Harry Potter. La colección completa (137 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las
bludgers
golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la
quaffle
, y casi la derriba de la escoba.

—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.

—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!

Los
leprechauns
habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las
veelas
que tenían enfrente. Entonces las
veelas
perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus
omniculares
, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.

—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!

Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las
veelas
y los
leprechauns
, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los
omniculares
de un lado para otro sin parar porque la
quaffle
cambiaba de manos a la velocidad de una bala.

—Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran...
¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!

Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las
veelas
, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la
quaffle
, luego Dimitrov...

Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una
bludger
que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.

La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las
veelas
le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.

Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.

—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...

—¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.

El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.

—¡Ha visto la
snitch
! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Míralo!

Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...

—¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.

—¡Nada de eso! —negó Ron.

—¡Lynch sí! —gritó Harry.

Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de
veelas
furiosas empezó a darle patadas.

—La
snitch
, ¿dónde está la
snitch
? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.

—¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! —gritó Harry.

Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.

El tablero anunció
«BULGARIA: 160; IRLANDA: 170»
a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.


¡IRLANDA HA GANADO!
—voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—.
¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO!
¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!

—¿Y para qué ha cogido la
snitch
? —exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza—. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!

—Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos —le respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas—: los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo...

—Ha estado magnífico, ¿verdad? —dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los
leprechauns
y las
veelas
, que seguían peleándose—. Está hecho una pena...

Harry volvió a mirar por los
omniculares
. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los
leprechauns
zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido. A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón. Las
veelas
recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.

—«Vueno», hemos luchado «vrravamente» —dijo detrás de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.

—¡Usted habla nuestro idioma! —dijo Fudge, ofendido—. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!

—«Vueno», eso fue muy «divertida» —dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.

—¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de
quidditch
! —voceó Bagman.

A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.

—Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! —gritó Bagman.

Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de
omniculares
apuntando en dirección a ellos.

Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto. Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la
snitch
. Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo. Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.

Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.

Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró:
¡Quietus!

—Se hablará de esto durante años —dijo con la voz ronca—. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más... Ah, ya... ya... ¿Cuánto os debo?

Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.

9
La Marca Tenebrosa

—No le digáis a vuestra madre que habéis apostado —imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.

—No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.

Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.

Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los
leprechauns
no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Hermione y Ginny se metieron en su tienda, y Harry y el resto de los Weasley se pusieron el pijama y se subieron cada uno a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

—¡Cómo me alegro de haber librado hoy! —murmuró el señor Weasley ya medio dormido—. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.

Harry, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Ron, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los
leprechauns
. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada... Harry se imaginó a sí mismo vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Potter!»

Harry no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.

—¡Levantaos! ¡Ron, Harry... deprisa, levantaos, es urgente!

Harry se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.

Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:

—No hay tiempo, Harry... Coge sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Harry obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Ron.

A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.

A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Harry entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.

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