Harry Potter y el Misterio del Príncipe (26 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Quizá intentaba aparentar que sabía más cosas de las que en realidad sabía —argumentó Ron—. ¿No era él quien aseguraba que iban a nombrarlo ministro de Magia cuando pretendía ligar con aquellas
veelas
?

—Sí, era él —afirmó Harry—. No sé a qué juegan, mira que tomarse en serio a Stan…

—Supongo que pretenden demostrar a la comunidad mágica que son eficaces —discurrió Hermione—. La gente está muerta de miedo. ¿Sabíais que los padres de las gemelas Patil quieren llevárselas a casa? ¿Y que Eloise Midgeon ya se ha marchado? Su padre vino a recogerla anoche.

—¡Qué dices! —se extrañó Ron mirándola con los ojos como platos—. ¡Pero si en Hogwarts están mucho más seguros que en sus casas! Aquí hay
aurores
y un montón de hechizos protectores nuevos. ¡Y tenernos a Dumbledore!

—Me parece que a él no lo tenemos las veinticuatro horas del día —repuso Hermione bajando la voz, y miró hacia la mesa de los profesores por encima del periódico—. ¿No os habéis fijado? La semana pasada su asiento estuvo vacío tan a menudo como el de Hagrid.

Harry y Ron miraron también y comprobaron que, en efecto, la silla del director estaba vacía. Entonces Harry reparó en que no había visto a Dumbledore desde su clase particular con él, la semana anterior.

—Creo que se ha marchado del colegio para hacer algo con la Orden —murmuró Hermione—. No sé… La situación parece grave, ¿no?

Ni Harry ni Ron contestaron, pero todos coincidían en ese punto. El día anterior habían vivido una experiencia terrible: Hannah Abbott había tenido que salir de la clase de Herbología para recibir la triste noticia de que habían encontrado muerta a su madre. Desde entonces no habían vuelto a verla.

Cinco minutos más tarde, cuando se dirigían al campo de
quidditch
, se cruzaron con Lavender Brown y Parvati Patil. Sabiendo que los padres de las gemelas Patil querían llevárselas de Hogwarts, a Harry no le extrañó que las dos íntimas amigas estuvieran diciéndose cosas al oído con cara de aflicción. Lo que sí le sorprendió fue que cuando las chicas vieron a Ron, Parvati le dio un codazo a Lavender, que volvió la cabeza y le dedicó al chico una sonrisa radiante. Ron parpadeó y luego, titubeante, le devolvió la sonrisa. De inmediato los andares del chico se volvieron presuntuosos. Harry resistió la tentación de reírse al recordar que Ron también se había aguantado la risa cuando se enteró de que Malfoy le había roto la nariz; Hermione, en cambio, se mostró indiferente y distante hasta que llegaron al estadio después de caminar bajo la fría y neblinosa llovizna. Una vez allí, fue a buscar un asiento en las gradas sin desearle buena suerte a Ron.

Como Harry preveía, las pruebas duraron toda la mañana. Se había presentado la mitad de la casa de Gryffindor: desde nerviosos alumnos de primer año aferrados a escobas viejas del colegio, hasta alumnos de séptimo mucho más altos que el resto y que mostraban una actitud intimidante. Entre éstos se hallaba un chico de elevada estatura y cabello crespo a quien Harry había visto en el expreso de Hogwarts.

—Nos conocimos en el tren, en el compartimiento del viejo Sluggy —dijo el muchacho con aplomo, apartándose del grupo para estrecharle la mano—. Cormac McLaggen, guardián.

—El año pasado no te presentaste a las pruebas, ¿verdad? —comentó Harry, fijándose en su corpulencia y pensando que, seguramente, taparía los tres aros de gol sin siquiera moverse.

—Pues no; estaba en la enfermería cuando se celebraron —explicó con cierta chulería—. Perdí una apuesta y me comí medio kilo de huevos de
doxy
.

