La selección (20 page)

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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

BOOK: La selección
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—Coge algo de abrigo. Fuera hace fresco.

Recorrimos el pasillo. Aún estaba algo ausente, perdida en mis pensamientos, y ya sabía que Maxon no era un experto en iniciar conversaciones. Eso sí, le pasé la mano por el brazo inmediatamente. Me gustaba que se hubiera creado cierta familiaridad entre nosotros.

—Si insistes en no tener doncellas cerca, voy a tener que ponerte un guardia en la puerta —dijo.

—¡No! No quiero que me vigilen como a una niña.

Él chasqueó la lengua.

—Estaría fuera de la puerta. Ni siquiera te enterarías de que está ahí.

—Sí que me enteraría. Sentiría su presencia.

Maxon soltó un suspiro en señal de agotamiento, pero sonreía. Yo estaba tan enfrascada en la discusión que no oí los susurros hasta que prácticamente las tuve delante: Celeste, Emmica y Tiny se cruzaron con nosotros en dirección a sus habitaciones.

—Señoritas —saludó Maxon, con una leve inclinación de la cabeza.

Quizás había sido una ingenua pensando que nadie nos vería. Sentí un calor que se me subía a la cabeza, pero no sabía muy bien por qué. Todas las chicas hicieron una reverencia y siguieron adelante. Miré por encima del hombre mientras nos dirigíamos a las escaleras. Emmica y Tiny parecían curiosas. Al cabo de unos minutos ya se lo habrían contado a las demás. Al día siguiente seguro que se me echaban todas encima. Celeste me atravesó con la mirada. No cabía duda de que se lo iba a tomar como una afrenta personal.

Me giré y dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Ya te dije que las chicas que se pusieron tan nerviosas durante el ataque acabarían quedándose.

No sabía exactamente quiénes habían pedido marcharse, pero, según los rumores, Tiny era una de ellas. Se había desmayado. Alguien había señalado a Bariel, pero sabía que eso era mentira. Antes habría que arrancarle la corona de las manos.

—No te puedes imaginar qué alivio —repuso él. Parecía sincero.

Tardé un momento en saber qué responder, como si aquello no fuera exactamente lo que me esperaba, y además estaba muy concentrada en no caerme. No sabía muy bien cómo bajar escaleras cogida del brazo de alguien. Los tacones no ayudaban nada. Por lo menos, si me resbalaba, alguien me agarraría.

—Yo diría que habría resultado útil —dije, cuando llegamos al primer piso y recuperé la estabilidad—. Quiero decir que tiene que ser complicado escoger a una chica de entre tantas. Si las circunstancias eliminaran a algunas de la criba, ¿no haría eso más fácil la elección?

Maxon se encogió de hombros.

—Supongo que sí. Pero yo no lo vi así, te lo aseguro —de algún modo, parecía dolido—. Buenas noches, caballeros —saludó a los guardas, que abrieron las puertas del jardín sin vacilar.

Quizá tuviera que replantearme la oferta de Maxon de decirles que me gustaba salir. La idea de poder escapar con aquella facilidad resultaba de lo más atractiva.

—No lo entiendo —dijo, mientras me conducía a un banco (a nuestro banco) y me hacía sentar de cara a las luces del palacio.

Él se sentó con el cuerpo orientado en dirección contraria, de modo que estábamos prácticamente encarados. Así era fácil hablar.

No parecía muy seguro de compartir sus pensamientos, pero tomó aire y habló:

—A lo mejor he pecado de orgulloso, pero se me ha ocurrido pensar que quizá valga la pena correr algún riesgo para estar conmigo. No es que se lo desee a nadie, claro —precisó—. No quiero decir eso. Pero… no sé. ¿No veis todas el riesgo que corro yo?

—Hmmm, no. Tú tienes aquí a tu familia para pedirle consejo, y todas nosotras vivimos siguiendo tus horarios. En tu vida no ha cambiado nada, y la nuestra cambia constantemente de la noche a la mañana. ¿Qué riesgo podrías estar corriendo?

