Read La Plaga Online

Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La Plaga (30 page)

BOOK: La Plaga
12.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Muy parecida al cuarto de Ruth en Timberline, aquella cabaña carecía de mobiliario. No había sofá, ni sillas, todo se había utilizado como leña. Había un par de sacos de dormir doblados en el suelo de madera, cerca de la chimenea, sin duda para dos de los niños. Encima de unos estantes estaba el equipo de radio.

Aquella imagen la hizo apenarse de una manera vaga y difusa. Gus podría haber oído a aquella gente si hubiera seguido las frecuencias de radioaficionados durante la primera semana. Era evidente que la voz de Gus había resonado en aquella habitación más de una vez. Sin embargo, a mediados de abril Gus había estado ocupado con las transmisiones militares y la preparación del aterrizaje, y luego la EEI se había quedado vacía.

¿Y si hubieran hablado? Ella no estaría allí, tal vez ninguno de ellos, ni siquiera la unidad de las fuerzas especiales. El consejo ya tendría a Sawyer y su equipo.

Aún podía pasar. James les iba a cubrir, le diría a Kendricks que estaba ocupada si el senador preguntaba por ella, pero era inevitable que los aparatos de escucha en todos los laboratorios captaran conversaciones sobre quién estaba ausente, y Ruth daba por sentado que las cintas se repasaban a diario.

En cualquier momento podían llegar nuevas órdenes que alertaran a Hernández de que estaba rodeado de traidores.

O podría estar aterrizando otro avión en ese mismo instante.

—Está bien —dijo Cam, y se volvió hacia Ruth. Hizo un gesto con una garra llena de costras—. Se encuentra bien.

Albert Sawyer era un hombre que parecía una vela de cera deforme, encogido y contrahecho. Se había sentado, o había pedido que lo incorporaran, contra la pared de un lado de la cama.

Debía de querer aparentar la mayor entereza posible, pero los daños cerebrales habían arrebatado a Sawyer el control muscular en la mayor parte del lado derecho, tenía un ojo caído, la mejilla fláccida y la cabeza inclinada hacia el hombro. También había perdido demasiado peso, de manera que la carne se le pegaba tensa al cuerpo. Si la cara morena de Cam parecía escoriada o quemada, la piel más blanca de Sawyer se había convertido en un pellejo de color violeta cubierto de bultitos. Su cabeza larga, en forma de bala, sólo tenía mechones de pelo.

Cam y Maureen los habían avisado, pero Ruth contuvo la respiración y Todd se quedó petrificado en la puerta, le daba codazos a Hernández al tiempo que se tapaba la nariz.

Ella vio la reacción de sus compañeros reflejada en la mitad viva del rostro de Sawyer. El ojo izquierdo se abrió de par en par. Le brillaba de la emoción.

—Han venido a verte unos figurines —dijo Cam, en un tono demasiado alto y desenvuelto que ella no había oído antes. Sawyer desvió la mirada con rabia y Cam volvió a hablar y atrajo hacia sí su único y siniestro ojo—. ¿Habías visto alguna vez alguien con la manicura tan bien hecha?

Sawyer abrió la boca.

—Güena gopa.

—Muy buena. Un poco más y vienen vestidos de etiqueta.

Estaban jugando, jugando a que eran sus rivales, pero Cam conocía mejor a Sawyer y sabía lo que se hacía, y ellos no le habían dejado mucha opción al humillarlo nada más verlo.

Si aquel hombre destrozado se reía de ellos, tal vez al final revelaría sus secretos.

Hernández hizo un amago de saludo y bajó la minicámara a la altura de la cadera.

—Soy el comandante Frank Hernández —dijo—, segunda división del Cuerpo de Marines y jefe militar de la expedición.

Había sido amable. Rimbombante, pero amable. Tenían que lograr que Sawyer se sintiera importante, dejarle claro que habían llevado a los mejores.

Incluso D. J. fue educado.

—Soy el doctor Dhanum...

