La krakatita

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Authors: Karel Čapek

Tags: #Ciencia ficción, Antiutopía, Humor, Folletín

BOOK: La krakatita
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Prokop, un ingeniero más bien excéntrico, inventa la krakatita, una sustancia explosiva que libera la energía oculta de la materia y es capaz de arrasar ejércitos y ciudades, pero sufre un accidente en su laboratorio y cae en un estado alucinatorio.

Más tarde, ya recuperado, se da cuenta de que ha revelado sin querer la fórmula de la krakatita a su intrigante colega Tomeš, a quien intentará encontrar. Pero ignora que él mismo y su krakatita se han vuelto objetos de interés para instituciones muy poderosas. Comenzará entonces una carrera contra el tiempo en la que tendrá que enfrentarse a un siniestro directivo, será apresado en un palacio, seducirá a una princesa y se topará con un grupo de anarquistas que desde una emisora pirata bloquea las ondas de toda Europa todos los martes y los viernes a las diez y media de la noche.

La krakatita,
novela escrita en 1924 e inédita hasta ahora en español, advertencia sobre los peligros de la ciencia y la tecnología modernas, es una de las mayores obras antiutópicas de Karel Capek, y su influencia resulta todavía hoy perdurable en la cultura popular contemporánea.

Karel Čapek

La krakatita

Una fantasía nuclear

ePUB v1.1

chungalitos
26.05.12

Título original:
Krakatit

1a edición, marzo de 2010

© del prólogo, traducción y notas: Patricia Gonzalo de Jesús

© El Olivo Azul 2010

ISBN 13: 978-84-92698-05-9

Prólogo

E
spionaje, persecuciones, anuncios misteriosos, laboratorios secretos, explosiones, villanos, mujeres fatales, romances imposibles, imágenes oníricas… Podríamos estar describiendo cualquiera de los largometrajes del Dr. Mabuse o de
Los espías (Spione,
1928), de Fritz Lang: por la estética, el ritmo y los motivos, no andaríamos muy desencaminados. La trama en torno a un arma de destrucción masiva y el sentido del humor podrían remitirnos incluso a
¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb,
1964), de Stanley Kubrick, película que algunos estudiosos consideran heredera de la novela que tenemos entre manos. Por no hablar de los guiños a los clichés de la novela policiaca y de detectives, a la novela romántica, al folletín… Quizás estas asociaciones parezcan libérrimas al escribir sobre uno de los más eminentes clásicos de la literatura checa; sin embargo, sospecho que a Karel Čapek (Malé Svatoňovice 1890 - Praga 1938) no le escandalizaría en absoluto que echáramos mano de ellas para referirnos a
La krakatita.
Y es que la variadísima obra literaria de este prosista, dramaturgo, ensayista, periodista e incluso guionista ocasional para el cine consigue un equilibrio aparentemente imposible entre polos que podrían parecer opuestos: filosofía y humor, compromiso político y arte, alta literatura y géneros literarios «menores».

No abrumaremos al lector con una avalancha de datos bio-bibliográficos sobre Čapek. Es probable que hayan oído hablar de sus obras teatrales de corte utópico-filosófico, como
El caso Makropulos (Věc Makropulos,
1922), adaptada por Leoš Janáček para su ópera homónima, o
R. U. R. (R. U. R. Rossum's Universal Robots,
1920), en la que acuña, por sugerencia de su hermano Josef y a partir de la palabra checa
robota
(«trabajo físico»), el término «robot» para unos androides que se rebelan contra sus amos, los humanos. Pero, sobre todo, Karel Čapek es conocido en España por sus novelas
La fábrica de Absoluto (Továrna na Absolútno,
1922) y
La guerra de las salamandras (Válka s mloky,
1936). Como traductora, me resulta curioso que precisamente
La krakatita (Krakatit,
1924), la tercera de las novelas antiutópicas de este autor, que constituyen una de las piezas fundamentales de la ciencia ficción europea del siglo XX, haya permanecido inédita hasta ahora.

