Brown?

Optó por una versión de sí misma ligeramente modificada. Bob, de Tucson, más conocido como Cliente 1, la llamaba Lovely aunque, en el fondo, notase la diferencia. Sabía con quién hablaba.

Tras unos momentos de vacilación, Girl 6 encontró su papel.

—¿Dónde te has metido? —le preguntó. Porque había estado preocupada. Llevaba bastante tiempo sin llamarla.

—He tenido mucho trabajo. Pensaba que te gustaría que te llamase.

Se lo dijo así porque detectó algo en la voz de Girl 6 a lo que no estaba acostumbrado. Quizá estuviese enfadada. O triste. En cualquier caso, no le hizo mucha gracia.

Girl 6 no se percató de que él había notado el cambio en su tono de voz. Estaba contentísima de saber de él.

—Me alegra mucho que me hayas llamado. Sólo que me ha sorprendido. ¿Cómo está tu madre?

Bob no contestó a la pregunta. Tenía otra cosa en la cabeza.

—¿Sabes? Mañana estaré en Nueva York. Sólo un día, para firmar un importante contrato. Me quedará un rato libre sobre las dos de la tarde. Te propongo que... hagamos alguna locura.

A Girl 6 le sorprendió la proposición. A cualquier otro cliente le habría dicho que no sin vacilar. Los clientes le proporcionaban dinero, y el dinero era su billete para salir de Nueva York. No estaba dispuesta a poner en peligro su relación con un buen cliente. No merecía la pena.

Sin embargo, en el caso de Bob, Girl 6 lo veía de otro modo. El único problema era que a la hora que él le proponía tenía que estar en el trabajo.

—Es que mañana doblo el turno —dijo ella.

Cliente 1 estaba acostumbrado a que Lovely hiciera lo que él quería. No esperaba que le pusiese ninguna pega.

Como no le gustó ver contrariados sus planes, trató de engatusarla para salirse con la suya.

—Iremos a Coney Island a comernos un frankfurt. Y luego haremos el amor bajo las arcadas del paseo marítimo. Como en la canción.

Girl 6 no sabía qué decir. Era mucho más fácil hacerle una felación, echar un polvo o hacer lo que él quisiera por teléfono que salir con él de un modo convencional. Así eran las cosas.

—No puedo faltar al trabajo.

Bob no aceptaba un no. Estaba demasiado acostumbrado a conseguir lo que quería.

—Pues tómate el día libre. A las dos en punto. Te echo mucho de menos. Es... casi un sueño salir contigo. Anda...

Girl 6 se vio entre la espada y la pared. No le hacía ninguna gracia perder horas de trabajo, pero Bob era distinto de los demás clientes.

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