La abominable bestia gris (9 page)

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Authors: George H. White

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La abominable bestia gris
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Miguel Ángel hizo una mueca y miró hacia la puerta por donde acababa de entrar Lola Contreras esgrimiendo en el aire, victoriosamente, su cámara cinematográfica.

—¿Y de la escuadra que viene hacia aquí, qué hay? —preguntó el almirante al distante Richard.

—Llegarán dentro de unas horas… si es que no tienen algún tropiezo con los thorbod. Yo siempre he dicho que la suerte, como la desgracia, suelen venir a rachas. De manera que…

—Salid al encuentro de esos aviones —cortó el almirante de mal humor—. No pierdas el contacto conmigo ni con la Tierra. Inquiere noticias…, necesito saber qué calamidades ocurren por allá.

—¡O. K., jefe! —Repuso Richard—. Vamos a buscar esa escuadra y traerla para acá. Hasta luego. Corto.

Miguel Ángel abandonó el micrófono y se volvió a mirar a Lola.

—¿Encontró su maquinita, al fin? —preguntó tratando de sonreír.

—Sí —afirmó la muchacha—; pero después de lo que usted dijo he perdido todo el entusiasmo por el reportaje. ¿De veras cree que la humanidad va a perder esta guerra?

Miguel Ángel miró en torno. Dos coroneles, al otro extremo de la cámara, dictaban órdenes por radioteléfono a las compañías que todavía peleaban con los thorbod por las profundidades y las ruinas de Nemania. Hizo un gesto indicando a Lola que se acercara y cuando la tuvo junto a sí, murmuró:

—No quiero que mis hombres conozcan las reflexiones derrotistas de su jefe, ¿entiende?

Las pupilas de Lola centellearon tras el cristal azul de su escafandra.

—No gritaré, si eso es lo que le asusta —dijo—. Pero quiero saber la verdad de lo que usted piensa. ¡Sólo la verdad! Cuando le hice aquella interviú a bordo del Rayo, estaba usted seguro de nuestra victoria. ¿Ha cambiado de parecer en tan poco tiempo?

—En ese tiempo tan corto han ocurrido cosas decisivas, señorita. Por lo demás, en el mismo momento de comenzar esta guerra, aun antes de que la bestia atacara a la Luna, yo sabía que esta guerra no podía ganarla el Mundo. Es más. Siempre supe que si Marte se decidía a atacarnos antes de que pusiéramos en línea nuestros destructores del tipo y características de los del Rayo, la humanidad estaba perdida.

Lola Contreras dio un brinco de sobresalto.

—¿Pero por qué? —preguntó rápidamente—. La bestia no parece llevar intenciones de aniquilar a la Tierra, como hizo con la Luna. Sabe que si hiciera eso, Marte sería igualmente arrasado. Usted mismo, según tengo entendido, tiene a bordo de su astronave algunas de esas bombas «W» que podrían acabar ahora mismo con toda la vida existente sobre el planeta Marte.

—No se preocupe —dijo Miguel Ángel con un triste ademán—. Antes de utilizar la bomba «W», la bestia apurará todos los recursos para invadir la Tierra sin dañar lo más mínimo de su atmósfera. Solamente si se viera rechazada por nuestras armas e imposibilitada de conquistar nuestro mundo, se decidiría a destruirlo.

Hubo un corto silencio. Tras el cristal azulado de su escafandra, la hermosa faz de Lola había palidecido intensamente.

—¿Quiere decir que la bestia se dispone a invadir la Tierra sin destruirla, pero que si fuera derrotada aniquilaría toda la vida existente sobre ella? —preguntó la joven en un soplo de voz.

—Sí —repuso Miguel Ángel roncamente—. Y también toda la vida existente sobre Venus y el mismo Marte. Si los hombres grises nos vencen en esta guerra se erigirán en dueños del Universo, convirtiéndonos para siempre en sus esclavos. Y si les vencemos, rechazándoles hasta Marte, entonces optarán por el suicidio en masa, arrastrándonos a todos a la perdición. Eso es lo que he creído siempre… ¡y ojalá me equivocara!