—Ya —dijo Harry—. Bueno, si quieres esperar allí… —Señaló el borde del campo, cerca de donde estaba sentada Hermione, y le pareció detectar una pizca de irritación en la cara de McLaggen. ¿Acaso el chico esperaba un trato preferente por el hecho de que ambos eran alumnos predilectos del «viejo Sluggy»?

Decidió empezar con una prueba elemental: pidió a los aspirantes a entrar en el equipo que se repartieran en grupos de diez y dieran una vuelta al campo montados en sus escobas. Fue una decisión acertada porque los diez primeros eran alumnos de primer año, y saltaba a la vista que volaban por primera vez, o casi. Sólo uno consiguió mantenerse en el aire más de unos segundos, y se llevó una sorpresa tan grande que se estrelló contra uno de los postes de gol.

El segundo grupo lo formaban diez de las niñas más tontas que Harry había conocido jamás. Cuando él hizo sonar el silbato, se limitaron a echarse a reír abrazadas unas a otras. Romilda Vane estaba entre ellas. Harry les mandó salir del campo y ellas, muy risueñas, fueron a sentarse en las gradas, donde no hicieron otra cosa que molestar a los demás.

El tercer grupo protagonizó un choque en cadena cuando todavía no había terminado la vuelta al campo. En cuanto al cuarto grupo, la mayoría de sus integrantes se había presentado sin escoba, y los del quinto eran de Hufflepuff.

—¡Si hay aquí alguien más que no sea de Gryffindor —ordenó Harry, que empezaba a perder la paciencia—, que se vaya ahora mismo, por favor!

Tras una pausa, un par de alumnos de Ravenclaw salieron corriendo del campo, riendo a carcajadas.

Después de dos horas, muchas quejas y varios berrinches (uno de ellos relacionado con una Cometa 260 y varios dientes rotos), Harry disponía de tres cazadoras: Katie Bell, que conservaba su puesto en el equipo tras una gran exhibición; Demelza Robins, un nuevo fichaje que tenía una habilidad especial para esquivar las
bludgers
, y Ginny Weasley, que había volado mejor que nadie y, además, había marcado diecisiete tantos. A pesar de que estaba muy contento con sus nuevas cazadoras, Harry se había quedado afónico de tanto discutir con los que no estaban de acuerdo con su elección, y en ese momento libraba una batalla parecida con los golpeadores rechazados.

—¡Es mi última palabra, y si no os apartáis ahora mismo para que pasen los guardianes, os echo un maleficio! —les advirtió.

Ninguno de los golpeadores elegidos tenía el estilo de Fred ni George, pero aun así estaba bastante satisfecho con ellos: Jimmy Peakes, un alumno de tercero, bajito pero ancho de hombros, que le había hecho un enorme chichón en la cabeza a Harry con una
bludger
golpeada con muy mala uva, y Ritchie Coote, que parecía enclenque pero tenía buena puntería. Los dos golpeadores se unieron a Katie, Demelza y Ginny en las gradas para ver la selección del último miembro del equipo.

Harry había dejado la elección del guardián para el final porque creía que el estadio se habría vaciado y así los aspirantes no se sentirían tan presionados. Pero, por desgracia, todos los jugadores rechazados y los numerosos curiosos que acudían después de un prolongado desayuno se habían unido al público, de modo que había más gente que antes. Cada vez que un guardián volaba delante de los aros de gol, una parte de los espectadores lo aplaudía y la otra lo abucheaba. Harry buscó con la mirada a Ron, a quien siempre lo habían traicionado los nervios; confiaba en que tras haber ganado el último partido del curso pasado se habría curado, pero por lo visto no era el caso, porque Ron se había puesto verde.

Ninguno de los cinco primeros aspirantes paró más de dos lanzamientos. Para desesperación de Harry, Cormac McLaggen detuvo cuatro de los cinco penaltis. Sin embargo, en el último se lanzó en la dirección equivocada; el público rió y lo abucheó, y él bajó a tierra haciendo rechinar los dientes.