Maxon parecía estupefacto.

—America, yo tendré a mi familia, pero imagínate lo embarazoso que puede ser tener a tus padres observándote mientras tú intentas empezar a salir con una chica. Y no solo a tus padres: ¡todo el país! Peor aún, ni siquiera se trata de salir con alguien de un modo normal.

»¿Y lo de vivir siguiendo mis horarios? Cuando no estoy con vosotras, estoy organizando a las tropas, legislando, ajustando presupuestos…, y últimamente eso lo hago solo, mientras mi padre observa cómo voy dando palos de ciego, como un tonto, porque no tengo su experiencia.

»Y cuando hago algo diferente de cómo lo haría él, algo que parece inevitable, él me corrige. Y todo eso con la mente puesta en vosotras, que sois lo único en lo que puedo pensar: ¡me tenéis emocionado pero a la vez aterrado!

Movía las manos al hablar, más que nunca, agitándolas y pasándoselas por el pelo.

—¿Y tú crees que mi vida no está cambiando? ¿Qué oportunidades crees que tengo de encontrar a mi alma gemela entre vuestro grupo? Tendré suerte si encuentro a alguien capaz de soportarme toda la vida. ¿Y si es una de las que ya he enviado a casa pensando que debía de haber una química que no sentía? ¿Y si resulta que la elegida me deja a la primera adversidad? ¿Y si no aparece la persona ideal? ¿Qué hago entonces, America?

Había empezado a hablar con rabia y con pasión, pero al final sus preguntas habían perdido toda su retórica. En realidad lo que quería saber era una sola cosa: ¿qué iba a hacer si entre las chicas no había ninguna que pudiera llegar a despertar en él, aunque solo fuera, el amor más pequeño? Aunque parecía que su principal preocupación no era esa; lo que más le preocupaba era que ninguna pudiera llegar a quererle.

—En realidad, Maxon, creo que sí encontrarás aquí a tu alma gemela. De verdad.

—¿De verdad? —en contra de lo que pensaba, reaccionó con cierta esperanza.

—Seguro —le puse una mano en el hombro. Daba la impresión de que aquel simple contacto le reconfortaba. Me pregunté cuántas veces habría sentido ese simple contacto humano—. Si tu vida es tan caótica como dices, tendrá que estar en algún sitio. Por lo que yo sé, el amor verdadero suele aparecer siempre donde menos te lo esperas —dije, esbozando una sonrisa.

Aquellas palabras parecieron tener un efecto positivo en él, y a mí también me consolaban. Porque creía en lo que decía. Y si no podía encontrar el amor, lo mejor que podía hacer era ayudar a Maxon a encontrar el suyo.

—Espero que te vaya bien con Marlee. Es encantadora.

Maxon hizo una mueca rara.

—Sí, lo parece.

—¿Cómo? ¿Tiene algo de malo ser encantadora?

—No, no. Está bien —dijo, sin ir más allá—. ¿Qué es lo que andas buscando? —me preguntó de pronto.

—¿Cómo?

—Da la impresión de que no puedes mantener la mirada fija en un punto. Me escuchas, pero parece como si estuvieras buscando algo.

Me di cuenta de que tenía razón. Todo el tiempo que había durado su exposición, había estado escrutando el jardín y las ventanas, e incluso las torretas de la muralla. Me estaba volviendo paranoica.

—La gente…, las cámaras… —me excusé, negando con la cabeza y fijando la vista en la oscuridad.

—Estamos solos. Solo está el guardia junto a la puerta —me aseguró, señalando a la solitaria figura a la luz del farol, junto al palacio.

Tenía razón: no nos habían seguido; en todas las ventanas había luz, pero no parecía haber nadie. Me tranquilizó que me lo confirmara.

Sentí que mi cuerpo adoptaba una postura algo más relajada.

—No te gusta que te mire la gente, ¿eh? —preguntó.

