Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—He jugado como un saco de estiércol de dragón —dijo Ron, alicaído, cuando la puerta se cerró detrás de Ginny.
—Eso no es verdad —replicó Harry—. Eres el mejor guardián de todos los que se presentaron a la prueba. Tu único problema son los nervios.
Siguió animándolo mientras regresaban al castillo, y cuando llegaron al segundo piso Ron parecía un poco más alegre. Sin embargo, cuando Harry apartó el tapiz para tomar el atajo por el que solían ir a la torre de Gryffindor, los dos amigos encontraron a Dean y Ginny abrazados y besándose apasionadamente, como si los hubieran pegado con cola.
Harry sintió que algo enorme y con escamas cobraba vida en su estómago y le arañaba las entrañas; fue como si un chorro de sangre muy caliente le inundara el cerebro, le borrara todos los pensamientos y los sustituyera por un acuciante impulso de hacerle un embrujo a Dean y convertirlo en jalea. Mientras se debatía con esa repentina locura, oyó la voz de Ron, aunque le sonó como si su amigo estuviese muy lejos de allí.
—¡Eh, eh!
Dean y Ginny se separaron y volvieron las cabezas.
—¿Qué pasa? —preguntó Ginny.
—¡No quiero volver a ver a mi hermana besuqueándose con un tío en público!
—¡Este pasillo estaba vacío antes de que vinieses a meter tus entrometidas narices! —le espetó Ginny.
Dean no sabía dónde esconderse. Le lanzó a Harry una tímida sonrisa que éste no le devolvió; el monstruo que acababa de nacer en su interior bramaba exigiendo la inmediata destitución de Dean del equipo.
—Hum… Vamos, Ginny… —dijo Dean—. Volvamos a la sala común…
—¡Ve tú! —le soltó ella—. Yo tengo que hablar con mi querido hermano.
Dean se marchó, aliviado de poder abandonar aquel escenario.
—Mira, Ron —dijo Ginny apartándose el largo y pelirrojo cabello de la cara y fulminando con la mirada a su hermano—, vamos a aclarar esto de una vez por todas. No es asunto tuyo con quién salgo ni lo que hago…
—¡Claro que es asunto mío! —replicó él, igual de furioso—. ¿Crees que me gusta que la gente diga que mi hermana es una…?
—¿Una qué? —gritó Ginny, y sacó su varita—. ¿Una qué, Ron? ¿Qué ibas a decir?
—No iba a decir nada, Ginny —terció Harry, apaciguador, pese a que el monstruo corroboraba con sus rugidos las palabras de Ron.
—¡Claro que sí! —le espetó ella con rabia—. Que él nunca se haya besado con nadie, o que el mejor beso que jamás le han dado sea de nuestra tía Muriel…
—¡Cierra el pico! —bramó Ron, su rostro virando del rojo al granate.
—¡No me da la gana! —chilló Ginny fuera de sí—. Ya te he visto con
Flegggrrr
. Te mueres de ganas de que te dé un beso en la mejilla cada vez que la ves. ¡Es penoso! ¡Si salieras un poco por ahí y besaras a unas cuantas chicas, no te molestaría tanto lo que hacen los demás!
Ron también había sacado su varita y Harry se interpuso rápidamente.
—¡No sabes lo que dices! —gritó Ron intentando apuntar, para lo cual tenía que esquivar a Harry, que se había puesto delante de Ginny con los brazos abiertos—. ¡Que no lo haga en público no significa…!
Su hermana soltó una carcajada desdeñosa y trató de apartar a Harry.
—¿Con quién te has besado? ¿Con
Pigwidgeon
? ¿O tienes una fotografía de tía Muriel debajo de la almohada?
—Eres una…
Un rayo de luz anaranjada pasó bajo el brazo izquierdo de Harry y estuvo a punto de darle a Ginny; Harry empujó a Ron contra la pared.