Cuando se montó en su Barredora 11, Ron parecía al borde del desmayo.

—¡Buena suerte! —le gritó alguien desde las gradas.

Harry miró esperando ver a Hermione, pero se trataba de Lavender Brown. A él también le habría gustado taparse la cara con las manos como hizo ella un momento después, pero pensó que, como capitán, debía demostrar temple, así que se volvió, dispuesto a ver la actuación de Ron.

Pero su aprensión no estaba justificada: Ron paró cinco penaltis seguidos. Harry, tan contento como sorprendido, tuvo que esforzarse por no unirse a los gritos de júbilo del público. Se volvió hacia McLaggen para decirle que lo sentía pero que Ron le había ganado, y se encontró con la enrojecida cara de McLaggen a escasos centímetros de la suya. Harry retrocedió un paso.

—La hermana de Ron ha hecho trampa —espetó McLaggen; en la sien le palpitaba una vena como la que Harry había visto latir tantas veces en la sien de tío Vernon—. Se lo ha puesto facilísimo.

—Te equivocas —replicó Harry con frialdad—. Tuvo que esforzarse a tope.

McLaggen dio un paso hacia Harry, que esta vez no se arredró.

—Déjame intentarlo otra vez.

—Ni hablar —se plantó Harry—. Ya has tenido tu oportunidad. Has parado cuatro y Ron ha parado cinco. Así que él se queda de guardián: se lo ha ganado a pulso. Apártate.

Por un instante creyó que McLaggen iba a darle un puñetazo, pero éste se contentó con hacer una desagradable mueca y se marchó hecho un basilisco, murmurando vagas amenazas.

Harry se dio la vuelta. Su nuevo equipo lo miraba sonriente.

—Os felicito —dijo con voz ronca—. Habéis volado muy bien…

—¡Has estado fenomenal, Ron!

Esa vez sí era Hermione, que bajaba corriendo de las gradas; Harry vio que Lavender se marchaba del campo cogida del brazo de Parvati, con cara de mal humor. Ron parecía muy satisfecho consigo mismo, e incluso más alto de lo normal, y sonreía de oreja a oreja.

Concretaron el primer entrenamiento para el siguiente jueves, y a continuación Harry, Ron y Hermione se despidieron de todos y se dirigieron a la cabaña de Hagrid. Por fin había dejado de lloviznar, y un sol tenue intentaba atravesar las nubes. Harry estaba hambriento, pero confiaba en que hubiera algo para comer en casa de Hagrid.

—Creí que no podría parar el cuarto penalti —iba diciendo Ron alegremente—. El lanzamiento de Demelza fue peliagudo, ¿os habéis fijado? Llevaba un efecto…

—Sí, sí, has estado sensacional —repuso Hermione, risueña.

—Al menos lo he hecho mejor que McLaggen —se ufanó el chico—. ¿Habéis visto cómo se lanzó en la dirección opuesta en el quinto penalti? Parecía presa de un encantamiento
confundus

Harry advirtió que Hermione se sonrojaba al oír esas palabras. Ron no se dio cuenta de nada: estaba demasiado entusiasmado describiendo con todo detalle cada uno de los penaltis que había detenido.

Buckbeak
, el enorme
hipogrifo
gris, estaba amarrado delante de la cabaña de Hagrid. Al ver acercarse a los muchachos, hizo un ruido seco con su pico afilado y giró la descomunal cabeza hacia ellos.

—¡Oh, cielos! —dijo Hermione con nerviosismo—. Todavía da un poco de miedo, ¿verdad?

—No digas tonterías. ¡Pero si has montado en él! —le recordó Ron.

Harry se adelantó y le hizo una reverencia mirándolo a los ojos y sin parpadear. Unos segundos después,
Buckbeak
le devolvió la reverencia.

—¿Cómo estás? —susurró Harry, y se acercó al animal para acariciarle la plumífera cabeza—. ¿Lo echas de menos? Pero aquí, con Hagrid, estás bien, ¿verdad?

