La cantante calva

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Authors: Eugène Ionesco

Tags: #Teatro

BOOK: La cantante calva
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La cantante calva
, estrenada en 1950, fue la primera obra dramática de Eugène Ionesco, dramaturgo y escritor francés de origen rumano, que fue uno de los principales autores del teatro del absurdo.

Desde 1957,
La cantante calva
sube a escena ininterrumpidamente en el
Théâtre de la Huchette
y con un número récord de interpretaciones, se ha convertido en una de las obras más representadas de Francia, haciéndose acreedora al premio Molière d'Honneur en 1989.

Desplegando un sentido del humor abrasivo e inquietante, Ionesco presenta a seis personajes, dos matrimonios ingleses, los Martin y los Smith, una criada y un bombero, en situaciones domésticas cotidianas y absurdas que desnudan la incapacidad del ser humano para comunicarse: Las palabras, en vez de desvelar y facilitar la comunicación, oscurecen y enturbian todo y el hombre aparece como un ser incomprendido e incomprensible.

En el momento de su estreno, la pieza produjo un gran escándalo en París, pero dos años después, cuando Soupault, Breton y Péret vieron las obras de Ionesco le confesaron: «Esto es lo que nosotros queríamos hacer».

El éxito universal del que continúa gozando demuestra la permanente vigencia de este clásico del teatro del absurdo, producto del genio y el talento de Ionesco para reflejar la soledad del ser humano.

Eugène Ionesco

La cantante calva

ePUB v2.0

AngelF
15.06.12

Título original en francés:
La Cantatrice Chauve
.

Eugène Ionesco.

Traducción: Luis Echávarri

Estreno: 11 de mayo 1950.

Guión: 4 de septiembre de 1952.

Editor original: Klein1965 (v1.0 a v1.1)

Segundo editor: AngelF (v2.0)

Corrección de erratas: Doña Jacinta.

ePub base v2.0

Personajes

S
EÑOR SMITH

S
EÑORA SMITH

S
EÑOR MARTIN

S
EÑORA MARTIN

M
ARY, LA SIRVIENTA

E
L CAPITÁN DE LOS BOMBEROS.

ESCENA I

Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor
SMITH
, inglés, en su sillón y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la señora
SMITH
, inglesa, remienda unos calcetines ingleses. Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses.

SRA. SMITH
:
—¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—La señora Parker conoce un almacenero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialista en yogurt. Posee diploma de la escuela de fabricantes de yogurt de Andrinópolis. Mañana iré a comprarle una gran olla de yogurt rumano folklórico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los alrededores de Londres.

SR. SMITH
: (
continuando su lectura, chasquea la lengua
).

SRA. SMITH
:
—El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor Mackenzie-King, que atiende a los niños de nuestros vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca recomienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo operar el hígado sin estar enfermo.

SR. SMITH
:
—Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de la operación y Parker muriera a consecuencia de ella?

SRA. SMITH
:
—Porque la operación dio buen resultado en el caso del doctor y no en el de Parker.

SR. SMITH
:
—Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debido dar buen resultado en los dos o los dos habrían debido morir.

SRA. SMITH
:
—¿Por qué?

SR. SMITH
:
—Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No le sobrevive.

SRA. SMITH
:
—No se puede comparar a un enfermo con un barco.

SR. SMITH
:
—¿Por qué no? El barco tiene también sus enfermedades; además tu doctor es tan sano como un barco; también por eso debía perecer al mismo tiempo que el enfermo, como el doctor y su barco.

SRA. SMITH
:
—¡Ah! ¡No había pensado en eso!… Tal vez sea justo… Entonces, ¿cuál es tu conclusión?

SR. SMITH
:
—Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y también todos los enfermos. Sólo la marina es honrada en Inglaterra.

SRA. SMITH
:
—Pero no los marinos.

SR. SMITH
:
—Naturalmente.

Pausa.

SR. SMITH
(
sigue leyendo el diario
):
—Hay algo que no comprendo. ¿Por qué en la sección del registro civil del diario dan siempre la edad de las personas muertas y nunca la de los recién nacidos? Es absurdo.

SRA. SMITH
:
—¡Nunca me lo había preguntado!

Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces. Silencio. El reloj suena tres veces. Silencio. El reloj no suena ninguna vez.

SR. SMITH
(
siempre absorto en su diario
):
—Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto.

SRA. SMITH
:
—¡Oh, Dios mío! ¡Pobre! ¿Cuándo ha muerto?

SR. SMITH
:
—¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio.

SRA. SMITH
:
—Claro está que lo recuerdo. Lo recordé en seguida, pero no comprendo por qué te has mostrado tan sorprendido al ver eso en el diario.

SR. SMITH
:
—Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte. ¡Lo he recordado por asociación de ideas!

SRA. SMITH
:
—¡Qué lástima! Se conservaba tan bien.

SR. SMITH
:
—Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era!

SRA. SMITH
:
—La pobre Bobby.

SR. SMITH
:
—Querrás decir «el» pobre Bobby.

SRA. SMITH
:
—No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nombre no se les podía distinguir cuando se les veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién era el uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. ¿La conoces?

SR. SMITH
:
—Sólo la he visto una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.

SRA. SMITH
:
—Yo no la he visto nunca. ¿Es bella?

SR. SMITH
:
—Tiene facciones regulares, pero no se puede decir que sea bella. Es demasiado grande y demasiado fuerte. Sus facciones no son regulares, pero se puede decir que es muy bella. Es un poco excesivamente pequeña y delgada y profesora de canto.

El reloj suena cinco veces. Pausa larga.

SRA. SMITH
:
—¿Y cuándo van a casarse los dos?

SR. SMITH
:
—En la primavera próxima lo más tarde.

SRA. SMITH
:
—Sin duda habrá que ir a su casamiento.

SR. SMITH
:
—Habrá que hacerles un regalo de boda. Me pregunto cuál.

SRA. SMITH
:
—¿Por qué no hemos de regalarles una de las siete bandejas de plata que nos regalaron cuando nos casamos y nunca nos han servido para nada?… Es triste para ella haberse quedado viuda tan joven.

SR. SMITH
:
—Por suerte no han tenido hijos.

SRA. SMITH
:
—¡Sólo les falta eso! ¡Hijos! ¡Pobre mujer, qué habría hecho con ellos!

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