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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (29 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—Devolviste a mi marido a su ángel. —Petulancia sin disimulos.

—Beth…

Harry había elegido su destino cuando solicitó la Conversión… y, a diferencia de Vivek, era un humano sano que podría haber tenido una larga vida mortal. Si la servidumbre que había acordado ahora le resultaba molesta, no podía culpar a nadie más que a sí mismo.

La expresión resentida de Beth desapareció, y su rostro pareció desmoronarse cuando empezó a llorar entre grandes y ruidosos sollozos. Conmovida por el dolor de su hermana, Elena la estrechó entre sus brazos y comenzó a mecerla.

—Habla conmigo, Bethie. Dime qué pasa. —Para que pueda solucionarlo.

Eso era lo que hacía siempre. Una especie de obligación autoimpuesta.

Incluso después de que Jeffrey la echara del Caserón, Elena se había puesto en contacto con Beth todas las semanas para asegurarse de que su hermana estaba bien. Beth también había permanecido ligada a ella, a su manera. Cuando Jeffrey había arrojado sus cosas a la calle, había sido la dulce y obediente Beth quien había salido para salvar los tesoros más preciados de Elena de las inclemencias del tiempo. Lo había hecho en secreto, pero lo había hecho.

«—Yo no soy tan fuerte como tú, Ellie. —Palabras susurradas mientras permanecían escondidas a la sombra del Caserón—. Lo siento.

—No llores, cielo. —Elena había abrazado a su hermana y la había estrechado con fuerza—. No pasa nada. Yo tengo bastante fuerza para las dos.»

En aquel momento, Elena apretó los labios contra la sien de su hermana.

—¿Beth?

—Ay, Ellie… —Se apartó con un hipido. Utilizó un pañuelo para limpiarse la cara y consiguió seguir pareciendo hermosa a pesar de los ojos hinchados y de que la punta de la nariz se le había puesto roja—. No van a Convertirme, Ellie. Ese era el plan que teníamos Harry y yo: ambos nos convertiríamos en inmortales y viviríamos juntos para siempre. Pero me han dicho que no me Convertirán.

AElena se le heló la sangre. Le había preguntado a Rafael sobre Beth, y había descubierto que su hermana no era biológicamente compatible. Si le inyectaban la toxina que convertía a los humanos en vampiros moriría o se volvería loca sin remedio.

—Lo siento…

—Ahora eres un ángel, Ellie. —Beth la agarró por los hombros, y sus ojos tenían el brillo de un faro en la oscuridad—. Puedes Convertirme. O pedirle a tu arcángel que lo haga. Por favor, Ellie. Por favor…

Magullada y abatida por la discusión que había tenido lugar después de decirle a Beth que no había nada que ella pudiese hacer, Elena no estaba de humor para realizar la siguiente tarea de la lista. Pero…

—Ya he sido una cobarde durante bastante tiempo.

Metió la llave en el enorme candado amarillo y la giró. La primera vez que vio aquella llave, dio por hecho que Jeffrey había alquilado un pequeño almacén para guardar las cosas de la niñez de ella… de su madre. Sin embargo, aquel lugar tenía el tamaño de una habitación grande y contaba con una puerta metálica enrollable.

Sara, que estaba apoyada en el guardamuebles contiguo con los brazos cruzados sobre la chaqueta de su traje color ciruela, negó con la cabeza.

—No es cuestión de ser cobarde o no. Ya lo sabes. Esto duele que te mueres.

Sí, dolía. Muchísimo.

«Perdonadme, pequeñas mías.»

La furia, la tristeza y el amor formaban una mezcla cáustica en su interior. Se trataba de una sensación familiar: lo que sentía por Marguerite nunca había sido algo sencillo.

—Gracias por acompañarme. Sé que estás muy ocupada.

—Si me lo agradeces otra vez, tendré que darte una patada en el culo. —Sara bajó el brazo para ajustarse la tira de sus zapatos de tacón de ocho centímetros—. Con todo, debo admitir que me sorprende que ese arcángel alto, omnipotente y peligroso no esté contigo.

—Te necesitaba a ti. —A la mujer que era más de su familia que la gente con la que compartía lazos de sangre—. Rafael entiende la amistad, aunque él no lo crea. —Había forjado vínculos de acero con sus Siete, sobre todo con Dmitri.

Una vez que el candado se abrió, Elena lo sostuvo en una mano mientras utilizaba la otra para empujar la puerta hacia arriba. La luz iluminó primero el suelo del interior y, un instante más tarde, la caja que se encontraba más cerca de la puerta.

Una deshilachada manta naranja colgaba del borde.

Con el corazón en un puño, Elena intentó seguir empujando la puerta, pero no pudo. Su cuerpo se había quedado paralizado.

—Sara…

Su mejor amiga colocó la mano en la puerta.

—¿Hacia dónde, Ellie? ¿Arriba o abajo?

«—Vamos, bébé… —Palabras risueñas pronunciadas con una voz ronca de acento marcado—. Sube a bordo.