—¡Eh, cuidado!

Hagrid salió dando zancadas por detrás de la cabaña; llevaba puesto un gran delantal con estampado de flores y cargaba un saco de patatas.
Fang
, su enorme perro jabalinero que le seguía los pasos, soltó un ladrido atronador y se abalanzó hacia los jóvenes.

—¡Apartaos de él! ¡Os va a dejar sin de…! Ah, sois vosotros.

Fang
saltaba sobre Hermione y Ron intentando lamerles las orejas. Hagrid los observó un momento y luego se dirigió hacia su cabaña dando largas zancadas. Entró y cerró la puerta.

—¡Ay, madre! —se lamentó Hermione, compungida.

—No te preocupes —la tranquilizó Harry. Fue hasta la puerta y llamó con los nudillos—. ¡Hagrid! ¡Abre, queremos hablar contigo! —No se oía nada en el interior—. ¡O abres o derribamos la puerta! —amenazó, y sacó su varita.

—¡Harry! —dijo Hermione—. No puedes…

—¡Claro que puedo! Apartaos…

Pero antes de que dijera nada más, la puerta se abrió de par en par, como él sabía que ocurriría, y apareció Hagrid, que se lo quedó mirando con fiereza, pese al cómico aspecto que ofrecía con su delantal de flores.

—¡Estás hablando con un profesor! —rugió—. ¡Con un profesor, Potter! ¿Cómo te atreves a amenazar con derribar mi puerta?

—Lo siento, señor —respondió Harry poniendo énfasis en la última palabra, y se guardó la varita en el bolsillo interior de la túnica.

Hagrid estaba pasmado.

—¿Desde cuándo me llamas «señor»?

—¿Y desde cuándo me llamas «Potter»?

—¡Vaya, qué listo! —gruñó Hagrid—. Muy gracioso. Intentas tomarme el pelo, ¿eh? Muy bonito. Pasa, pedazo de mocoso desagradecido… —Sin dejar de refunfuñar, se apartó para que entraran. Hermione lo hizo pegada a Harry, con cara de susto—. ¿Y bien? —gruñó Hagrid mientras los tres amigos se sentaban a la enorme mesa de madera;
Fang
apoyó la cabeza en las rodillas de Harry y le babeó la túnica—. ¿Qué pasa? ¿Sentís lástima por mí? ¿Creéis que estoy triste o algo así?

—No —contestó Harry sin vacilar—. Sólo queríamos verte.

—¡Te hemos echado de menos! —dijo Hermione.

—¿Que me habéis echado de menos? —se burló Hagrid—. Sí, claro.

Sacudió la cabeza y fue a preparar té en una gran tetera de cobre. Luego llevó a la mesa tres tazas del tamaño de cubos, llenas de un té color caoba, y un plato de pastelitos de pasas. Harry estaba tan hambriento que hasta se sentía capaz de comer algo cocinado por Hagrid, así que cogió uno.

—Mira, Hagrid —dijo Hermione con vacilación cuando el guardabosques por fin volvió a sentarse y se puso a pelar patatas con brutalidad, como si aquellos tubérculos lo hubiesen ofendido gravemente—, nosotros queríamos seguir estudiando Cuidado de Criaturas Mágicas pero…

Hagrid soltó un bufido. A Harry le pareció que unos cuantos mocos iban a parar a las patatas y se alegró de no tener que quedarse a comer.

—¡Es verdad! —insistió Hermione—. ¡Pero no teníamos más horas libres!

—Ya. Claro —masculló Hagrid.

Se oyó un extraño sonido similar a un eructo y todos miraron alrededor; Hermione soltó un gritito y Ron se levantó de un brinco y se trasladó a la otra punta de la mesa para apartarse del barril que acababan de descubrir en un rincón. Estaba lleno de unas cosas que parecían gusanos de un palmo de largo; eran viscosas, blancas y se retorcían.

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