—No seas estúpido…
—¡Harry se besaba con Cho Chang! —gritó Ginny—. ¡Y Hermione se besaba con Viktor Krum! ¡El único que se comporta como si eso fuera algo malo eres tú, Ron, y es porque tienes menos experiencia que un crío de doce años!
Y sin más se marchó hecha una furia, pero conteniendo el llanto. Harry soltó a Ron, cuya mirada despedía un brillo asesino. Los dos amigos se quedaron allí de pie, resoplando, hasta que la
Señora Norris
—la gata de Filch— apareció por una esquina, lo cual aligeró la tensión.
—¡Vámonos! —dijo Harry al oír acercarse los pasos del conserje.
Subieron a toda prisa la escalera y recorrieron el pasillo del séptimo piso.
—¡Eh, tú! ¡Aparta! —le gruñó Ron a una niña, que se sobresaltó y dejó caer una botella de huevos de sapo.
Harry apenas oyó el ruido de cristales rotos; se sentía desorientado y mareado; pensó que si te caía un rayo encima debías de notar algo parecido. «Es porque se trata de la hermana de Ron —se dijo—. No te ha gustado verla besándose con Dean porque es la hermana de Ron…»
Pero de sopetón le vino a la mente una imagen en la que él estaba besando a Ginny en ese mismo pasillo vacío. De inmediato, el monstruo que tenía dentro se puso a ronronear, pero de pronto Ron desgarraba el tapiz que tapaba la entrada y apuntaba con su varita a Harry gritando cosas como «traicionando mi confianza» y «creía que eras amigo mío».
—¿Crees que es verdad que Hermione se dio el lote con Krum? —preguntó el auténtico Ron mientras se aproximaban al retrato de la Señora Gorda.
Harry dio un respingo y, sintiéndose culpable, borró de su imaginación un nuevo pasillo donde ya no podía entrar Ron, donde Ginny y él estaban a solas…
—¿Qué? —dijo—. Ah… Hum…
La respuesta sincera habría sido «sí», pero no quiso dársela. Sin embargo, Ron interpretó su mirada de la peor manera posible.
—«Sopa de leche» —le dijo ceñudo a la Señora Gorda, y ambos entraron en la sala común por el hueco del retrato.
Ninguno de los dos volvió a mencionar a Ginny ni a Hermione; es más, esa noche apenas se hablaron y se acostaron sin decirse nada, cada uno absorto en sus pensamientos.
Harry permaneció largo rato despierto, contemplando el toldo de su cama con dosel, e intentó convencerse de que lo que sentía por Ginny era lo mismo que sentían los hermanos mayores por sus hermanas. ¿Acaso no habían convivido todo el verano como auténticos hermanos, jugando al
quidditch
, bromeando con Ron y riéndose de Bill y
Flegggrrr
? Hacía años que la conocía… Era lógico que dirigiera hacia ella su instinto protector, que quisiera vigilarla… que quisiera descuartizar a Dean por haberla besado… No, no… tendría que controlar ese sentimiento fraternal en particular.
Ron soltó un sonoro ronquido.
«Es la hermana de Ron —se dijo Harry con firmeza—. La hermana de mi amigo. Está descartada.» El no pondría en peligro su amistad con Ron por nada del mundo. Golpeó la almohada para moldearla mejor y esperó a que llegara el sueño, tratando de impedir que sus pensamientos divagaran hacia Ginny.
Por la mañana despertó un poco aturdido tras una serie de sueños en los que Ron lo perseguía con un bate de golpeador, pero al mediodía habría cambiado de buen grado al Ron de aquellos sueños por el verdadero, puesto que éste no sólo les hacía el vacío a Ginny y Dean, sino que también trataba a la dolida y perpleja Hermione con una indiferencia gélida y desdeñosa. Y además, de la noche a la mañana se había vuelto susceptible y agresivo como un
escreguto
de cola explosiva. Harry pasó todo el día intentando mantener la paz entre su amigo y Hermione, pero sin éxito; finalmente, ella fue a acostarse, muy indignada, y Ron se marchó al dormitorio de los chicos tras insultar con rabia a unos asustados alumnos de primer año tan sólo porque lo habían mirado.
