Read La Historia Interminable Online
Authors: Michael Ende
—Joven amigo —dijo Hýnreck el Héroe—, hemos comido y bebido juntos. ¿Por qué quieres que te abochorne? Te ruego que recojas tu palabra y te vayas.
—No —respondió Bastián—, lo que he dicho lo mantengo.
Hýnreck el Héroe titubeó un momento. Luego propuso:
—No sería justo por mi parte medirme contigo en la lucha. Veamos primero cuál de los dos puede disparar una flecha a más altura.
—¡De acuerdo! —contestó Bastián.
Les trajeron a cada uno un arco fuerte y una flecha. Hýnreck estiró la cuerda y disparó la saeta hacia el cielo, más alto de lo que los ojos podían seguir. Casi al mismo tiempo, Bastián tensó su arco y disparó su flecha detrás.
Transcurrió un rato antes de que ambas flechas volvieran, cayendo al suelo entre los dos arqueros. Y entonces se vio que la flecha de Bastián, de plumas rojas, debía de haber alcanzado en el punto más alto a la de Hýnreck el Héroe, de plumas azules, y con tanta violencia que la había hendido por atrás.
Hýnreck miró las flechas encajadas una en otra. Se había puesto un poco pálido y únicamente en sus mejillas había dos manchas rojas.
—Sólo puede ser casualidad —murmuró—. Veamos quién es más diestro con la espada.
Pidió dos espadas y dos barajas. Se las trajeron. Barajó cuidadosamente las cartas.
Lanzó una baraja al aire, desenvainó con la rapidez del rayo su espada y se tiró a fondo. Cuando las otras cartas cayeron al suelo, se vio que Hýnreck el Héroe había atravesado el as de corazones, y precisamente por el centro del único corazón del naipe. Otra vez miró Hýnreck el Héroe a su alrededor buscando a su dama, mientras levantaba la espada con la carta.
Bastián arrojó al aire la otra baraja e hizo silbar su espada. No cayó al suelo ninguna carta. Había atravesado las treinta y dos cartas de la baraja, exactamente por el centro y además por su orden, aunque Hýnreck el Héroe las había barajado bien.
Hýnreck el Héroe miró lo que Bastián había hecho. No dijo nada; sólo sus labios temblaron ligeramente.
—Pero en fuerza no me aventajas —exclamó por fin un poco roncamente.
Cogió el más pesado de todos los pesos que había en la plaza y lo levantó lentamente. Sin embargo, antes de que pudiera dejarlo en el suelo, Bastián lo cogió a él, levantándolo en alto juntamente con el peso. Hýnreck el Héroe puso una cara de tal desconcierto que algunos espectadores no pudieron contener la risa.
—Hasta ahora —dijo Bastián— habéis determinado vos cómo medir nuestras fuerzas. ¿Estáis de acuerdo en que sea yo quien proponga algo ahora?
Hýnreck el Héroe asintió en silencio.
—Es una prueba de valor —continuó Bastián. Hýnreck el Héroe hizo un esfuerzo por dominarse.
—¡No hay nada que pueda asustarme!
—Entonces —contestó Bastián— propongo que compitamos atravesando a nado el Lago de las Lágrimas. Ganará quien llegue antes a la orilla.
En toda la plaza reinó un silencio sofocado.
Hýnreck el Héroe se puso alternativamente rojo y pálido.
—Eso no es una prueba de valor —balbuceó—. Es un desatino.
—Yo —respondió Bastián— estoy dispuesto a hacerlo. ¡De manera que vamos!
Hýnreck el Héroe perdió entonces el dominio de sí mismo.
—¡No! —gritó, dando una patada en el suelo—. Sabéis tan bien como yo que el agua de Murhu lo disuelve todo. Eso equivaldría a ir a una muerte segura.
—Yo no tengo miedo —repuso Bastián tranquilo-. He atravesado el Desierto de Colores y he comido y bebido del fuego de la Muerte Multicolor y me he bañado en él. No tengo miedo a esas aguas.
—¡Mentís! —rugió Hýnreck el Héroe, rojo de cólera—. Nadie en Fantasia puede sobrevivir a la Muerte Multicolor. ¡Eso lo saben hasta los niños!
—Héroe Hýnreck —dijo Bastián lentamente—, en lugar de acusarme de mentiroso haríais mejor en confesar que, sencillamente, tenéis miedo.
