Harry Potter. La colección completa (242 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Parvati Patil. Pero ¿no hay una parte práctica en el
TIMO
de Defensa Contra las Artes Oscuras? ¿No se supone que tenemos que demostrar que sabemos hacer las contramaldiciones y esas cosas?

—Si habéis estudiado bien la teoría, no hay ninguna razón para que no podáis realizar los hechizos en el examen, en una situación controlada —explicó la profesora Umbridge quitándole importancia al asunto.

—¿Sin haberlos practicado de antemano? —preguntó Parvati con incredulidad—. ¿Significa eso que no vamos a hacer los hechizos hasta el día del examen?

—Repito, si habéis estudiado bien la teoría…

—¿Y de qué nos va a servir la teoría en la vida real? —intervino de pronto Harry, que había vuelto a levantar el puño.

La profesora Umbridge lo miró y dijo:

—Esto es el colegio, señor Potter, no la vida real.

—¿Acaso no se supone que estamos preparándonos para lo que nos espera fuera del colegio?

—No hay nada esperando fuera del colegio, señor Potter.

—¿Ah, no? —insistió Harry. La rabia que sentía, que parecía haber estado borboteando ligeramente durante todo el día, estaba alcanzando el punto de ebullición.

—¿Quién iba a querer atacar a unos niños como ustedes? —preguntó la profesora Umbridge con un exageradísimo tono meloso.

—Humm, a ver… —respondió Harry fingiendo reflexionar—. ¿Quizá… lord Voldemort?

Ron contuvo la respiración, Lavender Brown soltó un grito y Neville resbaló hacia un lado del banco. La profesora Umbridge, sin embargo, ni siquiera se inmutó: simplemente miró a Harry con un gesto de rotunda satisfacción en la cara.

—Diez puntos menos para Gryffindor, señor Potter —dijo, y los alumnos se quedaron callados e inmóviles observando tanto a la profesora Umbridge como a Harry—. Y ahora, permítanme aclarar algunas cosas. —La profesora Umbridge se puso en pie y se inclinó hacia ellos con las manos de dedos regordetes abiertas y apoyadas en la mesa—. Les han contado que cierto mago tenebroso ha resucitado…

—¡No estaba muerto —la corrigió un Harry furioso—, pero sí, ha regresado!

—Señor-Potter-ya-ha-hecho-perder-diez-puntos-a-su-casa-no-lo-estropee-más —recitó la profesora de un tirón y sin mirar a Harry—. Como iba diciendo, les han informado de que cierto mago tenebroso vuelve a estar suelto. Pues bien, eso es mentira.

—¡No es mentira! —la contradijo Harry—. ¡Yo lo vi con mis propios ojos! ¡Luché contra él!

—¡Castigado, señor Potter! —exclamó entonces la profesora Umbridge, triunfante—. Mañana por la tarde. A las cinco. En mi despacho. Repito, eso es mentira. El Ministerio de Magia garantiza que no están ustedes bajo la amenaza de ningún mago tenebroso. Si alguno todavía está preocupado, puede ir a verme fuera de las horas de clase. Si alguien está asustándolos con mentiras sobre magos tenebrosos resucitados, me gustaría que me lo contara. Estoy aquí para ayudar. Soy su amiga. Y ahora, ¿serán tan amables de continuar con la lectura? Página cinco, «Conceptos elementales para principiantes».

Y tras pronunciar esas palabras la profesora Umbridge se sentó. Harry, en cambio, se levantó. Todos lo miraban expectantes, y Seamus parecía sentirse entre aterrado y fascinado.

—¡No, Harry! —le advirtió Hermione con un susurro mientras le tiraba de la manga; pero su amigo dio un tirón del brazo para soltarse.

—Entonces, según usted, Cedric Diggory se cayó muerto porque sí, ¿verdad? —dijo Harry con voz temblorosa.

Todo el mundo contuvo la respiración, pues ningún alumno salvo Ron y Hermione había oído hablar a Harry sobre lo sucedido la noche en que murió Cedric. Ávidos de noticias, miraron a Harry y luego a la profesora Umbridge, que había arqueado las cejas y observaba al muchacho muy atenta, sin rastro de una sonrisa forzada en los labios.

—La muerte de Cedric Diggory fue un trágico accidente —afirmó con tono cortante.

—Fue un asesinato —le discutió Harry, que entonces se dio cuenta de que estaba temblando. No había hablado con casi nadie de aquel tema, y menos aún con treinta compañeros de clase que escuchaban ansiosos—. Lo mató Voldemort, y usted lo sabe.

