Harry Potter. La colección completa (341 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Cualquier cosa que te haya contado Ron es una mentira como una casa —repuso Ginny sin perder la calma, y se inclinó para coger del estante un pequeño tarro rosa—. ¿Qué es esto?

—Crema desvanecedora de granos de eficacia garantizada. Actúa en diez segundos —explicó Fred—. Infalible con lo que sea, desde forúnculos hasta espinillas. Pero no cambies de tema. ¿Es verdad que sales con un chico llamado Dean Thomas?

—Sí, es verdad —admitió Ginny—. Y la última vez que me fijé, te aseguro que era un chico y no cinco. ¿Y eso qué es? —Señaló unas bolas de pelusa color rosa y morado que rodaban por el fondo de una jaula y emitían agudos chillidos.


Micropuffs
—dijo George—.
Puffskeins
en miniatura. No damos abasto. Pero cuéntame, ¿qué ha pasado con Michael Corner?

—Lo dejé, era un mal perdedor —respondió Ginny al tiempo que metía un dedo entre los barrotes de la jaula y miraba cómo los
micropuffs
se concentraban alrededor de él—. ¡Qué monos son!

—Sí, adorables —concedió Fred—. Pero ¿no crees que cambias muy rápido de novio?

Ginny se dio la vuelta y puso los brazos en jarras. La mirada que le lanzó a su hermano se parecía tanto a las de la señora Weasley que a Harry le sorprendió que Fred no retrocediera.

—Eso no es asunto tuyo. ¡Y a ti —añadió dirigiéndose a Ron, que acababa de llegar cargado de artículos— te agradecería que no les contaras cuentos sobre mí a estos dos!

—Serán tres galeones, nueve
sickles
y un
knut
—calculó Fred tras examinar las cajas que Ron llevaba—. Suelta la pasta.

—¡Pero si soy tu hermano!

—Y eso que pretendes llevarte son nuestros productos. Tres galeones y nueve
sickles
. Te perdono el
knut
.

—¡No tengo tanto dinero!

—Entonces ya puedes devolverlo todo a sus estantes correspondientes.

Ron dejó caer varias cajas, soltó una palabrota e hizo un ademán grosero dirigido a Fred, pero, por desgracia, fue detectado por su madre, que había elegido justo ese momento para pasar por allí.

—Si te veo hacer eso otra vez te coso los dedos con un embrujo —lo amenazó.

—¿Me compras un
micropuff
, mamá? —saltó Ginny.

—¿Un qué? —preguntó ella con desconfianza.

—Mira, son tan cucos…

La señora Weasley se acercó para ver qué eran los
micropuffs
, y Harry, Ron y Hermione tuvieron ocasión de echar una ojeada por el cristal del escaparate. Draco Malfoy, solo, corría calle arriba. Al pasar por delante de Sortilegios Weasley miró hacia atrás, pero segundos más tarde lo perdieron de vista.

—¿Dónde estará su madre? —se preguntó Harry frunciendo el entrecejo.

—Por lo que parece, le ha dado esquinazo —dijo Ron.

—Pero ¿por qué? —se extrañó Hermione.

Harry se esforzó por hallar una respuesta. No parecía lógico que Narcisa Malfoy hubiera permitido que su precioso hijo se alejara de su lado; Draco debía de haber utilizado toda su habilidad para librarse de ella. Harry, que conocía y odiaba a Draco, sabía que las razones de éste no podían ser inocentes.

Echó un vistazo alrededor: la señora Weasley y Ginny estaban inclinadas sobre los
micropuffs
; el señor Weasley examinaba con interés una baraja de cartas de
muggles
marcada; Fred y George atendían a los clientes, y al otro lado del cristal Hagrid estaba de espaldas mirando a uno y otro lado de la calle.

—Rápido, meteos debajo de la capa —apremió Harry a sus amigos al tiempo que sacaba su capa invisible de la mochila.

—No sé, Harry… —vaciló Hermione, y echó un vistazo a la señora Weasley.

