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Authors: Manuel Montero

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Historia Del País Vasco (22 page)

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En esta renovación tuvo la primacía la industria armera, con centro en Eibar, privilegiada por la demanda bélica. Tras la guerra la producción de bicicletas y máquinas de coser sustituyó a veces a la de armas. Para afrontar la crisis, Alfa fue un primer ensayo de la fórmula de cooperativas.

A los avances económicos descritos acompañaron transformaciones sociales. El movimiento obrero se modernizó: a su anterior radicalismo sucedió la moderación; la negociación sustituyó al sistemático recurso a la huelga como medio de resolver los conflictos laborales.

Las tensiones internas derivadas del fracaso de la huelga general de 1911 favorecieron el cambio de estrategia sindical. Comenzaba una nueva etapa: en la cúpula socialista vizcaína Indalecio Prieto sustituía a Facundo Perezagua; ganaban posiciones los partidarios de reforzar el juego político, contra la anterior postura, de lucha y enfrentamientos sindicales directos con la patronal; y se consolidó el pacto electoral de 1909 con los republicanos. La actividad sindical se moderó, buscando mejoras laborales concretas, con una táctica que combinaba negociación y huelga. A las huelgas generales sustituyeron los conflictos puntuales en empresas o ramos de industria.

A su vez, los sindicatos se reorganizaron, agrupando a los obreros de un mismo oficio en distintas localidades, frente a las antiguas agrupaciones locales por gremios. Se crearon las cajas únicas. El fortalecimiento de los sindicatos, con más servicios asistenciales, y el nuevo rumbo moderado hicieron que, tras el bache de 1911, aumentase la afiliación.

En los años de la Guerra Mundial se produjo una aguda crisis social. Creció el número de obreros, pero descendió su nivel de vida, mientras el capital se enriquecía. Los precios subieron muy por delante de los sueldos. Los socialistas decidieron acentuar la lucha sindical. Junto a los anarquistas convocaron una huelga de 24 horas en diciembre de 1916 y una huelga revolucionaria en agosto de 1917, ambas generales.

La de 1916 tuvo enorme éxito en Bizkaia y Gipuzkoa. Desarrollo distinto fue el de la huelga del 17, peor organizada: socialistas y anarquistas acabaron formulando consignas diferentes. Los primeros (responsables de la huelga en el País Vasco, por el escaso peso anarquista) transformaron su inicial idea revolucionaria en una revuelta reivindicativa. En Bizkaia pararon unos 100.000 obreros, de forma pacífica. Aún así, actuó el ejército y hubo varios muertos. En Gipuzkoa y en Vitoria la huelga tuvo también fuerte eco, pero sin altercados.

Pese a la amplia respuesta, la huelga fracasó. Siguió la represión de los sindicatos, pero después su desarrollo fue favorecido por el deterioro de las condiciones de vida, la crisis política y la buena coyuntura empresarial. La UGT, en enero de 1917 con 4.600 afiliados en Bizkaia, llegaba a 18.000 en mayo de 1920; en Gipuzkoa superaba en 1920 los 5.000. El sindicato nacionalista arraigó en zonas como Bergara, Mondragón o Azpeitia. Los movimientos reivindicativos consiguieron sustanciales mejoras. Un hito lo constituyó en 1919 el logro de la jornada de 8 horas. Aumentó la conflictividad, pero las organizaciones socialistas no abandonaron la línea moderada. Al contrario: su auge reforzó su capacidad de presión y se mantuvo la táctica negociadora. Ningún conflicto tuvo carácter general.

La situación cambió en 1921, por la crisis. Los patronos no estaban dispuestos a concesiones, en un momento de escasos pedidos. Los salarios se negociaron a la baja, y a veces se fijó una jornada laboral mayor que la legal. Los sindicatos perdieron efectivos, por su menor capacidad de presión.

Algunos obreros se radicalizaron, descontentos con la moderación de la UGT; de forma aislada, hubo protestas violentas. El único sindicato cuya afiliación creció fue el anarquista: la CNT protagonizó conflictos laborales y a veces acciones terroristas de acción directa. Y los socialistas sufrieron la división de la III Internacional, partidaria de intensificar la acción revolucionaria. Conectaba con el socialismo vizcaíno tradicional, vinculado a Perezagua, que encabezó la escisión del Partido Comunista en 1921. Los comunistas permanecieron en la UGT: se recrudecieron las tensiones internas, con altercados por el control y orientación de las agrupaciones.

Campaña de Marruecos. Quintos alaveses. 1921-1922. Fot. T. Alfaro.

En conjunto los sindicatos se debilitaron. La mayoría de los conflictos terminaron en derrotas obreras, lo que a su vez les restó apoyos. Al llegar la Dictadura de Primo de Rivera, en 1923, vivían un profundo bache.

El golpe de Estado acabó con la Restauración, en abierta crisis desde 1917. El sistema tenía en el País Vasco una dinámica propia. En general se mantuvo el dominio caciquil de las elecciones, pero se dejó sentir la acción de socialistas, que aliados con los republicanos consiguieron el distrito de Bilbao, y nacionalistas, que alcanzaron sonados éxitos electorales. Y los liberales, al responder al nacionalismo, llegaron a formulaciones ideológicas inusuales en los grupos que tenían el poder durante la Restauración.

Algunos grupos propugnaban la profundización democrática. Los republicanos combatían por erradicar el caciquismo y por la enseñanza laica; se alió con el socialismo democrático, que compartía tales inquietudes. También el nacionalismo quería democratizar la política local. Y sufrió la tensión independentistas-autonomistas, apenas explicitada. El pragmatismo burgués del grupo encabezado por Sota, que no hablaba de independencia, tuvo frutos como la designación en 1907 de un alcalde de Bilbao nacionalista.