—En realidad no. Prefiero pasar desapercibida. Es a lo que estoy acostumbrada, ¿sabes? —dije, siguiendo con la vista los surcos tallados en el bloque de piedra que tenía bajo los pies para evitar su mirada.

—Tendrás que acostumbrarte. Cuando salgas de aquí, la gente te mirará el resto de tu vida. Mi madre aún tiene contacto con algunas de las mujeres con las que estuvo durante la
Selección
. A todas se las considera mujeres importantes. Aún hoy.

—¡Genial! —refunfuñé—. Una cosa más que me animará cuando vuelva a casa.

Maxon se disculpó con la mirada, pero yo tuve que apartar la vista. Me acababa de recordar lo mucho que me iba a costar aquella estúpida competición, que nunca recuperaría lo que era para mí una vida normal. No me parecía justo…

Sin embargo, me lo pensé mejor. No debía culpar a Maxon. En aquella situación, él era tan víctima como el resto de nosotras, aunque de un modo muy diferente. Suspiré y volví a mirarle. Por su expresión, supe que había tomado una decisión.

—America, ¿puedo preguntarte algo personal?

—Quizá —respondí, a la defensiva.

Él me miró, sonriente.

—Es que…, bueno, está claro que esto no te gusta. Odias las normas y la competición, y el tener siempre a alguien encima, y la ropa, y la…, bueno, no, la comida te gusta —sonrió. Yo también—. Echas de menos tu casa y a tu familia…, y sospecho que a alguien más. Mucho. Tus sentimientos están a flor de piel.

—Sí, lo sé —concedí, levantando la vista al cielo.

—Pero prefieres sufrir la nostalgia y pasarlo mal «aquí» en lugar de volver a casa. ¿Por qué?

Sentí que se me hacía un nudo en la garganta, pero tragué saliva.

—No lo paso mal…, y tú sabes por qué.

—Bueno, a veces parece que estás bien. Cuando hablas con alguna de las chicas te veo sonreír, y pareces estar muy a gusto durante las comidas, eso sí. Pero hay otras ocasiones en las que se te ve muy triste. ¿No quieres contarme por qué? ¿Toda la historia?

—No es más que otra historia de amor fracasada. Nada espectacular ni interesante, de verdad —respondí, pero lo que pensé fue otra cosa: «
Por favor, no me presiones. No quiero llorar
».

—Sea como sea, me gustaría conocer alguna otra historia de amor de verdad, aparte de la de mis padres, una que se haya desarrollado fuera de estos muros y de estas normas… Por favor.

Lo cierto era que había cargado con el secreto durante tanto tiempo que no podía imaginarme contarlo en voz alta. Y me dolía muchísimo pensar en Aspen. ¿Podría siquiera pronunciar su nombre? Respiré hondo. Maxon era mi amigo. Hacía todo lo posible para que me sintiera bien. Y había sido tan sincero conmigo…

—Ahí fuera —dije, señalando al otro lado de las murallas— las castas se cuidan unas a otras. A veces. Por ejemplo, mi padre tiene tres familias que le compran al menos un cuadro cada año, y yo tengo familias que siempre me llaman para que cante en sus fiestas de Navidad. Son como nuestros patrones, ¿entiendes?

»Bueno, pues nosotros somos como patrones de su familia. Ellos son Seises. Cuando podemos permitirnos contratar a alguien para que limpie, o si necesitamos ayuda con el inventario, siempre llamamos a su madre. A él lo conocí cuando éramos niños, aunque él es mayor que yo, de la edad de mi hermano. Eran un poco brutos jugando, así que no solía ir con ellos.

»Mi hermano mayor, Kota, es un artista, como mi padre. Hace unos años vendió una escultura de metal en la que llevaba trabajando años por una cantidad enorme de dinero. Puede que hayas oído hablar de él.

—Kota Singer —dijo Maxon.

Pasaron algunos segundos, y de pronto vi que establecía la conexión cerebral.