—¡Vamos! —la urgió Ron.

Hermione titubeó un segundo más y luego se deslizó bajo la capa con Harry y Ron. Nadie advirtió que se habían esfumado: todos estaban centrados en inspeccionar los productos de los gemelos. Los tres amigos fueron abriéndose camino hasta la puerta tan deprisa como pudieron, pero, cuando llegaron a la calle, Malfoy se había desvanecido con la misma habilidad que ellos.

—Iba en esa dirección —murmuró Harry en voz baja para que no los oyera Hagrid, que tarareaba una melodía—. ¡Vamos!

Echaron a andar por la calle, observando a derecha e izquierda y en puertas y ventanas, hasta que Hermione señaló al frente.

—Es ése de ahí, ¿no? —susurró—. El que ahora gira a la izquierda.

—Vaya, vaya —susurró Ron.

Malfoy, tras mirar en derredor, se había metido por el callejón Knockturn.

—Rápido, o lo perderemos —instó Harry, y aceleró el paso.

—¡Nos van a ver los pies! —les advirtió Hermione, angustiada, al comprobar que la capa les ondeaba alrededor de los tobillos; habían crecido tanto que la capa ya no les cubría los pies.

—No importa —dijo Harry, impaciente—. ¡Corred!

Pero el callejón Knockturn, la callejuela dedicada a las artes oscuras, se veía completamente desierto. Fisgaron en los escaparates de las tiendas a medida que avanzaban, pero no vieron clientes en ninguna de ellas. Harry lo atribuyó a que en esos tiempos de peligros y sospechas, uno se arriesgaba a delatarse si compraba artilugios tenebrosos, o al menos si lo veían comprándolos.

Hermione le dio un pellizco en el brazo.

—¡Ay!

—¡Chist! ¡Mira! ¡Está ahí dentro! —le susurró ella al oído.

Habían llegado a la altura de la única tienda del callejón Knockturn en que Harry había entrado alguna vez: Borgin y Burkes, donde vendían una amplia variedad de objetos siniestros. Allí, rodeado de cajas llenas de cráneos y botellas viejas, se encontraba Draco Malfoy, de espaldas a la calle y semioculto por el mismo armario negro en que Harry se había escondido en una ocasión para evitar que lo vieran Malfoy y su padre. A juzgar por los movimientos que hacía con las manos, Draco estaba enfrascado en una animada disertación, mientras el propietario de la tienda, el señor Borgin (un individuo chepudo de cabello grasiento), permanecía de pie frente al chico, escuchándolo con una curiosa expresión de resentimiento y temor.

—¡Ojalá pudiéramos oír lo que están diciendo! —se lamentó Hermione.

—¡Podemos oírlo! —saltó Ron—. Esperad… ¡Mecachis…!

Dejó caer un par de cajas de las que todavía llevaba en las manos y se puso a hurgar en la más grande.

—¡Mirad! ¡Orejas extensibles!

—¡Genial! —dijo Hermione mientras Ron desenredaba las largas cuerdas de color carne y empezaba a pasarlas por debajo de la puerta—. Espero que no le hayan hecho un encantamiento de impasibilidad a la puerta…

—¡Pues no! —se alegró Ron—. ¡Escuchad!

Juntaron las cabezas y escucharon con atención, acercando los oídos al extremo de las cuerdas: la voz de Malfoy les llegó con toda claridad, como si hubieran encendido una radio.

—¿… sabría arreglarlo?

—Es posible —contestó Borgin con tono evasivo—. Pero necesito verlo. ¿Por qué no lo traes a la tienda?

—No puedo —repuso Malfoy—. Tiene que quedarse donde está. Lo que necesito es que me indique cómo hacerlo.

Harry vio que Borgin se pasaba la lengua por los labios, nervioso.

—Es que así, sin haberlo visto, va a ser un trabajo muy difícil, quizá imposible. No puedo garantizarte nada.