En efecto,
La krakatita
es una novela trepidante que combina con maestría el
thriller
y la filosofía: se trata de una obra que advierte de los posibles excesos y de los conflictos éticos resultantes de los avances científicos (concretamente, el autor anticipa la energía atómica) cuando son puestos al servicio del capitalismo, el militarismo y la política demagógica. Por el tratamiento del tema y por su relativa verosimilitud científica, entronca con otros clásicos de la ciencia ficción como
El juicio final (The Crack of Doom,
1895), de Robert Cromie, y
El mundo liberado (The World Set Free,
1914), de H. G. Wells, pero sobre todo y más evidentemente con la novela
La fábrica de Absoluto,
tras la cual comenzó a trabajar Čapek en
La krakatita
y en la que ya explicaba su teoría de sobre el potencial de la energía apresada en la materia.

Sin embargo, no nos encontramos ante una mera reelaboración del tema, sino con una obra profundamente original por la atmósfera obsesiva e hipnótica que recrea, en la que se funden fantasía y realidad, consciente e inconsciente, y en la que la fuerza explosiva potencial de la materia (incluida la del ser humano) deriva en una espiral que desemboca en un estallido orgiástico de poder, sexualidad, culpa y destrucción. En ella resuenan ecos literarios de muy diversa procedencia, desde los Evangelios, con una recreación de la última tentación de Cristo sobre la montaña por parte de un personaje con el significativo nombre de D'Hemon/Daimon, hasta la irracionalidad kafkiana del castillo de Balttin, pasando por el viaje sin fin de la
Odisea
y el mito fáustico.

Volviendo a las asociaciones con las que comenzábamos, no es en absoluto sorprendente que
La krakatita
sea una novela que cuenta con varias adaptaciones cinematográficas
(La krakatita —Krakatit
—, dirigida en 1948 por Otakár Vávra, y el
remake
del mismo director,
Sol oscuro

Temné slunce
—, filmado en 1980): su ritmo narrativo, un lenguaje marcadamente plástico, unos personajes caracterizados al detalle y el dinamismo de sus diálogos la convierten en una perfecta candidata para ello.

No desvelaremos al lector más detalles sobre el argumento y el desenlace de la novela; dejaremos que descubran por sí mismos los secretos de esta misteriosa sustancia llamada krakatita y que se metan en la piel de su inventor, Prokop, para que se pregunten, como él mismo, si sucumbirían al deseo de atravesar límites nunca antes cruzados, de liberar la fuerza que, atrapada, lucha en la oscuridad y espera a que llegue su momento, el momento de explotar en una llama sublime…

Patricia Gonzalo de Jesús

I

Tras el atardecer se espesó la niebla de aquel día desapacible. Te sientes como si te introdujeras a la fuerza en esa inconsistente sustancia húmeda, que se cierra tras de ti sin vuelta atrás. Querrías estar en casa. En casa, junto a tu lámpara, en una caja de cuatro paredes. Nunca te habías sentido tan desvalido.

Prokop se abre camino por la orilla del río. Tiene escalofríos y la frente empapada del sudor de la debilidad; querría sentarse allí, en aquel banco mojado, pero teme a los guardias. Le parece que va haciendo eses; sí, junto a Staroměstské Mlýny alguien dio un rodeo para evitarlo, como a un borracho. Así que en este momento hace acopio de todas sus fuerzas para ir recto. Ahora, ahora camina hacia él un hombre, tiene el sombrero calado hasta los ojos y las solapas subidas. Prokop aprieta los dientes, frunce el ceño, tensa todos sus músculos para pasar por delante de él de modo impecable. Pero, justo un paso antes de alcanzar al peatón, se hace la oscuridad en su cabeza y el mundo entero gira de pronto con él; de repente ve cerca, muy cerca, un par de ojos penetrantes, como si se clavaran en él, choca con el hombro de alguien, deja salir de su boca algo como «disculpe» y se aleja con crispada dignidad. Tras unos cuantos pasos se detiene y mira hacia atrás; aquel hombre está parado y lo mira fijamente. Prokop se recupera y se marcha un poco más rápido; pero no puede evitarlo, debe girarse a mirar de nuevo; y ¡ahá!, ese hombre sigue de pie mirándolo, incluso, con la misma atención, ha sacado la cabeza por encima de las solapas como una tortuga. «Que mire», piensa Prokop intranquilo, «ahora ya ni me voy a dar la vuelta». Y sigue caminando lo mejor que puede; de repente oye pasos a su espalda. El hombre con las solapas subidas va tras él. Le parece que corre. Y Prokop, presa de un terror insoportable, se da a la fuga.