Aquello fue demasiado para Hýnreck el Héroe. Irreflexivamente, desenvainó su gran espada y atacó a Bastián. Éste dio un paso atrás y quiso pronunciar una palabra de aviso, pero Hýnreck el Héroe no le dio tiempo. Trató de golpear a Bastián, y sus intenciones eran homicidas. En aquel mismo instante, la espada Sikanda saltó de su oxidada funda a la mano de Bastián y comenzó a bailar.
Lo que sucedió entonces fue tan inaudito que ninguno de los espectadores pudo olvidarlo en toda su vida. Por suerte, Bastián no podía soltar la empuñadura de la espada y tenía que seguir todos los movimientos que Sikanda ejecutaba por sí sola. Ante todo, la espada partió, pieza por pieza, la magnífica armadura de Hýnreck el Héroe. Los pedazos volaron por todas partes, pero él no sufrió en su piel ni un rasguño. Hýnreck el Héroe se defendía desesperado, golpeando a su alrededor como un loco, pero los relámpagos de Sikanda lo rodeaban como un torbellino de fuego, cegándolo, de forma que ninguno de sus golpes dio en el blanco. Cuando finalmente estuvo sólo en paños menores, sin dejar de intentar golpear a Bastián, Sikanda cortó literalmente su espada en pequeñas rodajas, y con tanta velocidad que los pedazos se quedaron un momento en el aire, antes de caer al suelo repiqueteando como un puñado de monedas. Hýnreck el Héroe miró con los ojos muy abiertos la inútil empuñadura que tenía en la mano. Luego la dejó caer y bajó la cabeza. Sikanda volvió a su roñosa funda y Bastián pudo soltarla.
Un griterío de entusiasmo y admiración se elevó de mil gargantas en la multitud de espectadores. Éstos irrumpieron en la plaza, cogieron a Bastián, lo levantaron en hombros y lo pasearon en triunfo. El júbilo no acababa nunca. Bastián, desde su altura, buscó a Hýnreck el Héroe con la mirada. Quería dirigirle unas palabras conciliadoras, porque realmente le daba pena el pobre y no había tenido intención de dejarlo en ridículo de aquella forma. Pero ya no se veía por ningún lado a Hýnreck el Héroe.
Entonces se hizo de pronto la calma. La multitud retrocedió, dejando sitio. Allí estaba Atrevu, mirando a Bastián sonriente. Y también Bastián sonreía. Lo dejaron en el suelo y los dos jóvenes quedaron frente a frente, mirándose largo tiempo en silencio. Finalmente, Atreyu empezó a hablar.
—Si necesitara aún un acompañante para buscar al Salvador del reino de Fantasia, me bastaría con éste, porque vale más que cien juntos. Pero ya no necesito acompañante, porque la expedición de búsqueda no se realizará.
Se oyó un murmullo de asombro y desencanto.
—El Salvador de Fantasia no necesita nuestra protección —siguió diciendo Atreyu con voz más alta—, porque puede protegerse a sí mismo mejor de lo que podríamos hacerlo todos nosotros juntos. Y no necesitamos buscarlo ya, porque él nos ha encontrado a nosotros. No lo reconocí enseguida porque cuando lo vi en la Puerta del Espejo Mágico del Oráculo del Sur tenía un aspecto distinto… muy distinto del de ahora. Pero no he olvidado la mirada de sus ojos. Y es la misma que ahora veo. No puedo equivocarme.
Bastián movió sonriendo la cabeza y dijo:
—No te equivocas, Atreyu. Tú fuiste quien me llevaste hasta la Emperatriz Infantil para que pudiera darle un nombre nuevo. Y te doy las gracias por ello.
Un susurro respetuoso atravesó como una ráfaga de viento la multitud de espectadores.
—Nos has prometido —respondió Atreyu— decirnos también
tu
nombre, porque salvo la Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados, nadie lo sabe aún en Fantasia. ¿Quieres hacerlo?
—Me llamo Bastián Baltasar Bux.
Los espectadores no pudieron contenerse más tiempo. Su júbilo explotó en miles de exclamaciones. Muchos empezaron a bailar de entusiasmo, de forma que las pasarelas y los puentes, la plaza entera, comenzaron a balancearse.
