Read La Historia Interminable Online
Authors: Michael Ende
—Hacia la Hija de la Luna… —murmuró Bastián—. Sí, me gustaría verla otra vez. Ella me dirá lo que debo hacer.
Luego acarició el morro blanco de la mula y susurró:
—Gracias, Yicha, ¡gracias!
A la mañana siguiente, Atreyu se llevó aparte a Bastián.
—Escucha, Bastián: Fújur y yo tenemos que disculparnos contigo. El consejo que te dimos era bien intencionado… pero poco sensato. Desde que lo sigues, no avanzamos. Hoy hemos hablado mucho tiempo sobre ello, Fújur y yo. No saldrás de aquí, ni saldremos nosotros, mientras no desees algo otra vez. Es inevitable que, al hacerlo, olvides más cosas, pero no hay otro remedio. Sólo podemos esperar que encuentres a tiempo el camino de vuelta. Quedarnos aquí no serviría de nada. Tienes que utilizar el poder de ÁURYN y encontrar tu siguiente deseo.
—Sí —dijo Bastián—, Yicha me ha dicho lo mismo. Y ya sé cuál es mi próximo deseo. Ven, porque quiero que todos lo oigan.
Volvieron a donde estaban los otros.
—Amigos —dijo Bastián en voz alta—, hasta ahora hemos buscado inúltimente el camino que pueda devolverme a mi mundo. Me temo que, si seguimos así, nunca lo encontraremos. Por eso he decidido buscar a la única personaque puede ilustrarme al respecto. Y esa persona es la Emperatriz Infantil. Desde hoy, la meta de nuestro viaje será la Torre de Marfil.
—¡Hurra! —gritaron los tres caballeros como un solo hombre.
Pero la retumbante voz de bronce de Fújur intervino:
—¡Desecha esa idea, Bastián Baltasar Bux! ¡Lo que pretendes es imposible! ¿No sabes que a la Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados, sólo se la encuentra una vez? ¡Nunca la volverás a ver!
Bastián se irguió.
—¡La Hija de la Luna me debe mucho! —dijo irritado—. Y no puedo imaginarme que se niegue a recibirme.
—Tienes que saber —replicó Fújur— que sus decisiones son a veces difíciles de comprender.
—Tú y Atreyu —respondió Bastián, sintiendo cómo la cólera le subía al rostro— queréis darme consejos continuamente. Ya veis a dónde nos ha conducido el seguirlos. Ahora decidiré yo mismo. He decidido ya y mantengo mi decisión.
Tomó aire profundamente y continuó, un poco más relajado:
—Además, os basáis siempre en vosotros mismos. Sin embargo, vosotros sois criaturas de Fantasia y yo soy un hombre. ¿Cómo podéis saber que se me aplica lo mismo? Cuando Atreyu llevaba a ÁURYN, para él fue distinto que para mí. ¿Y quién devolverá la Alhaja a la Hija de la Luna si yo no lo hago? No se la encuentra por segunda vez, dices… pero yo la he encontrado ya dos veces. La primera nos vimos un momento, cuando Atreyu llegó hasta ella, y la segunda fue cuando explotó el gran huevo. Para mí todas las cosas son distintas. Y la veré por tercera vez.
Todos callaron. Los caballeros, porque no comprendían de qué trataba realmente la discusión, y Atreyu y Fújur porque, verdaderamente, se sentían inseguros.
—Sí —dijo Atreyu por fin con suavidad—, quizá sea como tú dices, Bastián. No podemos saber cómo se comportará contigo la Emperatriz Infantil.
Se marcharon todos y, al cabo de sólo unas horas, antes aún del mediodía, habían llegado al lindero del bosque. Ante ellos tenían una extensa comarca de praderas, un tanto ondulada, por la que serpenteaba un río. Cuando llegaron a él, siguieron su curso.
Atreyu, como antes, voló otra vez sobre Fújur delante del grupo de jinetes, describiendo grandes círculos a su alrededor para reconocer el terreno. Pero los dos estaban preocupados y su vuelo era menos ligero.
Cuando, una vez, se elevaron muy alto adelantándose mucho, vieron que, en la lejanía, el terreno estaba como cortado. Una depresión de la roca conducía a una llanura situada más abajo que —por lo que se podía ver— estaba espesamente poblada de árboles. El río se despeñaba allí en una majestuosa cascada. Pero los jinetes sólo alcanzarían aquel punto, como muy pronto, al siguiente día.
Regresaron.
—¿Tú crees, Fújur —preguntó Atreyu—, que a la Emperatriz Infantil le da lo mismo lo que pueda pasarle a Bastián?
—Quién sabe —respondió Fújur—, ella no hace diferencias.
