La danza de los muertos (23 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: La danza de los muertos
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Una alegría trémula iluminó el rostro de Larissa, y acarició delicadamente las flores con la punta de un dedo.

—¿Las he
hecho
yo?

—No —puntualizó la Doncella—. No podría enseñarte a crear cosas de la nada. Las semillas estaban ahí, pero no habían echado raíces. No has creado las violetas, sino que encontraste su esencia vital y aceleraste su floración. Has trabajado en colaboración con las fuerzas de la vida, no en contra de ellas. Levántate, hija mía.

Larissa se puso en pie y aguardó con expectación.

—Recuerda la sensación de encontrar y dirigir la energía, y no olvides la parte de tu cuerpo que se corresponde con la tierra. Ahora, pequeña, puedes bailar.

Con tiento al principio, Larissa empezó a describir con los pies desnudos un círculo alrededor de las diminutas flores; sus dedos hacían marcas en la tierra húmeda y de pronto comenzó a pisar con fuerza y a dejar huellas profundas. Sintió que el poder le ascendía cosquilleante por las piernas y cerró los ojos para concentrarse mejor; todo su cuerpo evolucionaba al ritmo de lentos balanceos, como si marcara el compás del latido de la tierra, aumentando su velocidad al tiempo que tomaba control y exigía una respuesta…

Se detuvo en seco al apercibirse de que bajo sus pies bullía la vida, en vez de un suelo yermo. Al abrir los ojos vio todo el terreno brotado de espléndidas violetas púrpuras, y el aroma de las flores pisoteadas le llenó la nariz. Miró a la Doncella con alegría.

—Posees un don maravilloso, pero debes aprender a gobernarlo y a administrarlo con sabiduría.

—Doncella del Pantano… —un pensamiento patético empañó su entusiasmo—, estas violetas… ¿cómo pueden ayudarnos a vencer a Dumont y a Lond?

—Todavía no has comprendido el significado de esto —replicó la Doncella del Pantano con un gesto de decepción—. Bien, todo llegará. Mientras tanto, ¿te gustaría tomar un baño y descansar un poco?

—¿Ya se ha terminado la lección? —protestó Larissa, temerosa de haber precipitado el final del aprendizaje con su inoportuna pregunta—. Doncella del Pantano, en estos mismos momentos están buscándome, y el barco tal vez salga de los límites de…

—No hallarán lo que buscan; aquí estás segura. En cuanto a la posibilidad de que el barco se aleje, bien, hay otro en el pantano que tal vez tenga algo que objetar al respecto. En cuanto a tu lección, aún falta mucho para darla por terminada. Aprenderás a cada instante que pases conmigo, aunque no lo consideres como tal. —Sonrió para sí—. En el otro extremo de la isla mana una fuente. Te mostraré cómo se llega allí. ¿Recuerdas cuando te acerqué a la fuente de la verdad y te advertí que aprenderías a viajar de esa forma tú sola?

Larissa asintió un tanto incómoda; quedar encerrada en el interior del árbol le producía cierta aprensión, aunque sólo durante unos segundos.

—Escoge un árbol de tu agrado y dime cuál es.

La bailarina puso los ojos en blanco. ¿Que escogiera un árbol de su agrado? ¿Qué tontería…?

—¡
Mata-blanca
! —la increpó la Doncella con acritud; ya no hablaba como el murmullo de las hojas, sino como el crujido seco de una rama al romperse. Larissa giró la cabeza asustada por la cólera contenida de la voz—. ¡
Nada
de lo que digo está de más!
¡Ninguna
de mis enseñanzas es baladí! ¡Tú corres un riesgo solicitando que te enseñe la magia de la danza, pero mayor es el que corro yo enseñándote!

Al momento, Larissa enrojeció de vergüenza, incapaz de mirar de frente a los ardientes ojos verdes de la mujer-planta.

—¡Perdonad, Doncella! No tenía intención de faltaros al respeto.

—Lo sé, pequeña —repuso, suavizando un tanto el tono—, y tu corazón rebosa cuitas por aquellos a los que amas; pero debes aprender a ser paciente y disciplinada. Vamos, pues, mata-blanca. Voy a enseñarte a caminar a través de los árboles.

Larissa observó los cipreses que rodeaban el calvero hasta que se decidió por uno de grueso tronco. La brisa agitaba el musgo enredado en sus ramas y casi le pareció que el árbol la saludaba con un gesto afirmativo.

—Preséntate —le dijo la Doncella—. Enraízate y deja que te conozca.

La joven así lo hizo; cerró los ojos y hundió los dedos en la tierra junto a las raíces del árbol.

Bienvenida, mata-blanca. Puedes viajar a través de mí
.

—¡Me ha hablado! —exclamó con los ojos abiertos como platos.

—Naturalmente.

—Pero no es un árbol movedizo ni…

—No —confirmó la Doncella—, es tan sólo un ciprés común, pero todos los seres de la naturaleza hablan con quien posee oídos para escuchar. Y ahora, introdúcete en él.

Larissa respiró hondo y se situó a la altura del tronco con los brazos extendidos; sus manos tocaron la tosca corteza.

—No puedo.

—Porque no confías en que se abra para dejarte pasar, y eso es un insulto, Larissa. Ya te ha dado permiso. Salta hacia el árbol, penetra bailando, piensa que es el compañero que te recoge.

Larissa miró el árbol; si lo que decía la Doncella era cierto, aparecería en cualquier otra parte de la isla, pero si se equivocaba… bueno, se ganaría unos rasguños.

—Déjame pasar —musitó al árbol.

Retrocedió unos pasos, tomó carrera y se lanzó con los brazos hacia atrás y la melena al viento.

Aterrizó sana y salva cerca de una cascada que alimentaba una poza de aguas límpidas. La Doncella ya se encontraba allí, contemplando la expresión jubilosa e incrédula de Larissa.

—Con un poco de confianza en ti misma y en aquello… o aquellos que son tus compañeros… —comentó con afabilidad.

Consciente del barro y el sudor que se habían acumulado sobre su ágil cuerpo, Larissa consideró la poza un lugar de belleza indescriptible. Mientras se bañaba, lavó la ropa y después la tendió sobre una roca grande para que se secara. La Doncella se acercó a la orilla e introdujo los pies-raíces en el agua, de donde bebió mientras su pupila se deleitaba con el baño. Larissa suspiró de felicidad y flotó de espaldas en el líquido tonificante.

—¿Quién es ésa? —inquirió una voz femenina.

Larissa se asustó y chapoteó en el agua. Una bonita joven de su edad, aproximadamente, la observaba curiosa desde la orilla. El largo cabello castaño, espeso y brillante, la cubría como un manto, y no llevaba más vestido que una túnica de gasa azul. Sus marrones ojos chispeaban, y se abrazaba las rodillas mientras se balanceaba adelante y atrás.

—Eres muy grosera, Deniri —la increpó la Doncella—. Te presento a Larissa Bucles de Nieve, una alumna mía. Larissa, te presento a Deniri; es amiga mía, siempre y cuando se comporte.

Deniri lanzó una alegre carcajada y se sacudió los soberbios rizos castaños; su sonrisa era feroz.

—Me dijeron que una mata-blanca había regresado al pantano. ¡Hola, Larissa!

—¡Hola! —logró responder la joven bailarina, bastante cohibida.

Pero la curiosa muchacha ya no le prestaba atención; estaba mirando con intensidad hacia un punto en el agua a unos centímetros de Larissa, al tiempo que estiraba el cuerpo despacio y con elegancia. Se arrastró hasta el borde de la poza, hundió la mano a una velocidad sorprendente y enseñó los dientes en un gesto victorioso, sujetando una rana que se retorcía entre sus dedos. Después, ante el espanto de Larissa, la partió en dos de un bocado.

A medida que comía, Deniri observó la expresión atónita de la otra joven, y encogió los delgados hombros.

—Tengo hambre —comentó, y tomó otro bocado.

—Deniri no es humana —aclaró la Doncella al darse cuenta de la repulsión de Larissa—. Deniri, muéstrale tu otra forma.

—No he terminado —protestó.

—No le causarás tanto miedo si lo ve con sus propios ojos —insistió la Doncella haciendo caso omiso del argumento.

Deniri mordió la rana otra vez, arrojó al suelo el resto y se deslizó al agua. Mediante una transformación demasiado rápida para que Larissa pudiera captarla, la joven se convirtió en un visón gigante. Salió a la superficie, se arrastró hasta la orilla y recogió su comida con la zarpa.

—Deniri es muy descarada… Puede adoptar forma de mujer o de visón. Tiene un compañero humano que tal vez nos preste ayuda cuando llegue el momento. Deniri, ¿quieres decir a Kaedrin que venga a la isla? Deseo verlo, si no tiene inconveniente.

El visón gigante, con su espléndido pelaje lustroso por el agua, inclinó la cabeza a un lado en gesto pensativo; por fin, asintió. Un último mordisco, y la rana desapareció. Miró a Larissa una vez más y atravesó corriendo el calvero hasta sumergirse en las profundidades del río; Larissa la siguió con la mirada.

—No parece una persona muy digna de confianza —comentó la bailarina un momento después.

—No lo es, en efecto —confirmó la Doncella—, como todas las de su raza. Son inteligentes y egoístas y poseen una marcada tendencia a la crueldad. Sin embargo, Deniri se ha enamorado de Kaedrin, y en él sí que confío. Es uno de los ermitaños de los marjales.

—Como la madre de Fando —añadió Larissa.

—Sí —repuso la Doncella mirándola con interés—, exactamente. Kaedrin vivía antes en la tierra de Dorvinia, pero nunca lo consideró su hogar. Algunos decían que tenía sangre vistani, tal era su pasión por los viajes. Fue soldado, y bueno en su oficio, pero su corazón ansiaba otra cosa, y así se sintió atraído por los bosques y por todos los seres silvestres que moran allí. Cuando por fin sus pasos lo trajeron aquí, volvió la espalda para siempre a las ciudades y a la gente. No podría haber encontrado una pareja mejor que Deniri. Respeto el deseo de soledad de Kaedrin —prosiguió la Doncella—, pero su experiencia táctica puede beneficiarnos mucho. Lond y Dumont son enemigos astutos, de modo que necesitamos poner en juego hasta la última gota de saber que tengamos a mano, si es que queremos vencerlos.

La pena profunda que Larissa había escuchado ya en la voz de la Doncella, volvió a sonar cuando nombró a Lond. Con timidez, sin pretender inmiscuirse, la bailarina preguntó:

—¿Por qué es Lond tan odioso? ¿Qué sabéis de él?

La Doncella permaneció en silencio unos momentos, y Larissa se encogió por dentro, temerosa de haberse propasado; pero, al cabo, la Doncella habló.

—Es un dolor que aún hoy me mortifica. Lond es mi mayor fracaso, y ha dejado muchas víctimas a su paso. Se trata de una historia sórdida, Larissa, y no debería revelártela todavía. No obstante, puesto que has preguntado, te la contaré. Ven, vístete y sígueme.

Larissa se vistió y se sentó en silencio a los pies de la Doncella mientras ésta miraba con intensidad las aguas de la verdad. El reflejo de la mujer de piel verde y el de la bailarina expectante se disiparon, y Larissa volvió a ver el lugar del bosque donde había jugado con los
feux follets
.

Sin embargo, era invierno y las altas hierbas estaban cubiertas de escarcha; el sol brillaba con fuerza en la gélida tarde y un hombre joven se aproximaba desde el pueblo.

A Larissa le pareció irresistiblemente atractivo. Era gallardo y delgado; el cabello, negro como el azabache, le caía hasta más abajo de los hombros y sus ojos tenían un azul tan intenso que casi parecían de color violeta. Caminaba con la gracia de un felino y una túnica bellísima de vivos colores ceñía su esbelto cuerpo; llevaba además un báculo de intrincada talla. De su cuello colgaba un collar de plumas, pedazos de hueso y fragmentos de raíces. Su porte era el de una persona acostumbrada a mandar, aunque parecía más joven que Fando.

—Se llama Alondrin —acotó la Doncella—, y es el
bocoru
de Puerto de Elhour.

—¿
Bocoru
?

—El brujo o sacerdote; antaño había uno en cada ciudad. El
bocoru
atiende las necesidades espirituales de su pueblo, y el pantano acepta su labor.

—Jamás oí que en Puerto de Elhour hubiera un
bo… bocoru
—murmuró Larissa sin dejar de mirar al hombre.

—Ya no consagra su ciencia al servicio de su pueblo —dijo la Doncella con pesadumbre.

En la fuente de la verdad, la Doncella salía de entre las sombras de los cipreses y saludaba a Alondrin. Se besaron apasionadamente, y las imágenes se borraron.

—Alondrin y yo fuimos amantes al principio. Era el mejor entre los suyos, el más inteligente e inquisitivo, un
bocoru
perfecto.

Larissa siguió con la mirada las escenas que comenzaban a tomar forma. Alondrin, unos años mayor pero atractivo todavía, había trocado sus ropajes de colores por una sombría capa negra. Llevaba mayor número de collares en torno a la garganta y se había dejado crecer la barba; pero los collares ya no eran de raíces y plumas sino de otra clase de objetos que a Larissa le parecieron siniestros: una sarta de huesos y piedras de colores extraños. No quedaba ni una raíz protectora, y la calavera de un pequeño carnívoro adornaba el extremo superior del báculo.

También su rostro había sufrido transformaciones; la seguridad en sí mismo que antes se apreciaba había cristalizado en arrogancia, y el que había sido un rostro armónico aparecía ahora oscuro y desfigurado por la ira.

—¿De qué sirve el poder si no se utiliza? —espetó Alondrin—. ¿Por qué te empeñas en frustrarme de este modo? Sólo deseo aprender, ampliar mis habilidades. ¿Qué peligro ves en ello?

—¡Ay, mi amor! —se lamentó la Doncella con lágrimas en los ojos; su voz semejaba el viento entre los juncos—. El peligro es mucho mayor de lo que imaginas. La magia de las flores y las frutas es un don que se debe utilizar en favor de los demás, no por egoísmo. Lo que yo te he enseñado no puede ser invertido para obtener lo que persigues.

—Entonces, tengo que aprender otra clase de magia —replicó Alondrin, más furioso aún—, una magia que se ponga a mi servicio.

—¡No! ¡Amado mío, no te servirá jamás sino que acabará contigo! La ciencia popular de la sangre y los huesos no es más que eso… y exigirá de ti mucho más de lo que pueda ofrecerte. ¡La sangre pide sangre!

—¡No me importa, mientras sea yo quien la derrame! —exclamó a voz en grito.

Cegado por la cólera, blandió el báculo contra la Doncella, pero la mujer fue más rápida y eludió el golpe con flexibilidad y elegancia, como la hierba que se inclina con el viento. La Doncella ejecutó unos movimientos con las manos, y el báculo comenzó a retorcerse en las manos de Alondrin.

La calavera cayó al suelo, y el asombrado
bocoru
se dio cuenta de que estaba mirando una serpiente. Con un grito, arrojó a la silbante criatura lejos de sí y salió corriendo hacia el pueblo con las oscuras ropas golpeándole las piernas.

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