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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (25 page)

BOOK: La colonia perdida
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—No —dijo Gau—. No lo entiende. Le dije que hay miembros del Cónclave que quieren eliminar a la humanidad. Aniquilarlos a todos ustedes como acaban de aniquilar a mi flota. Ahora será más difícil contenerlos. Son parte del Cónclave. Pero siguen teniendo sus propias naves y sus propios gobiernos. No sé qué sucederá ahora. No sé si podré controlarlos después de esto. No sé si me seguirán escuchando.

Un pelotón de soldados se acercó al general para recogerlo, dos de ellos me apuntaron con sus armas. El general ladró algo; las armas bajaron. Gau dio un paso hacia mí. Combatí la urgencia de retroceder un paso y aguanté a pie firme.

—Cuide de su colonia, administrador Perry —dijo Gau—. Ya no está oculta. A partir de este momento, será tristemente célebre. La gente querrá venganza por lo que ha sucedido aquí. Toda la Unión Colonial será un objetivo. Pero es
aquí
donde ha sucedido esto.

—¿Se vengará, general? —pregunté.

—No. Ninguna nave del Cónclave volverá aquí bajo mis órdenes. Le doy mi palabra. A
usted,
administrador Perry. Trató de advertirme. Le debo esa cortesía. Pero sólo puedo controlar mis propias naves y mis propias tropas —señaló a su pelotón—. Ahora mismo, éstas son las tropas que controlo. Y sólo tengo una nave a mis órdenes. Espero que comprenda lo que le estoy diciendo.

—Lo comprendo.

—Entonces adiós, administrador Perry —dijo Gau—. Cuide de su colonia. Manténgala a salvo. Espero por su bien que no sea tan difícil como imagino.

Gau se dio media vuelta y caminó rápidamente hacia su lanzadera para marcharse. Lo vi irse.

«El plan es sencillo —me había dicho el general Rybicki—. Destruiremos su flota, toda entera, excepto su nave. Regresará al Cónclave y luchará por conservar el control mientras todo se desintegra. Por eso le perdonaremos la vida. Incluso después de esto, algunos seguirán siéndole leales. La guerra civil que librarán los miembros del Cónclave después de esto los destruirá. La guerra civil debilitará las capacidades de sus razas más eficazmente que si el general Gau muriera y el Cónclave se disolviera. En un año, el Cónclave se habrá hecho pedazos y la Unión Colonial estará en posición de recogerlos.»

Vi despegar la lanzadera de Gau y perderse en la noche.

Esperé que el general Rybicki tuviera razón.

Pero no creía que fuera así.

11

Los datos del satélite de defensa de la Unión Colonial estacionado sobre Roanoke nos dijeron que el puñado de misiles que atacaron la colonia cobraron existencia en el borde de la atmósfera y desplegaron su carga de cinco cohetes casi al instante, arrancando de cero en la atmósfera siempre densa.

Los escudos caloríficos de dos de los cohetes fallaron durante la entrada de las armas, quedando colapsados en la rojiblanca onda de arco de la atmósfera. Explotaron violentamente, pero no tanto como lo habrían hecho si la carga hubiera estado montada. Fracasada su tarea, se incineraron sin causar daños en la estratosfera.

El satélite de defensa siguió a los otros tres cohetes y lanzó una señal de advertencia a la colonia. El mensaje llegó a las PDA, que todo el mundo acababa de activar en la colonia, y emitió la advertencia de un ataque inminente. Los colonos dejaron la cena, cogieron a sus hijos y se dirigieron a los refugios comunitarios de la aldea o a los refugios familiares de las granjas. En las granjas menonitas, las sirenas recién instaladas ulularon en los límites de las propiedades.

Más cerca del pueblo, Jane activó por control remoto la red de defensa de la colonia, rápidamente instalada después de que se permitiera usar maquinaria moderna en Roanoke. «Red de defensa» era un término exagerado para lo que eran en realidad: una serie de defensas de tierra automatizadas y dos torretas de rayos en los extremos del pueblo de Croatoan. Teóricamente, las torretas de rayos podían destruir los cohetes que vinieran de camino, suponiendo que tuviéramos bastante energía que suministrarles. No la teníamos. Nuestra red de energía era solar. Era suficiente para el consumo diario de la colonia, pero completamente inadecuada para la intensa potencia que requería el arma de rayos. Cada una de las células energéticas internas de las torretas podía proporcionar cinco segundos de uso a tope o quince segundos de carga baja. El nivel de carga bajo tal vez no destruyera por entero un misil, pero podía freír su núcleo de navegación, desviando al aparato.

Jane conectó los cañones de tierra. No nos harían falta. Luego estableció conexión directa con el satélite de defensa y descargó a toda velocidad datos en su CerebroAmigo, para comprender mejor lo que necesitaría hacer con las torretas de rayos.