Atreyu tendió sonriendo la mano a Bastián y Bastián se la dio, y así —de la mano— entraron en el palacio, en cuya escalera de entrada los aguardaban Qüérquobad, el Anciano de Plata, y Fújur, el dragón de la suerte.
Aquella noche, la ciudad de Amarganz celebró la más hermosa fiesta que había celebrado nunca. Todo el que tenía piernas, cortas o largas, torcidas o derechas, bailaba y todo el que tenía voz, bonita o fea, profunda o alta, cantaba y reía. Cuando llegó la noche, los amargancios encendieron miles de luces de colores en sus barcos y palacios de plata. Y a la media noche se quemaron unos fuegos artificiales como nunca se habían visto, ni siquiera en Fantasia. Bastián estaba con Atreyu en el balcón, y a su izquierda y su derecha se sentaban Fújur y Qüérquobad, el Anciano de Plata, viendo cómo los penachos de colores del cielo y los miles de luces de la Ciudad de Plata se reflejaban en las aguas de Murhu, el Lago de las Lágrimas.
Un Dragón para Hýnreck el Héroe
üérquobad, el Anciano de Plata, se había quedado dormido en su sillón porque era ya noche avanzada. De esa forma se perdió la experiencia más importante y hermosa que hubiera podido tener en sus ciento siete años de existencia. Lo mismo les pasó a otros muchos en Amarganz, ciudadanos y forasteros que, agotados por la fiesta, se habían entregado al descanso. Sólo unos pocos estaban aún despiertos, y esos pocos oyeron algo que superaba en belleza a todo lo que habían oído o podrían oír nunca.
Fújur, el dragón blanco de la suerte, cantaba.
Muy alto, en el cielo de la noche, describía círculos sobre la Ciudad de Plata y el Lago de las Lágrimas, haciendo resonar su voz de campana. Era una canción sin palabras, la melodía grande y sencilla de la felicidad pura. Y a quien la oía el corazón se le abría de par en par.
Eso les pasó a Bastián y a Atreyu que, juntos se sentaban en el amplio balcón del palacio de Qüérquobad. Era la primera vez que oían cantar a un dragón de la suerte. Sin darse cuenta, se habían dado la mano y escuchaban encantados en silencio. Cada uno de los dos sabía que el otro sentía lo mismo que él: la alegría de haber encontrado un amigo. Y evitaban estorbarla con palabras.
La gran hora pasó, y el canto de Fújur se hizo poco a poco más suave, hasta que finalmente cesó.
Cuando reinó un silencio total, Qüérquobad se despertó, se incorporó y dijo disculpándose:
—Los ancianos de plata como yo necesitan dormir. Los jóvenes sois distintos. No me lo toméis a mal, pero me voy a la cama.
Le dieron las buenas noches y Qüérquobad se fue.
Otra vez se quedaron los dos amigos largo tiempo en silencio mirando al cielo de la noche, donde el dragón de la suerte seguía trazando sus círculos con movimientos ondulantes; lentos y pausados. De vez en cuando atravesaba, como una nube blanca, la luna llena.
—¿No duerme Fújur? —preguntó finalmente Bastián.
—Está durmiendo ya —dijo Atreyu en voz baja.
—¿Sin dejar de volar?
—Sí. No le gusta estar dentro de las casas, ni siquiera cuando son grandes como el palacio de Qüérquobad. Se siente oprimido y encerrado e intenta moverse con todo el cuidado que puede para no derribar ni romper nada. Sencillamente, es demasiado grande. Por eso, casi siempre duerme en el aire.
—¿Crees que me dejará también montar sobre él?
—Claro que sí —dijo Atreyu—, pero de todas formas no es muy fácil. Hay que acostumbrarse.
—Yo he montado en Graógraman —adujo Bastián. Atreyu asintió, mirándolo con admiración.
—Eso dijiste cuando la prueba de valor con Hýnreck el Héroe. ¿Cómo venciste a la Muerte Multicolor?
—Tengo a ÁURYN —dijo Bastián.
—¿A sí? —exclamó Atreyu. Pareció muy sorprendido, pero no dijo más.
Bastián sacó de debajo de su camisa el signo de la Emperatriz Infantil y se lo enseñó a Atreyu. Éste lo contempló un rato y murmuró luego: