La Hermandad de las Espadas

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
12.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

Regocíjate, oh, lector, porque sostienes en tus manos una nueva entrega de las aventuras de Fafhrd y el Ratonero Gris, la pareja de aventuraros más famosa y entrañable de este y cualquier otro universo. Conocerás cómo sus romances con Cif y Afreyt logran mantenerlos alejados de los oscuros callejones de Lankhmar y cómo, hasta cierto punto, abandonan una vida tempestuosa y se entregan a los riesgos más prosaicos del comercio y la vida doméstica. Claro que aun así sus caminos pueden cruzarse con el de una extraña criatura marina capaz de metamorfosearse en la más voluptuosa de las doncellas, o bien puede ocurrir que los dioses de Nehwon los castiguen con pequeña maldiciones personales...

Pero conocerás también que toda dicha llega a su término, y eso es tan cierto aquí como en Nehwon. Debes saber que ”La hermandad de las espadas” es el volumen final de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris.

Fritz Leiber

La Hermandad de las Espadas

Fafhrd y el Ratonero Gris - 7

ePUB v1.2

OZN
31.05.12

Título original:
The Knight and Knave of Swords

Fritz Leiber, enero de 1992.

Traducción: Jordi Fibla

Ilustraciones: Peter Elson

Diseño/retoque portada: Orkelyon

Editor original: OZN (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Deseo dar las gracias

a los amigos que me han ayudado editorialmente

en la preparación de esta obra.

Son James A. Minor, Miriam Rodstein,

Anne Ross, Pamela Troy, David A. Wilson

y, especialmente, Margo Skinner

Contenido

Magia marina
(Sea Magic) [Relato Corto]
1977

La criatura marina
(The Mer She) [Relato]
1978

La maldición de los pequeños y las estrellas
(The Curse of the Smalls and the Stars) [Novela Corta]
1983

El Ratonero desciende
(The Mouser Goes Below) [Relato Corto]
1987

Nota acerca del autor
[Saga de Fafhrd y el Ratonero Gris] [Prólogo/Epílogo]
1985

Magia marina
1

En el mundo de Nehwon y el territorio de Simorgya, a seis días de navegación rápida con rumbo sur desde la Isla de la Escarcha, dos apuestos personajes de color plateado sostenían una conversación íntima aunque tensa, en una sala con columnas tenue e irregularmente iluminada, sin más techo sobre sus cabezas que la oscuridad de la noche. Extraña en verdad era aquella iluminación, verdosa y amarillenta a intervalos, y parecía proceder sobre todo de las alfombras de formas grotescas que cubrían el suelo tenebroso y rozaban las bases de las columnas, así como de los globos y sinuosidades en lento movimiento que flotaban a la altura de la
cabeza
de un hombre y se entrelazaban entre las columnas, amortiguándose y abrillantándose suavemente, como letárgicas luciérnagas gigantes atacadas por la peste.

—¿Has notado esa vibración, hermana? —preguntó abruptamente Mordroog—, Débil y muy lejana, hacia el norte, pero inequívocamente nuestra.

—La misma que notamos hace dos días, hermano —replicó con vehemencia Ississi—. Nuestro oro místico hundido en lo más hondo del mar durante un tiempo, y luego emergido de nuevo.

—La misma, ciertamente, hermana, aunque esta vez con cierta ambigüedad en la emergencia... —asintió Mordroog—. O bien es eso, o bien ha desaparecido.

—Sin embargo, el indicio ahora confirmado es cierto y sólo puede tener una interpretación —susurró Ississi—: Nuestros tesoros principales, los que fueron nuestra mayor protección, arrebatados largos años ha... ¡y ahora por fin conocemos a los culpables, esos abominables piratas de la Isla de la Escarcha!

—Muchos, muchos años han pasado, fue incluso antes de que Simorgya se hundiera (y el afortunado reino isleño se convirtiera en el oscuro dominio infernal) y su desaparición apresuró o fue el mismo agente de aquel hundimiento. Pero ahora tenemos el remedio... ¿y quién sabe, cuando recuperemos nuestro tesoro, cuántas cosas durante tanto tiempo hundidas pueden emerger con ira borbollante para consternar al mundo? —Y Mordroog exclamó—: ¡Escúchame bien, hermana!

La abismal escena se oscureció un instante y luego volvió a iluminarse mientras el hombre metía la mano en una bolsa que le colgaba de la cintura y sacaba un objeto del tamaño de un puño de niña. Los globos y sinuosidades flotantes se movieron inquisitivamente hacia dentro, empujándose y forcejeando unos con otros. Sus vivos destellos rebotaron a través de la lobreguez desde un pequeño globo de oro, afiligranado pero macizo, que el hombre sostenía entre sus delgados dedos plateados de afiladas uñas. El objeto tenía doce gruesos bordes, como los de un hexaedro empotrado en la superficie de una esfera y que se curvara adaptándose a esa estructura. Se lo ofreció a la mujer. La luz dorada daba una apariencia de vida a sus semblantes aguileños.

—Hermana —susurró—. Ahora nos corresponde la tarea, que tú deberás llevar a cabo, de ir a la Isla de la Escarcha y recuperar nuestro tesoro, tomando venganza o no, según la ocasión lo permita y la prudencia lo aconseje... mientras yo sigo aquí, unificando las fuerzas y reagrupando a los aliados diseminados antes de que regreses. Necesitarás este último tesoro críptico para protegerte y como un sabueso que husmeará a sus hermanos en el mundo superior.

Por primera vez Issassi pareció titubear mientras menguaba su vehemencia anterior.

—El camino es largo, hermano, y la espera nos ha debilitado —protestó en voz quejumbrosa—. Lo que en otro tiempo fue una semana de veloz navegación serán para mí tres negras lunas de torturante y durísimo avance. Nos hemos convertido en esclavos del mar, hermano, y siempre acarrearnos el peso de las aguas. Además, he llegado a abominar de la luz del día.