Mientras Jane atendía nuestras defensas, el satélite decidió qué cohete representaba la amenaza más inmediata para la colonia y lo aniquiló con su propio rayo energético. El satélite logró un blanco directo y le abrió un agujero al misil: su súbita falta de aerodinámica lo hizo pedazos. El satélite recalibró y disparó al segundo de los tres cohetes restantes, alcanzando su motor. El misil cabrioló locamente en el cielo, los sistemas de navegación incapaces de compensar el daño. El misil acabó por caer, tan lejos de nosotros que no le dimos más importancia.

El satélite de defensa, sin energía ya, fue incapaz de hacer nada con el último misil. Transmitió los datos de su velocidad y su trayectoria a Jane, quien pasó los datos inmediatamente a las torretas de rayos, que se conectaron y empezaron a rastrear.

Las armas de rayos son concentradas y coherentes, pero pierden energía con la distancia: Jane amplió la efectividad de sus torretas permitiendo que el misil se acercara antes de disparar. Decidió dispararle a bocajarro, con ambas torretas. Fue la decisión adecuada, porque el misil resultó ser increíblemente duro. Incluso con las dos torres abriendo fuego, Jane sólo consiguió matar el cerebro del misil, eliminando sus armas, motores y sistema de navegación. El misil quedó inutilizado cuando estaba justo sobre la colonia, pero la inercia siguió impulsándolo a una velocidad increíble.

El misil inutilizado cayó al suelo a un kilómetro de la aldea. Abrió un terrible agujero en los campos en barbecho, roció el aire de combustible y después ardió. La onda de choque de la explosión fue una fracción de lo que habría sido si la carga del misil hubiera estado conectada, pero fue lo suficiente para tirarme de culo a un kilómetro de distancia y dejarme sordo durante casi una hora. Fragmentos de misil volaron violentamente en todas direcciones, su impulso ampliado por la energía de la explosión del combustible. Partes del misil atravesaron el bosque, derribando árboles e incendiando la maleza. Otras partes alcanzaron las estructuras de las granjas cercanas, derribando casas y graneros y no dejando del ganado más que manchas ensangrentadas por el suelo.

Una porción de la carcasa del motor del misil salió volando por los aires y acabó cayendo a tierra, en el lugar donde se encontraba el recién construido refugio de la familia Gugino. El impacto hundió de inmediato la tierra que había sobre el refugio, y ésta y la carcasa lo sepultaron. Dentro estaba toda la familia Gugino: Bruno y Natalie Gugino, sus gemelas de seis años María y Katherina, y su hijo de diecisiete años, Enzo. Que recientemente había empezado a cortejar a Zoë de nuevo, con algo más de éxito que la vez anterior.

Ninguno de ellos saldría jamás de aquel refugio.

Una familia entera desaparecida en un instante. Fue inenarrable.

Podría haber sido mucho peor.

* * *

Me pasé la hora siguiente al ataque recopilando informes por toda la colonia para calibrar el alcance de los daños, y luego me dirigí con Savitri a la granja de los Gugino. Encontré a Zoë en el porche, sentada aturdida entre los cristales rotos de las ventanas. Hickory la acompañaba; Dickory estaba algo más allá, con Jane, entre los restos del refugio. Eran los únicos que estaban en el refugio: un grupito de hombres esperaba algo más allá a que Jane les diera órdenes.

Me acerqué a Zoë y le di un feroz abrazo; ella lo aceptó, pero no lo devolvió.

—Oh, cariño —dije—. Lo siento mucho.

—Estoy bien, papá —dijo ella, con un tono que contradecía sus palabras.

—Lo sé —dije, soltándola—. Pero, aun así, lo siento. Es duro. No estoy seguro de que éste sea el mejor lugar para que estés ahora mismo.

—No quiero irme.

—No tienes que hacerlo. Pero no sé si es bueno que veas esto.

—Necesito estar aquí —dijo Zoë—. Necesito verlo con mis propios ojos.

—Muy bien.

—Yo tenía que haber estado aquí esta noche —dijo Zoë, y señaló la casa—. Enzo me había invitado a cenar. Le dije que vendría, pero se me fue el santo al cielo charlando con Gretchen. Iba a llamarlo para pedirle disculpas cuando sonó la alarma. Yo tenía que haber estado aquí.

—Cariño, no puedes sentirte culpable por eso —dije.

—No me culpo. Me alegro de no haber estado aquí. Por eso me siento tan mal.

Me reí nervioso a mi pesar y le di a Zoë otro abrazo.

—Oh, Dios, Zoë —dije—. Yo también me alegro de que no estuvieras aquí esta noche. Y no me siento mal por ello. Lamento lo que le ha ocurrido a Enzo y su familia. Pero me alegro de que estés a salvo con nosotros. No te sientas mal por seguir viva, cariño.

La besé en la coronilla.

—Gracias, papá —contestó Zoë. No parecía del todo convencida.

—Voy a pedirle a Savitri que se quede contigo mientras hablo con tu madre, ¿de acuerdo?

Zoë soltó una risita.

—¿Qué pasa? ¿Crees que Hickory no me consolará lo suficiente?

—Estoy seguro de que sí. Pero voy a tomarlo prestado unos minutos. ¿Vale?