Trepó a la cama con la manta sobre los hombros para acurrucarse entre su madre y Ari.

—¡Oye! —Protestó Ari antes de llenar de besos el rostro sonriente de Elena—. Pequeño mono grasiento…»

—Ellie.

En cuanto regresó al presente, Elena bajó la puerta y volvió a ponerle el candado con dedos temblorosos.

—No puedo hacerlo. —Notaba un nudo en la garganta y tenía las palmas de las manos húmedas—. Dios… No puedo. —Se desplomó sobre el suelo, de espaldas a la puerta.

Sara se agachó a su lado, sin preocuparse por las medias.

—Esto ha esperado todo este tiempo. Puede esperar un poco más. —Colocó la mano sobre el brazo de Elena para darle un apretón—. Tienes un motón de cosas que asimilar, todo lo sucedido durante el último año y medio. Esto no corre prisa.

—No sé por qué me afecta tanto. Ahí hay muy buenos recuerdos. —Salvo excepciones, comprendió de repente, incluso los mejores recuerdos podían cortar como cuchillos—. Sara… —Pronunció el nombre de su amiga a toda prisa—. Tengo que contarte algo sobre mi pasado.

—Aquí me tienes.

Al escuchar aquella sencilla frase de aliento, Elena respiró hondo… y le habló por fin a su mejor amiga del monstruo que había destrozado a Ari y a Belle hasta convertirlas en muñecas macabras en una cocina empapada de sangre; hasta que su madre se convirtió en una mujer que gritaba, gritaba y gritaba; hasta que su padre fue un desconocido que odiaba a la mayor de las hijas que había sobrevivido.

—No pude contártelo antes —susurró—. Ni siquiera era capaz de pensar en ello.

Las lágrimas surcaban el rostro de Sara.

—Por eso te despertabas gritando.

Habían sido compañeras de habitación en la Academia del Gremio, y también después de graduarse.

—Sí. —Una parte de ella no había dejado de gritar desde aquel sangriento día ocurrido dos décadas atrás.

A pesar de la amistad inquebrantable de Sara, a pesar de la liberación física proporcionada por los entrenamientos de vuelo que realizó más tarde, Elena no pudo deshacerse de la melancolía que la había sumido en un negro abismo emocional. Mientras se duchaba antes de la cena, los sucesos del día cayeron sobre ella como una lluvia implacable. Peor aún que la crisis nerviosa que había sufrido en el almacén había sido la expresión de Beth de mujer traicionada cuando se alejó de ella.

«Moriré, Ellie. Moriré y tú seguirás viva.»

Intentó que el agua se llevara el dolor que le oprimía el corazón, pero no tuvo éxito. Cuando sintió un escozor en los ojos, pensó que se le había metido champú en ellos e inclinó la cabeza hacia el chorro de agua. No podía ignorar el hecho de que, con el paso de los años, tendría que ver arrugas en un rostro que siempre había sido más joven que el suyo. Y que un día contemplaría la tumba de Beth.

Incapaz de soportar aquella idea, cerró el grifo y salió de la ducha… para caer en los brazos de un arcángel.

—Estoy mojada. —Las palabras brotaron de sus labios sin más.

Rafael estrechó su cuerpo empapado.

Sentí el eco de tu dolor, Elena
.

Sabía que, alterada como estaba, él podría haber leído los motivos de aquel dolor en su mente sin que ella se hubiera dado cuenta. Seguro que había tenido que luchar contra el impulso de hacer exactamente eso.

—No es nada —dijo. El dolor era demasiado intenso para compartirlo—. Nada nuevo.

Una ráfaga de viento y lluvia en su mente, una ráfaga cargada con la furia desatada de la tormenta.

¿
Tu padre otra vez
?

—No. —Era lo único que podía responder sin romperse en mil pedazos—. No puedo hablar de ello todavía, Rafael.

Una pausa cargada de poder.

Una pausa que pretendía recordarle que el ser a quien ella consideraba su amante, su consorte, no era humano en ningún sentido. Aun así, Elena no se apartó, no se puso en guardia. Aquello también resultó duro, pero Rafael la había recogido mientras caía, dispuesto a dar su vida inmortal por ella, por una cazadora, una hija repudiada… y ahora también una hermana odiada.

Sintió una mano enorme y cálida en la parte baja de la espalda.

—En ese caso, hablaremos en otro momento. Pero hablaremos.

Al notar que sus instintos se liberaban del dolor que la ahogaba, Elena alzó la cabeza.

—Creí que ya habíamos discutido el asunto de darme órdenes…

Un azul infinito, despiadado.

—¿En serio? —preguntó él. Elena notó una mullida suavidad a su alrededor cuando el arcángel la envolvió con una toalla, alas incluidas—. Hoy he tenido una visita.

—Estás cambiando de tema. —Y parecía tan poco dispuesto a pedir disculpas por ello que Elena supo que estaba a punto de dejar que la arrastrara hacia otros pensamientos.

Una sonrisa lánguida.

—Lijuan.