—También tenemos la fuerza del mar —le recordó él en tono imperioso, y aunque en tierra seamos débiles como espectros y prefiramos la oscuridad y las profundidades, también conocemos las antiguas maneras de conseguir poder y enfrentarnos incluso al sol. Es tu tarea, hermana. A ti te corresponde. La sal es pesada, pero la sangre es dulce. ¡Ve, hermana, ve!

Tras estas palabras, la mujer cogió bruscamente el globo dorado y fantasmal, se lo guardó en su bolsa y, volviéndose con una repentina sacudida, se alejó, las lámparas vivientes diseminándose a fin de trazarle una oscura ruta hacia el norte.

Con el último «ve», una pequeña burbuja se formó en la comisura de los delgados, plateados y rezongantes labios de Mordroog, se separó de ellos y lentamente fue aumentando de tamaño mientras ascendía desde aquellas oscuras honduras hacia la distante superficie del agua.

2

Tres meses después de la escena que acabamos de narrar, Fafhrd se ejercitaba con el arco en los brezales al norte de la ciudad de Puerto Salado, en la costa meridional de la Isla de la Escarcha. Era aquélla una lección más que él mismo se había impuesto, ideado y aprendido, una de las muchas para el aprendizaje de los mecanismos de la vida para quien carece de la mano izquierda, miembro perdido para Odín durante el rechazo de los mingoles marinos procedentes de las costas occidentales de la isla. Fafhrd había aplicado una delgada y ahusada varilla de hierro (muy parecida a la espiga de la hoja de una espacia) en el centro del arco, y la introducía en el hondo orificio practicado en la muñeca de madera en el extremo de la ceñida cubierta protectora de cuero, que tenía la mitad de la longitud de su antebrazo y varios agujeros para ventilación, con la que cubría su muñón recién curado. Así pues, su brazo izquierdo terminaba en un útil arco, aunque asido de una manera que dificultaba un tanto la precisión.

En aquel lugar, cerca de la ciudad, el terreno estaba cubierto por una mezcla de hierba y brezos que llegaban a los tobillos, punteado aquí y allá por matas de aulagas, entre las que de vez en cuando jugueteaba despreocupadamente una pareja de gordos ratones silvestres, y grises rocas erectas que alcanzaban la altura de un hombre. Tal vez estas últimas habían tenido en el pasado algún significado religioso para los ahora ateos habitantes de la isla, ateos no en el sentido de que no creyeran en los dioses, cosa que habría sido muy difícil para cualquier morador de mundo de Nehwon, sino en el de que no se relacionaban socialmente con ninguno de tales dioses ni hacían el menor caso de sus mandamientos, amenazas y engatusamientos. Aquellas piedras erectas parecían otros tantos osos grises y quietos.

Con la excepción de unas pocas nubes blancas y compactas cernidas sobre la isla, el cielo del atardecer estaba claro, no soplaba el viento y la temperatura era sorprendentemente
agradable para
el otoño tardío, ya a las puertas del invierno y sus gélidos vientos cargados de nieve.

La muchacha acompañaba a Fafhrd en su práctica. La rubia plateada de trece años ahora caminaba pesadamente con él recogiendo flechas, la mitad de las cuales habían atravesado su blanco, que era una bola enorme. Para que el arco no le estorbara, Fafhrd lo llevaba como sobre los hombros, con el brazo manco muy doblado hacia arriba.

—Deberían inventar una flecha capaz de dar la vuelta a las esquinas —comentó Brisa mientras buscaba detrás de una de aquellas rocas erectas—. Así alcanzarías a tu enemigo si se escondiera detrás de una casa o un tronco de árbol.

—Es una buena idea —admitió Fafhrd.

—Tal vez si la flecha tuviera una curvita... —especuló la muchacha.

—No, entonces se
caería
sin remedio —replicó Fafhrd—. La virtud de una flecha estriba en su linealidad perfecta, su...

—No es necesario que me digas eso —le interrumpió ella con impaciencia—. Estoy oyendo continuamente lo mismo, lo dicen la tía Afreyt y la prima Cif cuando me sermonean sobre la Flecha Dorada de la Verdad, los Círculos Dorados de la Unidad y todas esas cosas.

La muchacha se refería a los iconos de oro celosamente guardados que desde tiempo inmemorial eran las santas y, a la vez, ateas reliquias de los pescadores de la isla.

Sus palabras hicieron pensar a Fafhrd en el Cubo Dorado del Juego Limpio, perdido para siempre cuando el Ratonero lo arrojó para aplacar el tremendo torbellino que engulló a la flota mingola y amenazaba con hundir también a la suya en la gran batalla marina. ¿Yacería ahora en el viscoso fondo del mar negro, cerca de la playa de los Huesos Calcinados, o habría desaparecido realmente el mundo de Nehwon junto con los dioses errantes, Odín y Loki?

Y estos pensamientos, a su vez, le hicieron preguntarse con

cierta preocupación por el Ratonero Gris, que había zarpado un mes atrás en la nave
Halcón Marino,
en una expedición comercial a No—Ombrulsk con la mitad de sus ladrones, la tripulación mingola del
Pecio
y el propio lugarteniente de Fafhrd, llamado Skor. El hombrecillo (ahora capitán Ratonero) había planeado regresar a la Isla de la Escarcha antes de que empezaran las ventiscas invernales.

La jovencita Brisa interrumpió sus cavilaciones.

—Dime, capitán Fafhrd, ¿te ha contado la prima Cif que anoche vio un fantasma o algo parecido en la sala del consejo de tesorería, cuya llave sólo ella tiene?

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