—¡Arg! —Sawyer dio una sacudida y cerró los ojos. Por un momento Ruth pensó que era una palabra que no había entendido, pero a Sawyer no le interesaban las presentaciones. Ruth suponía que Cam le había explicado quiénes eran, y eso le bastaba.

Ella observó la boca contrahecha de Sawyer y analizó los sonidos.

—Peo sarrollar un nticuepo, Acos señado así.

—Puedo desarrollar un anticuerpo —tradujo Cam—. Arcos fue diseñado así, como una plantilla adaptable...

—¡Eh! —volvió a gruñir Sawyer ante la explicación de Cam—. Pantilla daptable —dijo, con todo el mal genio de un niño de tres años que quiere que se siga el ritual de su historia favorita.

Cam lo repitió con cuidado.

—Una plantilla adaptable.

Ruth apartó la mirada, sintió un fugaz estremecimiento, el horror en su interior iba en aumento. Los demás también guardaban silencio.

El cerebro de Sawyer había sufrido daños tan graves como los de la piel.

Él los miró, desafiante, provocador. Cam le dio unas palmaditas y Ruth se arrodilló en el suelo de madera desgastado, por debajo de Sawyer en vez de seguir de pie, por encima de él. Psicología básica. Podían reducir su inquietud demostrándole que eran un público atento. Hernández y Todd siguieron el ejemplo, pero D. J. miró a Cam, que se quedó de pie. D. J. se agachó, reticente.

Sawyer volvió a mascullar algo y Cam dijo:

—Íbamos a curar el cáncer en dos años, tal vez menos.

D. J. arrugó la frente.

—Estaba todo en nuestro...

Ruth le dio un golpe, le clavó los nudillos en la pierna. Sí, ya sabían los hechos básicos, pero iban a dejar que Sawyer alardeara. El nombre «Arcos» era nuevo, probablemente útil, otra pista que podía seguir el FBI, registros de patentes, archivos de empresas. Tal vez podrían ser más listos que Sawyer si éste les daba pistas suficientes pero se negara a cooperar.

O si era incapaz de colaborar. Nadie sabía lo que ocurría en su cabeza.

Los aleccionó sobre la mecánica del nano. Arrastraba las palabras, miraba las sábanas o dejaba vagar su ojo por sus rostros. Sin embargo, o aún no estaba acostumbrado o se negaba a aceptar sus condiciones físicas, y no cesaba de toser para tomar aire a media sílaba. Una vez le dieron arcadas. Después de cada ataque se pasaba el brazo sano por la boca para limpiarse la baba, y se ponía a darse golpecitos con el dorso de la mano contra los labios.

Cam traducía con seguridad y paciencia, aunque pasado un rato se sentó en el borde de la cama y estiró una pierna. A veces su entonación era vacilante, pero no dudaba en las frases técnicas. Ruth pensó que debía de haber sido él quien había hablado con James, aunque probablemente Sawyer se había puesto alguna vez al micrófono.

Ruth quería sentir la misma simpatía por él que experimentaba por Cam, pero en aquel momento sería una emoción muy distinta en su interior. Sawyer debía de haber sido un gran hombre, capaz de grandes cosas, de participar en el desarrollo del prototipo Arcos, pero que no quisiera darles la ubicación de su laboratorio era imperdonable. Era una amenaza para ella. No importaba que tal vez no fuera una elección del todo consciente.

Sawyer no había dejado que su culpa se convirtiera en la carga que era tan evidente en Cam. Lo que quedaba de él parecía poseído por la rabia amarga de un inválido, y sus heridas eran más profundas al ser consciente de todo lo que había perdido.

Protestaba articulando sonidos roncos una y otra vez. Protestaba porque su cuerpo le fallaba, o porque Cam interpretaba mal las palabras o incluso por anticiparse correctamente a lo que tenía pensado decir a continuación.