Fiesta de los somatenes en Álava.

Las disidencias nacionalistas se tradujeron en la prensa, en el enfrentamiento entre el moderado
Euzkalduna
y el independentista
Aberri.
En 1910 se produjo una efímera escisión en el PNV, la del grupo Askatasuna, aconfesional y republicano. Las tensiones se reprodujeron durante la I Guerra Mundial. La división entre aliadófilos, que se expresaban en el
Euzkadi
(el diario nacionalista desde 1913), y germanófilos, encabezados por Luis Arana, escondía diferencias más profundas. En la Asamblea General de 1916 triunfaron los moderados; se adoptó el nombre de
Comunión Nacionalista Vasca,
sustituyendo la idea de
Comunión a la de Partido.

El Somatén y la Unión Patriótica fueron los instrumentos políticos con los que la Dictadura de Primo de Rivera quiso institucionalizarse. Foto E. Guinea.

El
boom
económico de los navieros durante la guerra mundial está, al parecer, en la raíz del éxito de la estrategia autonomista. Las elecciones provinciales de 1917 dieron a los nacionalistas el control de la Diputación de Bizkaia. Al año siguiente abandonaron su absentismo en las elecciones a Cortes. Se anunciaron como los políticos que terminarían con el caciquismo, si bien la presencia del nacionalista Ramón de la Sota Aburto al frente de la Diputación no garantizó la limpieza electoral. Los nacionalistas obtuvieron 5 de los 6 escaños de Bizkaia (el de Bilbao iba a manos de Prieto). En Gipuzkoa y Navarra conseguían sendos diputados. Se interrumpían décadas de dominio de la oligarquía liberal. Se imponía un nacionalismo moderado, que participaba en empresas culturales como la revista
Hernies
(se publicó entre 1917 y 1922). En ese ambiente se fundó en 1917 la
Sociedad de Estudios Vascos,
todo un movimiento de recuperación cultural.

En 1917 se produjo el primer intento de lograr un Estatuto de Autonomía. Tenía su precedente en 1906, cuando se negoció el Concierto Económico. La
Liga foral autonomista
de Gipuzkoa (con monárquicos, tradicionalistas y republicanos), secundada después por las otras dos provincias, planteó tal posibilidad, abandonada tras renovarse del Concierto.

El nacionalismo vasco, tras su victoria electoral de 1917, impulsó la demanda autonómica. Contó con amplias adhesiones, incluyendo la de Prieto, que arrastró al grupo socialista del Ayuntamiento de Bilbao. A iniciativa vizcaína las tres Diputaciones demandaron al Gobierno los fueros y, en su defecto, una autonomía radical, que incluyese la gestión provincial de los servicios públicos. Al Estado se reservarían Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, Aduanas, Correos y Telégrafos, Pesas y Medidas, Moneda y Deuda Pública. Se reivindicaba también el reconocimiento por las Cortes de «su personalidad como región». El Gobierno creó en 1918 una Comisión Extraparlamentaria para elaborar tal estatuto. El movimiento estatutista fracasó, al caer Romanones y subir al poder los conservadores en 1919.

Los éxitos nacionalistas de 1917-18 abrieron una nueva etapa, sobre todo en Bizkaia. Se caracterizó por la dialéctica vasquismo-españolismo: el enfrentamiento entre nacionalismos vasco y español condicionó la vida política de 1918 a 1923. Frente a la amenaza nacionalista, los monárquicos vizcaínos terminaron con sus diferencias. En 1919 constituyeron la
Liga de Acción Monárquica,
que defendía una concepción unitaria de España. En el campo
españolista
militaban también los socialistas, cuya concepción, sin embargo, distaba del patriotismo de las derechas: en 1918 el PSOE había incluido en su programa el reconocimiento de las nacionalidades. Con todo, las buenas relaciones de la oligarquía con el socialista Prieto daban pie a expresiones del
Euzkadi,
como la de que
«el españolismo es Prieto».

En las elecciones de 1920, pasadas ya las euforias navieras, la Comunión Nacionalista perdía sus diputados. Sus dirigentes hubieron de enfrentarse a los independentistas, que les acusaban de falsear el nacionalismo. Estalló así la escisión del grupo Aberri (el nombre del periódico que expresaba esta crítica). Expulsado en 1921, retomó el nombre departido
nacionalista vasco
y se declaró heredero de la doctrina sabiniana.

En septiembre de 1923 el golpe de Estado de Primo de Rivera puso fin a la Restauración. En general fue recibido sin hostilidad: muchos vieron en la Dictadura un período excepcional que sanearía la vida política. En el País Vasco algunos grupos burgueses colaboraron con la dictadura, como los mauristas, que enarbolaban la idea regeneracionista de la «revolución desde arriba» de Antonio Maura. También lo hicieron muchos carlistas.

En septiembre de 1923 el golpe de estado de Primo de Rivera puso fin ala Restauración. En el País Vasco algunos burgueses, como los mauristas, colaboraron con la Dictadura.

Los primeros propósitos descentralizadores, de inspiración maurista, animaron a la Diputación de Gipuzkoa a solicitar del Directorio Militar la reintegración foral, el servicio militar autónomo y el apoyo para el euskera. La Diputación vizcaína, en la que abundaban miembros de la Liga Monárquica, tacharon la idea de inoportuna, por fomentar el separatismo. La derecha vizcaína, antes liberal fuerista, había asumido posturas centralistas.

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