Harry Potter y el prisionero de Azkaban (15 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.

—¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione.

—Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy...

—¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo.

—La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podido —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas... Gime...

—Todo es cuento —dijo Harry—. La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.

—El Consejo Escolar está informado, por supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los
hipogrifos
para más tarde... Tenía que haber empezado con los
gusarajos
o con los
summat
... Creía que sería un buen comienzo... Ha sido culpa mía...

—¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid! —dijo Hermione con seriedad.

—Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste que los
hipogrifos
atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de verdad sucedió.

—Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos —confirmó Ron.

De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lagrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso.

—Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dijo Hermione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a vaciarla.

—Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costillas. Hagrid se levantó de la silla y siguió a Hermione al exterior, con paso inseguro.

Oyeron una ruidosa salpicadura.

—¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado, cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía.

—Meter la cabeza en el barril de agua —dijo Hermione, guardando la jarra.

Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos.

—Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos—. Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad...

Hagrid se paró en seco mirando a Harry; como si acabara de darse cuenta de que estaba allí:

—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS!

Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.

—¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy a acompañar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!

CAPÍTULO 7

El boggart del armario ropero

M
ALFOY
no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho?

—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.

Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.

Ron se puso rojo como un tomate.

—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.

—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.

Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.

—Pero señor...

Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.

Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.

—Profesor, necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.

—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él.

Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.

—¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.

—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.

—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...

—Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.

—... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?

—¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?

—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.

Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en...

—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom?

Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.

—Por favor, profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo...

—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.

Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.

—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.

—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído?
El Profeta
de esta mañana asegura que han visto a Sirius Black.

—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.

—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una
muggle
. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los
muggles
piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.

—No muy lejos de aquí... —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando.

—¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más?

Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se inclinó sobre la mesa.

—¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?

—Exactamente —dijo Harry.

Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.

—Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico bueno. Saldría a buscarlo.

—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.

—¿No sabes, Potter...? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.

—¿Qué he de saber?

Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.

—Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los
dementores
, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.

—¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor.

En aquel momento, Snape dijo en voz alta:

—Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y luego probaremos la de Longbottom...

Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.

—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.

—Cosas que inventa —dijo Ron—. Le gustaría que hicieras una locura...

Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.

—Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado.

Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo
Trevor
en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas en la garganta de
Trevor
.

Se hizo un silencio total, mientras
Trevor
tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo
Trevor
serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su toga, echó unas gotas sobre
Trevor
y éste recobró su tamaño normal.

—Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Le dije que no lo ayudara, señorita Granger. Podéis retiraraos.

Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.

—¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo!

Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.

—¿Dónde está Hermione?

Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.

—Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.

Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa de suficiencia y desapareció.

—Ahí está —dijo Harry

Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.

—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.

—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.

—Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras.

—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no...!

En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.

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