La desesperación de Harry fue en aumento porque a Ron no se le pasó la agresividad en los días siguientes. Peor aún, coincidió con una caída en picado de sus habilidades como guardián, lo que provocó que se pusiera todavía más agresivo, de modo que, durante el último entrenamiento antes del partido del sábado, no paró ni un solo lanzamiento, pero les gritó tanto a todos que Demelza Robins acabó hecha un mar de lágrimas.
—¡Cállate y déjala en paz! —lo increpó Peakes, que era bastante más bajo que Ron pero llevaba un pesado bate en las manos…
—¡Basta! —bramó Harry al ver cómo Ginny miraba desde lejos a su hermano con los ojos entornados. Y, recordando su fama de experta en el maleficio de los
mocomurciélagos
, salió disparado para intervenir antes de que la situación se le fuera de las manos—. Peakes, ve y guarda las
bludgers
. Demelza, tranquilízate, hoy has jugado muy bien. Ron… —Esperó a que el resto del equipo no pudiera oírlos, y entonces le dijo—: Eres mi mejor amigo, pero si sigues tratando así a los demás tendré que echarte del equipo.
Por un instante Harry temió una reacción violenta, pero pasó algo mucho peor: Ron se desplomó sobre su escoba.
—Renuncio a mi puesto —murmuró, ya sin ganas de pelea—. Lo hago fatal.
—¡No lo haces fatal! ¡Y no acepto tu renuncia! —exclamó Harry, agarrándolo por la pechera de la túnica—. Cuando estás en forma lo paras todo; lo que tienes es un problema mental.
—¿Me estás llamando loco?
—¡A lo mejor sí!
Se miraron un momento y Ron movió la cabeza con desazón.
—Ya sé que no tienes tiempo de conseguir otro guardián, así que mañana jugaré. Pero si perdemos, y seguro que perderemos, dejo el equipo.
De nada sirvieron las palabras de Harry en ese momento, así que durante la cena lo intentó de nuevo, pero Ron estaba tan ocupado cultivando su malhumor y su antipatía hacia Hermione que no se dio por enterado. Harry no cejó y volvió a empeñarse por la noche en la sala común, pero su afirmación de que el equipo se hundiría si Ron lo abandonaba quedó un tanto debilitada por el hecho de que los otros miembros del equipo, sentados en grupo en un rincón de la sala, criticaban a Ron y le lanzaban miradas ceñudas. Por último, Harry probó a enfadarse otra vez con la esperanza de provocarlo y hacerle adoptar una actitud desafiante, pues quizá de esa manera sería capaz de parar algún lanzamiento. Pero su estrategia no funcionó mejor que la de darle ánimos, porque cuando fue a acostarse Ron parecía más abatido y deprimido que nunca.
Esa noche Harry volvió a quedarse largo rato despierto en la oscuridad. No quería perder el partido del día siguiente; no sólo era su primer partido como capitán, sino que además estaba decidido a derrotar a Draco Malfoy en
quidditch
aunque todavía no pudiera demostrar lo que sospechaba de él. Sin embargo, si Ron jugaba como en los últimos entrenamientos, las posibilidades de ganar eran escasas.
Ojalá pudiera lograr que Ron se sobrepusiera, diera lo mejor de sí mismo y estuviera inspirado ese día… Y la respuesta le llegó en un repentino y glorioso golpe de inspiración.
Al día siguiente, como era habitual en esas ocasiones, a la hora del desayuno reinaba un ambiente de gran agitación: los alumnos de Slytherin silbaban y abucheaban ruidosamente cada vez que un jugador del equipo de Gryffindor entraba en el Gran Comedor. Harry echó un vistazo al techo y vio un despejado cielo azul celeste: un buen presagio.
La abigarrada mesa de Gryffindor, que se veía como una masa compacta roja y dorada, prorrumpió en aplausos cuando Ron y Harry entraron. Harry sonrió y saludó con una mano; Ron compuso una mueca y meneó la cabeza.