—Claro, papá —dijo Zoë. Savitri se sentó en los escalones con ella, la rodeó en un abrazo y yo le indiqué a Hickory que me siguiera. Me alcanzó al momento.

—¿Tienes conectado tu implante emocional ahora mismo? —pregunté.

—No —contestó Hickory—. La pena de Zoë era demasiado fuerte.

—Conéctalo, por favor. Me resulta más fácil conversar contigo cuando está encendido.

—Como desee —dijo Hickory. Conectó su implante y se desmoronó.

—¿Qué demonios…? —dije, deteniéndome.

—Lo siento —contestó Hickory, enderezándose—. Ya le he dicho que las emociones de Zoë eran increíblemente intensas. Sigo sorteándolas. Eran nuevas emociones que no hemos tenido con ella antes. Las nuevas emociones son difíciles de procesar.

—¿Te encuentras bien?

—Estoy bien —dijo Hickory, poniéndose en pie—. Le pido disculpas.

—Olvídalo. Escucha, ¿habéis entrado en contacto con los obin ya?

—Sí. Indirectamente, a través de la conexión de datos de su satélite. Sólo hemos reestablecido contacto y proporcionado un resumen de los acontecimientos del último año. No hemos ofrecido aún un informe completo.

—¿Por qué no? —pregunté. Volvimos a echar a andar.

—Su conexión de datos no es segura.

—Quieres informar a tus superiores sin tener a la Unión Colonial escuchando.

—Sí —dijo Hickory.

—¿De qué cosas?

—Observaciones. Y sugerencias.

—Hace algún tiempo me dijiste que los obin estarían dispuestos a ayudarnos si lo necesitáramos —dije—. ¿Sigue en pie ese ofrecimiento?

—Sí, que yo sepa. ¿Nos está pidiendo ayuda, mayor Perry?

—Todavía no. Pero necesito saber cuáles son mis opciones.

Jane me miró mientras nos acercábamos.

—No quiero a Zoë por aquí —me dijo.

—¿Tan malo es? —pregunté.

—Peor —dijo Jane—. Si quieres mi consejo, hay que sacar esa carcasa, llenar el refugio de tierra y luego poner encima una lápida. Tratar de encontrar algo que enterrar va a ser un ejercicio inútil.

—Cristo —dije. Señalé la carcasa—. ¿Sabemos algo de esto?

Jane señaló a Dickory, que estaba cerca de nosotros.

—Dickory dice que los indicativos lo señalan como nouri.

—No los conozco.

—La Unión Colonial casi no ha tenido contacto con ellos —dijo Jane—. Pero probablemente no sea suyo. Tienen un solo planeta y no colonizan. No hay ningún motivo para que nos ataquen.

—¿Son parte del Cónclave? —pregunté.

—No —contestó Dickory, acercándose—. Pero venden armas a algunos de los miembros del Cónclave.

—Así que esto podría ser un ataque del Cónclave.

—Es posible.

—El general Gau dijo que no nos atacaría —dijo Jane.

—También dijo que no podría impedir que los demás lo hicieran.

—No creo que esto sea un ataque —dijo Jane.

Me acerqué al caos causado por la carcasa del motor, que todavía desprendía calor.

—Lo parece.

—Si fuera un ataque estaríamos todos muertos —dijo Jane—. Esto ha sido algo demasiado pequeño y mal hecho para ser un verdadero ataque a la colonia. Quien lo hizo, lanzó los misiles directamente sobre nosotros, donde nuestro satélite espía podría detectarlos y enviarnos información para eliminar a los que no podía abatir. Es una estupidez si quieres atacar una colonia, pero no es tan estúpido si lo que quieres es poner a prueba nuestras defensas.

—Así que si hubieran conseguido destruir la colonia habría sido un regalo añadido.

—Eso es. Ahora, quien lo haya hecho sabe qué tipo de defensas utilizamos y cuáles son nuestras capacidades. Y nosotros no sabemos nada de ellos, aparte de que no son tan estúpidos como para iniciar un ataque sin saber cómo nos defendemos.

—También significa que el siguiente ataque no serán sólo cinco misiles —dije.

—Probablemente.

Estudié el destrozo.

—Somos blancos de feria —dije—. Casi no derribamos éste, y algunos de los nuestros han muerto. Necesitamos mejores defensas.

La Unión Colonial nos ha pintado un blanco en el pecho, así que tiene que ayudarnos a impedir que nos disparen.

—Dudo que con una carta en términos duros vayamos a conseguir algo.

—No —reconocí—. La
San Joaquín
tiene que llegar dentro de un par de días para traernos suministros. Uno de nosotros debería subir a bordo cuando regrese a la Estación Fénix. Será mucho más difícil ignorarnos si nos plantamos en la puerta de alguien.

—Tienes más fe que yo.

—Si no nos apoyan allí, puede que tengamos otras opciones —dije, mirando a Hickory. Iba a decir algo más cuando vi que Savitri y Zoë se aproximaban. Me volví hacia ellas, consciente del deseo de Jane de no dejar que Zoë se acercara demasiado.

Savitri había sacado su PDA.

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