—Pero entonces —siguió diciendo Atreyu— ella es realmente una…
—¡No lo digas! —le interrumpió Fújur—. Sé lo que quieres decir, pero no lo digas.
Atreyu se quedó un rato callado, antes de decir:
—Es mi amigo, Fújur. Tenemos que ayudarlo. Hasta en contra de la voluntad de la Emperatriz Infantil si hace falta. Pero, ¿cómo?
—Con suerte —respondió el dragón, y por primera vez sonó como si la campana de bronce de su voz estuviera rajada.
Aquella noche eligieron un fortín abandonado que había a la orilla del lago como lugar para pasar la noche. Para Fújur, naturalmente, era demasiado estrecho, y prefirió, como hacía tan a menudo, dormir en las alturas. También los caballos y Yicha tuvieron que quedarse fuera.
Durante la cena, Atreyu habló de la cascada y del extraño desnivel del terreno que había divisado. Luego dijo de pasada:
—Por cierto: nos siguen.
Los tres caballeros se miraron.
—¡Vaya! —exclamó Hykrion, retorciéndose el negro bigote con ganas de jaleo—. ¿Cuántos son?
—He contado siete detrás de nosotros —respondió Atreyu—, pero no podrán llegar aquí hasta mañana temprano, si cabalgan toda la noche.
—¿Van armados? —quiso saber Hýsbald.
—No he podido comprobarlo —dijo Atreyu—, pero vienen más desde otras direcciones. He visto seis al Oeste y nueve al Este, y otros doce o trece se dirigen a nuestro encuentro.
—Veremos qué quieren —dijo Hydorn—. Treinta y cinco o treinta y seis no son un peligro para nosotros tres, ni mucho menos para nuestro señor Bastián y Atreyu.
Aquella noche, Bastián no se desciñó la espada Sikanda, como había hecho hasta entonces casi siempre. Durmió con la empuñadura en la mano. En sueños vio ante él el rostro de la Hija de la Luna. Ella le sonreía alentadoramente. Al despertarse, Bastián no sabía nada más, pero el sueño reforzó su esperanza de verla otra vez.
Cuando echó una mirada por la puerta del fortín, vio fuera, en la niebla matutina que subía del río, siete figuras vagas. Dos de ellas iban a pie y las otras montaban cabalgaduras diversas. Bastián despertó en voz baja a sus compañeros. Los caballeros se ciñeron las espadas y salieron juntos del refugio. Cuando las figuras que esperaban fuera vieron a Bastián, los jinetes desmontaron y luego, los siete al mismo tiempo, hincaron en tierra la rodilla izquierda. Inclinaron la cabeza y dijeron:
—¡Salve, Bastián Baltasar Bux, Salvador de Fantasia!
Los recién llegados parecían bastante extraños. Uno de los dos que no iban a caballo tenía un cuello desusadamente largo, sobre el que se asentaba una cabeza de cuatro rostros, que miraban uno en cada dirección. El primero tenía una expresión alegre, el segundo colérica, el tercero triste y el cuarto soñolienta. Cada una de las caras era rígida e inmutable, pero él podía hacer girar hacia delante la que correspondía a su talante del momento. Se trataba de un troll de cuatro cuartos, llamado también, en algunos lugares, temperamentnik.
El otro de a pie era lo que en Fantasia se llama cefalópodo o cabezapié: un ser que consiste sólo en una cabeza que se desplaza sobre unas piernas muy largas y delgadas, pero sin tronco ni manos. Los cabezapiés van errantes y no tienen vivienda fija. Casi siempre viajan en grupos de varios centenates y tata vez se encuentra uno solitario. Se alimentan de hierbas.
El que se arrodillaba ante Bastián parecía joven y colorado. Otros tres personajes, que montaban caballos apenas mayores que cabras, eran un gnomo, una sombra picaresca y una mujer salvaje. El gnomo llevaba una diadema de oro en la frente y era, evidentemente, un príncipe. La silueta picaresca era difícil de ver, porque en realidad estaba formada sólo por una sombra que nadie proyectaba. La mujer salvaje tenía un rostro gatuno y grandes rizos dorados, que la envolvían como un manto. Todo su cuerpo estaba cubierto de piel vellosa, igualmente dorada. No era mayor que un niño de cinco años.
Otro visitante, que cabalgaba sobre un buey, procedía del país de los azafranios, que nacen cuando son viejos y mueren al llegar a bebés. Aquel tenía una larga barba blanca,
una calva y un rostro lleno de arrugas; por lo tanto —juzgado con criterios azafránicos— era muy joven: aproximadamente de la edad de Bastián.
Un yinni azul había llegado a camello. Era alto y delgado y llevaba un turbante gigantesco. Su figura era humana, aunque su torso desnudo, cuajado de músculos, parecía hecho de brillante metal azul. En lugar de nariz y boca tenía en el rostro un poderoso y corvo pico de águila.