Hernández grababa a los dos hombres, manteniendo la cámara pegada a su cuerpo. El ángulo era malo, y el cuarto iba oscureciéndose a medida que caía el atardecer al otro lado de la ventana, pero lo más importante era la grabación de audio.

Sawyer estaba representando un papel.

¿Pensaba que tenía que convencerlos de su identidad, o sólo trataba de defender lo que había hecho ante sí mismo? Ruth suponía que no les había dejado que se presentaran para no tener que usar sus nombres. Era consciente de sus limitaciones. Su memoria a corto plazo no era de fiar, aunque seguía siendo lo bastante astuto para disimular su debilidad.

Se estaba justificando.

Laboriosamente, explicó dos veces más que el Arcos había sido diseñado para salvar vidas. Cuatro veces insistió en que no había tenido nada que ver con que se extendiera la plaga.

A Ruth le recordó de nuevo a un niño pequeño que intenta hacer que algo sea real repitiéndolo una y otra vez.

—¿Cuál era su especialidad? —preguntó ella, pasados unos veinte minutos. No sabía cómo reaccionaría Sawyer ante su interrupción, pero ya se estaba poniendo cansino y temía que los tuviera allí cautivos toda la noche aunque cada vez fuera más incoherente. Tal vez habría sido mejor que D. J. lo interrogara desde un principio.

—La eficacia de la reproducción es mía —les dijo Sawyer, a través de Cam, y su orgullo era lo bastante fuerte para que su rostro fláccido y erosionado esbozara lo que a Ruth le pareció una sonrisa.

Era así de sencillo. Los restos de su autoestima se apoyaban en quién había sido, y sólo en eso, y le daba pánico que lo excluyeran una vez recuperados sus archivos y su equipo.

No le quedaba nada más.

—La velocidad de reproducción será nuestro mayor obstáculo —dijo Ruth, y no era mentira—. James le dijo que tenemos un método de discriminación que funciona, ¿verdad?

Tendrá que revisarlo, pero el nano vacuna no servirá si no logramos controlar el proceso de reproducción.

Él la miró en silencio. Tal vez sopesaba si era sincera. Ruth se preguntó hasta qué punto veía Sawyer en aquellas sombras.

D. J. se movió, dio un manotazo en el suelo y atrajo la atención de todos.

—Yo diría que vale la pena rediseñar el motor —dijo—. No necesitamos el fusible, y es otra manera de recortar un poco de masa adicional.

De nuevo la sonrisa de Sawyer. Debía de ser la primera oportunidad de hablar de su trabajo que tenía en quince meses. Farfulló algo y Cam dijo:

—De acuerdo, pero el trabajo de diseño ya está hecho. Freedman añadió el fusible más tarde. Podemos construirlo directamente a partir del esquema original.

—Estupendo —dijo Ruth. Eso les ahorraría días, incluso semanas, y les había dado otra pista. Freedman.

Cam volvió a hablar por Sawyer.

—¿Nos vamos mañana?

Ruth se enderezó, apenas podía contener la emoción.

—Sí, mañana por la mañana —dijo Hernández.

Sawyer asintió, satisfecho.

Sin embargo, el silencio se prolongó. Sawyer se daba golpecitos en la boca y D. J. cambió de postura una vez más.

—Sería mejor que nos dijeran ahora dónde está su laboratorio —dijo Hernández.

—¿Qué?

—Hay que hacer muchos preparativos.

—¡Colrado! —El ojo de Sawyer mostró confusión y furia, y Ruth cerró el puño.

Quería que lo llevaran al este. ¿Por qué? ¿Qué esperaba encontrar allí? Seguridad, comida, atención médica de primera... pero ningún médico podría curarlo jamás.

Quizás ése era el problema. Tal vez no le interesaba salvarlos si ellos no podían salvarlo a él.

Hernández mantuvo la calma.

—Imposible —dijo—. Ése nunca fue el trato. No podemos desperdiciar el combustible yendo y viniendo, y necesitamos garantías de que podemos recuperar todo lo importante.

—Que tjodan. Colrado.

—Nos lo dijeron —dijo Cam, pero Sawyer movió la cabeza adelante y atrás, en un gesto brusco. La pierna que tenía levantada por debajo de las mantas se cayó a un lado y Sawyer perdió el equilibrio. Cam lo agarró del brazo—. Nos dijeron que primero tenías que decirles dónde estaba el laboratorio.

—¡Suétame! —Su voz era como un alarido—. ¡Suétame!

Cam obedeció. Apartó su mano de retorcidos dedos de la camisa de Sawyer, pero entonces empujó las costillas de Sawyer con la palma de la mano, haciendo fuerza. Pareció espontáneo, un acto debido al sufrimiento reprimido durante mucho tiempo. El arrepentimiento de Cam fue obvio e inmediato. Volvió a agarrar a Sawyer cuando éste se desplomaba sobre la cama, lloriqueando de dolor.

—¡Aaaah! ¡Aaaah!

Hernández se puso en pie de un salto, dejó la cámara en el suelo, pero se quedó atrás mientras Cam se inclinaba sobre Sawyer. Le dio palmaditas en la espalda mientras le decía en voz baja:

—Lo siento... eh, lo siento...

La respuesta de Sawyer sorprendió a Ruth. Fue sin rencor, ya no había aquel regocijo cruel en el poder que tenía. Contestó a Cam en el mismo tono de disculpa.

—Ora no, ¿ale? Ora no.

—Ahora no, de acuerdo, claro. —Cam se volvió hacia ellos, pero evitó su mirada—. Por el momento ya basta.

La comida les trajo al principio recuerdos dolorosos. Leadville había incluido carne fresca en sus provisiones, un costillar lo bastante grande para reconocer que era de vaca. También habían llevado dos bolsas de carbón vegetal y los soldados hicieron fuego en el hoyo que habían cavado. Aquel aroma era una tortura en sí mismo, traía el fantasma de las reuniones familiares en verano. El olor se volvió insoportable cuando colocaron la carne en una parrilla, sobre las brasas.

Todos se concentraron alrededor del fuego, excepto Sawyer, los dos médicos y el doctor Anderson. Cam también se quedó dentro, por si Sawyer se negaba a cooperar, y Hernández comprobó dos veces que se le guardaba su ración para más tarde.

El cielo oscureció lo suficiente para que salieran las primeras estrellas. Todd dijo que el punto más brillante era Júpiter, y uno de los soldados afirmó que era Venus. Los niños se abrían paso a empujones entre la gente, a gritos. Ruth se sentó delante, aplacada por el cansancio y la decepción, pero con mucha hambre. Tenía la espalda fría y la cara demasiado caliente. Le dolía el brazo dentro de la escayola.

La voz estridente de Maureen le hizo alzar la vista de la carne.

—¡Tiene que llevarnos con usted!

Al otro lado del fuego, Hernández había estado hablando en voz baja con el capitán de las fuerzas especiales y dos de los pilotos. Maureen estaba ahora detrás de ellos, tras acercarse lo suficiente para escucharlos a escondidas.

Hernández se dio la vuelta y meneó la cabeza.

—No tenemos trajes de contención suficientes, y puede que estemos horas allí abajo.

—Pero vuelvan a buscarnos, llévennos de regreso con ustedes.

—No queremos arriesgarnos a hacer un aterrizaje adicional o malgastar el combustible.

—¡Aterrizaron bien!

Los cuatro niños, que desfilaban entre los soldados con armas hechas con palos, se habían quedado quietos y en silencio ante el arrebato de Maureen. Entonces todos huyeron y se refugiaron tras los adultos más altos.

BOOK: La Plaga
12.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Company She Keeps by Mary McCarthy
Sea Change by Francis Rowan
The Fortunes by Peter Ho Davies
Seeds of Hate by Perea, Melissa
Haunted by Danni Price
Undraland by Mary Twomey
QUIVER (QUAKE Book 2) by Jacob Chance