482. Y digámoslo una vez más.
Opiniones públicas, perezas privadas.
483. Enemigas de la verdad.
Las convicciones son enemigas más poderosas de la verdad que las mentiras.
484. El mundo al revés.
Criticamos con acritud a un pensador cuando enuncia una proposición que nos desagrada; aunque sería más razonable hacerlo cuando su proposición nos agradase.
485. El carácter.
Es mucho más frecuente considerar que un hombre tiene carácter cuando se deja llevar siempre por su temperamento que cuando se deja regir siempre por sus principios.
486. La única cosa necesaria.
Sólo se necesita tener una cosa: o un espíritu ligero por naturaleza o un espíritu que se ha vuelto ligero gracias al arte y al saber.
487. La pasión por las causas.
Quien se apasiona por las causas (científicas, políticas, culturales, artísticas), le quita mucho fuego a su pasión por las personas (aunque representen a esas causas en el sentido en que los políticos, los filósofos y los artistas representan sus creaciones).
488. La calma en la acción.
Lo mismo que una cascada se vuelve más lenta y ligera en su caída, el gran hombre de acción obra casi siempre con más calma de la que cabía esperar, dada la impetuosidad de su deseo antes de ponerse a actuar.
489. No demasiado a fondo.
Las personas que han abrazado una causa en toda su profundidad raras veces permanecen fieles a ella para siempre. La razón es que han sacado a luz su fondo, y éste tiene siempre muchas cosas feas.
490. Una ilusión de los idealistas.
Todos los idealistas se imaginan que las causas a las que sirven son, en esencia, las mejores del mundo, y se niegan a creer que, para echar mínimamente raíces, necesitan el mismo estiércol maloliente que todas las demás empresas.
491. La observación de uno mismo.
El hombre está muy bien defendido de sí mismo, de sus propias operaciones de reconocimiento y asedio de sí mismo; de ordinario apenas le es posible percibir de sí más que sus actos externos. La fortaleza, propiamente dicha, le es inaccesible e incluso invisible, a menos que sus amigos y enemigos no se vuelvan traidores y lo introduzcan en ella por algún pasadizo secreto.
492. La profesión correcta.
Pocas veces ejercen los hombres una profesión sin estar convencidos de que, en última instancia, es la más importante de todas. Esto mismo les ocurre a las mujeres respecto a sus amantes.
493. La nobleza de sentimientos.
En buena medida, la nobleza de sentimientos consiste en ser generoso y confiado, es decir, precisamente en eso de lo que tanto se burlan los interesados y los que buscan el éxito.
494. El fin y los medios.
Muchas personas se muestran tenaces en el empleo de los medios, pero muy pocas lo hacen en la persecución de los fines.
495. Lo que tiene de irritante un estilo de vida personal.
Todas las formas de vida muy personales sublevan a la gente contra quien las adopta, porque, como la gente es vulgar, se siente humillada por el carácter excepcional del régimen que aquél se permite llevar.
496. El privilegio de la grandeza.
Hacer felices a los demás dándoles poco, constituye el privilegio de la grandeza.
497. Nobleza involuntaria.
Cuando el hombre se acostumbra a no exigir nada a los demás y a darles siempre algo, se comporta noblemente sin pretenderlo.
498. La condición del heroísmo.
Cuando se pretende ser un héroe, es preciso que antes la serpiente se convierta en dragón, porque de lo contrario faltará el enemigo requerido.
499. El amigo.
Un amigo es quien comparte nuestras alegrías, no nuestras penas.
500. Usar el flujo y el reflujo.
Para conocer una cosa, hay que utilizar alternativamente la corriente interior que nos lleva hacia ella y la que, al cabo del tiempo, nos aleja de ella.
501. Disfrutar de uno mismo.
Decimos que disfrutamos de una cosa, pero en realidad disfrutamos de nosotros mismos por medio de esa cosa.
502. El modesto.
Cuanto más modesto es un individuo con los demás, más arrogante se muestra en relación con las cosas (ciudad, Estado, sociedad, época, humanidad). Ésta es su venganza.
503. La envidia y los celos.
La envidia y los celos son las partes vergonzosas del alma humana. Indudablemente, la comparación puede ir más allá.
504. El más distinguido de los hipócritas.
No hablar nunca de uno mismo es la forma distinguida de ser hipócrita.
505. El enfado.
El enfado es una enfermedad corporal que no desaparece por el mero hecho de que ya no exista el motivo de tal enfado.
506. Los pregoneros de la verdad.
Es más fácil encontrar individuos para pregonar una verdad que es peligrosa decir, que dar con personas dispuestas a pregonar una verdad aburrida.
507. Más molestos que los enemigos.
Los individuos de cuya simpatía constante hacia nosotros no estamos seguros, mientras que por cualquier motivo (como el agradecimiento) nos vemos obligados a mostrarles una simpatía aparente en todo momento, atormentan nuestra imaginación mucho más que nuestros amigos.
508. En plena naturaleza.
Si tanto nos gusta estar en plena naturaleza, es porque la naturaleza no se forma una opinión de nosotros.
509. Cada uno es superior en algo.
En nuestro mundo civilizado, cada uno se siente al menos en algo superior a los demás; en esto se basa la benevolencia general, porque se da por sentado que todo individuo puede prestar un servicio a otro llegado el caso, y que, por consiguiente, no tiene que avergonzarse al aceptar un servicio de otro.
510. El consuelo.
Tras una pérdida irreparable, solemos necesitar consuelo, no tanto para aliviar nuestro dolor como para tener la excusa de habernos consolado tan fácilmente.
511. La fidelidad a las convicciones.
Quien tiene mucho que hacer apenas cambia sus ideas y sus opiniones generales. Del mismo modo, quien obra en aras de un ideal, no examinará nunca ese ideal, porque no tiene tiempo para ello… ¡qué digo!: porque no le interesa considerarlo, ni siquiera, discutible.
512. Moralidad y cantidad.
La superioridad moral de un individuo respecto a otro no suele consistir sino en los fines cuantitativamente mayores que persigue el primero. El otro se queda por debajo al encerrarse en un círculo estrecho y ocuparse de pequeñeces.
513. La vida como fruto de la vida.
Por mucho que el hombre amplíe sus conocimientos y se muestre todo lo objetivo que quiera, el único fruto que consigue no es más que su propia biografía.
514. La necesidad inexorable.
A lo largo de la historia los hombres acaban dándose cuenta de que la necesidad inexorable no es ni inexorable ni necesaria.
515. Sacado de la experiencia.
El que algo sea absurdo no es una razón en contra de su existencia, sino más bien una condición de ella.
516. La verdad.
Nadie se muere hoy de verdades mortíferas; hay demasiados antídotos.
517. Una visión fundamental.
No hay una armonía preestablecida entre el avance de la verdad y el bien de la humanidad.
518. Destino del hombre.
Quien piensa con suficiente profundidad comprende que siempre caerá en el error, ya obre y juzgue de una forma o de otra.
519. La verdad como Circe *.
El error convirtió a los animales en hombres; ¿podría la verdad volver a convertir a los hombres en animales?
*Personaje de
La Odisea
que convirtió en cerdos a los compañeros de Ulises. (N. de T.)
520. Un peligro de nuestra cultura.
Vivimos en una época en que la cultura corre el peligro de perecer a causa de sus medios de civilización.
521. Ser grande equivale a marcar una dirección.
Ningún río es ancho y caudaloso por sí mismo, sino por recibir y arrastrar muchos afluentes que lo hacen ser tal. Igual sucede con toda grandeza de espíritu. Lo único que cuenta es que un individuo marque la dirección que luego habrán de seguir tantos afluentes, y no que esté mejor o peor dotado en un primer momento.
522. Una conciencia poco exigente.
Quienes hablan de lo importantes que son para la humanidad, tienen, ciertamente, una conciencia poco exigente en una cuestión de simple justicia burguesa como es el respeto a los compromisos establecidos y a la palabra dada.
523. Querer ser amado.
No hay arrogancia mayor que exigir que nos amen.
524. Menosprecio de los hombres.
El signo menos equívoco de menospreciar a los hombres es, o valorarlos sólo como medios para
nuestros propios
fines, o no concederles valor alguno.
525. Partidarios por espíritu de contradicción.
Quien ha logrado enfurecer a la gente contra sí, siempre consigue también que un grupo se ponga de su parte.
526. Olvidar las vivencias.
Quien piensa mucho y lo hace con objetividad, olvida fácilmente sus vivencias, pero es más difícil que olvide las ideas que éstas le sugirieron.
527. Mantener una opinión.
Uno mantiene su opinión porque se vanagloria de haber llegado a ella por sí solo; otro, porque le ha costado asimilarla y se siente orgulloso de haberla entendido; en consecuencia, ambos lo hacen por vanidad.
528. Tener miedo a la luz.
La buena acción teme a la luz con tanta angustia como la mala; ésta última porque la revelación le acarrea dolor (es decir, castigo); aquélla, porque la elevación disipa el placer (esa pura autocomplacencia que se desvanece en cuanto se une a ella la satisfacción de la vanidad).
529. La duración del día.
El día dispone de cien bolsillos para quien tiene muchas cosas que meter en ellos.
530. El genio tiránico.
Cuando se despierta en un alma un ansia irreprimible de obrar como un tirano y aquélla aviva constantemente el fuego, hasta un talento mediocre (entre políticos, artistas) se convierte poco a poco en una fuerza natural casi irresistible.
531. La vida del enemigo.
A quien vive de combatir a un enemigo, le interesa que éste siga con vida.
532. Más importante.
Una cosa oscura y sin explicar, adquiere más importancia que una cosa clara y explicada.
533. La valoración de los servicios prestados.
Valoramos los servicios que otro nos presta por el valor que éste les concede, no por el que tienen para nosotros.
534. La desgracia.
La distinción que va unida a la desgracia (como si sentirse feliz fuera un signo de vulgaridad, de bajeza y de superficialidad) es tan grande que si alguien nos dice que somos muy felices, no podemos menos que protestar.
535. La angustia imaginaria.
La angustia imaginaria es ese gnomo malvado y simiesco que salta sobre nuestros hombros en el momento preciso en que su carga nos resulta más difícil de soportar.
536. La ventaja de tener enemigos ineptos.
A veces seguimos siendo fieles a una causa tan sólo porque sus enemigos continúan siendo ineptos.
537. El valor de una profesión.
La virtud principal de una profesión es que nos deja la cabeza vacía, constituyendo así un baluarte tras el cual podemos legítimamente atrincheramos cuando nos asaltan dudas y preocupaciones comunes y corrientes.
538. El talento.
El talento de más de uno parece menor de lo que es porque siempre se ha propuesto emprender tareas demasiado grandes.
539. La juventud.
La juventud resulta desagradable, porque, de joven, no es posible o no es razonable ser productivo en el sentido que sea.
540. Respecto a las grandes metas.
Quien se propone abiertamente grandes metas y luego se da cuenta de que es demasiado débil para ellas, de ordinario tampoco tiene la suficiente fuerza para reconocerlo públicamente, y entonces se convierte inevitablemente en un hipócrita.
541. En la corriente.
Los ríos poderosos arrastran consigo muchas piedrecitas y maleza, y los espíritus poderosos muchos cerebros necios y ofuscados.
542. Los peligros de la liberación de la inteligencia.
Cuando un hombre se empeña seriamente en liberar su inteligencia, sus pasiones y apetitos esperan en secreto beneficiarse de ello.
543. La encarnación de la inteligencia.
Cuando se piensa mucho e inteligentemente, no sólo el rostro sino todo el cuerpo adquiere un aire inteligente.
544. Ver mal y oír mal.
Quien ve poco, siempre ve demasiado poco; pero quien oye mal, siempre oye demasiado.
545. Autocomplacerse en la vanidad.
El vanidoso no busca tanto distinguirse como sentirse distinguido, razón por la cual no desdeña ningún medio de engañarse a sí mismo. No es la opinión de los demás lo que lo preocupa, sino su propia opinión.
546. Vanidoso excepcionalmente.
El hombre que suele bastarse a sí mismo, es excepcionalmente vanidoso y sensible a la opinión y a las alabanzas ajenas cuando se encuentra físicamente enfermo. Como se siente perdido, trata de recuperarse aferrándose a algo externo como es una opinión ajena.
547. Los ingeniosos.
Quien trata de ser ingenioso, no tiene ingenio.
548. Advertencia a los líderes de partidos.
Cuando se puede hacer que varios hombres se declaren públicamente en favor de una causa, la mayoría de las veces se habrá conseguido también que se declaren a favor de ella en el fondo de ellos mismos, porque desde ese momento pretenderán que se los considere consecuentes.
549. El desprecio.
Somos más sensibles al desprecio ajeno que al autodesprecio.
550. El lazo de la gratitud.
Hay almas serviles que llevan tan lejos su agradecimiento por los beneficios recibidos, que se estrangulan a sí mismas con el lazo de la gratitud.
551. Truco de profeta.
Para adivinar de antemano la forma de obrar de un individuo vulgar, hay que tener en cuenta que siempre hará el menor gasto posible de ingenio para librarse de una situación desagradable.
552. El único derecho del hombre.
Quien se separa de la tradición es víctima de la excepción; quien se mantiene en la tradición es esclavo de ella. En ambos casos, el individuo se encamina hacia su perdición.