—¿Ah, no? —dijo Malfoy, y Harry comprendió, por su tono, que Draco miraba con desdén a su interlocutor—. Tal vez esto lo haga decidirse.

Malfoy avanzó hacia Borgin y el armario lo ocultó. Harry, Ron y Hermione se desplazaron hacia un lado para no perderlo de vista, pero sólo alcanzaron a ver a Borgin, que parecía asustado.

—Si se lo cuenta a alguien —amenazó Malfoy—, habrá represalias. ¿Conoce a Fenrir Greyback? Es amigo de mi familia; pasará por aquí de vez en cuando para comprobar que usted le dedica toda su atención a este problema.

—No será necesario que…

—Eso lo decidiré yo —le espetó Malfoy—. Bueno, me marcho. Y no olvide guardar bien ése, ya sabe que lo necesitaré.

—¿No quiere llevárselo ahora?

—No, claro que no, estúpido. ¿Cómo voy a ir por la calle con eso? Pero no lo venda.

—Naturalmente que no… señor.

Borgin hizo una reverencia tan pronunciada como la que en su día Harry le había visto hacer ante Lucius Malfoy.

—Ni una palabra a nadie, Borgin, y eso incluye a mi madre, ¿entendido?

—Por supuesto, por supuesto —murmuró Borgin, y volvió a hacer una reverencia.

La campanilla colgada encima de la puerta tintineó con brío y Malfoy salió de la tienda muy ufano. Pasó tan cerca de Harry y sus amigos que los tres notaron cómo la capa invisible ondeaba de nuevo alrededor de sus tobillos. Borgin, que se había quedado inmóvil dentro de la tienda, parecía preocupado y su empalagosa sonrisa se había borrado.

—¿De qué hablaban? —susurró Ron mientras guardaba las orejas extensibles.

—No lo sé —dijo Harry, e intentó buscarle algún sentido a aquella extraña conversación—. Malfoy quiere que le reparen algo… y que le guarden algo que hay en la tienda. ¿Habéis visto qué señalaba cuando dijo «no olvide guardar bien ése»?

—No, el armario lo tapaba.

—Quedaos aquí —susurró Hermione.

—¿Qué…?

Pero ella ya había salido de debajo de la capa. Se arregló el pelo contemplándose en el cristal del escaparate y entró con decisión en el local, haciendo sonar de nuevo la campanilla. Ron se apresuró a pasar otra vez las orejas extensibles por debajo de la puerta y le dio un extremo a Harry.

—¡Hola! Qué día tan feo, ¿verdad? —saludó Hermione a Borgin, que no contestó y la miró con recelo. Tarareando alegremente, ella se paseó entre el revoltijo de objetos expuestos—. ¿Está a la venta este collar? —preguntó deteniéndose junto a una vitrina.

—Sí, si tienes mil quinientos galeones —respondió Borgin con frialdad.

—Pues no, no tengo tanto dinero —dijo ella, y siguió paseándose—. Y… ¿qué me dice de este precioso… hum… cráneo?

—Dieciséis galeones.

—Entonces está en venta, ¿no? ¿No se lo reserva a nadie?

Borgin la miró con los ojos entornados y Harry tuvo la desagradable sensación de que el tendero sabía exactamente lo que Hermione pretendía. Por lo visto, ella también se figuró que la habían descubierto, ya que de repente abandonó toda precaución.

—Verá, es que… hum… ese chico que acaba de marcharse de aquí, Draco Malfoy, es amigo mío, y quiero hacerle un regalo de cumpleaños. Como es lógico, no quisiera comprarle algo que él ya haya reservado, así que… hum…

Harry consideró que era una excusa muy pobre, y al parecer Borgin opinó lo mismo.

—¡Fuera! —ordenó sin miramientos—. ¡Largo de aquí!

Hermione no esperó a que se lo repitieran y corrió hacia la puerta con Borgin pisándole los talones. Cuando volvió a sonar la campanilla, el hombre pegó un portazo y colgó el letrero de «Cerrado».