—¿Quiénes sois y qué queréis? —preguntó Hykrion un tanto bruscamente. A pesar del ceremonioso saludo, no parecía totalmente convencido del carácter inofensivo de los visitantes y era el único que no había soltado el pomo de su espada.
El troll de cuatro cuartos, que hasta entonces había mostrado su rostro soñoliento, volvió su rostro alegre hacia adelante y le dijo a Bastián, sin hacer caso alguno de Hykrion:
—Señor, somos príncipes de países muy diversos de Fantasia. Cada uno de nosotros se ha puesto en camino para saludarte y pedirte ayuda. La noticia de tu presencia ha volado de país en país, el viento y las nubes pronuncian tu nombre, las olas del mar anuncian tu fama con su murmullo y cada arroyuelo canta tu poder.
Bastián dirigió una mirada a Atreyu, pero éste miraba seria y casi severamente al troll. Ni la sonrisa más leve se dibujaba en sus labios.
—Sabemos —ahora fue el yinni azul quien tomó la palabra y su voz sonó como el grito agudo de un águila— que creaste la Selva Nocturna de Perelín y el Desierto de Colores de Goab. Sabemos que has comido y bebido del fuego de la Muerte Multicolor y que te has bañado en él, lo que no ha hecho ningún ser viviente de Fantasia, y sabemos lo que ocurrió en la Ciudad de Plata de Amarganz. Sabemos, señor, que todo lo puedes. Basta que digas una palabra para que se haga lo que tú quieres. Por eso te invitamos a que vengas con nosotros y nos concedas la gracia de tener una historia propia. Porque ninguno de nosotros la tiene.
Bastián meditó y luego movió la cabeza.
—Lo que queréis de mí no puedo hacerlo ahora. Más adelante os ayudaré a todos. Pero antes tengo que ver a la Emperatriz Infantil. Por lo tanto, ¡ayudadme a encontrar la Torre de Marfil!
Aquellos seres no parecieron nada decepcionados. Después de deliberar brevemente entre sí, todos se mostraron muy satisfechos de la propuesta de Bastián de que le acompañaran. Y, poco tiempo después, la comitiva, que ahora parecía una pequeña caravana, se había puesto en camino.
Durante todo el día siguieron encontrando a otros recién llegados. No sólo aparecían por todas partes los mensajeros anunciados por Atreyu la víspera, sino muchos más. Había faunos de patas de cabra y enormes silfos nocturnos, elfos y duendes, jinetes que cabalgaban sobre mariquitas y trípedos, un gallo del tamaño de un hombre, con botas vueltas, y un ciervo de cornamenta dorada que andaba erguido sobre dos patas y llevaba una especie de frac. En general, entre los recién llegados había una multitud de criaturas sin ningún parecido con los seres humanos. Había, por ejemplo, hormigas cobrizas con yelmos, rocas errantes de formas caprichosas, animales-flauta que hacían música con sus largos picos, y también tres de los llamados charcadores, que se movían de una forma realmente asombrosa, ya que —por decirlo así— se licuaban a cada paso formando un charco y volvían a formarse de nuevo un poco más lejos. Con todo, el más extraño de los recién llegados era quizá un bis, cuyas partes delantera y trasera podían andar independientemente. Tenía un vago parecido con un hipopótamo, aunque a rayas blancas y rojas.
En total eran ya alrededor de un centenar. Y todos habían llegado para saludar a Bastián, el Salvador de Fantasia, y pedirle una historia propia. Pero los siete primeros les habían explicado a los que habían llegado luego que antes se dirigirían a la Torre de Marfil, y todos estaban dispuestos a acompañarlos.
Hykrion, Hýsbald y Hydorn cabalgaban con Bastián a la cabeza de la comitiva, ahora ya bastante larga.
Al caer la tarde llegaron a la cascada. Y al cerrar la noche la comitiva había dejado la planicie elevada, había descendido por un serpenteante sendero de montaña y se encontraba en un bosque de orquídeas grandes como árboles. Eran unas gigantescas flores moteadas, de aspecto un tanto inquietante. Se decidió montar guardias durante la noche, por si acaso, cuando se instaló el campamento.
Bastián y Atreyu recogieron musgo, que crecía abundantemente por todas partes, y se hicieron con él una blanda cama. Fújur se enroscó en torno a los dos amigos, con la cabeza hacia dentro, de forma que los dos quedaron aislados y protegidos, como en un gran castillo de arena. El aire era caliente y estaba lleno de un extraño aroma que despedían las orquídeas y que no era muy agradable. Había algo en él que anunciaba desgracias.
La Mano Vidente