Lola Contreras consideró en silencio las palabras de Miguel Ángel. La teoría de éste, según la cual la bestia estaba decidida a vencer o sucumbir, arrastrando consigo en su caída a todo el género humano, era la más tenebrosa y espeluznante de cuantas hasta entonces se habían formado en torno a la futura forma de proceder de aquellas abominables criaturas.

—¡Pero eso es horrible! —exclamó Lola sintiéndose estremecer de frío—. ¡No puede ser! ¡Usted se equivoca!

Bestia o persona, el hombre gris tiene raciocinio y, sin género de dudas, también instinto de conservación. ¿Por qué, en caso de derrota, habían de decidirse por el suicidio? ¡Eso carece de sentido!

—Tenga en cuenta, señorita, que la bestia no tolera copartícipes a su alrededor. Esta galaxia ha de ser suya o de nadie. Sabe que si perdiera esta guerra jamás volvería a ofrecérsele la oportunidad de ganar otra. Si los hombres grises son expulsados de los astros que giran en torno al Sol, no se marcharán dejándonos en libertad de disfrutar un futuro venturoso. Antes de emigrar en busca de otro mundo habitable nos arruinarán para siempre, torpedeando estos planetas con bombas «W», apagando la llama de nuestra existencia. Y ni siquiera obrarán así por malévola venganza, sino respondiendo a los dictados de su sentido común, el cual les advierte que esta humanidad triunfante está predestinada a extenderse por todo el Universo, difundiendo sus inquietudes, su religión y su cultura por los más remotos mundos, hasta que un día, Dios sabe en qué lejana galaxia hombre y bestia vuelvan a tropezarse, reanudando su lucha por la supremacía universal hasta el total exterminio de una o de ambas razas.

—Entonces… la humanidad… ¡está irremisiblemente perdida! —exclamó la muchacha horrorizada—. ¡No nos queda más opción que la esclavitud o la muerte! ¡Cielos! Siendo así… si nuestra victoria sólo puede acarrearnos la destrucción… ¿para qué luchamos?

—El mundo lucha convencido de que es posible vencer a la bestia, recluyéndola en Marte, desarmándola y quitándole toda nueva oportunidad de hacernos la guerra en lo futuro.

—Pero usted asegura…

—Lo que yo diga carece de valor, señorita. La teoría de que, viéndose derrotada, la bestia arremeterá contra nosotros con sus armas de destrucción en masa, es exclusivamente mía. ¿Entiende?

—Usted debería advertir al Mundo de lo que piensa. —¿Para qué? Ello no mejoraría la suerte del Mundo. En todo caso, lo único que conseguiría sería restarle acometividad. ¿Quién lucharía con fe y esperanza pensando que, cualquiera que fuese el resultado de la contienda, el desenlace había de ser igualmente desastroso? La humanidad luchará mejor ignorando mis teorías, y a usted y a mí nos queda la esperanza de que yo esté equivocado, que aún sea posible una victoria, que la bestia acceda a negociar una paz, que opte por salir de esta galaxia sin destruirla o de que ocurra un milagro. ¿Quién sabe? Lo único que no puedo hacer es dar a la publicidad mis presentimientos. De todos modos, la posibilidad de una victoria terrestre, y con ella el aniquilamiento de la humanidad, es por momentos más remota. La bestia se apunta resonantes triunfos en todos los frentes. Hemos pasado a la defensiva.

—¡Cielo Santo! ¿Significa eso que perdemos la guerra? —exclamó Lola con terror.

—Significa que nos quedan muy pocas probabilidades de ganarla.

—Entonces… ¿estamos condenados a la esclavitud?

—Quien sabe. Tal vez, si consiguiéramos de la bestia un armisticio… Pero es absurdo asirse a esa esperanza. La bestia, viéndose triunfante, jamás accederá a una tregua. Lo único que podemos hacer es intentarlo… Obligarle a una paz… dejar en tablas esta partida.

—Sí, pero ¿cómo? —murmuró Lola con voz sollozante.

—¿Cómo? —repitió Miguel Ángel—. Estamos en Marte, ¿no? Hemos conseguido establecer una cabeza de puente. Si la bestia invade la Tierra y nosotros invadimos Marte, quedamos en la misma situación.

El almirante quedó unos momentos en actitud pensativa.

—Sí —murmuró—, es la única solución… Debo consultarlo con nuestro Estado Mayor ahora mismo…

Regresó el almirante junto a la emisora de radio, empuñando el micrófono y movió algunos mandos.

—¡Hola, Rayo! … ¡Hola, Rayo! ¡Aquí Ángel…! ¡Ángel llama a Rayo! …

—¡Hola, Ángel! ¡Contesta Rayo! ¡Richard al habla!

—Necesito ponerme en contacto con el Cuartel General Terrestre, Richard. Ahora mismo.

—¡O.K.! ¡Conecto! ¡Rayo al habla… comunica el almirante!

—¡Tierra al habla…! ¡Diga!

—Quiero hablar con el general Ortiz o cualquiera de los jefes del Estado Mayor General, —exigió Miguel Ángel.

—Un momento —solicitó la distante voz del operador terrestre.

Lola Contreras habíase acercado al almirante y le miraba con ansiedad a través del cristal azul de su escafandra. Siguieron unos minutos de silencio. Finalmente:

—¡Hola, Rayo! ¡Cuartel General Terrestre al habla! ¡Comunica su excelencia el general Ortiz, del Estado Mayor General! …

—¡Hola, general! —habló Miguel Ángel—. Le hablo desde Nemania, por intermedio del Rayo. Le supongo enterado de que la ciudad está en nuestro poder…

—Sí, sí —apresuróse a decir el general—. Lo sé… lo sé. ¿Qué nuevas novedades hay?

—Ninguna. Por aquí todo sigue igual. Es para inquirir noticias del curso de las operaciones en la Tierra por lo que le llamo.

Hubo una corta pausa. El general carraspeó y dijo: —Precisamente en estos momentos estamos reunidos… deliberando. El Estado Mayor opina que debe regresar usted a la Tierra. Usted, el Rayo y la pequeña fuerza aérea en ruta hacia Marte son más necesarios ahora aquí que en Marte… No podemos explotar su victoria sobre Nemania, y nuestra situación se agrava por instantes. Hemos perdido la flor y nata de nuestras fuerzas aéreas en dos desastrosas batallas. Nuestras reservas aéreas libran en estos momentos un combate decisivo para impedir el desembarco de los contingentes thorbod. Procedemos a armar a la guardia territorial. Tal vez todo esto no hubiera sucedido de estar usted aquí, excelencia… No lo sé, y Dios me libre de criticar su táctica; pero lo cierto es que la guerra sigue un curso francamente desfavorable para las armas terrestres y el ataque de usted a Marte no parece haber debilitado lo más mínimo la dureza del ataque thorbod. Si no ocurre un milagro… —

—No ocurrirá ningún milagro, general —interrumpió Miguel Ángel secamente—. Lo único que nos resta por hacer es reconocer francamente que la bestia nos está arrollando y hemos perdido toda posibilidad de ganar esta guerra. Es tarde para hacernos recriminaciones que, de todas formas, no remediarán esta angustiosa situación. Aceptemos lo inevitable y busquemos una fórmula para mitigar el daño.

—Sí… sí… ¿Pero cómo?

—Necesitamos a toda costa arrancar a la bestia un armisticio.

—¡Un armisticio! —Exclamó el general Ortiz con acento que denotaba el más profundo asombro—. ¡Cielo santo! ¿Cómo se le ha ocurrido pensar semejante cosa? ¿Negociar una paz vergonzosa cuando todavía no estamos vencidos? ¡Eso es inconcebible!

—Ha de ser antes de estar vencidos cuando hemos de negociar una paz honrosa, porque si la bestia nos ve desfallecer, entonces jamás nos dará opción a una paz.

