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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (12 page)

BOOK: La formación de Francia
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Luego, ocurrió otra cosa sin precedentes en la historia de los Capetos. Los seis primeros sucesores de Hugo Capeto reinaron todos durante largo tiempo, ninguno menos de veintinueve años y en promedio treinta y ocho. Este fue uno de los muchos sucesos afortunados para la dinastía, pues un largo reinado habitualmente fija la figura particular de un rey en la mente de los súbditos y hace que la sucesión por un hijo adulto parezca natural.

Pero en 1226, después de haber gobernado sólo tres años, Luis VIII murió durante una campaña por el Sur. Su hijo mayor le sucedió con el nombre de Luis IX, pero sólo tenía doce años y era hijo de un rey que sólo había reinado tres años.

El rey santo

Hubo problemas, por supuesto. El ascenso al trono de un rey niño siempre alentó a la aristocracia a tratar de aumentar su poder. De hecho, ésa fue una oportunidad que se les ofrecía a los señores de invertir el constante proceso de centralización llevado a cabo por los reyes Capetos; y resultó ser la última oportunidad realmente buena.

Pero el nuevo rey fue afortunado en tener la madre que tenía, una mujer capaz de enfrentarse a todos los hombres que ahora acudían como lobos para arrancar ventajas egoístas a costa de Francia. Era Blanca de Castilla, una hija menor de Alfonso VIII, rey de Castilla, y, por su madre, sobrina de los reyes ingleses Ricardo y Juan. Fue casada con el príncipe que posteriormente sería Luis VIII cuando sólo tenía doce años, como parte del acuerdo de paz temporal entre Juan y Felipe, en 1200.

Pese a su herencia angevina, era completamente francesa. Cuando su marido invadió Inglaterra, apoyó con toda su alma el proyecto. Después de la muerte de Juan, cuando Luis fue rechazado, ella se encargó personalmente de enviar suministros al otro lado del Canal.

Cuando murió su marido, inmediatamente asumió la regencia, gobernando el Reino en nombre de su hijo con mano fuerte. Mantuvo las prerrogativas reales, disipó la amenaza de una liga de señores y derrotó una poco animosa invasión inglesa de Bretaña.

Durante su regencia, Raimundo VII de Tolosa, hijo del desafortunado Raimundo VI, fue finalmente derrotado y la herejía albigense barrida. Blanca hizo que la heredera de Raimundo se casase con uno de sus hijos menores. A Luis IX, Blanca le hizo casarse con Margarita, heredera de Provenza, la parte de la costa mediterránea situada al este del río Ródano. Mediante estos matrimonios, el poder real fue llevado al sur, hasta el Mediterráneo. La visión de Suger de un siglo antes, en conexión con el infortunado casamiento de Luis VII y Leonor de Aquitania, fue ahora realizada por Blanca, y en forma permanente.

Más aún, Blanca se encargó de la educación de su hijo, y lo crió en la tradición estricta de la piedad y la virtud cristiana. Siempre fue, en cierta medida, un hombre muy suave y delicado, no obstante lo cual fue un rey fuerte. Las enseñanzas de ella hicieron de él un hombre suficientemente suave y amable en su vida privada como para ganarse el corazón de su pueblo y la admiración de la mayoría de los historiadores.

Sus virtudes cristianas quedan ejemplificadas por el hecho de que fue fiel a su esposa (quien le dio once hijos), que no era una costumbre regia por aquellos días, ni en días posteriores. Usaba un cilicio sobre su piel, el cual, por supuesto, le escocía, irritaba y le provocaba perturbaciones en la piel. Esto estaba de acuerdo con la teoría de aquellos tiempos de que el mal trato del cuerpo ayudaba a mantener la mente ocupada en cosas superiores. Como gesto de humildad, Luis besaba a los leprosos y llevaba a gente pobre a cenar con él. Persistía en ayudar a la hez de la sociedad, de modo que a veces eran llevados a palacio mendigos que olían tan apestosamente que los soldados de la guardia (los cuales, sin duda, tampoco olían a flores) protestaron.

Luis IX también mejoró la justicia aboliendo la prueba por combate (en la cual el combatiente más hábil o el que podía contratar al combatiente más hábil estaba seguro de ganar el juicio) e impuso el uso de elementos de Juicio concretos para juzgar lo justo y lo injusto de un asunto.

Solo en unos pocos aspectos su piedad lo condujo a la crueldad. Promulgó rígidas leyes contra la blasfemia, el Juego y la prostitución, y siguió aplicando el más bárbaro tratamiento a los judíos y heréticos.

No es de extrañar que un cuarto de siglo después de su muerte fuese canonizado por la Iglesia (no muchos reyes lo han sido y menos aún lo han merecido tan claramente como Luis). Por esta razón, Luis IX es llamado habitualmente San Luis.