El mundo comenzó a girar de nuevo con él. Jadeante, castañeteando los dientes, se apoyó en un árbol y cerró los ojos. Se encontraba horriblemente mal, temía caer, que le reventara el corazón y le saliera la sangre a borbotones por la boca. Cuando abrió los ojos, vio justo frente a él al hombre de las solapas subidas.

—¿No es usted el ingeniero Prokop? —le preguntó el hombre, obviamente no por primera vez.

—Yo… yo no estaba allí —intentó mentir Prokop.

—¿Dónde? —preguntó el hombre.

—Allí —dijo Prokop, y señaló con la cabeza hacia algún lugar en dirección al barrio de Strahov—. ¿Qué quiere de mí?

—¿Es que no me reconoces? Soy Tomeš. Tomeš, de la politécnica, ¿no caes ahora?

—Tomeš —repitió Prokop, aunque le daba infinitamente igual qué nombre fuera—. Sí, Tomeš, cómo no. ¿Y qué… qué quiere de mí?

El hombre con las solapas subidas cogió a Prokop del brazo.

—Espera, ahora te vas a sentar, ¿entiendes?

—Sí —dijo Prokop, y se dejó llevar a un banco—. Es que yo… no me siento bien, ¿sabe? —de repente dejó caer del bolsillo una mano, vendada con un trapo sucio—. Herido, ¿sabe? Un asunto endiablado.

—¿Y no te duele la cabeza? —dijo el hombre.

—Sí.

—Entonces escucha, Prokop —dijo el hombre—. Ahora tienes fiebre o algo por el estilo. Tienes que ir al hospital, ¿sabes? Estás mal, eso está claro. Pero al menos trata de recordar que nos conocemos. Soy Tomeš. Íbamos juntos a química. ¡Hombre, haz memoria!

—Ya lo sé, Tomeš —dijo Prokop con voz débil—. Ese canalla. ¿Qué le pasa?

—Nada —dijo Tomeš—. Está hablando contigo. Debes irte a la cama, ¿entiendes? ¿Dónde vives?

—Allí —se esforzó en decir Prokop, y señaló hacia algún lugar con la cabeza—. Cerca… cerca de Hybšmonka —de repente intentó levantarse—. ¡No quiero ir allí! ¡No vaya allí! Allí está… allí está…

—¿Qué?

—La krakatita —susurró Prokop.

—¿Qué es eso?

—Nada. No lo diré. Nadie debe ir allí. O… o…

—¿Qué?

—¡Fiuuuuu, bum! —emitió Prokop lanzando la mano a lo alto.

—¿Qué es eso?

—Krakatoe. Kra-ka-tau. Un volcán. Vol-volcán, ¿sabe? Eso me… arrancó el pulgar. No sé qué… —Prokop se detuvo y añadió despacio—: Eso es algo horrible, amigo.

Tomeš miraba con atención, como si esperara algo.

—Así que —empezó a decir tras un instante—, ¿todavía sigues trabajando con explosivos?

—Sigo.

—¿Con éxito?

Prokop emitió algo parecido a una risa.

—¿Querrías saberlo, no? Desgraciadamente, eso no es así de fácil. No es… no es así de fácil —repitió, balanceando la cabeza como borracho—. Amigo, eso por sí mismo, por sí mismo…

—¿Qué?

—La kra-ka-ti-ta. Krakatita. Krrrrrakatita. Y eso por sí mismo… Yo dejé sólo polvo en la mesa, ¿sabes? Lo demás lo amontoné enenen-en una caja. Que-quedó sólo una capa de polvo en la mesa…, y de repente…

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