—Ha valido la pena intentarlo —dijo Ron echándole la capa por encima a Hermione—, pero era una excusa demasiado obvia.

—¡La próxima vez vas tú y me enseñas cómo se hace, Maestro del Misterio! —le espetó ella.

Ron y Hermione discutieron todo el camino hasta Sortilegios Weasley, donde tuvieron que callarse para poder esquivar, sin ser detectados, a Hagrid y la señora Weasley, quienes evidentemente se habían percatado de su ausencia y estaban preocupados. Una vez en la tienda, Harry se quitó la capa invisible y la guardó en la mochila. A continuación, en respuesta a los reproches de la señora Weasley, insistió, igual que sus amigos, en que no se habían movido del reservado y fingió extrañarse de que ella no los hubiera visto.

7
El Club de las Eminencias

Harry pasó gran parte de la última semana de vacaciones cavilando sobre el proceder de Malfoy en el callejón Knockturn. Lo que más le inquietaba era lo ufano que había salido de la tienda. Nada que lo hiciera tan feliz podía ser una buena noticia. Sin embargo, ni Ron ni Hermione parecían tan intrigados como él por las actividades de Malfoy, y eso le fastidiaba un poco; es más, pasados unos días, sus amigos se habían cansado del tema.

—Sí, Harry, reconozco que olía a chamusquina —admitió Hermione con un matiz de impaciencia. Estaba sentada en el alféizar de la ventana de la habitación de Fred y George, con los pies encima de una caja de cartón, y había levantado la vista a regañadientes de su nuevo ejemplar de
Traducción avanzada de runas
—. Pero ¿no hemos llegado a la conclusión de que podía haber muchas explicaciones?

—A lo mejor se le ha roto la Mano de la Gloria —conjeturó Ron mientras intentaba enderezar las ramitas de la cola de su escoba—. ¿Os acordáis de aquel brazo reseco que tenía Malfoy?

—Pero entonces ¿por qué dijo: «Y no olvide guardar bien ése»? —preguntó Harry por enésima vez—. A mí me sonó como si Borgin tuviera otro objeto semejante al que se le ha estropeado a Malfoy y que éste quería poseer ambos.

—¿Tú crees? —dudó Ron al tiempo que raspaba un poco de suciedad del mango de la escoba.

—Sí, creo que sí —afirmó Harry, y en vista de que sus amigos no decían nada, añadió—: El padre de Malfoy está en Azkaban. ¿No creéis que a Draco le gustaría vengarse?

Ron levantó la cabeza y pestañeó varias veces seguidas.

—¿Vengarse? ¿Malfoy? ¿Cómo va a vengarse?

—¡De eso se trata, de que no lo sé! —suspiró Harry, frustrado—. Pero estoy convencido de que trama algo y creo que deberíamos tomárnoslo en serio. Su padre es un
mortífago
y… —Se interrumpió bruscamente, boquiabierto y con la mirada clavada en la ventana que Hermione tenía detrás. Acababa de ocurrírsele una idea alarmante.

—¿Qué te pasa, Harry? —se asustó Hermione.

—No te dolerá otra vez la cicatriz, ¿verdad? —dijo Ron, intranquilo.

—Es un
mortífago
—repitió Harry despacio—. ¡Ha relevado a su padre como
mortífago
!

Hubo un silencio, y luego Ron soltó una carcajada.

—¿Malfoy? ¡Pero si sólo tiene dieciséis años! ¿Cómo quieres que Quien-tú-sabes le permita unirse a los
mortífagos
?

—Eso es muy poco probable, Harry —coincidió Hermione conteniendo la risa—. ¿Qué te hace pensar que…?

—En la tienda de Madame Malkin… ella no lo tocó, pero Malfoy gritó y apartó el brazo cuando ella fue a enrollarle la manga de la túnica. Era su brazo izquierdo. ¡Le han grabado la Marca Tenebrosa!

Ron y Hermione se miraron.

—Hombre… —dijo Ron, escéptico.

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