Luis tenía veinte años en 1234, cuando empezó a gobernar por sí mismo, asumiendo el mando del Reino, que su madre le entregó intacto y más fuerte que nunca. Luis demostró inmediatamente que, bajo su dominio directo, las cosas no iban a empeorar. Cuando Enrique III de Inglaterra trató de estimular rebeliones feudales en el Sur y de apoyarlas con una invasión inglesa, Luis reaccionó enérgica y rápidamente, y restableció el orden.

Era una época en que Inglaterra estaba debilitada por las constantes riñas entre el rey y los señores, y el Imperio Alemán estaba prácticamente en la anarquía. Francia era el único poder fuerte en Europa Occidental, y Luis la mantuvo fuerte manteniendo inquebrantablemente las prerrogativas reales en todo aspecto, como había hecho su madre, aun (pese a su piedad) contra la Iglesia.

Aumentó aún más la eficiencia de la administración, combatiendo duramente el soborno y la corrupción. Promulgó leyes que regían en todo el Reino, para aumentar

así su sentimiento de unidad. Estableció una acuñación uniforme para el Reino, prohibió las guerras locales, la tenencia privada de armas y corrigió otros aspectos de los caracteres más anárquicos del feudalismo. También incrementó el control real sobre las ciudades para debilitar a las grandes familias mercantiles que, en los casos peores, se habían convertido casi en señores de clase media por su independencia y su insensible tratamiento de las clases inferiores.

En todo esto, Luis fue ayudado por el creciente prestigio del derecho romano como base de su gobierno. En lugar de la descentralización tribal teutónica, el derecho romano apoyaba a un poder ejecutivo central fuerte. Luis usó sus principios para aumentar su propio poder a expensas de los señores, los burgueses y los sacerdotes.

Bajo su gobierno, Francia siguió avanzando culturalmente. La Universidad de París fue ahora una institución definida y ya renombrada. Roberto de Sorbon, que era capellán y confesor de Luis IX, hizo una donación para estudiantes pobres de teología, de donde surgió el gran colegio que aún lleva su nombre, la Sorbona.

De toda Europa afluyeron sabios a París para estudiar y enseñar. Entre las grandes figuras que hallamos en los anales de la Universidad en este período se cuentan Roger Bacon de Inglaterra, Alberto Magno de Alemania y Tomás de Aquino de Italia.

La influencia de la filosofía de Aristóteles aumentó a medida que fue posible disponer de sus libros por traducciones del árabe, y Tomás de Aquino, quien llegó a París en 1256, completó lo que había empezado Abelardo. Con santo Tomás, la victoria del racionalismo en la teología fue definitiva, pues logró crear una síntesis completa de la filosofía aristotélica y la doctrina cristiana. Sus enseñanzas siguen siendo la base fundamental del sistema de la teología católica hasta hoy.

Alberto Magno fue un gran alquimista a quien se atribuye el descubrimiento del elemento químico llamado arsénico. Fue el primer individuo en la historia a quien puede atribuirse el descubrimiento de un elemento químico determinado. Roger Bacon hizo resaltar la importancia del experimento y la observación sobre la autoridad y la deducción, y por ende es uno de los precursores de la ciencia moderna. Describió las gafas y la pólvora en sus escritos, y ambos empezaron a usarse en el siglo siguiente.

Un verdadero experimentador científico, cuya obra es valiosa aun por patrones modernos, fue Pedro Peregrino, ingeniero del ejército de Luis IX. En 1269, mientras tomaba parte en el lento y pesado asedio de una ciudad italiana. Peregrino escribió una carta a un amigo en la que describe sus investigaciones sobre los imanes. Su obra contribuyó a hacer de la brújula magnética un instrumento seguro y delicado para su uso en los barcos, pues mostró cómo podía hacerse girar una aguja imantada y cómo se la podía rodear de una escala circular graduada.

La rueca fue inventada en el siglo XIII. En lugar de la torsión a mano que lentamente convierte una hilaza desigual en un hilo compacto y fuerte, se usó una gran rueda fácilmente activada por un pedal. Esto hizo el hilado más fácil y más rápido. Es también el primer ejemplo de transmisión de energía mediante una correa sin fin, algo muy común, en una escala enormemente mayor, en la industria moderna.

La ficción romántica siguió creciendo en popularidad después de que Chrétien de Troyes mostrase el camino. Teobaldo IV, conde de Champaña, fue un autor de poemas líricos en la tradición trovadoresca de mucho éxito. Nació en Troyes en 1201 y fue criado en la corte de Felipe II. Se cree que algunos de sus primeros versos estaban dirigidos a Blanca de Castilla, y de hecho se puso de su parte contra los otros señores durante su regencia. Esto le ganó enemigos y fue acusado de haber envenenado al esposo de Blanca, Enrique VIII, aunque esto es sumamente improbable.

Una obra de literatura romántica más larga es la pieza de ficción del siglo XIII
Aucassin y Nicolette
. Trata de dos jóvenes amantes que se separan y luego se vuelven

a unir; y el relato está lleno de lamentos de amantes, suspense de escapadas por los pelos y un final feliz. Es el tipo de trama de «el muchacho que se encuentra con la chica, luego la pierde y por último la recupera» que es popular todavía hoy y quizá lo será siempre.