—No sé… no sé… —tartamudeó el general—. ¡Es todo tan repentino e inesperado! … La opinión pública no está preparada para una solución de esta índole. Someteré la proposición de su excelencia a la deliberación del Estado Mayor y de la Sociedad de las Naciones. La firma de una tregua cae fuera de las atribuciones de esta Asamblea, ya lo sabe usted. ¿No sería mejor que abandonara Marte y viniera a Madrid para tratar directamente el asunto?

—No. No pienso abandonar Marte por ahora. Porque no se lo he dicho todo a usted, excelencia. La bestia jamás accederá a negociar la paz mientras se vea en posición francamente ventajosa. Para arrancarle un armisticio hemos de comprometerle de forma que una tregua sea la única solución para ella y para nosotros. Sólo invadiendo su planeta, mientras ellos invaden el nuestro, conseguiremos restablecer el equilibrio, y Nemania es hoy por hoy una magnifica cabeza de puente. Someta mi proposición a la opinión del Estado Mayor General y de la Sociedad de las Naciones. Si se deciden por negociar una paz, reúnan todas las escuadras aéreas disponibles y envíenlas a Marte junto con un numeroso ejército. Es más, puedo enviarles al Rayo para que embarque otra división de tropas especiales.

—Sí… sí… le comprendo.

—Trasmita todo esto a la Asamblea y, ¡por Dios! , apresúrense en tomar una decisión u otra, antes que sea demasiado tarde para nada. Quedo a la espera de sus noticias. Hasta más tarde.

Miguel Ángel cortó la comunicación y se volvió a mirar a Lola Contreras.

—Bueno —suspiró—. Los señores generales y primeros ministros de la tierra tienen tema para discutir.

Capítulo 7.
Cabeza de puente

L
a fuerza aérea de 50.000 aparatos de bombardeo y caza llegó finalmente a Marte, bajo la custodia del Rayo, y con el auxilio de éste y de sus fantásticos destructores y\1«\2»\3 arrolló victoriosamente una escuadra thorbod ligeramente superior en número. Esta era la primera victoria que se apuntaban las fuerzas aéreas terrestres desde la iniciación de las hostilidades, y fue recibida con indescriptible júbilo por el ejército expedicionario.

—La bestia —dijo Miguel Ángel a Lola— tendrá que reconocer que este pequeño ejército es digno de tomarse en cuenta y retirará parte de sus escuadras de la Tierra, si no lo hizo todavía.

Animado por este primer triunfo, el almirante se decidió por dar comienzo a las operaciones al margen de lo que pudieran decidir los sesudos generales y jefes de Estado en la Tierra. A tal efecto, envió al Rayo contra las bases aéreas marcianas de Babsagh y Thasog y la populosa ciudad de Dumpran, a corta distancia de Nemania.

—«Ataque con torpedos subterrestres» —fue la orden.

El Rayo, con sus destructores y todos los bombarderos y cazas venidos de la Tierra, se lanzó al asalto de las bases y la ciudad, dejando sobre Nemania a las «zapatillas» para vigilar los movimientos de un formidable ejército thorbod que avanzaba sobre Nemania con el evidente propósito de aniquilar a sus defensores.

El almirante cursó las órdenes oportunas para que los «buques» subterrestres estuvieran preparados y apuntados hacia Dumpran.

—¿Vamos a ir a Dumpran? —interrogó Lola Contreras.

—Sí —repuso el almirante.

—¿Para qué? ¿No ha ordenado que sea destruida esa ciudad?

—Los torpedos, ya puede imaginárselo usted, no dejarán totalmente arrasada la ciudad. Nosotros iremos allá para darle el golpe de gracia. Además, no conviene permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. Un formidable ejército thorbod viene hacia acá dispuesto a eliminarnos, cueste lo que cueste. Le dejaremos entrar, y entonces volaremos Nemania con todos los tontos que hayan seguido a las escasas fuerzas que vamos a dejar aquí.

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