Una intensa preocupación se izó por encima de cualquier otro sentimiento.

—¿Otra vez? —El hielo ascendió por su espalda al recordar la devoción y el dolor que había visto en el rostro de uno de los renacidos que había amado a su señora… y también cómo aquel mismo renacido había destrozado a un hombre con sus manos hasta que las vísceras quedaron a la vista.

—Sabía que se había quedado en mi territorio —dijo Rafael—, pero aun así fue una visita inesperada.

Elena le permitió que le frotara el pelo con una segunda toalla mientras ella se sujetaba la primera entre los pechos. Luego le acarició el torso cálido con los dedos.

—¿Y bien? ¿Qué quería esta vez?

Rafael dejó la toalla en el suelo y enterró los dedos en su cabello húmedo. Su mirada se tiñó de un color cobalto oscuro, impenetrable.

—Lo mismo. Convencerme de que asesine a mi madre.

Elena seguía desconcertada media hora después, mientras terminaba de secarse el pelo. Se volvió para coger el vestido que había aparecido sobre la cama y miró a Rafael.

—Tenemos que encontrar a tu madre antes de que lo haga ella, ¿verdad?

—Sí. —Rafael, que solo llevaba encima los pantalones negros del traje, se apoyó en la pared con los brazos cruzados mientras la recorría de arriba abajo con la mirada—. No has formulado la cuestión más obvia, Elena. Y tampoco has preguntado por su visita anterior.

Elena se había quitado la bata para ponerse el vestido (de un vibrante tono azul, por supuesto), así que solo llevaba unas medias finas de color verde menta que tenían una flor blanca de seda a un costado, justo por debajo de la cadera. Estaba claro lo que su arcángel pensaba sobre su estado de desnudez.

—Creo que deberías poner en marcha el aire acondicionado —murmuró.

Una sonrisa lenta cargada de pura seducción.

—Ven aquí, cazadora.

Elena negó con la cabeza, cogió el vestido y se lo puso por las piernas. A diferencia del vestido que se había puesto para el baile de Lijuan, aquel no era largo hasta los tobillos, sino que acababa unos centímetros por encima de las rodillas. La tela se ajustaba a sus caderas antes de abrirse en una falda suelta. El bonito corpiño sin espalda proporcionaba el soporte adecuado para sus pechos, una consideración que una cazadora siempre debía tener en cuenta, pero se cerraba con un resplandeciente botón de cristal.

Elena no habría elegido un vestido semejante ni en un millón de años, pero tenía que reconocer que resultaba sexy y elegante a un tiempo.

—¿Cuál es la cuestión más obvia? —preguntó después de insertar el botón en el ojal.

—Si sería o no adecuado unirse a Lijuan para buscar a Caliane y ejecutarla mientras duerme.

—Es tu madre, Rafael. Es evidente que no puedes destruirla sin saber si se ha curado, si ha recuperado la cordura. —Se volvió hacia el tocador, se recogió el pelo y lo retorció para hacerse un moño suelto que Sara le había enseñado—. Vuestras leyes existen por una razón. Seguro que hay otros ángeles que despertaron del sueño en mejores condiciones que cuando se durmieron.

Bajó la vista para coger una horquilla, así que no estaba preparada para la abrasadora caricia del beso que el arcángel le dio en la nuca, ni para sentir el peso de sus manos sobre las caderas.

—Estoy casi convencido de que despertará tan loca como cuando empezó a dormir, pero…

—… es tu madre. —Elena, mejor que nadie, entendía las emociones contrarias que lo desgarraban por dentro.

—Sí.

Elena notó el roce de sus dientes sobre la piel y sintió un escalofrío.

—Llegaremos tarde.

Rafael alzó las manos para cubrirle los pechos. Y se los apretó. Antes de apartarse, le dio otro beso en aquel lugar sensible situado en la curva del cuello.

—Haces bien en recordármelo, Elena. Le debo respeto al Colibrí.

Cuando terminó de hacerse el moño, Elena se aplicó un poco de color en los labios y se volvió hacia Rafael cuando este cogía la camisa. La prenda, de un blanco deslumbrante, tenía bordados negros a juego con el diseño de sus alas a ambos lados de las ranuras de la espalda y destacaba la escabrosa pureza de su belleza masculina.

—Sé que el Colibrí fue quien te encontró al final —le dijo, y sintió un vuelco en el corazón al imaginárselo tendido y destrozado en aquel desolado prado en el que su madre lo había abandonado—. Pero los vínculos entre vosotros… no se deben solo a eso, ¿verdad?

La luz del atardecer se reflejó en las alas del arcángel cuando este respondió.

—No solo me salvó. También se comportó como una madre siempre que se lo permití.

—Aunque no se lo permitiste muy a menudo, ¿no es así?

—No.

La tierra tembló en aquel preciso instante, lo suficiente para que Elena se aferrara al hombro de Rafael en busca de equilibrio.

—Un pequeño temblor —dijo el arcángel cuando cesó—. Los informes aseguran que el clima se está calmando en todo el mundo.

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