Me aparté el cabello de los hombros y crucé los brazos.

—Estábamos todos muy contentos por Kota; había trabajado enormemente en esa pieza. Y en aquella época necesitábamos mucho el dinero, así que toda la familia estaba encantada. Pero Kota se quedó casi todo el dinero. Aquella escultura lo catapultó a la fama; la gente empezó a pedirle obras constantemente. Ahora tiene una lista de espera interminable y cobra precios astronómicos, porque puede. Creo que se ha vuelto adicto a la fama. Los Cincos raramente destacamos tanto.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento, y yo sabía que, a sus ojos, ya no podría pasar desapercibida nunca más.

—En cualquier caso, en cuanto empezó a recibir pedidos, Kota decidió alejarse de la familia. Mi hermana mayor se acababa de casar, así que perdimos los ingresos que nos reportaba. Y justo cuando Kota empieza a ganar dinero de verdad, va y nos deja —apoyé las manos en el pecho de Maxon para subrayar la importancia de aquello—. Eso no se hace. Uno no deja a su familia así como así. Mantenerse unidos… es el único modo de sobrevivir.

En su mirada vi que me entendía.

—¿Se lo quedó todo él? ¿Quiso usar el dinero para ascender de casta?

Asentí.

—Se ha propuesto llegar a ser un Dos. Si le bastara con ser un Tres o un Cuatro, podía haber comprado el título y ayudarnos, pero está obsesionado. En realidad es estúpido. Vive muy cómodamente, pero lo que quiere es esa estúpida etiqueta. No parará hasta que la consiga.

Maxon sacudió la cabeza.

—Podría tardar toda la vida.

—Mientras consiga que en su lápida pongan que era un Dos, supongo que no le importa.

—Imagino que ya no tenéis tanto contacto…

—Ahora no —suspiré—. Al principio pensaba que se me había pasado algo por alto. Tal vez lo que estaba haciendo Kota era independizarse, no separarse de nosotros. Al principio, estaba de su lado. Así que, cuando consiguió su apartamento y su estudio, fui a ayudarle. Y él llamó a la misma familia de Seises a la que siempre recurríamos; el hijo mayor estaba disponible y encantado de trabajar con Kota unos días, ayudándole a instalarse.

Hice una pausa, recordando aquello.

—Así que ahí estaba yo, sacando cosas de las cajas…, y ahí estaba él. Nuestras miradas se cruzaron, y ya no me pareció tan mayor ni tan bruto. Hacía mucho que no nos habíamos visto. Ya no éramos críos.

»Todo aquel día íbamos tocándonos «accidentalmente» al mover las cosas de un lado al otro. Él me miraba y me sonreía, y yo me sentía viva por primera vez. Yo estaba…, estaba loca por él.

Por fin se me quebró la voz, y empezaron a salir las lágrimas que tanto tiempo había retenido.

—Vivíamos bastante cerca el uno del otro, así que a veces me iba de paseo solo para ver si me lo encontraba. Cuando su madre venía a ayudarnos, a veces él la acompañaba. Y nos limitábamos a mirarnos: era todo lo que podíamos hacer —se me escapó un sollozo imperceptible—. Él es un Seis, y yo una Cinco, y hay leyes… ¡Y mi madre! Ella se habría puesto furiosa. No podía saberlo nadie.

Las manos se me movían como espasmódicamente, con la tensión de haber mantenido aquel secreto durante tanto tiempo.

—Muy pronto empezaron a aparecer notas anónimas en mi ventana, que me decían lo guapa que era, o que cantaba como un ángel. Y yo sabía que eran suyas. La noche de mi decimoquinto cumpleaños mi madre dio una fiesta; su familia estaba invitada. Él vino a mi encuentro en un rincón y me dio una felicitación; me dijo que la leyera cuando estuviera sola. Cuando por fin pude hacerlo, vi que no llevaba su nombre, ni siquiera un «Feliz cumpleaños». Solo decía: «Casa del árbol. Medianoche».

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