El rostro de la profesora Umbridge no denotaba expresión alguna. Durante un momento Harry creyó que iba a gritarle, pero ella, con la más suave y dulce voz infantil, dijo:

—Venga aquí, señor Potter.

Harry apartó su silla de una patada, dio unas cuantas zancadas, pasando al lado de Ron y de Hermione, y se acerco a la mesa de la profesora. Era consciente de que el resto de la clase seguía conteniendo la respiración, pero estaba tan furioso que no le importaba lo que pudiera ocurrir.

La profesora Umbridge sacó de su bolso un pequeño rollo de pergamino rosa, lo extendió sobre la mesa, mojó la pluma en un tintero y empezó a escribir encorvada sobre él para que Harry no viera lo que ponía. Nadie decía nada.

Aproximadamente después de un minuto, la profesora enrolló el pergamino, que, al recibir un golpe de su varita mágica, quedó sellado a la perfección para que Harry no pudiera abrirlo.

—Lleve esto a la profesora McGonagall, haga el favor —le ordenó la profesora Umbridge tendiéndole la nota.

Harry la cogió sin decir nada, salió del aula sin mirar siquiera a Ron y a Hermione y cerró de un portazo. Echó a andar a buen ritmo por el pasillo, con la nota para la profesora McGonagall fuertemente agarrada con una mano; al doblar una esquina tropezó con Peeves, el
poltergeist,
un hombrecillo con boca de pato que flotaba en el aire, boca arriba, haciendo malabarismos con unos tinteros.

—¡Hombre, pero si es Potter pipí en el pote! —dijo Peeves riendo con voz aguda al mismo tiempo que dejaba caer al suelo dos de los tinteros, que se rompieron y salpicaron las paredes; Harry se apartó de un brinco y le gruñó:

—Déjame, Peeves.

—¡Oh! El chiflado está de mal humor —replicó el
poltergeist
, y se puso a perseguir a Harry por el pasillo, sonriendo burlonamente mientras volaba por encima de él—. ¿Qué ha pasado esta vez, Potty, amigo mío? ¿Has oído voces? ¿Has tenido visiones? ¿Te has puesto a hablar en… —Peeves hizo una gigantesca pedorreta— idiomas raros?

—¡Te he dicho que me dejes en paz! —gritó el chico, y echó a correr hacia la escalera más cercana; pero Peeves, impasible, se tumbó sobre la barandilla y se deslizó por ella, siguiéndolo.

—«Ladra el pequeño chiflado / porque está malhumorado. / Los más clementes opinan / que sólo está un poco amargado. / Pero Peeves os asegura / que es un perturbado…»

—¡Cállate!

Entonces se abrió una puerta en la pared de la izquierda y la profesora McGonagall salió de su despacho con aire severo y un tanto nervioso.

—¿Qué demonios significan esos gritos, Potter? —le espetó mientras Peeves reía socarronamente y se alejaba volando a toda velocidad—. ¿Por qué no estás en clase?

—Me han enviado a verla —le explicó Harry en un tono glacial.

—¿Enviado? ¿Qué quiere decir que te han enviado?

Como respuesta le tendió la nota de la profesora Umbridge. La profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo, cogió el rollo de pergamino, lo abrió con un golpe de su varita, lo desenrolló y empezó a leer. Detrás de sus cuadradas gafas, sus ojos recorrían el pergamino rápidamente y con cada línea se estrechaban más.

—Pasa, Potter. —Harry la siguió a su despacho, cuya puerta se cerró automáticamente detrás de él—. ¿Y bien? —dijo la profesora McGonagall, volviéndose hacia Harry—. ¿Es verdad?

—¿Si es verdad qué? —preguntó él con un tono mucho más agresivo de lo que era su intención—… profesora —añadió en un intento de suavizar su primera reacción.

—¿Es verdad que has gritado a la profesora Umbridge?

—Sí.

—¿La has llamado mentirosa?

—Sí.

—¿Le has dicho que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto?

—Sí.

La profesora McGonagall se sentó detrás de su mesa y se quedó mirando a Harry con el entrecejo fruncido. Tras una pausa, dijo:

—Coge una galleta, Potter.

—Que coja… ¿qué?

—Coge una galleta —repitió ella con impaciencia señalando una lata de cuadros escoceses que había sobre uno de los montones de papeles de su mesa—. Y siéntate.