Una creación más elaborada y ambiciosa es el
Roman de la Rose
. Trata del galanteo alegórico de un capullo (que simboliza a una joven doncella) que crece en un jardín, símbolo de la sociedad aristocrática. Todo género de cualidades abstractas son personificadas de tal manera que permiten mordaces comentarios sobre la vida de la época. La primera parte fue escrita en 1240 por un poeta francés, Guillaume de Lorris, y fue completada en 1280 por otro poeta francés, Jean de Meung.

El mismo Luis IX reunió manuscritos y alentó a la literatura. Más aún, fue objeto de la primera gran biografía escrita en lengua vernácula. Jean de Joinville, quien sirvió y admiró a Luis, escribió su biografía después de la muerte del rey santo. (El mismo Joinville es notable porque, en medio de la gente de corta vida de tiempos medievales, logró vivir hasta la avanzada edad de noventa y tres años.)

Pero el estímulo que brindó Luis IX a la literatura no se extendió a las formas más populares. Estas le disgustaban por su carácter licencioso.

Los alegres estudiantes de las universidades en crecimiento aliviaban sus horas de estudio serio; por ejemplo, escribiendo versos festivos, satíricos y a menudo libidinosos, en los que elogiaban el vino y a las mujeres y se burlaban del clero. Eran llamados «goliardos», aparentemente una deformación de «Goliat», por un mítico obispo que era el tema de algunas de las canciones. La Iglesia no hallaba en modo alguno divertidos los versos de los goliardos, pero sí gustaban a muchas otras personas, y esas cosas eran difíciles de controlar, aun por el más severo clérigo o hasta por el rey.

Había también «fablíaux» (similares a los que hoy llamaríamos «anécdotas cómicas» o «cuentos»), generalmente destinados a hacer reír. El más conocido de los autores de
fabliaux
escribió bajo el seudónimo de Rutebeuf, y no vaciló en sus escritos en burlarse del papa y hasta del mismo Luis IX.

El más famoso de los
fabliaux
es una serie conexa de versos populares elaborados en el curso del siglo XIII y llamados
Le Román de Renart
(La Historia del Zorro). Es un cuento alegórico sobre animales que representan claramente a equivalentes humanos. El cuento relata la manera como
Renart
(el zorro), mediante una inescrupulosa astucia, derrota y humilla a los otros animales, hasta a los más poderosos, como el lobo, el oso y el león.

Evidentemente, los
fabliaux
eran literatura de la clase media. El clero y la aristocracia eran los villanos, y
Renart
, en particular, personificaba al astuto hombre del pueblo, quien, con el poder en contra suyo, debía arreglárselas con su ingenio.

El creciente vigor de la lengua francesa fue tal que ya por entonces desbordó las fronteras de Francia. Un sabio italiano, Brunetto Latini, escribió una enciclopedia del conocimiento entre 1262 y 1266, mientras se hallaba en el exilio en Francia. Lo natural por entonces habría sido que la escribiese en latín. En cambio, prefirió escribirla en francés.

Las últimas cruzadas

Quizá el aspecto más notable, y el más inútil, del reinado de Luis IX, pero que se adecuaba a su piedad, fue su solitaria resurrección del fervor cruzado.

Desde la época de la Tercera Cruzada, de medio siglo antes, toda la idea de cruzada había perdido su idealismo y se había convertido en una cruda cuestión de política de poder, de caza de herejes o de algo peor. La Cuarta Cruzada casi había destruido a la gran ciudad cristiana de Constantinopla, y la terrible y sangrienta guerra del sur de Francia había sido dignificada con el nombre de «cruzada». Peor aún, en 1212, una especie de locura se apoderó de los adolescentes de Francia y Alemania. Se difundió la idea de que los chicos tendrían éxito allí donde habrían fracasado los soldados. A causa de su inocencia, los chicos serían guiados a Tierra Santa y la victoria por Dios. Marcharon hacia el Sur, al Mediterráneo, que, estaban convencidos, separaría sus aguas ante ellos. Muchos perecieron en el camino. Los que llegaron al mar y esperaron vanamente la separación de las aguas fueron abordados por marinos que les ofrecieron llevarlos. Lo hicieron, más para venderlos como esclavos.

También hubo más cruzadas del tipo común. Algunas de ellas han recibido números. La «Quinta Cruzada», que tuvo lugar entre 1218 y 1221, fue un completo fracaso. La «Sexta Cruzada», 1228-1229, fue un éxito, en cierto modo. Fue conducida por el emperador alemán Federico II, muy contra su voluntad. Logró recuperar Jerusalén en 1229, pero mediante negociaciones, no mediante la guerra. Jerusalén fue nuevamente cristiana durante quince años, antes de ser retomada por segunda vez por los musulmanes, en 1244.

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