—¡Ánimo, Ron! —gritó Lavender—. ¡Sé que vas a jugar muy bien!
Él no le hizo caso.
—¿Te sirvo té? —le ofreció Harry—. ¿Café? ¿Zumo de calabaza?
—Lo que quieras —respondió un desanimado Ron, y se puso a mordisquear una tostada.
Pasados unos minutos llegó Hermione; estaba tan harta del desagradable comportamiento de Ron que no había bajado con ellos a desayunar. Se paró a su lado mientras buscaba un sitio en la mesa.
—¿Qué tal estáis? —les preguntó, y contempló la nuca de Ron.
—Muy bien —contestó Harry, que en ese momento intentaba hacerle beber un vaso de zumo de calabaza a su amigo—. Venga, bébete esto.
A regañadientes, Ron cogió el vaso y ya se lo llevaba a los labios, cuando de pronto Hermione exclamó:
—¡No lo bebas!
Ambos la miraron.
—¿Por qué? —preguntó Ron.
Hermione miró de hito en hito a Harry, como si no diese crédito a sus ojos.
—Le has puesto algo en la bebida —lo acusó.
—¡Pero qué dices! —repuso Harry.
—Ya me has oído. Te he visto. Le has puesto algo en la bebida. ¡Mira, todavía tienes la botella en la mano!
—No sé de qué me hablas —repuso Harry, guardándose rápidamente la botellita en el bolsillo.
—¡Hazme caso, Ron, no te lo bebas! —insistió Hermione, muy alterada, pero él levantó el vaso, lo vació de un trago y dijo:
—Deja ya de mangonear.
Ella, escandalizada, se inclinó para susurrarle a Harry:
—Deberían expulsarte por esto. ¡No me esperaba una cosa así de ti!
—Mira quién habla —le susurró él—. ¿Has hecho algún
confundus
últimamente?
Echando chispas, Hermione dio media vuelta y fue a buscar un asiento lejos de ellos. Harry no se sintió culpable. Hermione nunca había entendido la importancia del
quidditch
. Luego miró a Ron, que en ese momento se relamía, y comentó:
—Ya casi es la hora.
La hierba helada crujía bajo sus pies mientras se dirigían hacia el estadio.
—Qué suerte que haga tan buen tiempo, ¿verdad? —observó Harry.
—Sí —admitió Ron, que estaba pálido.
Ginny y Demelza ya se habían puesto las túnicas de
quidditch
y esperaban en el vestuario.
—Las condiciones parecen ideales —comentó Ginny ignorando a Ron—. ¿Y sabéis qué? A uno de los cazadores de Slytherin, Vaisey, lo golpearon con una
bludger
en la cabeza durante el entrenamiento de ayer y no podrá jugar. ¡Y por si fuera poco, Malfoy también está enfermo!
—¿Qué? —se extrañó Harry—. ¿Que está enfermo? ¿Qué tiene?
—No lo sé, pero para nosotros es mejor —repuso ella, muy contenta—. Lo sustituirá Harper; va a mi curso y es un inútil.
Harry esbozó una vaga sonrisa, pero mientras se ponía la túnica escarlata no pensaba en el
quidditch
. En otra ocasión Malfoy ya había dicho que no podía jugar porque estaba lesionado, pero entonces se había asegurado de que cambiaran la fecha del partido y lo pusieran un día que convenía a los de Slytherin. ¿Por qué ahora no le importaba que lo sustituyeran? ¿Estaba enfermo de verdad o sólo fingía?
—Qué sospechoso lo de Malfoy, ¿no? —le comentó a Ron—. Me huele a chamusquina.
—Yo lo llamo suerte. —Ron parecía un poco más animado—. Y Vaisey tampoco jugará, y es su mejor goleador; no me hacía ninguna gracia que… ¡Eh! —exclamó de pronto, mirando fijamente a Harry, y dejó de ponerse los guantes de guardián.