En ese momento Harry recordó aquella otra ocasión en que, en lugar de castigarlo con la palmeta, la profesora McGonagall lo había incluido en el equipo de
quidditch
de Gryffindor. El muchacho se sentó en una silla delante de la mesa y cogió un tritón de jengibre, tan desconcertado y despistado como aquella vez.

La profesora McGonagall dejó la nota de la profesora Umbridge sobre la mesa y miró con seriedad a Harry.

—Debes tener cuidado, Potter.

Harry se tragó el trozo de tritón de jengibre y la miró a los ojos. El tono de voz de la profesora McGonagall no se parecía en nada al que él estaba acostumbrado a oír; no era enérgico, seco y severo, sino lento y angustiado, y mucho más humano de lo habitual.

—La mala conducta en la clase de Dolores Umbridge podría costarte mucho más que un castigo y unos puntos menos para Gryffindor.

—¿Qué quiere…?

—Utiliza el sentido común, Potter —lo atajó la profesora McGonagall, y volvió rápidamente al tono al que tenía acostumbrados a sus alumnos—. Ya sabes de dónde viene, y por lo tanto también debes saber bajo las órdenes de quién está.

En ese instante sonó la campana que señalaba el final de la clase. Por todas partes se oía el ruido de cientos de alumnos que se movilizaban como una manada de elefantes.

—Aquí dice que te ha impuesto un castigo todas las tardes de esta semana, y que empezarás mañana —prosiguió la profesora McGonagall, y miró de nuevo la nota de la profesora Umbridge.

—¡Todas las tardes de esta semana! —repitió Harry, horrorizado—. Pero profesora, ¿no podría usted…?

—No, no puedo —dijo la profesora McGonagall con rotundidad.

—Pero…

—Ella es tu profesora y tiene derecho a castigarte. Debes ir a su despacho mañana a las cinco en punto para recibir el primer castigo. Y recuerda: ándate con cuidado cuando estés con Dolores Umbridge.

—Pero ¡si yo sólo he dicho la verdad! —protestó Harry, indignado—. Voldemort ha regresado, usted lo sabe; el profesor Dumbledore también lo sabe…

—¡Por favor, Potter! —lo interrumpió la profesora McGonagall con enojo, colocándose bien las gafas, pues había hecho una mueca espantosa al oír el nombre de Voldemort—. ¿De verdad crees que esto es una cuestión de verdades o mentiras? ¡Lo que tienes que hacer es mantenerte al margen y controlar tu temperamento!

La mujer se levantó, con las aletas de la nariz dilatadas y los labios muy apretados, y Harry también.

—Coge otra galleta —dijo la profesora McGonagall con irritación acercándole la lata.

—No, gracias —repuso Harry fríamente.

—No seas ridículo —le espetó ella.

Entonces el muchacho cogió una galleta y dijo a regañadientes:

—Gracias.

—¿No oíste el discurso de Dolores Umbridge en el banquete de bienvenida, Potter?

—Sí. Sí, dijo que… iban a prohibir el progreso o… Bueno, lo que quería decir era que… el Ministerio de Magia intenta inmiscuirse en Hogwarts.

La profesora McGonagall se quedó mirándolo un momento; luego resopló, pasó por el lado de su mesa y le abrió la puerta a Harry.

—Bueno, me alegra saber que al menos escuchas a Hermione Granger —comentó haciéndole señas para que saliera de su despacho.

13
Castigo con Dolores

Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Harry. La noticia de su enfrentamiento a gritos con la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble, incluso para Hogwarts. Mientras comía, sentado entre Ron y Hermione, Harry oía cuchicheos a su alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harry se enterara de lo que estaban diciendo de él. Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se enfadara y se pusiera a gritar otra vez, para poder escuchar su historia directamente.

—Dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory…

—Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes…

—Anda ya…

—¿Nos toma por idiotas?

—Yo no me creo nada…

—Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor, pues le temblaban demasiado las manos para sujetarlos con firmeza— es por qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando se la contó Dumbledore…

—Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione con desánimo—. ¡Vamos, larguémonos de aquí!

Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor.

—¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó Harry a Hermione cuando llegaron al rellano del primer piso.

—Mira, tú no entiendes cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Hermione—. Apareciste en medio del jardín con el cadáver de Cedric en brazos… Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto… No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había regresado, había matado a Cedric y había peleado contigo.

—¡Es la verdad!

—Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarme la bronca —dijo Hermione cansinamente—. Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflado y que Dumbledore chochea.

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